Se acerca la JMJ. En Madrid se pueden ver los primeros peregrinos. Las rostros empiezan a sonrosarse, deben ser del Norte. Pega el Sol como no lo había hecho en todo el verano. Raja las piedras.
Pero no es lo único que pega. Las hordas progres están que trinan, he de reconocer que lo entiendo. Lo hemos leído, o al menos visto en películas. En los exorcismos el Demonio —ese que para el progre no existe, así que no se molestará por la comparación— primero se burla. Miente. Provoca. Pero en el momento del «dicas mihi quod est nomen tuum» muestra la verdadera cara. Es feo de narices.
Y en esas estamos. Ahora les dio por el dinero. El perfil es casi clónico: tipo/a que colgó los hábitos/sotana y que está profundamente rebotado. Se sigue dedicando a esto de lo religioso en medios de comunicación y escribiendo libros. No rompe amarras porque necesita el dinero, y da para lo que da.
Para ellos es más importante dar unas moneditas a distancia que entregar la vida, que responder a la vocación. No entienden que no son aspectos excluyentes, no pueden serlo. Pero suponen que es más importante dar algo que darse. Más difícil enviar un SMS para ayudar a Somalia que entregarse al Señor y a sus hermanos. Más complicado charlar sobre los pobres que convertirse de corazón. ¡Qué pena!, pero ¡qué claro está todo ahora!. En serio, me da pena, una vida de solterones desamorados hoy y antes. No me extraña que estén como están. Incapaces de ver personas enamoradas, a lo más «dos millones de niños ricos» (sic).
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