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16.04.19

(347) Genealogía del personalismo, I: experiencialismo nominalista

Es importante dilucidar, aunque sea brevemente, la genealogía del pensamiento moderno, para comprender a fondo el desarrollo del pensamiento personalista. Para ello hay que ir a Ockham y sus predecesores, debemos remontarnos a los comienzos del antagonismo entre el realismo y el nominalismo y su disputa acerca de los universales, que en el fondo es una disputa acerca de la naturaleza misma de las cosas.

Siendo más, mucho más que un mero debate intelectual, lo que estaba en juego, y sigue estando, es el conocimiento objetivo y real de las esencias, frente al subjetivismo experiencialista.

 

Roscelino (1050-c.1123) es uno de esos heterodoxos que, según San Anselmo, «creen que las sustancias universales no son otra cosa que un soplo de voz». San Anselmo explica que estos herejes están enredados en experiencias y no consiguen liberar la razón (De fide. Trin.,2). Es decir, que su razón es esclava de la experiencia.

Esta incapacidad de liberar el conocimiento del mundo sensible es responsable, incluso, de la herejía trinitaria de Roscelino, porque «quien no comprende ni siquiera de qué manera los hombres constituyen la única especie hombre, ¿cómo podría comprender de qué manera, en la misteriosísima naturaleza divina, varias personas, de las cuales cada una es Dios perfecto, constituyen un solo Dios?». Y lo que San Anselmo añade a continuación nos interesa sobremanera para comprender el equívoco que el personalismo ha heredado del nominalismo. Dice San Anselmo: «quien no entiende que el hombre no es el individuo mismo, de ninguna manera entenderá por hombre la naturaleza humana» (Ibid.) El énfasis exagerado que se da en el paradigma personalista a lo individual único e irrepetible, es herencia indudable de esta mentalidad.

 

El nominalismo medieval, primero a través de autores de segunda fila, luego a través de su gran mente, Guillermo de Ockham, va corroyendo los fundamentos del conocimiento objetivo natural y sobrenatural, y apuntalando el papel de la experiencia subjetiva.  Con el sobredimensionamiento de lo experiencial individual se revuelven las bases de la tradición cognitiva occidental, heredada de griegos y romanos, debidamente corregidos y “redimidos". También juega un papel, en este proceso revolucionario, el resurgir del averroísmo y su escepticismo de doble verdad. La razón está siendo, paso a paso, enfrentada a la fe.

El Doctor Modernus, es decir, Durand de San Porciano (c. 1270-1334), obispo de Meaux, confunde lo universal con lo individual, diversos tan sólo, en su doctrina, por el grado de determinación. Lo universal es indeterminado y lo individual es determinado. Por lo que en el fondo es lo mismo, aunque matizado por la determinación propia de lo individual. Utilizando ideas prenominalistas de Duns Scoto, Durand de San Porciano supone una notable huída hacia adelante de la filosofía en su búsqueda de autonomía respecto del dato revelado, quedando orientada hacia el deconstruccionismo ockhamista.

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25.03.19

(342) El influjo de Heidegger en la teología católica

Cierta teología contemporánea está marcada por la separación heideggeriana de Dios respecto del ser. De ésta se deducen, fácilmente, otras separaciones, fruto de la des-ontologización (en definitiva, subjetivización) de la fe católica.

Y así, la fe se separa respecto de la razón, el Evangelio respecto de la ley moral y el derecho; el Antiguo Testamento respecto de la Antigua Sabiduría (Veterum Sapientia) de griegos y romanos; el orden de la gracia del orden de los seres. La concepción cristiana de la vida social y política se seculariza y al mismo tiempo se vuelve misteriosista a título privado.

Para el católico de hoy, en general, Dios es inaccesible a los conceptos humanos, que considera absolutamente inadecuados para hablar de Él, y a esto llamo misteriosismo; es más, según éste, el mismo empleo de los conceptos es ya un desprecio al Misterio, y la inteligencia de Dios en cuanto es, (aunque no tanto en cuanto ama) resulta un indeseable racionalismo.

De esta forma, se ha hecho común en el pensamiento posconciliar concebir a Dios no como ser sino como solamente amor, o más concretamente, como amor al hombre. Y en cuanto amor que no es, se le ha relegado al mundo de la subjetividad, para no hacer a Dios objetivista. sino emotivista.

 
 1.- Durante los últimos cincuenta o sesenta años, cierta teología católica se puso a hablar en un lenguaje extraño y sofisticado. Era un lenguaje que no le pertenecía, que adoptó de cierto pensamiento europeo de moda, y que utilizó para repensar la fe católica, como si ello fuera posible sin grave daño. Y dado que ese lenguaje tenía como presupuesto la separación de Dios y del ser, quiso tomarla por bandera de los nuevos tiempos. Y así fue como puso de moda, también en la Iglesia, la jerga de la Gran Fragmentación heideggeriana que se estaba propiciando.

