El cura taurino

Uno de los seis sacerdotes ordenados el pasado domingo por el Cardenal Martínez Sistach es un notorio aficionado a los toros. Se trata de Mossèn Sergi Notó Ruiz. Mi enhorabuena por su coraje y valentía. Tanto por su vocación sacerdotal como por su afición taurina. Dos de las connotaciones más mal vistas (y más políticamente incorrectas) en la Cataluña de nuestros días. La secularización ambiental perjudica ostensiblemente que afloren vocaciones presbiterales. En cuanto a su hobby taurómaco, se halla muy próxima la aprobación por el parlamento catalán de la ILP que va a prohibir los toros en el Principado. Un auténtico atropello para todos aquellos a quienes nos gustan los toros y vamos a la Monumental, pagando la entrada de nuestro bolsillo, sin recibir ni un euro de subvención. Seguro que el bueno de Mossèn Notó estará de acuerdo conmigo, no en vano es un habitual en los tendidos barceloneses, donde ya acudía de muy pequeño de la mano de sus padres.

Pero además de su intrepidez y atrevimiento, nos hallamos ante un sacerdote joven y suficientemente preparado. Licenciado en medicina, con don de gentes y un buen bagaje intelectual. Los requisitos que precisa un sacerdote del siglo XXI. Aparte de ello, ha tenido la enorme suerte de servir como diácono en una de las parroquias germinantes: la de la Virgen de los Desamparados de Hospitalet de Llobregat. Su carta de presentación es irreprochable.

Y que nadie nos salte a la yugular (ni a Mossèn Sergi, ni a mi) por compaginar nuestras convicciones católicas con la afición taurina. La historia taurino-católica es rica y compleja. Se habían llegado a celebrar festejos en Roma, en tiempos de Calixto III, el español Alfonso Borgia. Incluso se corrieron toros con motivo de la canonización de San Vicente Ferrer. También en el pontificado del español Alejandro VI, en los que, al parecer, destacó como torero su propio hijo César (nombrado obispo de Pamplona por su padre y en el que se inspiró Maquiavelo para escribir El Príncipe). Y ello acontecía no solo con pontífices españoles, sino con el italiano Julio II, el Papa mecenas que encargó a Miguel Ángel el fresco de "El Juicio final" o el Papa Julio III que asistía a las "cacce di tori" en la Vía del Corso. Poco tiempo después llegaron las prohibiciones pontificias, con la Bula Salute Gregis de Pío V, en 1563; la Expensis Nobis de Gregorio XIII, en 1575 y la Breve Nuper Siquidem de Sixto V en 1586. Que nadie se crea que estas disposiciones papales se promulgaron por un fervor animalista. Nada más alejado de la mente de los citados pontífices. Promulgaron la prohibición de correr toros, por tratarse de fiestas de origen pagano, al igual que prohibieron los circos o los carnavales. Esa era la preocupación vaticana. Ciertamente esa prohibición pretendió introducirse en España, pero los componentes del clero recurrieron a infinidad de motivos para justificarlas e incluso hacían colectas en los templos para patrocinar los festejos taurinos. Cual se puede colegir, aquel veto tridentino jamás tuvo arraigo en España. Ni en Francia. Ni en Portugal. Ni posteriormente en territorio iberoamericano.

Cual sucedía con las bulas pontificias, el deseo prohibicionista que anida en Cataluña poco tiene que ver (aunque se disfrace) de un fervor animalista. La prohibición de los toros en Cataluña no tiene otra raíz que la nacionalista. Se van a prohibir los toros, para diferenciarnos del resto de los españoles. Tanto les da la innegable historia taurina catalana, con una Barcelona que tenía abiertas tres plazas de toros; incluso con una quema de conventos en el año 1835, por causa del infumable juego de los astados, de la que se publicaron estos versos:

"La nit de sant jaume
de l’any trenta-cinc
hi va haver gran broma
dintre del Torin
Van sortir tres toros
tots van ser dolents
això fou la causa
de cremar convents"

A nuestro nacionalismo le importan un comino la historia y las tradiciones, se trata únicamente de romper anclas con España, al precio que sea. Por eso me congratula enormemente compartir mi afición taurina con el misacantano Sergi Notó (otro símil con la liturgia taurina: al torero que toma la alternativa se le llama toricantano), en estos tiempos en que está tan mal visto ser sacerdote como aficionado a los toros. Y, además, porque no decirlo, porque representa una sonora butifarra al orate Domingo de La Vanguardia que no se ha cansado de pregonar la incompatibilidad entre los toros y las creencias cristianas. Por suerte, su espacio en La Vanguardia mengua cada domingo un poco más y su esquemático blog sale cada día más espaciado. Espero que llegue pronto su definitiva jubilación. Serán muchos los católicos catalanes que celebrarán el cese de la ingnominia. La Vanguardia guarda en su poder las numerosísimas cartas de protesta.

Oriolt