Los albigenses en León

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Introducción

La herejía cátara, una secta gnóstica originada en los Balcanes, afectó a varios países de la Cristiandad occidental. En España sólo tuvo importancia en los condados catalanes de Cerdaña, Rosellón y Urgel a principios del siglo XIII, en relación con los exiliados desde el Languedoc. No obstante, se ha registrado un grupo cátaro en otra zona peninsular: la ciudad de León, capital entonces del reino del mismo nombre, sucesor del de Asturias, pionero de la Reconquista hispana.

El obispo Lucas de Tuy (conocido en la historiografía por el Tudense), natural de la capital leonesa, ha relatado este episodio en el libro tercero de su De altera vita fideique controversiis adversus Albigensium errores. Aunque como protagonista del relato hay que tomar con prevención su objetividad, lo cierto es que los pocos datos que se conocen por otras fuentes confirman su autenticidad.

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Las doctrinas

El Tudense resume cuáles eran las enseñanzas profesadas por los cátaros de León, similares a las conocidas en Francia e Italia, pero con algunas particularidades.

En cuanto a soteriología, enseñaban que durante la muerte, ni Jesús ni los santos consolaban al alma del justo, y que esta salía del cuerpo con gran dolor (resabios de antimaterialismo gnóstico). Afirmaban que no existía juicio particular, y que los santos no iban al cielo hasta el Juicio Final, por lo que acogerse a su intercesión no era efectivo. Negaban las verdades católicas sobre el infierno: decían que las penas del infierno son temporales y no eternas; simbólicas y no corporales. Para ellos, los demonios no tenían capacidad de tentar a los hombres. Asimismo, que todos los condenados sufrían los tormentos por igual, independientemente de la gravedad de sus pecados. Negaban el purgatorio y la eficacia de las indulgencias, y sostenían otras doctrinas más cabalísticas, como que el infierno se hallaba en las regiones superiores del aire.

Como consecuencia, condenaban la veneración de los sepulcros de los santos, las solemnidades y cánticos de la Iglesia, los toques de campana, las peregrinaciones a lugares santos o la veneración de las imágenes. Como se ve, anticipaban en sus enseñanzas muchos de los postulados protestantes.

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El establecimiento de los albigenses en León

El apologeta del catarismo en la ciudad fue un francés llamado Arnaldo (¿tal vez un seudónimo que homenajeaba a Arnaldo de Brescia, uno de los más célebres reformadores gnósticos del siglo XII?), llegado a la ciudad por el año 1216. Según el Tudense, enseñaba el naturalismo filosófico, negando la divina Providencia en la creación y conservación de las especies. Como se ve, doctrinas que parecen muy modernas, pero son muy antiguas.

También enseñaba que el mal fue el creador de todo lo material (maniqueísmo) y que las Sagradas Escrituras únicamente eran válidas si se tomaban en sentido místico y no literal.

Parece ser que varios presbíteros y monjes (reales o fingidos) fueron seducidos por la elocuencia de Arnaldo, y en conciliábulos más o menos secretos convencieron a muchos vecinos. El Tudense les acusa de negar la virginidad de María, interrumpir los oficios divinos con canciones profanas y lascivas, disfrazarse con vestiduras eclesiásticas en las fiestas populares para hacer ante el pueblo burla de cantos y oficios religiosos con cantinelas, mimos y juegos satíricos. Se lamentaba don Lucas de que algunos clérigos disculpaban y aún colaboraban en tales irrisiones irreverentes… ¿les suena de algo?

Acusa también a los judíos de encubrir y ayudar a los albigenses (incluyendo sobornar a jueces y engañar a los gobernantes para que libraran a los herejes de las leyes enderezadas contra ellos). En realidad, el judaísmo está lejos de las enseñanzas cátaras, por lo que probablemente esta acusación más bien retrate la cooperación de miembros de dos grupos religiosos minoritarios y mal vistos.

