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12.09.07

Lo que va de una cabeza cortada al elogio de un artista.

Mateo 14,3-1
Pues Herodes había hecho prender a Juan, le había encadenado y puesto en la cárcel por causa de Herodías, la mujer de Filipo, su hermano; porque Juan le decía: "No te es lícito tenerla". Quiso matarle, pero tuvo miedo de la muchedumbre, que le tenía por profeta. Al llegar el cumpleaños de Herodes, bailó la hija de Herodías ante todos, y tanto le gustó a Herodes, que con juramento le prometió darle cuanto le pidiera, y ella inducida por su madre: Dame - le dijo -, aquí, en la bandeja, la cabeza de Juan el Bautista. El rey se entristeció, mas por el juramento hecho y por la presencia de los convidados ordenó dársela, y mandó degollar en la cárcel a Juan el Bautista, cuya cabeza fue traída en una bandeja y dada a la joven, que se la llevó a su madre.

Sin duda eran otros tiempos. El mayor profeta de todos los tiempos, precursor del Mesías, no tenía pelos en la lengua. Llamaba al pan, pan y al vino, vino. Al adulterio lo llamaba adulterio y no buscaba justificación alguna a lo que no la podía tener. Y le importaba poco que el adúltero fuera una persona importante. Tampoco le importó que su vida corriera peligro por decir la verdad sobre la condición pecadora de los poderosos de su tiempo.

Marcos 10,2-12
Llegándosele fariseos, le preguntaron, tentándole, si es lícito al marido repudiar a la mujer. El les respondió y les dijo: ¿Qué os ha mandado Moisés? Contestaron ellos: Moisés manda escribir el libelo de repudio y despedirla.
Díjoles Jesús: Por la dureza de vuestro corazón os dio Moisés esta ley; pero en el principio de la creación los hizo Dios varón y hembra; por esto dejará el hombre a su padre y su madre, y serán los dos una sola carne. Lo que Dios juntó, no lo separe el hombre.
Vueltos a casa, de nuevo le preguntaron sobre esto los discípulos; y El les dijo: El que repudia a su mujer y se casa con otra, adultera contra aquélla; y si la mujer repudia al marido y se casa con otro, comete adulterio.

Eran otros tiempos. El mismísimo Verbo de Dios hecho carne estaba endureciendo las exigencias morales requeridas para ser fieles a Dios. El divorcio, permitido por la ley mosaica, pasaba a ser proscrito por la moral evangélica. Cristo tampoco se andaba con contemplaciones y con medias tintas. Llamaba adúlteros a los cónyuges que se separaban y se volvían a casar. Eso sí, como se demuestra por el caso de la mujer adúltera que iba a ser apedreada, Cristo ofrece el perdón a los adúlteros, para justo a continuación pedirles que no pequen más.

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18.08.07

El niño y la imagen

Escribí este "mini-cuento" al poco de regresar a la Iglesia. Ya casi me había olvidado de él, pero la presencia de un protestante iconoclasta entre los comentaristas de días pasados me ha refrescado la memoria.

El cuento del niño y la imagen

Érase una vez un niño pequeño, de unos 9 años, que había nacido en una familia católica en la cual sus padres tuvieron a bien enseñarle lo poco o mucho que sabían sobre Jesucristo y sobre la fe cristiana.
Ese niño nunca tuvo por costumbre el orar a imágenes porque su mamá le había dicho que para hablar con Dios sólo hacía falta el querer hacerlo, ya que Dios escuchaba siempre a los niños que querían hablar con Él.
Aunque a aquel niño le enseñaron varias oraciones (el "padrenuestro", el "yo confieso", el "ave María", el "credo", el "cuatro esquinitas tiene mi cama", el…..), lo cierto es que llegó a adquirir la sana costumbre de combinar en sus rezos las oraciones ya prefijadas junto con las oraciones que le salían del alma sin un guión previo.

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12.08.07

En conciencia nos resultaría inadmisible

Estaba pensando empezar este post explicando qué significa la Biblia para un protestante evangélico medio, pero creo que un texto del Concilio Vaticano II puede servir para ello:

El amor y la veneración y casi culto a las Sagradas Escrituras conducen a nuestros hermanos separados el estudio constante y solícito de la Biblia, pues el Evangelio "es poder de Dios para la salud de todo el que cree, del judío primero, pero también del griego" (Rom., 1,16).

Invocando al Espíritu Santo, buscan en las Escrituras a Dios, que, en cierto modo, les habla en Cristo, preanunciado por los profetas, Verbo de Dios encarnado por nosotros. En ellas contemplan la vida de Cristo y cuanto el divino Maestro enseñó y realizó para la salvación de los hombres, sobre todo los misterios de su muerte y de su resurrección.
(Unitatits Redintegratio, 21)

No sé quién fue el responsable de ese párrafo, pero sin duda conocía bien a los protestantes evangélicos. Desde luego ese texto sirve para describir al Luis Fernando protestante a la perfección, lo cual puede servir de paso para que se entienda la gran lucha interna que tuve que afrontar para dejar el protestantismo y volver a la Iglesia donde nací, de pequeño, a la fe.

