13.12.14

¿Es mucho pedir que ayunemos al menos un día por nuestros hermanos en Oriente Medio?

Mientras en la Iglesia se discute -eso sí, libremente- sobre si hay que ignorar las palabras de Cristo acerca del adulterio y las de San Pablo sobre la necesidad de estar en gracia para poder comulgar. Mientras algunos pastores han llegado a plantear que en las uniones homosexuales el “apoyo mutuo, hasta el sacrificio, constituye un valioso soporte para la vida de las parejas". Mientras, en definitiva, se busca la manera de pisotear la Escritura, la Tradición y siglos de Magisterio, en Oriente Medio los cristianos están derramando su sangre por Cristo. 

Satanás, que se complace con los cristianos carnales que anhelan encontrar paz para sus conciencias antes que santidad para andar en santidad, odia a los verdaderos cristianos, especialmente si están dispuestos a dejarse matar antes que renunciar a Cristo.

Lo vemos en la epístola a los Hebreos: “Aún no habéis resistido hasta la sangre en vuestra lucha contra el pecado” (Heb12,4). Mientras que unos luchan para que se reste importancia o no se llame pecado a lo que Cristo llama pecado, otros, niños incluidos, están resistiendo hasta la sangre en su lucha por confesar a Cristo como Salvador, Señor y Rey.

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10.12.14

No estés tan seguro del perdón, mientras cometes un pecado tras otro

¿Hay algo más maravilloso en esta vida que ver a un pecador arrepentirse y ser perdonado por Dios? Dijo Cristo:

Yo os digo que en el cielo será mayor la alegría por un pecador que se arrepiente que por noventa y nueve justos que no necesitan de arrepentimiento.

Lucas 15,7

Es por ello que el evangelio de el anuncio de la buena nueva. Pasar de la esclavitud del pecado a la libertad de andar en comunión con el Señor, para así poder adorarle en espíritu y verdad, es el mayor regalo que puede recibir el ser humano

Pero ese regalo, inmerecido, no le costó poco a Dios. El Padre envió al Hijo a dar la vida por nosotros, a morir en la cruz como cordero inocente para satisfacer su justicia:

Y a vosotros, que muertos estabais por vuestros delitos y por el prepucio de vuestra carne, os vivificó con El, perdonándoos todos vuestros delitos, borrando el acta de los decretos que nos era contraria, que era contra nosotros, quitándola de en medio y clavándola en la cruz.

Col 2,13-14

No parece poca cosa que, a cambio, nos pida el arrepentimiento de nuestros pecados. Sobre todo si ese arrepentimiento es también fruto de su gracia, porque ¿quién podrá arrepentirse si Dios no se lo concede?

San Juan Pablo II, en la exhortación apostólica Reconciliatio et penitentia, citó al papa Pío XII diciendo que “el pecado del siglo es la pérdida del sentido del pecado“. Es posible que hoy tuviera que decir que ese gran mal ha pasado a la vida de multitud de cristianos, que se enfrentan al pecado como si fuera un tema menor, algo irremediable, que no ofende a Dios y que va a ser perdonado así como así porque “Dios es amor".

Y, sin embargo, en la Escritura leemos otra cosa:

No estés tan seguro del perdón, mientras cometes un pecado tras otro. No digas: «Su compasión es grande; Él perdonará la multitud de mis pecados», porque en Él está la misericordia, pero también la ira, y su indignación recae sobre los pecadores. No tardes en volver al Señor, dejando pasar un día tras otro, porque la ira del Señor irrumpirá súbitamente y perecerás en el momento del castigo.

Eccl 5,5-7

Asistimos a la propagación de la perversa idea de que Dios perdona a todos siempre, sin condición, sin necesidad de contrición. Vemos atónitos como se ningunea la gravedad de determinados pecados, que aparecen en la Escrituta como incompatibles con la entrada en el Reino de los cielos. Nos alarmamos ante propuestas de pastoral que en vez de ir encaminadas a ayudar a los fieles a librarse de la soberanía de Satanás en sus vidas, parecen dirigidas a concederles una falsa sensación de paz en nombre de una perversión de la misericordia divina. Contemplamos estupefactos como se promueve un falso cristianismo que consiste en que solo unos pocos pueden vivir en santidad, mientras el resto tiene que conformarse con seguir atados a las cadenas del pecado. Y todo eso alcanza además la calificación blasfema de obra del Espíritu Santo guiando a la Iglesia. Y a quien, por amor a Dios y a las almas, se opone a semejante despropósito, recibe la calificación de fundamentalista, fariseo, hipócrita, falto de caridad, etc.

