InfoCatólica / Cor ad cor loquitur / Categoría: Magisterio

26.08.15

Qué gusto da oír a los pastores hablar claro

Según se acerca el sínodo, aumenta mediáticamente el número voces asegurando que la Iglesia debe cambiar su doctrina para adaptarla al mundo, en nombre de una supuesta misericordia divina que consiste en que Dios perdona a todos hagan lo que hagan, sobre todo si es en material de moral matrimonial y sexual.

Aunque son mayoritariamente de teólogos disidentes, algunas de esas voces llevan impronta episcopal e incluso cardenalicia, aunque es cierto que tras la reunión “discreta” del consejo en la sombra acontencida en la Gregoriana, parece que las huestes heterodoxas del episcopado mundial están agazapados a la espera de que llegue el encuentro sinodal.

Por otra parte, la mayor parte del sector ortodoxo de la Iglesia mantiene una actitud de aparente indiferencia, de silencio, de espera a los acontecimientos. O sea, algo así como “voy a esperar a ver por dónde va el cauce del río para lanzarme a sus aguas".

Sin embargo, existen algunos pastores que se han tomado en serio su deber de velar por la fe. Y no solo la fe de los fieles que están a su cargo, sino la de toda la Iglesia. Ellos cumplen verdaderamente el mandato del Concilio Vaticano II:

Cada uno de los Obispos que es puesto al frente de una Iglesia particular, ejerce su poder pastoral sobre la porción del Pueblo de Dios a él encomendada, no sobre las otras Iglesias ni sobre la Iglesia universal. Pero en cuanto miembros del Colegio episcopal y como legítimos sucesores de los Apóstoles, todos y cada uno, en virtud de la institución y precepto de Cristo, están obligados a tener por la Iglesia universal aquella solicitud que, aunque no se ejerza por acto de jurisdicción, contribuye, sin embargo, en gran manera al desarrollo de la Iglesia universal. Deben, pues, todos los Obispos promover y defender la unidad de la fe y la disciplina común de toda la Iglesia…

Lumen Gentium 23

Entre los no muchos pastores que, ante el ataque que está recibiendo el sacramento del matrimonio, el de la Eucaristía y, siquiera indirectamente, el de la confesión, no callan públicamente, figuran los que son protagonistas de la portada de hoy en InfoCatólica. A saber:

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6.08.15

Excomunión y acceso a la comunión: breve lección a los medios ignorantes y manipuladores

Como cabía esperar, cualquier declaración del Papa sobre la situación de los divorciados vueltos a casar sería interpretada por los medios de comunicación como la puerta abierta al reconocimiento del adulterio -esa es la palabra que Cristo usa para referirse a quienes están en esa situación- y el acceso a la comunión de esas personas. El Papa dijo que los divorciados vueltos a casar no están excomulgados y los medios dan por hecho que les está permitiendo tomar la Eucaristía. Pues bien, no es así.

Doy por hecho que la mayor parte de los medios de comunicación seculares ignoran que existe una diferencia fundamental entre estar excomulgado y no poder comulgar. Luego están los medios de información religiosa perversos y manipuladores, que aun sabiendo la diferencia, hacen como si no existiera para torcer así el sentido de las palabras del Santo Padre.

Ciertamente todos los excomulgados no pueden comulgar, pero muchos de los que no pueden comulgar, sea de forma temporal o de forma “continua", no están excomulgados.

La excomunión supone literalmente la expulsión del bautizado de la Iglesia. Es la pena medicinal más “dura” y se aplica solo a determinados pecados o delitos. Entre ellos, el de la herejía, el cisma, el aborto y otros. El excomulgado queda fuera absolutamente de la vida eclesial, de tal forma que si muere en ese estado, ni siquiera podría recibir las exequias cristianas.

