Ventilar iglesias irrespirables
Cuando el otro día el cardenal Kasper animaba a los anglicanos a tomar posición sobre su «catolicidad» la sensación fue agridulce. En principio, bien. Le pegaba poco a Kasper este tipo de declaraciones, pero bien. Sin embargo se me antojaba algo de hipocresía. Creo que es fantástico alentar a los anglicanos a definirse, pero también, y en primer lugar, a los de la propia casa. Si no, ¿a qué catolicidad se refiere Kasper?, ¿a Castillo, Tamayo, Masiá, Torres Queiruga o Vidal?, para eso que se queden como están.
Yo estimularía a muchos clérigos y religiosos a definirse con la misma fuerza que se lo exigimos a los anglicanos. No es de recibo que desde un púlpito, una clase o una cátedra se enseñen las neuras, traumas y complejos de fulanito o menganito, y no el magisterio, la tradición y la Sagrada Escritura.
Soy el primero en defender el derecho a pensar y decir lo que se quiera, eso sí, que no intenten colárnoslo como «catolicismo», como una interpretación moderna y actualizada del mismo, profundizar que se dice ahora. Y en el campo el diálogo interreligioso o ecuménico menos, el fin no justifica los medios, y presentar un catolicismo rebajado o aparente no es ningún servicio ni a la verdad, ni al ecumenismo.
Ya sabemos que el P. Masiá no es teólogo católico, pero alardea de tal y de experto en diálogo con los budistas y demás religiones del Extremo Oriente. En su serie de artículos «de desmitificación» de los dogmas católicos, que corren paralelos a su celebración litúrgica, esta semana, en un vil artículo, le ha tocado el turno al Espíritu Santo: Ventilar iglesias irrespirables. Vileza en sus citas, vileza en su desarrollo.
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