Mas dice el Señor:

No dejes de hablar cuando sea necesario, ni escondas tu sabiduría. Porque la sabiduría se reconoce en las palabras, y la instrucción, en la manera de hablar.
Eccl 4,23-24

Y:

Lucha hasta la muerte por la verdad, y el Señor Dios luchará por ti.

Eccl 4,28

Y:

Hermanos míos, si alguno de vosotros se extravía de la verdad y otro logra reducirle, sepa que quien convierte a un pecador de su errado camino salvará su alma de la muerte y cubrirá la muchedumbre de sus pecados.

Stg 5,19-20

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9.12.14

Y el sacerdote dijo que María era una mujer casada y probablemente impura

Ayer fui con mi esposa a la Misa de 8:30 de la tarde en nuestra parroquia de Santo Domingo y San Martín en Huesca capital.

Durante la homilía, el sacerdote -no el pàrroco-, tras asegurar que el ángel Gabriel había fracasado (sic) con Zacarías -sacerdote y padre de San Juan el Bautista-, se acercó a Nazaret, donde en una casucha había una “mujer casada y muy probablemente en estado de impureza”.

En esos momentos, mi esposa se se levantó y salió de la Iglesia. Yo, al borde de expresar públicamente mi desacuerdo, aguanté hasta que el sacerdote empezó a a decir que esa mujer había escuchado en las sinagogas que había religiones falsas que enseñaban que había mujeres madres de dioses… no sé cómo acabó esa parte porque decidí seguir los pasos de mi esposa. Tras la homilía, regresamos para poder cumplir el precepto dominical.

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8.12.14

Que no te engañen

En la Misa de ayer se nos leyó el comienzo del evangelio de San Marcos

Comienza el Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios.  Está escrito en el Profeta Isaías: Yo envío mi mensajero delante de ti para que te prepare el camino. Una voz grita en el desierto: Preparadle el camino al Señor, allanad sus senderos. Juan bautizaba en el desierto: predicaba que se convirtieran y se bautizaran, para  que se les perdonasen los pecados. Acudía la gente de Judea y de Jerusalén,  confesaban sus pecados y él los bautizaba en el Jordán. 

Juan iba vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura y se  alimentaba de saltamontes y miel silvestre. Y proclamaba : “Detrás de mí viene el que puede más que yo, y yo no merezco agacharme para desatarle las sandalias.  Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo". 

Mc 1,1-8

Previamente se nos había leído el pasaje de Isaías al que hace referencia el evangelista, y también esta cita de la segunda epístola de San Pedro

Queridos hermanos: No perdáis de vista una cosa: para el Señor un día es como mil años y mil años como un día. El Señor no tarda en cumplir su promesa, como creen algunos. Lo que ocurre es que tiene mucha paciencia con vosotros, porque no quiere que nadie perezca, sino que todos procedan a arrepentirse

2 Ped, 3,8-9

Que no te engañen. Nadie puede anunciar a Cristo sin mencionar la necesidad de arrepentimiento, confesión y perdón de pecados.

Que no te engañen. La paciencia de Dios para contigo no es para que sigas viviendo en tus pecados, sino para que te arrepientas.

Que no te engañen. Si el bautismo de Juan era para perdón de pecados sin más, el de Cristo conlleva recibir el Espíritu Santo, que te lleva a vivir en santidad.

¿Te parece que es imposible vencer al pecado? ¿te han contado que debes conformarte con tu situación y no buscar la santidad plena? Que no te engañen:

no os ha sobrevenido tentación que no fuera humana, y fiel es Dios, que no permitirá que seáis tentados sobre vuestras fuerzas, antes dispondrá con la tentación el éxito, dándoos el poder de resistirla.

1ª Cor 10,13

¿Te han dicho que no es necesario que confieses tus pecados, que Dios sabe que en el fondo eres bueno y te perdona sin más? O, por el contrario, ¿te han dicho que Dios está esperando que hagas la más mínima para condenarte sin remedio? Que no te engañen:

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6.12.14

¿Ama Dios a todos los hombres por igual?

