17.12.15

¿Eres parte del remanente fiel?

Como bien sabrá el lector que tiene la sana costumbre de leer toda la Biblia, en tiempos del profeta Elías el pueblo de Israel andaba mayormente adulterando con falsos dioses paganos. Nada distinto de lo que vemos hoy en algunos sectores de la Iglesia -el actual Israel de Dios (Gal 6,16)-, que tienen como dioses paganos el modernismo, el buenismo, la secularización, etc.

Pues bien, leemos en el primer libro de Reyes lo que Dios dice a su profeta:

Y yo haré que queden en Israel siete mil, cuyas rodillas no se doblaron ante Baal, y cuyas bocas no lo besaron.
1ª Rey 19,18

Ustedes se darán cuenta de que:

1- Es Dios quien hace que un número concreto de israelitas permanezcan fieles.

2- Ciertamente, los elegidos permanecieron fieles, porque ya habían sido fieles antes.

San Pablo lo explica así, en relación a los judíos que permanecen fieles al Señor aceptando a Cristo como Mesías:

Entonces digo yo: ¿es que Dios rechazó a su pueblo? ¡De ninguna manera! Porque también yo soy israelita, del linaje de Abrahán, de la tribu de Benjamín.
“No ha rechazado Dios a su pueblo", al cual eligió de antemano. ¿Es que no sabéis lo que dice la Escritura en el episodio de Elías, cómo dirige a Dios sus quejas contra Israel: Señor, “mataron a tus profetas, derribaron tus altares, y quedo yo solo, y buscan mi vida"?
Pero, ¿qué le dice la respuesta divina? “Me he reservado siete mil varones, que no doblaron la rodilla ante Baal".
Así pues, también en el tiempo presente ha quedado un resto según elección gratuita. Ahora bien, si es por gracia, no es por las obras, porque entonces la gracia ya no sería gracia.
¿Entonces, qué? Lo que Israel busca no lo consiguió, mientras que los elegidos lo consiguieron; los demás, en cambio, se endurecieron, conforme está escrito: “Les dio Dios espíritu de necedad, ojos para no ver y oídos para no oír, hasta el día de hoy".
Rom 11,1-8

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16.12.15

La casa de la Misericordia se construye desde la llamada a la conversión

Seamos agentes de la misericordia del Señor. Pero de la verdadera misericordia. Por ejemplo, nos encontramos con alguien alejado de la Iglesia y de Dios, o que está en la Iglesia pero vive en pecado de forma clara y notoria. Le decimos:

- Querido amigo, tengo algo que decirte que puede cambiar tu vida.

- Dime, dime.

- Dios te perdona.

- Ah, qué bien, ¿y de qué me tiene que perdonar?

- De tus pecados.

- ¿Mis pecadooos? Oye, no me seas fundamentalista. Eso de hablar del pecado está pasado de moda. 

Hablar de misericordia a quien ni siquiera reconoce su situación de pecado puede ser contraproducente. Primero habrá que mostrar la realidad del pecado y sus consecuencias. Es más, esa es precisamente la primera tarea del Espíritu Santo:

Y cuando venga Él, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio.
Jn 16,8

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14.12.15

Mi madre, mi maestra

Cuando hace 30 años, por motivos que no vienen al caso y que de ninguna manera justifican lo que hice, me alejé de Dios y de su Iglesia, el Señor tuvo a bien no dejarme tirado en el abismo del que jamás habría podido salir con mis propias fuerzas. Su gracia empezó a operar llevándome de vuelta al cristianismo a través de un matrimonio protestante evangélico. Al poco, pasé a formar parte de una pequeña comunidad evangélica en Madrid, en la que pasé cerca de 7 años creciendo espiritualmente y, sobre todo, en conocimiento bíblico. 