Otra opción es que los judíos que ayudaran a los albigenses fuesen seguidores de la Cábala, una escuela esotérica hebraica precisamente nacida en Occitania y Cataluña a finales del siglo XII, considerada herética por los judíos más ortodoxos, pero cercana al gnosticismo, en cuyo caso sí podría establecerse una relación doctrinal directa entre unos y otros. Sus enseñanzas no son iguales pero sí comparten diversas ideas (el emanatismo, la interpretación alegórica y arbitraria de las Escrituras, el ocultismo o el esoterismo).

Hasta donde yo sé, no se ha podido probar esta relación (coherente en tiempo y espacio) entre las dos sectas neoplatónicas en León.

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La primera expulsión de los cátaros de León

Arnaldo parece ser el autor de la copia y difusión de varios libros patrísticos corrompidos con citas espúreas para hacerlos parecer favorables las tesis heréticas. También se le acusaba de ser el introductor de ciertos cuentecillos apologéticos del gnosticismo con los que se adoctrinaba a los más sencillos. Su sabor orientalizante es innegable, y nos remite al origen asiático de su doctrina.

Para disminuir la veneración por la Santa Cruz (como todos los gnósticos, los cátaros eran docetistas y negaban la Redención) contaban esta historieta: “dos caminantes encontraron una cruz; el uno la adoró, el otro la apedreó y pisoteó, porque en ella habían clavado los judíos a Cristo; acertaron los dos”. Para combatir la veneración de imágenes de santos decían “un clérigo robó la candela encendida por una mujer ante el altar de la Virgen. Esta reprendió en sueños a la mujer por su devoción inútil”. Para sembrar la desconfianza contra la jerarquía eclesiástica contaban una fabulilla: “Un laico predicaba sana doctrina y reprendía los vicios de los clérigos. Acusáronle éstos al obispo, que le excomulgó y mandó azotarle. Murió el lego y no consintió el obispo que le enterrasen en sagrado. Una serpiente salió de la sepultura y mató al obispo”.

Hay un hilo que une directamente los apócrifos gnósticos del siglo III y Prisciliano, con los cátaros de León y con cierta teosofía espiritualista contemporánea, en forma de relatos breves y “humanos” (también de origen asiático) que tienden a confundir y desautorizar la doctrina cristiana.

No mucho después, Arnaldo murió de una apoplejía el día de la festividad de san Isidoro. Según el Tudense, se hallaba copiando (y presuntamente manipulando) precisamente el Libro de los Sinónimos, del padre hispalense, en lo que el cronista no pudo ver sino un signo del cielo. Había formado en torno suyo una escuela de discípulos en los que no faltaban clérigos y frailes. El obispo Rodrigo de León, preocupado por los altercados que comenzaban a producirse, prohibió la difusión de doctrinas heréticas y desterró de la ciudad a los cabecillas más señalados.

Pero ello no significó que el catarismo hubiese sido erradicado de León. Sólo acallado. Tanto los exiliados como los que quedaron silentes en la ciudad esperaban su oportunidad para regresar al proselitismo quince años después.

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El retorno de los heréticos

Murió el obispo don Rodrigo en 1232, y los canónigos de la capital del reino no se pusieron de acuerdo para elegir sucesor. Aprovechando la confusión, unos albigenses afirmaron que una fuente de la ciudad junto a la que estaba enterrado Arnaldo, manaba sangre. El Tudense afirma que se trataba de un engaño provocado por ellos mismos, y que varios de los adeptos secretos se hacían pasar por enfermos, cojos o endemoniados que se curaban al beber el agua de aquella fuente.

La devoción y la superstición hicieron su efecto, y muchos ciudadanos creyeron verdaderamente en la santidad del difunto. Una colecta permitió a los cátaros levantar un templo sobre los huesos desenterrados de Arnaldo y colocados en una especie de altar elevado, para ser venerado por los adeptos. Confundían de ese modo el culto de los fieles a los mártires cristianos sobre cuyos restos enterrados se alzaban muchos templos católicos.

