InfoCatólica / Razones para nuestra esperanza / Categoría: Anticatolicismo

1.01.14

Penumbras masónicas –3

Comentario crítico del libro: Fernando Amado, En penumbras. La Masonería uruguaya (1973-2008), Editorial Fin de Siglo, Montevideo, 2008, 9ª edición.

5. La doctrina masónica

Fernando Amado reproduce declaraciones de un Obispo uruguayo. Otra vez citaré el texto del libro en letras itálicas, intercalando mis comentarios en letra normal.

“Monseñor NN (omito el nombre), entrevistado para este trabajo, definió a la Masonería como una institución de difícil encuadre en una sola definición debido a la ausencia de rasgos nítidos y permanentes que, en su opinión, es precisamente una de las características de la Masonería.” (p. 83).

Es sin duda cierto que resulta difícil hablar con propiedad de la masonería, debido sobre todo a su carácter secreto. También es claro que entre las distintas organizaciones masónicas existen diferencias no despreciables. Sin embargo, con base en las opiniones de expertos en el tema, sostengo que esas diferencias son accidentales (o sea, de matices), y que la masonería tiene una esencia permanente.

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30.12.13

Penumbras masónicas –2

Comentario crítico del libro: Fernando Amado, En penumbras. La Masonería uruguaya (1973-2008), Editorial Fin de Siglo, Montevideo, 2008, 9ª edición.

3. La condena de la Iglesia católica a la Masonería

Ahora comentaré el comienzo del Capítulo IV, titulado “La Iglesia católica y su adversario de todas las horas: la Masonería”. Citaré el texto del autor en letra itálica, intercalando mis comentarios en letra normal.

1. ¿Ser católico y ser masón, es posible?
1.1 La condena universal de la Iglesia católica

Lo primero que debemos señalar es que la respuesta a esta pregunta nos introduce en un terreno harto sinuoso, de múltiples y variadas respuestas.”
(p. 77)

En realidad, no es así. Esa pregunta admite sólo dos respuestas: “Sí” (la respuesta masónica) o “No” (la respuesta católica).

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28.12.13

Penumbras masónicas –1

Comentario crítico del libro: Fernando Amado, En penumbras. La Masonería uruguaya (1973-2008), Editorial Fin de Siglo, Montevideo, 2008, 9ª edición.

1. Un libro filo-masónico

En el Prefacio del libro en cuestión, que fue un best-seller a escala uruguaya, el autor dice que el objetivo de su libro es “desmitificar las fantasías que se tejen alrededor de la (institución masónica)… e intentar desnudar la verdadera esencia de la orden.” (p. 15). Intenta presentar su trabajo como una investigación objetiva y desapasionada: “El escritor e investigador no debe pertenecer al colectivo que piensa analizar. No sería leal con el lector.” (pp. 15-16).

No obstante, el autor reconoce su fascinación por la masonería: “Lo cierto es que cada día que pasaba quería saber más y más sobre la realidad de la Masonería, una institución que había logrado despertar en mí un interés tan impresionante que sólo podía compararse con mi gran amor: la política. Era todo un mundo nuevo y fascinante a la vez” (p. 15).

El lector puede comprobar fácilmente que esa fascinación anuló en buena medida el sentido crítico del autor, quien, a lo largo de toda su obra, se esfuerza por justificar todos los defectos y errores de la masonería, terminando siempre por absolverla. Estamos, pues, ante un libro evidentemente filo-masónico. Como prueba, me limitaré a citar dos textos, contenidos al comienzo y al final del libro, respectivamente.

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25.05.13

Galileo Galilei (Vittorio Messori)

Según una encuesta del Consejo de Europa realizada entre los estudiantes de ciencias de todos los países de la Comunidad, casi el 30% de ellos tiene el convencimiento de que Galileo Galilei fue quemado vivo en la hoguera por la Iglesia. Casi todos (el 97%), de cualquier forma, están convencidos de que fue sometido a torturas. Los que –realmente, no muchos– tienen algo más que decir sobre el científico pisano, recuerdan como frase “absolutamente histórica” un “Eppur si muove!“, fieramente arrojado, después de la lectura de la sentencia, contra los inquisidores convencidos de poder detener el movimiento de la Tierra con los anatemas teológicos.

Estos estudiantes se sorprenderían si alguien les dijera que estamos ahora en la afortunada situación de poder datar con precisión por lo menos este último falso detalle: la “frase histórica” fue inventada en Londres en 1757 por Giuseppe Baretti, periodista tan brillante como a menudo muy poco fehaciente.

