InfoCatólica / Cor ad cor loquitur / Categoría: Cultura de la vida

9.06.08

El niño que no quiso morir

Finley parecía destinado a morir antes de poder ver la luz del sol. Su delito, ser candidato a padecer una enfermedad congénita en sus riñones. Un hermano suyo falleció al poco de nacer debido a ese mal. Otro hermano, de veinte meses de edad, sobrevive con un solo riñón. Su madre no estaba dispuesta a pasar otra vez por lo mismo y decidió que los médicos no dieran la oportunidad de vivir a su nuevo hijo. A las ocho semanas de embarazo se puso en manos de esos sujetos con bata blanca que se dedican a acabar con la vida humana dentro del seno materno. Pero algo salió “mal”. En realidad, deberíamos decir que algo salió “bien”. No se sabe bien porqué, el aborto fue fallido. Quizás Finley supo esconderse bien, quizás el galeno asesino tuvo el día tonto. El caso es que el niño siguió dentro de una madre que ya le creía muerto.

Cuando pasaron otras diez semanas, la madre de Finley se dio cuenta de que algo se movía dentro de su vientre. El niño se había hecho mayor y ya daba patadas a quien pensaba que él había acabado cual desecho orgánico en un contenedor de basura. Esta vez la madre decidió salvarle. Todavía podría haberle matado, porque una ley infame así lo permite, pero se ve que no es tan fácil matar a aquel que ya sientes vivo en tu interior.

Finley nació y aunque tiene la enfermedad de sus hermanos los médicos creen que podrá vivir sin demasiadas complicaciones. La medicina que quiso matarle puede ayudarle a vivir. La madre que quiso librarse de él para no tener que pasar por un proceso duro y complicado, hoy dice que no le cambiaría por nada en el mundo. Ella ha tenido suerte. Se le dio una segunda oportunidad y eligió la vida. Pero son millones las mujeres, y los hombres de su entorno, que eligen la muerte. Finley es una bofetada en la cara de todos ellos. Finley es un ejemplo de que merece la pena darle una oportunidad a la vida. Finley es el testimonio vivo de la miseria moral en la que vive una sociedad que no merece la pena sobrevivir, como no sobrevivieron las civilizaciones que sacrificaban sus hijos ante dioses paganos. Finley es la excepción, pero son millones los Finleys a los que no se ha permitido nacer.

Aquellos que creemos que Dios juzga a los pueblos y las naciones, sabemos que antes o después Occidente recibirá el pago a su ignominia. Matamos a nuestros hijos antes de que puedan nacer. Queremos matar a nuestros abuelos cuando ya son molestos. No merecemos sobrevivir y no sobreviviremos a menos que, aunque quizás sea ya tarde, desechemos la cultura de la muerte. Al fin y al cabo ninguna de nuestras naciones tiene un pacto con Dios que le garantice, como a Israel, su supervivencia tras el castigo.

Luis Fernando Pérez Bustamante

4.06.08

¿Necesitará Europa un Pelayo?

Si hace veinte años nos dicen que al cabo de un par de décadas un policía musulmán prohibiría predicar el evangelio en plena calle de una ciudad británica, lo más probable es que no nos lo habríamos creído. La realidad, una vez más, supera la ficción y la peor de las pesadillas. Dos predicadores protestantes evangélicos fueron abordados por un policía de la comunidad islámica que les requirió que dejaran de repartir material de evangelización. No contento con eso, les amenazó muy claramente sugiriéndoles que la próxima vez podrían recibir una paliza. Y lo peor de todo es que no estamos ante un caso aislado. El fundamentalismo islámico se ha aprovechado de nuestras leyes permisivas para instalarse en nuestras ciudades y está imponiendo, lenta pero firmemente, su ley.

Y no será porque no se nos avisó. Hace unos cinco años, en una de las reuniones buenistas para fomentar el diálogo inter-religioso, un líder musulmán dejó atónitos a los representantes cristianos al decirles: “con vuestras leyes os invadiremos, con nuestras leyes os someteremos". Y si no ponemos remedio eso es exactamente lo que va a pasar.

La debilidad moral de Occidente, y en especial de Europa, es el abono perfecto para el avance del Islam radical, ajeno a conceptos como el talante y la alianza de civilizaciones, que en realidad se convierten en instrumentos que desarman a nuestra civilización.

La Europa que pudo contener militarmente la expansión islámica y que incluso, como pasó en España, consiguió recuperar parte del terreno perdido, hoy no tiene apenas capacidad para enfrentarse a un enemigo que se infiltra vía inmigración y que no tiene la más mínima intención de adaptarse a nuestras costumbres, tradiciones y leyes.

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2.06.08

¿Es el marido cabeza de la mujer en el matrimonio cristiano?

