Parece que se retrasa el panadero
Son historias de nuestros pueblos, porque ustedes, mis amables lectores, salvo rarísimas excepciones, son gente de ciudad o, al menos, de pueblo grande. Ustedes se organizan y no tienen problema para hacer la compra, tomarse un café y llevar el pan a casa. Afortunados que son. En mis pueblos no tenemos esas cosas. Un bar en Braojos y poquito más.
Aquí la vida comercial funciona a golpe repetido de claxon y según una programación que todo el mundo conoce. Los jueves, lo que llaman los congelados, que viene a ser la tienda de ultramarinos de toda la vida. Los viernes, el frutero. Y el panadero a diario, que con el pan no se juega, y con horario, digamos, semi fijo.

Inutilidades o casi. Porque lo que todos podemos constatar es que, salvo excepciones del todo excepcionales, a las cosas fundamentales de la Iglesia y de la fe cada vez acude menos gente. Las confesiones en caída libre, asistencia a misa dominical bajando, bautizos y bodas qué les voy a contar. Hasta disminuyen las primeras comuniones, en demasiados casos primeras y últimas.
Suena el teléfono y aparece en la pantalla un número desconocido.