El 22 de junio de 1633, en Roma, en el convento dominicano de Santa Maria sopra Minerva, después de oír la sentencia, el “verdadero” Galileo (no el del mito) dio las gracias a los diez cardenales –tres de los cuales habían votado a favor de su absolución– por una pena tan moderada. Porque también era consciente de haber hecho lo posible para indisponer al tribunal, entre otras cosas intentando tomarles el pelo a esos jueces –entre los cuales había hombres de ciencia de su misma envergadura– asegurando que en realidad en el libro impugnado (que se había impreso con una aprobación eclesiástica arrebatada con engaño) había sostenido lo contrario de lo que se podía creer.

Es más: en los cuatro días de discusión, sólo presentó un argumento a favor de la teoría de que la Tierra giraba en torno al Sol. Y era erróneo. Decía que las mareas eran provocadas por la “sacudida” de las aguas, a causa del movimiento de la Tierra. Una tesis risible, a la que sus jueces-colegas oponían otra, que Galileo juzgaba “de imbéciles": y que, sin embargo, era la correcta. Esto es, el flujo y reflujo del agua de mar se debe a la atracción de la Luna. Tal como decían precisamente aquellos inquisidores a los que el pisano insultaba con desprecio.

Aparte de esta explicación errónea, Galileo no supo aportar otros argumentos experimentales, comprobables, a favor de la centralidad del Sol y del movimiento de la Tierra. Y no hay que maravillarse: el Santo Oficio no se oponía en absoluto a la evidencia científica en nombre de un oscurantismo teológico. La primera prueba experimental, indiscutible, de la rotación terrestre data de 1748, más de un siglo después. Y para “ver” esta rotación, habrá que esperar hasta 1851, con ese péndulo de Foucault, tan apreciado por Umberto Eco.

En aquel año 1633 del proceso a Galileo, el sistema ptolemaico (el Sol y los planetas giran en torno a la Tierra) y el sistema copernicano (la Tierra y los planetas giran en torno al Sol) eran dos hipótesis del mismo peso, a las que había que apostar sin tener pruebas decisivas. Y muchos religiosos católicos estaban a favor del “innovador” Copérnico, condenado, en cambio, por Lutero.

Por otra parte, Galileo no sólo se equivocaba al referirse a las mareas, sino que ya había incurrido en otro grave error científico cuando, en 1618, habían aparecido en el Cielo unos cometas. Basándose en apriorismos relacionados con su “apuesta” copernicana, había afirmado con insistencia que sólo se trataba de ilusiones ópticas y había arremetido duramente contra los astrónomos jesuitas del observatorio romano, quienes decían, en cambio, que estos cometas eran objetos celestes reales. Luego volvería a equivocarse con la teoría del movimiento de la Tierra y de la fijeza absoluta del Sol, cuando en realidad éste también se mueve en torno al centro de la galaxia.

Nada de frases titánicas (el demasiado célebre “Eppur si muove!“), de todas formas, más que en las mentiras de los ilustrados y luego de los marxistas –véase Bertolt Brecht–. Ellos crearon deliberadamente un “caso", útil a una propaganda que quería (y quiere) demostrar la incompatibilidad entre ciencia y fe.

¿Torturas? ¿Cárceles de la Inquisición? ¿Hogueras? Aquí también los estudiantes europeos del sondeo se llevarían una sorpresa. Galileo no pasó ni un solo día en la cárcel, ni sufrió ningún tipo de violencia física. Es más, llamado a Roma para el proceso, se alojó (a cargo de la Santa Sede) en una vivienda de cinco habitaciones con vista a los jardines del Vaticano y con servidor personal. Después de la sentencia fue alojado en la maravillosa Villa Medici en el Pincio. Desde aquí el “condenado” se trasladó, en condición de huésped, al palacio del arzobispo de Siena, uno de los muchos eclesiásticos insignes que lo querían, que lo habían ayudado y animado, y a los que había dedicado sus obras. Finalmente llegó a su elegante villa en Arcetri, cuyo significativo nombre era “Il gioiello” ("La joya").