Este es el primer post de una posible serie en la que plantearé preguntas sobre la fe católica. Cabe la posibilidad, aunque espero que no ocurra, de que yo crea que la respuesta correcta es la equivocada. En ese caso, doy por hecho que saldréis todos a ayudarme y sacarme del error.

Si veo que sale bien la cosa, vendrán más. Si no, pues será el primero y último.

De estas dos afirmaciones, ¿cuál creéis que es cierta según la fe católica?

- Dios ama a todos los hombres por igual.

- Dios ama a todos los hombres, pero ama más a los más santos. De hecho, son más santos porque Dios les ama más.

Al final del día, la solución.

Si queréis razonar vuestras respuestas, mejor. No publicaré ningún comentario hasta que dé la respuesta correcta, que incorporaré al post.

Luis Fernando Pérez

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Respuesta.

Tomado de:

Gracia y libertad –VI. Santo Tomás de Aquino

Dios no ama igualmente a todos los hombres. Y si alguien es más santo, es porque ha sido más amado por Dios. Es evidente que las criaturas existen porque Dios las ama: «Tú amas todo cuanto existe, y nada aborreces de lo que has hecho, que no por odio hiciste cosa alguna» (Sab 11,25). También es evidente que entre los seres creados, concretamente entre los hombres, hay unos mejores que otros, hay unos que tienen más bienes que otros. ¿Y de dónde viene que unas personas sean mucho más buenas que otras? Del amor de Dios. Dios no ama igualmente a todos los hombres. Y si uno es más bueno, es porque ha sido más amado por Dios.

Recuerdo un principio previo. El amor de Dios es muy diferente del amor de las criaturas. El amor de éstas es causado por los bienes del objeto amado: «la voluntad del hombre se mueve [a amar] por el bien que existe en las cosas» o personas. Por el contrario, «de cualquier acto del amor de Dios se sigue un bien causado en la criatura» (STh I-II,110, 1).

El amor de Dios es infinitamente gratuito, es un amor difusivo de su propia bondad: Dios ama porque Él es bueno. Así la luz ilumina por su propia naturaleza luminosa, no por la condición de los objetos iluminados. Y amando Dios a las criaturas, causa en ellas todos los bienes que en ellas pueda haber. Consecuentemente, si todos los hombres en alguna medida han recibido bienes de Dios, aquellos que han recibido más y mayores bienes los deben todos a un mayor amor de Dios hacia ellos.

Los santos, en sus autobiografías, dan con frecuencia testimonio agradecido de esta gran verdad, y a Dios atribuyen todo el bien que ellos tienen, que ciertamente es mucho mayor que el de otros hombres. «El Señor ha hecho en mí maravillas» (Lc 1,49). «¿Qién es el que a ti te hace preferible? ¿Qué tienes tú, que no hayas recibido?… Gracias a Dios soy lo que soy» (1Cor 4,7; 15,10).

Por tanto, Dios no ama más a una persona porque sea más perfecta y santa, sino que ésta es más santa y perfecta porque ha sido más amada por Dios. Esta verdad es constantemente proclamada en la Escritura. En ella resplandece el amor especial de Dios por su pueblo elegido, Israel, «el más pequeño» de todos los pueblos (Dt 7,6-8); por María, haciéndola inmaculada ya antes de nacer; por los cristianos, «elegidos de Dios, santos, amados» (Col 3,12); por «el discípulo amado», etc. Por eso Santo Tomás enseña que,

«por parte del acto de la voluntad, Dios no ama más unas cosas que otras, porque lo ama todo con un solo y simple acto de voluntad, que no varía jamás. Pero por parte del bien que se quiere para lo amado, en este sentido amamos más a aquel para quien queremos un mayor bien, aunque la intensidad del querer sea la misma… Así pues, es necesario decir que Dios ama unas cosas más que a otras, porque como su amor es causa de la bondad de los seres, no habría unos mejores que otros si Dios no hubiese querido bienes mayores para los primeros que para los segundos» (STh I,20, 3). Es éste un principio teológico fundamental, que aplica el santo Doctor al misterio de la predestinación (I,23, 4-5) y a toda su teología de la gracia (I-II,109-114).

Son muchos los cristianos que hoy ignoran estas grandes verdades, pues casi nunca les son predicadas. Y por eso se desconciertan cuando las oyen. Pero un cristiano que apenas las conozca, conoce mal, muy mal, el misterio de Dios y el de su gracia. Apenas entiende la maravilla sobrenatural de la vida cristiana.

José María Iraburu, sacerdote