Germinans, año cuarto: lo que nosotros somos

Siempre he experimentado un desesperado amor por la palabra escrita. La historia de Germinans, a las puertas de este cuarto año de aventura, es preciso que la relate yo, a mi manera, como mejor sepa, y con el tono que me es propio.

Esta historia puedo decir que la hemos vivido día a día, como las estaciones de un calvario modesto y personal, como las etapas de un duro viaje en el cual las piedras han desollado a los peregrinos –un viaje que no ha terminado- un rudo viaje en verdad, pero un viaje en el cual los ojos de los caminantes no se han apartado de la estrella, y la estrella nunca ha abandonado a los viajeros.

Y en ese viaje “cada uno da lo que puede”, como dice el adagio popular. Porque existen cien maneras de trabajar por el bien de la Iglesia, cuando uno permanece esencialmente ligado a ella, y a falta de ser “un alma iluminada”, es un alma de buena fe. Es en virtud de estas humildes razones por lo que, por nuestra parte, siempre hemos querido corresponder con nuestros obispos, confiarnos a ellos, explicarles las profundas miserias y los dolores de los cuales nos hacemos eco, en particular de tantos sacerdotes y laicos que sufren – a quienes se les ha pretendido cerrar la boca- y que no tienen más voces que las nuestras para expresarse.

Hemos querido justificar nuestro testimonio de creyentes, denunciando los desórdenes de la Iglesia en Cataluña, hablar en nombre de una Iglesia del Silencio que, en nuestra tierra, ha decidido arrancar su mordaza.

En fin, hemos planteado a los obispos continuamente, en nuestros artículos, pero también en algunos privilegiados encuentros personales, cuestiones precisas, tendiendo a buscar unas respuestas que permitieran disipar las ambigüedades, las desviaciones y los malestares.

Para decirlo todo, de muchos no hemos obtenido respuestas a los problemas planteados. Pero afortunadamente, y como signo de maravillosa bendición y esperanza, de otros hemos recibido mucha luz.

Así pues, al comenzar este año 2010, en nombre de mis amigos y en el mío propio, reiterar que continuaremos esforzándonos en nuestra tarea, profesando nuestro hondo respeto a los obispos, señalando la eminencia del ministerio episcopal; y, al mismo tiempo que esta veneración y este amor, nuestras exigencias de laicos y sacerdotes respecto a los pastores que a veces parecen huir ante sus sagradas responsabilidades y ante el Misterio, olvidando que ellos están a la vez obligados a ser nuestro apoyo y sostén en la Fe y ser “todo para todos” según las palabras del Apóstol, y no ejercer jamás un servicio episcopal “selectivo”.

Finalmente, nosotros tratamos de denunciar la infiltración progresista y nacionalista en la Cataluña cristiana de nuestros padres: este es el azote del cual somos hoy indignados testigos.

Quiero agradecer, iniciando este año 2010, la labor de nuestros laicos, que siguiendo a las más altas voces del concilio Vaticano II, han comprendido que su testimonio de laicos les configura como adultos y mayores dentro de la Iglesia. Es para mejor responder a esta llamada que les hizo el Concilio Vaticano II que ellos han lanzado su testimonio en Germinans, y también esta es la razón por lo cual sigo animando a más laicos a unirse a Germinans en su tarea.

Estoy muy feliz porque cada vez más las preocupaciones de los sacerdotes y los laicos se unen, como también compartimos los temores ante las amenazas y el progreso de lo que hemos convenido en llamar “el quiste nacional-progresista”.

El modernismo y el naturalismo, el uno y el otro denunciados ya en varios discursos en el inmediato posconcilio por Pablo VI, siguen actuando entre nosotros de forma mucho más peligrosa de lo que hayan podido hacerlo en el pasado. Hemos mostrado muchos ejemplos. Pero a este respecto desearía hacer dos observaciones.

En primer lugar que las prescripciones de la Santa Sede y de la Conferencia Episcopal son burladas con la complicidad directa o indirecta de los Ordinarios. Y esto en contradicción formal con lo que estos suelen presentar a Roma en sus informes. El caso más flagrante sigue siendo la Archidiócesis de Barcelona. Al decirlo, suplicamos a nuestro Arzobispo que ejerza la misión que Dios le ha encomendado en su alto ministerio y que escuche nuestra llamada, puesto que nosotros no deseamos otra cosa si no que se cumplan las prescripciones y normas emanadas de la Santa Sede Apostólica.

Mi segunda observación, atañe a la mayoría de la prensa “católica” y a la información religiosa en los medios de comunicación públicos en Cataluña. Ambas desgraciadamente no pueden de ninguna manera jactarse de permanecer “específicamente religiosas”. Es para espantarse al ver reflejados en estos medios los excesos de todo tipo, nunca alcanzados en la información. Parece que en estos periódicos, revistas y portales digitales no se tiene – y esto es un hecho- ningún rigor, pero además buena parte de nuestro episcopado muestra una actitud conformista y pasiva ante ello. Se ignoran por parte de la legítima autoridad eclesiástica los más insolentes ataques contra el Papa y la doctrina de la Iglesia. Se multiplican las complicidades respecto, por ejemplo, a los socialistas en Cataluña, no obstante las advertencias de la Conferencia Episcopal. Se toman posiciones políticas por parte de miembros de la Iglesia que, no sin estupor y tristeza, son desconcertantes y aterradoras para el Pueblo de Dios.

Sin embargo, se nos continúa teniendo a nosotros que continuamente damos testimonio de nuestra catolicidad y nuestra romanidad, como objeto de persecución y escarnio.

Debo decir bien alto, no obstante, que nosotros adherimos apasionadamente a la marcha hacia adelante de la Iglesia y a las directrices de esta, estando además dispuestos a exigir su aplicación en Cataluña, en la mayor medida posible como nos ha sido inspirado el hacerlo. Esto es un gesto de confianza y de amor, lo cual nos hace conservar la esperanza total de ser escuchados algún día.

Hemos decidido en nuestra alma y en nuestra conciencia que no nos callaremos nunca más porque hemos levantado acta de las encarecidas invitaciones para nuestro testimonio seglar y sacerdotal, invitaciones que nosotros relacionamos con estas palabras de Santa Catalina de Siena : “¡Ah, basta de silencio!, ¡Gritad con cien mil lenguas! Veo como, a fuerza de silencio, el mundo se pudre…”

Prudentius de Bárcino