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4.01.18

(236) Sólo hay gracia para el querer de Dios

Haz bien cuanto hagas, con vínculo de caridad. Sé recio en tu perfección, bravo en tu hacer, soldado por gracia de la voluntad de Dios. No tengas tu alma a los pies de otra tarea que aquella que tienes entre manos, y que viene de lo alto; no te toque el crepúsculo y compruebes, entre tus manos, la nada, la sombra de lo omiso, la elipsis del mal. Solamente la santidad es faro entre tinieblas.
 

El auxilio divino fortalece la capacidad de decisión según el plan divino, tras un discernimiento adecuado, en que el Espíritu Santo suscita la luz que se precisa, y nos mantiene al mismo tiempo alertas a una posible rectificación. Los propósitos firmemente determinados, que Dios concede para la oración, para los sacramemntos, son el seguro de nuestros pasos de perfección.

 

Nuestra configuración sobrenatural con Cristo nos hace participar de su cruz, nos va haciendo Varón de Dolores, como Cristo, el Fuerte. Su don nos va liberando de preocupaciones, tensiones y conflictos, que en el hombre exterior son como una segunda piel. Tener por gracia un estómago duro para asimilar la vida, y nervios templados y afinados al momento y a sus sombras. Ejercitarse sacramentalmente cada día, de buen humor, con desenvoltura sobrenatural.

 

El Espíritu Santo, nuestro Defensor, nos mueve a resistir penalidades y hacer penitencias para llevar nuestra cruz. Con ello nos entrena en soportar altas dosis de tensión mental, digerir el plomo de todos los temores. Objetivar los contratiempos, plantar rostro a los problemas, no rehuir el encontronazo con el miedo. Darse cuenta, momento a momento, de la gran ocasión de purga que para nosotros supone el sufrimiento. Con la asistencia de la gracia, resistir y controlarse, abstenerse para fortalecerse y digerir bien el mal.

 

Soporta y abstente. Que te sea indiferente perder o ganar, excepto el alma, en una pura indiferencia sobrenatural, de fe, esperanza y caridad. No te acomodes a este mundo. Acostúmbrate a no tener cuanto deseas de él, cuanto anhelas de la tierra durante el día o la noche. Vive sólo de Cristo, desea sólo a Cristo, gana sólo a Cristo, y nunca lo pierdas por nada del mundo.

Porque es Él mismo quien dijo sin Mí no podéis hacer nada. (Jn 15, 5)

 

David G. Alonso Gracián

 

(235) Contra el funcionalismo de la Modernidad

1.- La suspensión teleológica de lo ético es un concepto clave en Søren Kierkegaard (1813-1855), tal y como explica, con dramáticas expresiones, en Temor y temblor. La idea es potente, pero errónea en su versión funcionalista: para cumplir la voluntad de Dios, en ocasiones, cree el danés, es preciso desactivar la ley moral, o como se diría hoy hacer una excepción a un acto intrínsecamente malo, para poder obedecer sin culpa al Todopoderoso. Abandonar lo general, en función de un paso trágico a un estado particular superior.

Puesto que si la ley natural es suspendida en el aire, por así decir, no es transgredida sino evadida, eludida inculpablemente. A Dios le agradaría la suspensión, pues es potencia absoluta, y no ordenada.

—La noción parte de una visión nominalista de la ley natural, que el protestantismo adquirió a través de Gabriel Biel (ca.1410 -1495); según ésta, la ley moral es considerada un valor separado de la naturaleza humana, puesto en función de la conciencia subjetiva; valor que puede ser dejado en suspenso en la esfera de lo general, como apartado de la existencia particular. Friedrich Schelling (1775 -1854) intentó superar esta dualidad, aportando una brillante solución: lo particular puede portar lo absoluto sin merma de absolutidad: la acción personal no puede renunciar a su valor eterno sin perder culpablemente lo absoluto participado.