El glosario de esa separación de Dios y el ser, (y sus correlatos: la separación del orden divino y del orden de los seres, de la Iglesia y del estado, de la ley moral y de la ley civil, etc.), pasó al lenguaje de los católicos. El desprecio por la metafísica aristotélico-tomista, la devaluación de los saberes heredados, la primacía de la voluntad contra el entendimiento, se hicieron virales; y los neoconceptos sustituyeron, progresivamente, los conceptos tradicionales, puestos en fuera se juego por la suspensión fenomenológica. La muerte de la metafísica llegó al pensamiento católico.

 

2.- Muchos intelectuales católicos se hicieron eco de esta separación de Dios y el ser. Los caminos del conocimiento ya no le servían a los católicos. La fe teologal comenzó a ser una experiencia, una actitud de apertura a Dios, un vivir preguntándose cosas sin querer respuestas, un encuentro subjetivo. ¿No eran, pensaban, las respuestas en sí mismas, tal y como se nos habían transmitido, respuestas heredadas, no pensadas, no interiorizadas, no personales, y por eso no auténticas?

 

3.- De este empacho de pensamiento europeo surgieron un sin fin de consignas: había que simplificar nuestra relación con Dios, se decía, liberarnos de nuestras seguridades y certezas tradicionales, tan poco auténticas y tan racionalistas; “Dios” parecía un término que, pronto, iba a dejar de ser utilizable. Imitando a Heidegger, que tachaba la palabra Ser con una X encima, esta teología neotérica (amante de novedades) presumía de arrodillarse mucho (aunque no en el confesionario), y de ser una tachadura humanista del Dios tradicional, castigador y metafísico.

 

4.- Pero, ¿quién es ese dios que no coincide con el «Ser», ese concepto escolástico tan anticuado, según  el heideggerianismo católico, que debe ser tachado, como debe ser tachada la palabra «sustancia», incluso la palabra Transubstanciación,  siempre tan problemática según algunas mentes eminentes? 

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22.03.19

(341) Fenomenología, filosofía de la acción y hermenéutica de la ruptura

1.- La imposibilidad de un saber fenomenológico deja anémica la razón católica, y ávido de saber auténtico al que en verdad quiere saber.  La teología y la filosofía católicas contemporáneas producen insatisfacción. Muchos quieren engañarse, y convencerse de lo contrario. Pero es en vano. Es un método que no nutre, que no aporta auténticos saberes ni es santificable en sí mismo.

¿Por qué, entonces, introducirlo en la función docente de la Iglesia? ¿No es un riesgo que no vale la pena correr? ¿No es imprudente y temerario poner entre paréntesis los saberes heredados?

Lo diganosticaba con expresividad Eugenio d´Ors:

«Los fenomenólogos repiten un poco el mitológico caso del rey Midas: como todo se vuelve en sus manos y a su contacto oro de existencia, este oro, ayuno del poder que le confieren las esencias, no les permite en modo alguno alimentar su saber. Se morirán de hambre entre los esplendores de su riqueza inútil. Una leve asistencia de crédito fertilizaría su estéril metal, como una reserva de metal garantizaría las agilidades del crédito» (Eugenio D´ORS, El secreto de la filosofía, LXII, 4)

 

2.- En efecto, el método fenomenológico no puede alimentar el saber de la Iglesia discente. Pero ha recibido una asistencia de crédito, como dice Eugenio d´Ors, para que parezca que sí puede hacerlo. Y esta asistencia ha venido de parte del nominalismo. Que aplicando su concepto de autoridad, ha transformado la potestas del gobernante en potencia absoluta que todo lo cree poder legitimar a golpe de decreto. Y se ha convertido en sola fuente de verdad, como quería Hobbes. Estamos hablando de una «sola auctoritas» como principio docente, que es ajeno a la tradición católica.

—Con ello se ha deformado el sentido de la obediencia, mutándola en obediencia absoluta. Por la que se canoniza el gusto intelectual personal de la autoridad, creyendo que la obediencia incluye privilegiar sus preferencias conceptuales privadas.

 

3.- En definitiva, la fenomenología ha recibido crédito no de sí misma sino 1º) de parte de la mayoría de los fieles católicos más o menos formados, que excediéndose en su concepto de obediencia, han asumido, desconociéndolo, el método de Husserl; y 2º) de parte de muchos docentes y pastores, en general, que llevados de un concepto nominalista de la auctoritas, han transmitido la idea de una supuesta complementariedad perfecta entre fenomenología y pensamiento católico.

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7.03.19

(339) Las tres ambiciones de la fenomenología, y su impacto en el catolicismo

1.- Las tres ambiciones de la Fenomenología.— Ni las cosas suceden en vano, ni una crisis sucede porque sí. Porque la Babel contemporánea no se construyó en un día.

Decía Don Eugenio D´Ors, en El secreto de la Filosofía, que «la ambición de Husserl era triple».

La sintetizo:

1ª, encontrar fenómenos puros de conciencia, a salvo de los malvados conceptos.

2ª, liberar esos fenómenos de conciencia de las interferencias del entendimiento, y experimentar su inobjetividad.

y 3ª, comprender esos fenómenos de conciencia a partir del encuentro, la liberación, la experimentación previamente realizada.

