La Iglesia soñada
Hablo de la Iglesia soñada por muchos -no por mí, evidentemente-. Una Iglesia donde la moral sexual sea respetuosa con las opciones personales y no se condene la homosexualidad, la poligamia, la poliandria, etc. Una Iglesia que regale condones a la salida de cada celebración comunitaria, en especial a los jóvenes y a las parejas con dificultades económicas. Una Iglesia donde la liturgia sea modificada en base a los gustos de cada comunidad parroquial y no esté aprisionada por normas arcaicas. Una Iglesia donde no haya discriminación entre hombres y mujeres, de tal manera que éstas puedan acceder al sacerdocio, el episcopado y, ¿por qué no?, también al papado.
Una Iglesia donde el dogma pase a ser proscrito, pues impide la libertad de conciencia al obligar a todos a aceptarlo para ser miembros de la comunidad. Una Iglesia donde el Código de Derecho Canónico pase a ser una reliquia impía, recuerdo de un pasado de opresión. Una Iglesia que niegue la posibilidad de condenación eterna y se oponga a la existencia de un infierno que, sin duda, es contrario a la idea de un Dios bueno, misericordioso y guay. Una Iglesia consciente de que su libro sagrado, como el resto de libros sagrados, no deja de ser una colección de mitos moralizantes con cierto ropaje de verosimilitud histórica, que en todo caso no es testigo fiable de hechos históricos.