En la noticia sobre la excomunión de las mujeres que se prestan a la farsa de ser “ordenadas” como sacrdotisas, he mantenido una charla interesante con algunos de los comentaristas de ReL. Uno de ellos, en este caso una porque es una mujer, citaba Ef 5,22-24 “Las casadas estén sujetas a sus propios maridos, como al Señor; porque el marido es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de la iglesia, la cual es su cuerpo, y él es su Salvador. Así que, como la iglesia está sujeta a Cristo, así también las casadas lo estén a sus maridos en todo“, para a continuación afirmar “Lo cual tiene traducción en consecuencias jurídicas muy precisas y que han probado ser nefastas".

Como quiera que dicha comentarista se negaba a aceptar el magisterio de la Iglesia sobre la reserva de la ordenación sacerdotal para los hombres, le respondí lo siguiente:

Te cito el magisterio de la Iglesia y no lo aceptas. Te cito la Escritura y no lo aceptas. ¿Qué es lo que pretendes? ¿que te de la razón sin más?
Podría explicarte como la sumisión en el cristianismo no es estar uno bajo la bota de otro, o hacerte ver que la Escritura demanda más del marido respecto de la mujer que viceversa, pero es que me parece una pérdida de tiempo.

La reacción no se hizo esperar:

¿Usted está casado? ¿Es usted feliz? ¿O sólo le han dado calabazas en esta vida? Porque eso parece. Quien ama y se siente amado, quien ama al prójimo como a si mismo que es el mandato que hay que cumplir y usted con el debido respeto, se está pasando por el forro dados sus propios condicionantes psicológicos personales, extrae lo peor de las Escrituras. ¿Sabe usted que cualquiera de los profetas era probablemente una persona mucho más inculta que usted y que yo? Tómense los textos y las cosas como de quien vienen: inspiradas por Dios… y escritas por hombres. La IC son sólo hombres: buenos, malos y egulares: homosesxuales, pederastas y hasta criminales que ha habido entre ellos: ¿les otorgamos alguna autoridad sólo porque sí, contra ratio y natura?
No Luis Fernando: examine usted su corazón, porque siendo católico de la manera que que lo es usted, créame: lo veo muy cerquita del diablo. Y no usemos los Evangelios para hacer el mal y recuerde: el Magisterio de la Iglesia en su día quemaba a la gente viva… y además incluso asaditos a fuego lento, sin dejar que el humo los adormeciese pronto sino prolongando el sufrimiento. Luis Fernando: a Dios… no le engañamos nadie. Eso es lo esencial y que usted deberìa tener muy presente.
¿Toda su vida han sido calabazas? ¿Es que ninguna mujer le ha querido de verdad? ¿Es que usted no ha querido nunca a otra persona o no se ha sentido de verdad querido? ¿Cómo puede usted estar tan lleno de odio, de desamor del que en vez de promocionar a prójimo sólo quiere limitarlo de un modo que se sabe que sólo le hace mal?
¿No se da cuenta de que sus posts son un libro abierto, como los de “josafat” que hablan de dolor en el alma?

Ante tantas preguntas respondí:

Estoy felizmente casado, soy padre de tres hijos y antes de que vaya a sugerir nada, le aseguro que no tengo a mi esposa sometida bajo ninguna bota. Eso sí, créame que no es culpa mía que a los ojos de Dios yo sea su cabeza, como Cristo es cabeza de la Iglesia. Yo no elegí que las cosas fueran así, no inspiré las Escrituras (fue el Espíritu Santo), ni desde luego hago un uso personal interesado de dicha enseñanza. Me basta con intentar hacer lo que la Escritura me pide que haga respecto a mi esposa y mis hijos. Aún me queda mucho que mejorar en ese aspecto.

Para ir acabando le diré que, sintiéndolo mucho, desde hace ya bastantes años tengo la “fea costumbre” de aceptar lo que la Iglesia enseña en todo lo referente a la Revelación de Dios, lo cual incluye el asunto de la ordenación sacerdotal reservada para los hombres. Usted no acepta el magisterio de la Iglesia en ese punto. Vale, me parece muy bien. Allá usted.

Y es entonces cuando intervino otro comentarista para preguntarme:

¿Dice en serio que USTED ES CABEZA de su esposa? ¿Y eso es porque SEGÚN USTED lo dice inerrantemente la Escritura? Y ya que bajo una bota no tiene usted a su mujer, ¿en qué consiste, en la práctica eso de que el varón sea cabeza de la mujer?

“intentar hacer lo que la Escritura me pide que haga respecto a mi esposa y mis hijos”
Y eso consiste ¿en…?

Respondí:

Una pregunta:
¿El que Cristo sea cabeza de la Iglesia supone que la oprima, la esclavice, etc?
Como esposo leo esto:
Ef 5,25
Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella.

Y como padre, esto:
Ef 6,4
Padres, no exasperéis a vuestros hijos, sino formadlos más bien mediante la instrucción y la corrección según el Señor.

Si no entendéis lo que significa la sumisión o la sujección en el ámbito de la fe cristiana, no habéis entendido nada. No es la sumisión esclavizante en la que uno es el amo y el otro una especie de ser inferior. El machismo y el feminismo son la perversión de los principios bíblicos que marcan las relaciones entre el hombre y la mujer, entre el marido y la esposa.

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