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29.02.24

El Padre Augusto Marín, psicólogo, analiza cómo el pecado y la vida desordenada afectan a nuestra salud

El P. Augusto Marín, sacerdote nicaragüense, es una vocación tardía. Psicólogo de profesión, dejó la consulta para abrazar la vida sacerdotal. Sus conocimientos de psicología le ayudan en la dirección de almas. En esta entrevista aborda la relación entre el pecado, la enfermedad y la muerte.

Usted es sacerdote y psicólogo. ¿Por qué le interesa tanto la relación entre el pecado, la enfermedad y la muerte?

Porque es evidente que la raíz de la enfermedad y la muerte está en el pecado. Nuestro Buen Dios nos creó para la vida. Sin embargo el pecado introdujo la enfermedad y la muerte. Cuando perdemos la perspectiva espiritual del hombre, su creación y su fin, perdemos también la posibilidad de un diagnóstico acertado sobre la condición humana y a la vez, hacemos imposible la terapia integral adecuada para tratar los problemas derivados de esta condición humana herida por el pecado.

¿Cómo desarrolla el Catecismo la idea de que por la muerte entró el pecado en el mundo?

El Catecismo, siguiendo la Sagrada Escritura y la Tradición Oral, que constituyen el depósito de la fe católica, enseña que la paga del pecado es la muerte, y que por un hombre entró el pecado en el mundo. Este pecado original nos priva de la gracia santificante y produce heridas en el intelecto (ignorancia), la afectividad (pasiones desordenadas) y la voluntad (debilidad para hacer el bien). El pecado original se borra con el Sacramento del Bautismo, que nos confiere la gracia santificante haciéndonos partícipes de la vida divina.

El pecado produce la enfermedad y la muerte. No se puede comprender plenamente la enfermedad, el sufrimiento y la muerte si se expulsa a Dios de las ciencias de la salud. La raíz de todos nuestros males radica en que desde Adán y Eva, hasta ahora, se da la espalda al plan de Dios para el hombre. Esto sólo puede producir más consecuencias del pecado. Entre esas consecuencias podemos distinguir la enfermedad y la muerte. De manera especial, ese misterio del mal se constata si el que sufre es un niño.

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