Mas Dios no quería que me quedara allá. Por caminos que solo puedo calificar como providenciales, puso ante mis ojos la belleza de la Iglesia del primer milenio. Aquello supuso el fin de mi identidad protestante y, tras un breve periodo asistiendo a liturgias bizantinas/ortodoxas (las hay católicas), en medio del cual el Señor me concedió el regalo de la maternidad de María, la muerte de mi madre carnal acabó de abrir la puerta de regreso a la Iglesia Católica. De eso hace ya más de 16 años.Como ven ustedes, le debo tanto al Señor que ni mil vidas que viviera serían suficientes para darle gracias por tanto don inmerecido. Y aun así, bien sé que no puedo descuidarme lo más mínimo y debo implorar el don de la perserverancia final, pues como dice San Pablo “el que se crea seguro, cuídese de no caer” (1ª Cor 10,12).

La gran diferencia entre ser católico y protestante consiste en aceptar el lugar que Dios ha dado a su Iglesia en el plan de la salvación. El protestante puede leer mucho la Biblia -de hecho habitualmente la lee más que el católico-, puede rezar como el que mas, pero no acepta la autoridad de la Iglesia de Cristo, de quien la Escritura dice que es la columna y baluarte de la verdad (1ª Tim 3,15), su Cuerpo y su plenitud (Ef 1,23), aquella que da a conocer la multiforme sabiduría de Dios ni más ni menos que los principados y potestades celestes (Ef 3,10). No en vano los padres de la Iglesia decían que no puede tener a Dios como Padre quien no tiene a la Iglesia como madre

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13.12.15

Morir al pecado para vivir en Cristo

Demos los primeros pasos en este Año de la Misericordia para que el Señor nos conceda tomar en nuestras vidas la victoria que Él nos consiguió en la Cruz.

¿En qué consiste esa victoria? Lo explica el apóstol San Pablo en la epístola a los Romanos:

Los que hemos muerto al pecado ¿cómo vamos a vivir todavía en él? ¿No sabéis que cuantos hemos sido bautizados en Cristo Jesús hemos sido bautizados para unirnos a su muerte? Pues fuimos sepultados juntamente con él mediante el bautismo para unirnos a su muerte, para que, así como Cristo fue resucitado de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros caminemos en una vida nueva.

Rom 6,2.4

Dado que todos -especialmente los más santos- somos conscientes de nuestra condición pecadora, nos parece utópica la idea de que ya hemos muerto al pecado. El mismo sigue presente, en mayor o menor medida, en nuestras vidas. Pero nadie dude que si el Padre resucitó a Cristo de la muerte, Él nos resucitará para dejar atrás toda esclavitud pecaminosa y andar en nueva vida. Y aunque eso solo ocurrirá de forma perfecta en la vida eterna, posterior a este peregrinaje temporal, puede y debe ser ya una realidad

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11.12.15

¿A dónde iría sin su misericordia?

No albergo la menor duda sobre una realidad. Soy pecador. Hay todavía muchas áreas en mi vida que no están conformadas plenamente con la voluntad de Dios. Necesito su misericordia, su perdón, su ayuda para liberarme de mis pecados.

No albergo la menor duda sobre otra realidad. Dios me quiere santo. Es más, me concede serlo, de forma que no tengo excusa para no andar en santidad. Si digo que Dios me lo concede, no digo que ya lo sea, al menos no como Él quiere que lo sea. Pero cuando caigo, cuando peco, cuando me separo una y otra vez de su voluntad, no me encuentro con una mirada de condena eterna, sino con la Cruz por la que Cristo paga el precio por mi salvación. Y esa cruz me restaura, me da vida, me ayuda a cargar con mis propias cruces, con mis debilidades. Es Cristo mi Cireneo. Es Cristo quien me concede el perdón a través de sus ministros en el sacramento de la Confesión. Es Cristo quien, una vez perdonado, se me entrega por completo en la Eucaristía, alimento divino que me fortalece para la lucha contra mis pecados. Eso es, en definitiva, la vida cristiana. Caída, perdón, restauración, vida. Pura gracia. Pura misericordia divina.

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