Card. Müller: "No se puede exigir realizar justicia a costa de los inocentes"
El pasado mes de julio el Card. Gerhard Ludwig Müller visitó España para participar en el curso de verano del ISSEP en su edición de 2025. Durante esos días concedió una entrevista para mi canal de YouTube de La Sacristía de La Vendée, aunque no he podido publicarla hasta ahora por estar sujeto a las prohibiciones de las que ya tienen noticia. Publico ahora una transcripción editada para su mayor comprensión, respetando el contenido de lo dicho por el Card. Müller. En el vídeo que se enlaza al final pueden escuchar las palabras exactas del Cardenal.
P. Francisco J. Delgado — Cardenal Müller, muchas gracias por concedernos esta entrevista para La Sacristía de la Vendée, en esta segunda época que estamos viviendo y, además, en este inicio tan ilusionante del pontificado del Papa León XIV.
Sin hacer pronósticos, ¿cuáles cree usted que son los desafíos más importantes que el Santo Padre afrontará en su pontificado?
Card. Müller. — El Papa León XIV ha comenzado muy bien, con el cristocentrismo, que es el fundamento de nuestra religión, de nuestra fe católica: Jesucristo, único Salvador del mundo, Hijo de Dios y nuestro hermano a causa de la Encarnación.
Los grandes desafíos de hoy no son algo nuevo para este Papa en particular, sino los mismos que afectan a toda la Iglesia y que, por su misión, llegan de modo especial hasta el Papa mismo como cabeza visible de la Iglesia.
Entre ellos están el secularismo en Europa, el globalismo y la comprensión de la existencia humana sin Dios. Son ideologías que vienen del siglo pasado y que llegan hasta hoy: la autosalvación, la autocreación y la autoperfección del hombre.
Estas ideas nunca han funcionado. Las grandes ideologías del nacionalismo, del imperialismo, del racismo, del socialismo o del comunismo han fracasado totalmente, con millones de muertos, genocidios y campos de concentración —en Alemania con el nazismo con Hitler, en la Unión Soviética y en China con Mao—, siempre con un profundo desprecio por la persona humana.
Nosotros, en cambio, estamos plenamente convencidos de que el hombre no es una cosa aleatoria que procede de la naturaleza como los animales, sino que ha sido creado por Dios a su imagen y semejanza. Esa es su gran dignidad: la dignidad del ser humano, que no solo debemos defender, sino también promover.
El Evangelio, la Buena Noticia, es precisamente lo que la Iglesia puede ofrecer hoy al mundo para liberar al hombre de estas ideologías autodestructivas que amenazan con una nueva explosión —una tercera guerra mundial— o con una implosión interior del ser humano.
El posthumanismo y el transhumanismo consideran al hombre como simple material biológico para construir un mundo utópico y artificial.
P. — En su primera alocución, el Papa habló de la paz y ha insistido varias veces en la unidad. Frente a ese panorama que usted presenta, la paz es necesaria en el mundo y la Iglesia tiene mucho que decir al respecto. Pero, ¿qué hay de la paz dentro de la propia Iglesia? ¿Cree que el Papa León XIV tiene como objetivo pacificar la Iglesia?
Card. Müller. — También dentro de la Iglesia han entrado ideologías que causan divisiones. Desde los primeros tiempos existieron herejías y cismas provocados por falsas doctrinas o por ideas paganas que se introducían entre los fieles.
Cada uno debe ser consciente de que está llamado a seguir a Jesucristo, no a una ideología. Debemos distinguir claramente lo que procede de Cristo y de la Palabra de Dios —que es Jesucristo en su Persona— de lo que nace de esas falsas ideologías que se presentan como si fueran ciencia, pero no lo son.
La verdadera ciencia, tanto natural como sobrenatural, busca la verdad. La razón natural y la razón iluminada por la fe forman una síntesis armónica; por eso no existe contradicción entre el saber científico, sociológico o psicológico y la fe revelada.
Las ideologías, en cambio, destruyen esa unidad. Por ejemplo, se hablaba de un «socialismo científico» en la Unión Soviética, que pretendía conocer y dominar la historia con una falsa gnosis, dividirla en tres etapas: desde una supuesta sociedad paradisíaca inicial, pasando por la etapa de los explotadores, hasta llegar —según Karl Marx— a una sociedad ideal. Pero esa utopía nunca llegó, porque no tenía fundamento ni en la antropología natural ni en la teología revelada.