Un truco que al parecer empleaban era el de dejar libelos con sus doctrinas por el monte, para que los hallaran los pastores con órdenes de llevarlas a los clérigos (que eran quienes sabían leer). En ellos se afirmaba que habían sido escritos por el Hijo de Dios en persona y transportados desde el cielo por los ángeles. Al parecer, bastaba que estuviesen perfumados con almizcle para convencer a los simples de su origen sobrenatural. Enseñaban en ellas a descuidar ayunos, confesiones y otras tradiciones eclesiásticas. Resulta sorprendente pero parece que no pocos sacerdotes quedaban impresionados por este sistema lo suficiente para hacerles dudar, cuando no adherirse a la doctrina albigense. Es obvio que la formación sacerdotal dejaba que desear en aquella comarca.

Los frailes predicadores (dominicos) y los menores (franciscanos) de la ciudad, al conocer los hechos, lanzaron encendidos sermones contra los heterodoxos, pero para entonces ya estaba la ciudad dividida. Al igual que en Occitania, católicos y albigenses se habían convertido en dos bandos irreconciliables, y la paz social se hallaba gravemente amenazada por los enfrentamientos, a veces callejeros, entre unos y otros.

De nada sirvió que los obispos del reino (en León había sido finalmente elevado Martín Alonso) publicaran decretos de excomunión para los que siguieran las enseñanzas de Arnaldo, la comunidad gnóstica de la capital estaba firmemente asentada.

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La intervención de Lucas de Tuy

Aunque el Tudense no da su nombre, todos los historiadores hispanos posteriores (Mariana, Florez, Risco, etc) coinciden en que el siguiente protagonista de la crónica es el propio autor, ya que los datos biográficos coinciden: un joven diácono, nacido en León, estudiante en Roma con el célebre fray Elías de Cortona, protegido del papa Gregorio IX, tras volver de una peregrinación a los Santos Lugares. En su estancia en Roma había conocido las enseñanzas de los valdenses y patarinos, los parientes italianos de los cátaros. Al saber que tales errores se habían propagado a su tierra natal, regresó de inmediato para combatirla, poseído de un auténtico “espíritu purificador”. No hay duda, se trata del propio cronista, Lucas, que sería obispo de Tuy.

Tras informarse bien de primera mano de los detalles del caso, pronto comenzó a reprender a sus connaturales, tanto en privado como en severas diatribas callejeras, por haber dado cobijo a la mentira albigense. Al punto llegó de presentarse ante el consistorio, acusándoles de acoger herejes y ofender a Dios con su tibieza en perseguirlos. Para ello, relacionó la sequía pertinaz que azotaba a toda la comarca desde aproximadamente la misma época en que comenzó el supuesto prodigio de la fuente (unos diez meses) como castigo divino por su impiedad, y aseguró a los patricios de la ciudad que no llovería en tanto el templo de la herejía y los huesos que albergaba no fuesen derribados.

El juez municipal le preguntó: “Derribada la iglesia ¿nos aseguráis que lloverá y nos dará Dios agua?”. “Dadme licencia para derribar aquella casa, que yo prometo en el nombre de Nuestro Señor Jesucristo, so pena de mi vida y prendimiento de mis bienes, que dentro de ocho días acudirá nuestro Señor con el agua necesaria y abundante”. Tras obtener la autorización de los concejales, alarmados por la sequía y el conflicto, acudió al templo cátaro donde tomó los huesos de Arnaldo y los arrojó a un estercolero, mientras varios de sus seguidores daban fuego a la casa. Al derribarse esta con gran estruendo (el Tudense creyó oír un ruido como de trompetas que interpretó como el grito del demonio al abandonar su tabernáculo), propagó las llamas a la vecindad. Durante toda la noche y el siguiente día varios barrios se vieron afectados por el fuego, causando gran destrucción.

Puede suponerse que la ira en toda la ciudad contra Lucas fue grande. Los cátaros, indignados con la destrucción de su templo, atizaron el descontento, exigiendo que el diácono cumpliera con su promesa de pena de vida. Este fue retenido en espera de la sentencia, pero a los ocho días el cielo se abrió, y cayó un aguacero tan grande y tan persistente, que las plantas se remediaron hasta el punto de que la cosecha de aquel año fue la mejor en mucho tiempo. El cumplimiento de la profecía, unido a la alegría por la abundancia en una ciudad hambrienta hicieron olvidar los destrozos del incendio, y tanto el consejo ciudadano como la generalidad de los vecinos creyeron que la palabra del joven Lucas venía de Dios. A partir de ese momento, los cátaros declinaron irremediablemente en León.

