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7.07.19

Pidamos a Dios la repulsa de nuestros pecados

Del Oficio de Lecturas de hoy en la Liturgia de las Horas:

Yo reconozco mi culpa, dice el salmista. Si yo la reconozco, dígnate tú perdonarla. No tengamos en modo alguno la presunción de que vivimos rectamente y sin pecado. Lo que atestigua a favor de nuestra vida es el reconocimiento de nuestras culpas. Los hombres sin remedio son aquellos que dejan de atender a sus propios pecados para fijarse en los de los demás. No buscan lo que hay que corregir, sino en qué pueden morder. Y, al no poderse excusar a sí mismos, están siempre dispuestos a acusar a los demás…

Sintamos disgusto de nosotros mismos cuando pecamos, ya que el pecado disgusta a Dios. Y, ya que no estamos libres de pecado, por lo menos asemejémonos a Dios en nuestro disgusto por lo que a él le disgusta. Así tu voluntad coincide en algo con la de Dios, en cuanto que te disgusta lo mismo que odia tu Hacedor.
San Agustín de Hipona, Sermón 19,2-3

El camino al cielo está jalonado de caídas provocadas por nuestros pecados. Caídas de las que nos levantamos por la gracia de Dios a través del sacramento de la confesión. Sacramento que empieza por el reconocimiento interno de nuestras infidelidades y que acaba en el confesionario y el cumplimiento de la penitencia que se nos imponga.

No hay cosa más peligrosa para el alma que tener en poco el pecado, especialmente si se trata del pecado mortal. Quien así obra, puede parecer que está vivo, pero en realidad es un muerto en vida.

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