Como bien explica el P. Pedro María Reyes Vizcaíno:

Por lo demás, no sería legítimo afirmar la excomunión no es una institución evangélica: el Señor, en Mt 18, 17, establece la posibilidad de que la Iglesia expulse de su seno a quienes cometen pecados especialmente graves. Los primeros cristianos ya la practicaron. San Pedro, en Hch 8, 21, expulsó de la Iglesia a Simón el Mago, por pretender comprar el poder de administrar el sacramento de la confirmación: cometió el delito de simonía, que por este episodio tiene tal nombre. San Pablo, en I Cor 5, 4-5 también expulsó de la Iglesia a un delincuente, en este caso a un incestuoso. En esta ocasión, además, el texto de la epístola deja claro que la finalidad de la pena es medicinal: a fin de que el espíritu se salve en el día del Señor. Sin rodeos San Pablo exige a los corintios que apliquen la pena: “¡echad de entre vosotros al malvado!” (I Cor 5, 13).

Es doctrina católica, concretamente dogma de fe, que la comisión de un pecado mortal hace que el fiel no pueda recibir el sacramento de la comunión si no se ha confesado y ha sido absuelto del mismo.

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5.12.14

El cardenal Scola señala dos cosas fundamentales

El cardenal y arzobispo de Milán, S.E.R Angelo Scola, ha concedido una importante entrevista al Corriere della Sera, uno de los principales periódicos italianos. Como cabía esperar, el reciente sínodo extraordinario sobre la familia ha sido el tema más tratado .

Aunque obviamente el titular que damos la mayoría de los medios de información religiosa está centrado en lo que dice acerca de la postura del Papa sobre las tesis del cardenal Kasper acerca de los divorciados vueltos a casar, cabe señalar dos aspectos que me parecen esenciales. El cardenal italiano, tras afirmar que no está de acuerdo con lo que propone el purpurado alemán, añade:

Ciertamente, la posición del magisterio me ha parecido, decididamente, la más seguida en las relaciones de los «círculos menores».

Llama muchísimo la atención que el cardenal reconozca que había dos posturas en el Sínodo. Una, la del magisterio. Otra, obviamente, no es la de dicho magisterio. Eso, por sí solo, lleva a preguntarse cómo es siquiera posible que haya cardenales y obispos que sostienen unas tesis que no son acorden con la enseñanza de la Iglesia sobre esta materia. ¿Y qué es lo que dice el magisterio? Esto:

En unión con el Sínodo exhorto vivamente a los pastores y a toda la comunidad de los fieles para que ayuden a los divorciados, procurando con solícita caridad que no se consideren separados de la Iglesia, pudiendo y aun debiendo, en cuanto bautizados, participar en su vida. Se les exhorte a escuchar la Palabra de Dios, a frecuentar el sacrificio de la Misa, a perseverar en la oración, a incrementar las obras de caridad y las iniciativas de la comunidad en favor de la justicia, a educar a los hijos en la fe cristiana, a cultivar el espíritu y las obras de penitencia para implorar de este modo, día a día, la gracia de Dios. La Iglesia rece por ellos, los anime, se presente como madre misericordiosa y así los sostenga en la fe y en la esperanza.

La Iglesia, no obstante, fundándose en la Sagrada Escritura reafirma su práxis de no admitir a la comunión eucarística a los divorciados que se casan otra vez. Son ellos los que no pueden ser admitidos, dado que su estado y situación de vida contradicen objetivamente la unión de amor entre Cristo y la Iglesia, significada y actualizada en la Eucaristía. Hay además otro motivo pastoral: si se admitieran estas personas a la Eucaristía, los fieles serían inducidos a error y confusión acerca de la doctrina de la Iglesia sobre la indisolubilidad del matrimonio.

San Juan Pablo II, exhortación apostólica Familiaris Consortio, 84

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18.09.14

Paciencia y confianza ante el espantoso ruido mediático alrededor del Sínodo

Cada vez es más evidente que quienes se informan de lo que ocurre en la Iglesia únicamente en medios ajenos a la misma, tienen muchas posibilidades de llegar a creer que el catolicismo está a punto de convertirse en un refrito del anglicanismo o del protestantismo liberal, cambiando sus doctrinas milenarias en asuntos tan delicados como la familia, el sacramento de la confesión y la Eucaristía.