El caso es que al poco tiempo de regresar a la Iglesia, conocí en el foro de Iglesia.net a un buen hombre que participó allá con el nick de "Usoz". Con el tiempo, llegamos a ser todo lo amigos que se puede ser conociéndose sólo por Internet, fenómeno éste digno de ser objeto de otro post. El caso es que cuando conocí a Usoz, él estaba más fuera que dentro de la Iglesia Católica. A su manera era otra de las víctimas del post-concilio y no se encontraba nada cómodo en medio de la permisividad casi total con sacerdotes, religiosos y laicos que en otros tiempos habrían sido desechados como heterodoxos de la Iglesia Católica. Curiosamente, la ausencia de firmeza de la jerarquía contra la heterodoxia le estaba empujando… hacia el heterodoxo protestantismo. Concretamente al heredero de la Reforma radical del XVI: menonitas, utteritas y demás grupos descendientes de los anabaptistas.

Por razones que sólo Dios sabe, Usoz volvió sobre sus pasos cuando me conoció, leyó mi testimonio de reconversión al catolicismo y me vio sudar la gota gorda defendiendo la fe católica, creo que con bastante dignidad, ante un auténtico apologeta evangélico, autor de varios libros y con una preparación teológica e histórica muy superior a la mía.

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11.08.07

Reflexiones sobre la situación de la Iglesia

Estos días he vuelto a leer y releer a Newman, uno de los grandes conversos al catolicismo de los últimos siglos. Sin duda el más destacado de origen anglicano. Prontamente haré una reseña sobre un libro que recoge algunos se sus sermones como presbítero anglicano. Son secillamente geniales. En ellos ya se apreciaba el gran talento que este hombre de Dios acabó poniendo al servicio de la Iglesia. Y sin duda me van a servir a refinar algunas de mis percepciones de la fe en los próximos años.

Pero al mismo tiempo que le leo, me vuelvo a hacer la pregunta que me hice la primera vez que le leí: ¿se habría hecho hoy católico Newman? Sé que no tiene mucho sentido preguntarse eso, porque cada hombre es de su tiempo, y Newman es un hombre del XIX, con las particularidades propias de la Iglesia Católica en dicho siglo. Su batalla contra el liberalismo, y a otro nivel contra el evangelicalismo, dentro del anglicanismo tenía su eco en la batalla que desde el papado se iba a librar contra el modernismo y el liberalismo católico. Esa batalla la ganaron los liberales en la comunión anglicana, y por eso la misma está como está: a punto de desintegrarse. Pero no tiene nada de particular que lo que nació en la cama de un rey adúltero pueda desaparecer en los púlpitos y falsas cátedras de unos pseudo-pastores entregados al parecer de este mundo, y que ya no son capaces de atraer a sus templos ni a las ratas. Sí, ya sé que soy duro pero el anglicanismo hoy es un despojo de lo que fue -y no es que nunca fuera gran cosa-, salvo en su ala más cercana al protestantismo evangélico. Ala ésta, mayoritaria en África, que será la que probablemente firme el finiquito de comunión anglicana.

Pero yo no soy anglicano ni he estado nunca cerca de serlo. Cuando cierto amigo me sugirió la posibilidad de irme con ellos cuando yo estaba en proceso de abandono del protestantismo, le dije que lo de la Vía Media me sonaba a la tibieza que Cristo advirtió que vomitaría de su boca. Lo que me preocupa no es cómo ha enfrentado el anglicanismo al cáncer que acabará por consumirle, sino cómo se ha enfrentado y se enfrenta la Iglesia Católica a ese mismo cáncer. Y, ¡ay!, me temo que a veces la profecía del Señor de que las puertas del Hades no prevalecerán contra su Iglesia, es casi el único asidero al que agarrarse para no caer en el mayor de los pesimismos. Pero el panorama, señores, en mi opinión es bastante desolador.

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6.08.07

Cristo también se viste de carrilero

No sé cuántos habrá en España, pero sin duda deben ser miles. Me refiero a los carrileros. Son hombres (90-95%) y mujeres que pasan su vida de albergue en albergue, de ciudad en ciudad, durmiendo muchas veces en la calle y comiendo en otras tantas de bocadillos. Durante el mes de julio he podido conocer a unas cuantas decenas de ellos en el centro Fogaril de Cáritas diocesana de Huesca. Y créame el lector que una cosa es leer algún artículo periodístico sobre esa realidad y otra encontrársela cara a cara.

Las razones que pueden llevar a una persona a acabar en el carril son de lo más variadas. Desde la adicción al alcohol hasta la ruptura familiar que provoca la depresión y la desesperación. Desde la enfermedad mental hasta la vida según el modelo del hijo pródigo de los evangelios, derrochador de una herencia copiosa. El caso es que detrás de cada carrilero hay una historia personal plagada de errores o desgracias, o ambas cosas a la vez. Y sin embargo, si dejamos un resquicio abierto en nuestro corazón a la realidad del Reino de Dios, podemos ver a Cristo en medio de ellos. No se trata de idealizar a personas que en muchos casos están recogiendo el fruto de lo que en su día plantaron, pero qué cierto es aquello de que en donde abunda el pecado, sobreabunda la gracia.

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