Por eso en la Iglesia Católica uno no puede definirse con categorías ideológicas. No es correcto decir: «Yo soy conservador», «yo soy tradicionalista» o «yo soy progresista». Tenemos que superar estas divisiones, que vienen de la Revolución Francesa, de los jacobinos, cuando en los parlamentos se hablaba de “derecha” e “izquierda”. Son conceptos políticos, ideológicos, no cristianos.
Nosotros formamos una sola unidad en Cristo, que es la cabeza de la Iglesia. Somos los miembros de un solo cuerpo: un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, una sola Eucaristía. Los sacramentos son para todos, y en ellos somos uno en el amor, en la fe y en la esperanza.
Esa es la verdadera definición de la Iglesia: no una ideología ni una ONG.
P. — Usted fue prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe —actual Dicasterio para la Doctrina de la Fe—. Una de sus secciones es la disciplinar, que se ocupa de los delitos graves cometidos por sacerdotes, un tema muy delicado.
Recientemente, una asociación de sacerdotes en Estados Unidos ha enviado un documento al Papa y a los obispos pidiendo que se garanticen procesos justos para los sacerdotes acusados. A veces, cuando hay acusaciones —frecuentemente falsas, aunque otras desgraciadamente verdaderas—, muchos sacerdotes se han visto privados del derecho al debido proceso.
En los últimos años, además, hemos visto cómo estos procedimientos y las normas penales se han instrumentalizado incluso para cuestiones que no tienen que ver con abusos, sino con posturas dentro de la Iglesia.
¿Qué importancia tiene que el derecho canónico y los procesos justos, sobre todo en los casos penales, se restauren plenamente en la Iglesia?
Card. Müller. — Ante todo, hay que decir que las víctimas de estos crímenes exigen con todo derecho la justicia para ellos. Ser reconocidos como víctimas de estos delitos, de estos crímenes brutales, sobre todo cuando se trata de sacerdotes, llamados a ser buenos pastores que entregan la vida por los jóvenes, los adultos, por los fieles.
Pero no se puede exigir realizar la justicia a costa de los inocentes. Los procesos justos forman parte de la gran cultura jurídica que Europa ha desarrollado desde el Derecho romano, pasando por el Derecho canónico, hasta el Derecho moderno de los Estados democráticos de derecho. En los regímenes totalitarios —socialistas, fascistas o comunistas— no existe ese derecho para los ciudadanos.
Para condenar a una persona por un delito se necesita la certeza de su culpabilidad, y la forma del juicio debe ser proporcionada a la gravedad del hecho. No se puede condenar a todos por igual: debe existir analogía entre los crímenes y las penas.
Además, junto a los casos reales, hay también no pocas acusaciones falsas, especialmente contra sacerdotes ya fallecidos. Pero a un muerto no se le puede hacer un proceso, porque no puede defenderse.
El derecho a la defensa es un principio clásico del derecho humano. La acusación no es una prueba: solo es una acusación. Y por eso deben respetarse siempre los elementos básicos que constituyen un verdadero proceso, sea canónico o civil.
También hay que señalar que algunos enemigos de la Iglesia han instrumentalizado estos escándalos —o supuestos escándalos, cuando se trata de inocentes falsamente acusados— para dañar la imagen del sacerdote católico. Las mismas personas que atacan a la Iglesia no hablan de los innumerables casos de pedofilia o corrupción moral que existen en otros ámbitos.
Cada caso de abuso es una catástrofe, pero no se puede convertir en una acusación sistemática contra el sacerdocio en cuanto tal. El sacerdocio, como todos los sacramentos, es una gracia. Si un bautizado comete un pecado, eso no depende del Bautismo, sino de su moral personal. Lo mismo ocurre con el matrimonio: hay crímenes cometidos por personas casadas, pero eso no significa que el matrimonio sea culpable.
P. — El Papa Francisco incluyó en el Código de Derecho Canónico la presunción de inocencia, aunque se trata de un principio que ya debía suponerse. Sin embargo, en distintos países —pienso en Alemania, Francia, Australia o Portugal—, la Iglesia misma ha encargado estudios estadísticos sobre los casos de abuso.
En España, en cambio, ese trabajo lo hizo el gobierno, y de una forma bastante dudosa: una encuesta telefónica aleatoria que arrojó la cifra de 400.000 casos, una cifra completamente inventada, pero que ha sido publicada por todos los medios.