Para ello, en conclusión, era preciso poner entre paréntesis los saberes heredados, y situarse  ante el hecho de la conciencia sin conocimientos previos, esto es, sin tradición.

 

2.- Estos tres anhelos fenomenológicos no cayeron en saco roto. La escuela personalista no dudó en satisfacerlos y expandirlos, sembrándolos en la tierra tradicional del catolicismo.

El choque de conceptos, al principio, no pasó desapercibido. Pero en poco tiempo embelesaron inteligencias y ganaron adeptos. La tradición, en general, la pequeña y la grande, fue puesta entre paréntesis, como demandaba el nuevo método (aunque no explícitamente negada, sino en suspensión teleológica, como diría Kierkegaard: fue puesta al servicio de la nueva praxis tripartita, y así nació la pastoral posmoderna).

 

3.- Que tuvo, y tiene, también su trípode: de la ambición primera surgió la concepción fenomenológica de la fe, que ya no consiste en creer, sino en encontrar, experimentar, confiar, sentir, etc. El deseo de fenómenos puros de experiencias espirituales sin conceptos suscitó una insana atracción por las técnicas deconstructivas orientales, y el zen y el yoga se volvieron virales.

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5.03.19

(338) La lluvia interrumpida. Beato Diego José de Cádiz

Beato Diego nació en la ciudad del Atlántico el 30 de marzo de 1743. De las calles y las olas de Cádiz pasó al convento de los Padres capuchinos de Sevilla, donde profesó austerísima vida el 31 de marzo de 1759. Vive oculto, estudiando y orando, hasta los veintitrés años de edad, en que es ordenado sacerdote en Carmona, en 1766.

Otros siete años más se dedica al estudio y a la vida ascética en el convento de Ubrique. Allí, en la sierra gaditana, tiene la visión apostólica que determinará su vida. La describe su biógrafo y estudioso, Fray Ambrosio de Valencina:

«allí siente venir sobre sí el Espíritu de Dios, que le da el fuego de los Profetas, la sabiduría y el celo de los Apóstoles, el heroísmo de los Mártires, y lleno del Espíritu Divino, recorre, predicando y haciendo prodigios, las Andalucías, Murcia, Valencia, Cataluña, Aragón, ambas Castillas, León, Galicia, España toda entera; y en todas partes es oído como un oráculo, como un enviado de Dios, que prueba su misión con multitud de milagros» (P. VALENCINA, El director perfecto y el dirigido santo, correspondencia entre el Beato Diego José de Cádiz y su director espiritual Fray Francisco Javier González, Sevilla, Imprenta de la Divina Pastora, 1924, p. 7).

Dios le concede numerosos dones, curaciones milagrosas, milagros y portentos, conversiones de multitudes, que abarrotan Iglesias, plazas, calles, para escucharle predicar, implorarle curaciones o consejo.

Beato Diego ora abrazándose al crucifijo, a las imagenes de Nuestra Señora, su vida de oración no tiene descanso, y su penitencia no se demora. Se cree el hombre más vil del mundo, pero es consciente de su misión.

Predica con fuerza contra las ideas ilustradas y el ethos de la Revolución, defendiendo la raigambre tradicional de España. Y es odiado por los neotéricos, por los que quieren, para la Hispanidad, las nuevas ideas que vienen de más allá de los Pirineos. Beato Diego, para los proliberales, será ya siempre el gaditano reaccionario, el capuchino oscurantista opuesto al progreso.

 

La lluvia interrumpida

Predicaba el beato Diego José de Cádiz en la Iglesia de San Pablo para pasmo de los cordobeses; más no cabiendo la gente, de tanta que había, saliose el santo a predicar en la plaza de la Corredera. La tarde era lluviosa. Comenzado el sermón, tumultuoso y potentísimo como siempre, la lluvia comienza a arreciar, y de tal forma, que según cuenta Fray Ambrosio de Valencina “en tales términos que parece un diluvio". 
Y sigue contando el biógrafo que, de tal forma torrenciaba, que el santo enarbola su crucifijo, haciendo la señal de la cruz sobre las nubes, al mismo tiempo que clama con voz de trueno: “en nombre de la Beatísima Trinidad, de la Virgen Santísima Madre del Buen Pastor, del Arcángel San Rafael protector de esta ciudad, y por los méritos del V.P. Posadas… ¡cese pronto esta agua!”
Y el agua cesa en el recinto de la plaza durante hora y media que duró el sermón, mientras llovía torrencialmente en los alrededores de la misma.
Movió grandemente a penitencia y dolor de pecados a toda la multitud, y de tan grande manera, que recordando lo sucedido, pudo D. Victorio Molina y Pastoriza escribir que tras el fin de la predicación:

«Huye Fray Diego al convento,
que los aplausos le amargan,
y el prodigio pregonando
la multitud se separa.
Quedó la plaza desierta,
y el suelo mojado estaba,
que lo que el cielo no hizo
lo hicieron luego las lágrimas.»

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