El niño que no quiso morir
Finley parecía destinado a morir antes de poder ver la luz del sol. Su delito, ser candidato a padecer una enfermedad congénita en sus riñones. Un hermano suyo falleció al poco de nacer debido a ese mal. Otro hermano, de veinte meses de edad, sobrevive con un solo riñón. Su madre no estaba dispuesta a pasar otra vez por lo mismo y decidió que los médicos no dieran la oportunidad de vivir a su nuevo hijo. A las ocho semanas de embarazo se puso en manos de esos sujetos con bata blanca que se dedican a acabar con la vida humana dentro del seno materno. Pero algo salió “mal”. En realidad, deberíamos decir que algo salió “bien”. No se sabe bien porqué, el aborto fue fallido. Quizás Finley supo esconderse bien, quizás el galeno asesino tuvo el día tonto. El caso es que el niño siguió dentro de una madre que ya le creía muerto.
Cuando pasaron otras diez semanas, la madre de Finley se dio cuenta de que algo se movía dentro de su vientre. El niño se había hecho mayor y ya daba patadas a quien pensaba que él había acabado cual desecho orgánico en un contenedor de basura. Esta vez la madre decidió salvarle. Todavía podría haberle matado, porque una ley infame así lo permite, pero se ve que no es tan fácil matar a aquel que ya sientes vivo en tu interior.
Finley nació y aunque tiene la enfermedad de sus hermanos los médicos creen que podrá vivir sin demasiadas complicaciones. La medicina que quiso matarle puede ayudarle a vivir. La madre que quiso librarse de él para no tener que pasar por un proceso duro y complicado, hoy dice que no le cambiaría por nada en el mundo. Ella ha tenido suerte. Se le dio una segunda oportunidad y eligió la vida. Pero son millones las mujeres, y los hombres de su entorno, que eligen la muerte. Finley es una bofetada en la cara de todos ellos. Finley es un ejemplo de que merece la pena darle una oportunidad a la vida. Finley es el testimonio vivo de la miseria moral en la que vive una sociedad que no merece la pena sobrevivir, como no sobrevivieron las civilizaciones que sacrificaban sus hijos ante dioses paganos. Finley es la excepción, pero son millones los Finleys a los que no se ha permitido nacer.
Aquellos que creemos que Dios juzga a los pueblos y las naciones, sabemos que antes o después Occidente recibirá el pago a su ignominia. Matamos a nuestros hijos antes de que puedan nacer. Queremos matar a nuestros abuelos cuando ya son molestos. No merecemos sobrevivir y no sobreviviremos a menos que, aunque quizás sea ya tarde, desechemos la cultura de la muerte. Al fin y al cabo ninguna de nuestras naciones tiene un pacto con Dios que le garantice, como a Israel, su supervivencia tras el castigo.
Luis Fernando Pérez Bustamante