No perdió la estima o la amistad de obispos y científicos, muchas veces religiosos. No se le impidió nunca proseguir con su trabajo y de ello se aprovechó, continuando sus estudios y publicando un libro –Discursos y demostraciones matemáticas sobre dos nuevas ciencias– que es su obra maestra científica. Ni tampoco se le había prohibido recibir visitas, así que los mejores colegas de Europa fueron a verlo para discutir con él. Pronto le levantaron la prohibición de alejarse a su antojo de la villa. Sólo le quedó una obligación: la de rezar una vez por semana los siete salmos penitenciales. En realidad, también esta “pena” se había acabado a los tres años, pero él la continuó libremente, como creyente que era, un hombre que había sido el benjamín de los Papas durante larga parte de su vida; y que, en lugar de erigirse en defensor de la razón contra el oscurantismo clerical, tal como afirma la leyenda posterior, pudo escribir con verdad, al final de su vida: “In tutte le opere mie non sarà chi trovar possa pur minima ombra di cosa che declini dalla pietà e dalla riverenza di Santa Chiesa“. ("En todas mis obras no habrá quien pueda encontrar la más mínima sombra de algo que recusar de la piedad y reverencia de la Santa Iglesia"). Murió a los setenta y ocho años, en su cama, con la indulgencia plenaria y la bendición del Papa. Era el 8 de enero de 1642, nueve años después de la “condena". Una de sus hijas, monja, recogió su última palabra. Ésta fue: “¡Jesús!”

(Vittorio Messori, Leyendas negras de la Iglesia, Editorial Planeta, Barcelona 1997, 4ª edición, pp. 117-120)

5.04.13

La fe y la razón: dos alas y dos brazos

En el célebre proemio de su encíclica Fides et Ratio sobre las relaciones entre Fe y Razón, el Papa Juan Pablo II dice que: “La fe y la razón son como las dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad.”

Hoy quiero proponer otra metáfora, no opuesta sino complementaria a la de Juan Pablo II: la fe y la razón son también como los dos brazos con los cuales el espíritu humano trabaja y lucha en procura y en defensa de la verdad.

Valiéndonos de esta segunda metáfora, quizás nos resulte más fácil darnos cuenta del gran error cometido por los católicos que han renunciado completamente a usar “el brazo de la fe” en el ámbito político.

El catolicismo se enfrenta hoy, en nuestra civilización occidental, contra un enemigo mortal y muy poderoso, que podríamos definir quizás como el “humanismo secular”: una ideología compleja, de raíces racionalistas y liberales, con fuertes tendencias hacia el ateísmo, el secularismo y el relativismo, y claramente incompatible con la fe católica.

Los católicos mencionados más arriba (que son desgraciadamente muchísimos, la gran mayoría) se asemejan pues a un hombre que lucha contra un enemigo gigantesco y monstruoso (un Leviatán) con un brazo atado en la espalda; es decir, un soldado que incurre en la temeridad y la torpeza de usar un solo brazo en ese peligroso combate.

Ahora dejemos de lado la metáfora. La actividad política se basa siempre en una determinada visión (consciente o inconsciente) del hombre, de la sociedad, de la vida y del mundo. Si, al menos cuando actuamos en forma asociada, como colectivo, renunciamos a hacer uso de los datos de la fe, esa visión sólo podrá ser determinada por la vía racional, filosófica. Esa vía es practicable, pero difícil y de alcance en última instancia limitado.

El ser humano, con la sola luz de la razón natural, puede conocer muchas verdades fundamentales sobre sí mismo y toda la ley moral natural. Empero Santo Tomás de Aquino afirma, y con razón, que de hecho son muy pocos los que llegan a conocer todas esas verdades por esa sola vía, y que generalmente ello requiere muchos años de esfuerzo intelectual, para el que pocos están capacitados, y da como resultado una mezcla de verdades y errores; por lo cual Dios, Padre misericordioso, ha querido revelar sobrenaturalmente muchas verdades que de suyo son accesibles a la sola razón. Así todos pueden llegar a conocer esas verdades fácilmente y sin mezcla de error.

Los relativistas pretenden hacernos creer que la renuncia a las certezas de la fe religiosa es la condición de posibilidad de la convivencia democrática. Se trata de una falsedad y de un grave atentado contra nuestros derechos. Tenemos derecho a profesar nuestra fe no sólo como individuos aislados sino también como comunidad; y a actuar como cristianos (es decir, motivados e impulsados por nuestra fe cristiana) en todos los ámbitos, también el político.

Para nosotros los cristianos, hacerlo así es un deber fundamental de coherencia y fidelidad a Cristo.

Daniel Iglesias Grèzes


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