Lo curioso es que, mientras en España lo hizo el gobierno, en otros países ha sido la propia Iglesia quien ha promovido esos estudios. En algunos de ellos se han mezclado casos inventados con casos reales y se ha utilizado ese conjunto para justificar la necesidad de un “proceso sinodal”. Así ocurrió, por ejemplo, en Alemania, donde el proceso sinodal se justificó en gran parte a partir de esos informes sobre abusos.
¿Cree usted que ha habido también dentro de la Iglesia maniobras para fomentar ciertos cambios en la doctrina o en la estructura jerárquica, aprovechando este tema?
Card. Müller. — Sí, pienso que cuando un gobierno realiza una investigación de ese tipo está actuando contra los principios de un Estado de derecho.
Solo la justicia puede instruir causas penales; el gobierno no puede intervenir directamente en ellas. Cuando el Estado se mete en cuestiones internas de la Iglesia, actúa contra la libertad religiosa y contra los derechos humanos fundamentales. Es una forma totalitaria de pensar: el Estado se atribuye competencia sobre todo y pretende que la Iglesia quede sometida a él.
Pero también, en algunos países, las propias autoridades eclesiásticas han promovido procesos o informes contra la Iglesia misma. Hay que investigar los casos concretos, no hacer acusaciones genéricas contra un grupo entero. Esa mentalidad de acusar a colectivos es típica de los regímenes totalitarios.
No se puede culpar a todos los miembros de un grupo por los actos de algunos. Es lo que ocurría cuando, en los Estados borbónicos, se prohibió la Compañía de Jesús y se acusó a todo el orden de los jesuitas por las supuestas faltas de algunos individuos. Es un criterio típico del absolutismo o del totalitarismo, cuando un ciudadano ha hecho algo mal no se puede acusar a todos los que viven aquí porque pertenezcan a un cierto grupo.
Del mismo modo, no se puede decir que todos los alemanes son responsables de la persecución de los judíos, ni que todos los rusos son culpables de lo que hizo Stalin, ni que todos los españoles lo son por los miles de muertos provocados por los socialistas.
En Alemania, por ejemplo, hay grupos dentro de la propia Iglesia interesados en destruir el sacerdocio. Dicen que los abusos tienen causas “sistémicas”, que el problema radica en el carácter sagrado e indeleble del sacerdocio o en su autoridad espiritual. Pero eso es absurdo: el abuso, el crimen, tiene su causa en la inmoralidad personal de quien lo comete, no en la gracia divina.
Es una contradicción absoluta. No se puede responsabilizar a Jesucristo del pecado de Judas, ni de la traición o cobardía de los apóstoles durante la Pasión. La culpa no es de Cristo, sino de ellos.
P. — Nos encontramos ahora entre dos lugares muy significativos: el Valle de los Caídos, símbolo de reconciliación y de oración por los difuntos —muchos de ellos mártires de la persecución religiosa y caídos en la Cruzada o en la guerra civil—, y el monasterio de El Escorial, parte esencial del alma católica de España, donde también fueron asesinados numerosos frailes agustinos —como el Papa León XIV, que es agustino— durante la persecución.
Estas persecuciones, por un lado, nos estimulan a perseverar en la fe; pero, por otro, pueden resultar difíciles de asumir porque siempre hay culpables. A veces, en nombre de la paz o del entendimiento, se nos invita a olvidar a nuestros mártires.
¿Debemos recordar siempre el ejemplo de quienes dieron la vida por Cristo y perdonaron a sus verdugos?
Card. Müller. — No puede haber reconciliación auténtica en una sociedad ni en una comunidad cristiana si se pretende olvidar los hechos del pasado.
Los mártires son la corona y las joyas de la Iglesia; son testigos del Evangelio, de la Resurrección y de la victoria de Cristo resucitado.
Precisamente por eso, ellos son los primeros que nos invitan a superar las ideologías que dividen a las comunidades y a la Iglesia. El sacramento de la comunión nos une íntimamente con Dios, pero también —como enseña Lumen Gentium, 1— hace de la Iglesia el instrumento, el signo, de la unión de todos los hombres, incluso de los no cristianos.
La Iglesia debe dar al mundo un ejemplo real de reconciliación, no perpetuar las guerras civiles ni las divisiones. Aquí, en España, no se pueden superar así estas tensiones. Los socialistas siempre piensan que se pueden superar las tensiones que existen en una comunidad, en un Estado, matando a los que piensan distinto o mandándolos a los campos de concentración, para que su ideología sea al fin la única realidad. Esto es utópico.