Pero la idea kierkegaardiana, en su versión funcionalista, es falsa: no se puede poner en suspenso la ley natural en función del propio sentido de la vida, porque Dios no puede poner en suspenso su propia sabiuduría ni puede inhabilitar temporalmente el fin último sobrenatural del hombre. Dios no puede querer que el hombre salte por encima de su propio logos. Dios no puede querer que se transgredan sus mandamientos. Dios no hace excepciones a su razón en función de la conciencia subjetiva. Lo absoluto no está en función de lo particular.

 

2.- Este concepto de suspensión teleológica nos remite a una visión utilitarista de la ley moral, por la que ésta es buena si sirve para complacer la subjetividad. El funcionalismo engendra toda una cosmovisión pelagianísima, que puede fundamentarse con un Principio de Inmanencia, tal y como lo expone Maurice Blondel (1861 -1949). En la obra de este autor, parece que la naturaleza está en función de la gracia de una manera meramente instrumental.

—Lo matizó la Humani generisEsta Segunda Pascendi, de 1950, es una aviso monumental contra el funcionalismo existencial. La gracia no está en función de la naturaleza. Antes bien la supone y perfecciona gratuitamente. La ley moral no está en función de la inamencia, antes bien proyecta la acción voluntaria hacia la Tierra Nueva, para la gloria del Dios Uno y Trino. 

 

3.- Justificar al hombre es obra de la gracia, pero no en función de la voluntad, como insinúa el molinismo. En la obra de la gracia, que mueve la voluntad a moverse por sí misma, siempre hay un Principio de Gratuidad que anula toda necesidad y toda inmanencia, y que procede directamente del Corazón Crucificado del Señor, por su Iglesia.

La generosidad de Dios santificador se extiende, ante todo y sobre todo, a ser eficaz Causa Primera. Dios nunca actúa en función del hombre. La obra sobrenatural es obra cien por cien de la gracia, cien por cien de la voluntad, sin que se sumen en un doscientos por cien. Dios no espera al hombre, antes bien lo prepara para el fiat, sosteniéndole en su asentimiento.

 
4.- La visión funcionalista de la religión, que Joseph Ratzinger critica con mucha agudeza en Mirar a Cristo, calificándola de pelagianismo de los piadosos, consiste precisamente en justificar la propia vida cristiana en función de la gratificación natural que proporciona, la felicidad terrena que produce, o los recursos en general que moviliza en orden a un logro material.
 
Pero la ley no está en función de la autosatisfacción, ni del sentido individual de la vida, sino al servicio de una libertad saludable, hecha posible por la gracia, y ordenada al fin último.
 
Es la concepción secundaria de la vida cristiana, que diría el filósofo Romano Amerio,  centrada en la sola gratificación terrena, redundante de inmanencia eudemónica. La oración, según este enfoque, deja de ser interpretación de la esperanza, como enseña el Aquinate, para ser presunción de ganancia. Mediante la oración, enseña el Doctor Angélico, «el hombre hace entrega de su mente a Dios, sometiéndola a Dios por reverencia y, en cierta manera, poniéndola delante de sus ojos» (Suma II -IIae, 983, a3, ad.4). Ponerse delante de los ojos de Dios y confesar nuestra absoluta dependencia, es la mejor manera de no vivir la fe en función de nuestra personalidad, sino al servicio de Dios.
 
5.- Para el humanismo renacentista de Carolus Bovillus (1475 -1566), uno de los fautores del antropocentrismo piadoso, la Creación entera existe en función del hombre uno y trino, el homohomohomo.  Como explica en De sapiente, 8, el hombre, como Prometeo, se conquista a sí mismo, y de ser hombre substancial pasa a ser hombre adquirido, y «sólo el necio queda como deudor de la naturaleza».
 

Es el comienzo la Modernidad como suspensión teleológica de la ley moral, y a través de ella de la soberanía de Dios. 

 

David G. Alonso Gracián