Valga el ejemplo de que ante la publicación de un libro por parte de cinco cardenales recordando que Cristo prohibió el divorcio -llamando adúlterios a quienes se divorcian y vuelven a casar- y que San Pablo advierte que no se puede comulgar a pecar, periódicos españoles de tanta solera como El Mundo o El Correo, titulan la noticia asegurando que los cardenales se rebelan contra el Papa.

Desconocen, por supuesto, que el Santo Padre dijo a los obispos españoles, en su reciente visita ad limina, que desde luego no se podría aceptar dar la comunión a los divorciados vueltos a casar. Al mismo tiempo, afirmó que quería que ese asunto se tratara en este sínodo y en el del año que viene. Pues bien, ese libro viene a ser una especie de prólogo a lo que esos mismos cardenales dirán en los sínodos, si es que les toca intervenir, cosa segura en el caso del cardenal Müller, actual Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe.

Damos por hecho que un periodista ajeno a la fe católica no sabe que hay cuestiones que no pueden cambiar, porque afectan directamente a dogmas de fe. Sin ir más lejos, además de en la Biblia, en el Concilio de Trento se nos da como enseñanza dogmática estos puntos:

1- Los divorciados vueltos a casar viven en adulterio. Lo dice Cristo. Lo enseña la Iglesia.

2- Los adúlteros, como el resto de pecadores, no pueden recibir la absolución si en ellos no hay contrición que conlleva el propósito de no volver a pecar.

3- Los que no reciben la absolución de un pecado mortal, y el adulterio lo es, no pueden comulgar.

4- Para recibir la absolución es necesario que el pecador tenga al menos la intención de hacer aquello que Cristo le dijo a la adúltera a la que evitó ser lapidada: “Vete y no peques más".

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17.09.14

No hace falta que me cuentes historias...

Bruno Moreno nos ha hecho el regalo de traducir al español una carta de San Jerónimo a San Amando de Burdeos. Dado que el primer santo, autor de la Vulgata, es muy conocido, os diré que el segundo, francés, fue un obispo que se dedicó a evangelizar pueblos paganos y que combatió la herejía del priscilianismo. Dada la sabiduría bíblica de San Jerónimo, era normal que algunos obispos le consultaran asuntos de interpretación de la Sagrada Escritura, necesarios para guiar al pueblo por los caminos de santidad.

San Amando quería saber si podía comulgar una mujer cuyo primer marido había incurrido en el pecado de adulterio y sodomía y se había divorciado de ella, a lo cual siguió un segundo matrimonio de ella. San Jerónimo no deja lugar a las dudas. Citando la Escritura afirma que tal cosa no es posible. Pero llama mucho la atención este pasaje de la carta:

No hace falta que me cuentes historias sobre violencia, la insistencia de una madre, la severidad de un padre, la multitud de parientes, los trucos y la insolencia de los criados o las pérdidas de bienes. Mientras su marido esté vivo, aunque sea adúltero y homosexual, esté manchado por todos los crímenes y se haya divorciado de su esposa movido por sus propias maldades, sigue siendo su marido y no puede casarse con otro. No es el Apóstol quien decide esto por su propia autoridad, sino Cristo que habla a través de él.

Algunos pensarán que San Jerónimo no ejercía caridad cristiana alguna. Más bien hay que pensar que la ejerció en grado sumo. De lo que se trata es de la salvación de las almas. Y las almas no se salvan si viven en pecado mortal sin arrepentirse. Cuando existe un peligro real de condenación eterna, las palabras melifluas y contemporizadoras pueden ser contraproducentes. Si tú ves a tu hijo pequeño arrimar su mano al enchufe de la electricidad, no le dices cantando en plan Mary Poppins: “oh, pequeñín, has de saber que aunque comprendo tu necesidad de pasártelo bien y no tengo la menor intención de permitir que vivas infeliz, quiero que sepas que te conviene no meter tus lindos deditos en esos agujeros“. No, más bien le pegas un grito tremebundo -”¡NIÑO, SAL DE AHÍ AHORA MISMO!“- mientras corres hacia él para evitar que se electrocute.

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