Tenemos que ser tolerantes y aceptar también a los demás. Podemos convivir en un Estado no totalitario, orientado al bien común, sin decidir el valor de las vidas de los demás, de los pensamientos o creencias ajenas. El Estado debe retirarse del ámbito de la conciencia; el Estado no es Dios en el mundo.
P. — Eminencia, Y si llegara el caso, ¿estamos dispuestos a dar la vida por Cristo? Porque debería ser como usted dice, pero, si no es así, el mensaje en nuestra Sacristía de La Vendée es que hay que estar dispuestos a dar la vida.
Card. Müller. — ¿Por qué los socialistas aquí en los años treinta, tanto en España como en México, los socialistas y los enemigos de la fe asesinaron a gente pacífica que solo quería vivir su fe? ¿Por qué? No tenía sentido exigirles que negaran a Cristo para poder sobrevivir.
Si confiesas a Cristo, puede que tengas que morir por Él, como los mártires de los primeros siglos, de la persecución. Sacrificar al emperador como si fuera Dios. Estos son los paganos, los que realizan la divinización del Estado. Pero el Estado no tiene nada que ver con Dios: su autoridad proviene del pueblo, mientras que la autoridad de la fe y del magisterio de los obispos viene de Dios.
Por eso debemos obedecer a Dios antes que a los hombres. ¿Por qué estos hombres quieren ser los árbitros de nuestras vidas? Lenin, Stalin, Hitler… todos ellos eran ideólogos ignorantes, gente con poca formación que se arrogaba el poder de decidir quién tenía derecho a vivir o a creer.
¿Con qué criterio puede hoy la Unión Europea, o un gobierno de España, determinar quién tiene o no derecho pleno a ser español, alemán, cristiano o católico?
P. — Muchísimas gracias, eminencia. Una vez más le agradecemos su generosidad con La Sacristía de la Vendée.
10 comentarios
Hay un amplio grupo que, ante las implosión de la Iglesia, miran para otro lado. Luego están los que están colaborando con que la destrucción sea rápida y total.
¿ Que qué tiene que ver esto con la entrevista a Muller ? Pues todo: Las respuestas del señor cardenal van en su mayoría en el sentido de defender a la Iglesia de los que la gobiernan
Me pasa al contrario que al primer comentarista. Me encanta leer una y otra vez estas cuestiones que sirven para aclarar verdades de nuestra Fe. De hecho, los pastores es lo que deben hacer, confirmar en la Fe, plantando batalla a los retos de cada tiempo histórico, de cada momento, siempre diferentes, aunque en ciertas cosas similares.
Antes de estar dispuestos a morir en martirio, hemos de estar dispuestos a esa otra muerte, la de tipo más social, viviendo en un ambiente totalmente adverso. Lo mismo que vivieron los Apóstoles y otros discípulos. Tuvieron que beber de la misma copa que Jesús, salvo parece ser S.Juan Evangelista, pero primero vivieron una preparación con las pruebas que Dios les puso y permitió. Tras Pentecostés siguieron viviendo en el mundo, pero libres de sus encantos, preparados para cumplir su misión, hasta que llegó su hora de dar la vida. Dios nos dé esa misma disposición llegado el caso.
¡¡¡¡VIVA LA VIRGEN MARÍA SANTÍSIMA CORREDENTORA Y MEDIADORA DE TODAS LAS GRACIAS!!!!!
¡¡¡¡¡AVE MARÍA PURÍSIMA SIN PECADO CONCEBIDA!!!!!!
Gracias al Padre Francisco José por la gran sabiduría que supone hacer las preguntas adecuadas y gracias al Cardenal Muller también por la sabiduría de sus respuestas que nos iluminan con autoridad doctrinal.
La Iglesia, nuestra Iglesia, está tan necesitada de sus palabras tan claras y que se fundamentan en la verdad!!!
Esta gran entrevista es como un gran soplo del Espíritu Santo que nos reconduce a la verdad entre tanta ideología discordante.
Desde lo más profundo del corazón: GRACIAS.
Sería posible que el Cardenal Muller y el Padre Francisco José nos enviaran a los lectores de este artículo Su Bendición?
---
FJD: La del Card. Müller va en el vídeo, la mía la tienen siempre.
Dejar un comentario