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Erradicación de los gnósticos de León

Todavía añade un episodio colorido más a este relato el Tudense. Al parecer, logró encontrar en el monte al autor de los libelos falsamente angélicos, retenido en su huida por el mordisco de una serpiente (nuevo signo divino para el cronista). Llevado ante el obispo de la ciudad (llamado casualmente Arnaldo, que rigió entre 1234 y 1235), confesó sus mentiras y errores, y se arrepintió.

Aquí termina el relato de Lucas, más tarde canónigo de san Isidoro de León y luego obispo de Tuy desde 1239. Fue cronista de la corte leonesa, donde escribió su célebre Chronicon mundi, una de las más importantes fuentes de la historiografía hispánica medieval (basada en autores peninsulares), a instancias de la reina Berenguela.

Sabemos por otras fuentes que la terminación del catarismo en el reino corrió a cargo del san Fernando III, monarca castellano que a partir de 1230 heredó también el trono leonés, unificando a ambos definitivamente, y destacándose por la reconquista del valle del Guadalquivir.

Fernando III fue particularmente encarnizado contra la herejía. A su indudable y conocida piedad personal, debía añadirse la ya explicada división civil que provocaba la difusión del catarismo allí donde se implantaba, así como el temor a la extensión de algunas enseñanzas albigenses antisociales (por ejemplo, su conocida descalificación de la autoridad eclesiástica- y por extensión, toda otra jerarquía-, y su condena de los juramentos, sistema de pacto que sustentaba todo el orden feudal). En los fueros a las ganadas Córdoba, Sevilla y Carmona, el monarca imponía penas de confiscación y muerte a los herejes convictos. Su celo llegó en algunos casos a tomar él mismo el papel de verdugo personalmente. Así, los Anales Toledanos relatan que en 1233 “enforcó muchos homes e coció muchos en calderas”.

Menéndez y Pelayo no duda que fue precisamente la ausencia en Castilla y León del tribunal de la Santa Inquisición- con sus procedimientos garantistas para la época- lo que endureció brutalmente los castigos a los herejes, al ocuparse de ellos la férrea legislación civil, que los tenía por traidores y enemigos del rey, merecedores de las penas más terribles.

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Conclusión

El episodio de los albigenses de León resulta significativo. Es el único del que poseemos datos minuciosos, pero las disposiciones reales de Fernando III indican que durante varios años, el catarismo tuvo adeptos en varios puntos del reino, por lo que el fenómeno podría haber tenido más extensión de lo sospechado.

El realto del Tudense, incluso eliminando los elementos sobrenaturales o coloristas, da mucha información sobre las doctrinas de los heréticos, confirmando que se tratan de una rama del gran movimiento gnóstico comenzado con los bogomilos en la Bulgaria del siglo XI y que azotó la Cristiandad latina (sobre todo en los actuales sur de Francia, norte de Italia y noreste de España) con el nombre de valdenses, pseudopatarinos, arnaldistas o albigenses, en los siglos siguientes, llegando, como se ve, hasta el occidente más extremo.

El gnosticismo es la más antigua de las herejías cristianas, y actualmente, con otros nombres y métodos, sigue parasitando el pensamiento cristiano, como se puede comprobar al ver que muchas de las acusaciones y difamaciones de los cátaros de León en 1230 se repiten casi a la letra en nuestra época.

Conviene a los católicos hispanos conocer este interesante episodio de la historia religiosa, y en particular de la heterodoxia, en nuestra tierra.

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Bibliografía

El cuerpo principal de este artículo está basado en el capítulo “Los albigenses en tierra de León” de la monumental “Historia de los heterodoxos españoles”, de Marcelino Menéndez y Pelayo, completado marginalmente con otras obras tanto en papel como por internet.

9 comentarios

  
Luisfer
Interesantísimo artículo. Propongo seguir con más artículos históricos basados en la magna obra de Don menéndez Pelayo. Desde aquí por cierto animo a todos los seguidores del blog a leerla, no quedarán defraudados; las herejías no son cosa de hoy día y se sorprenderán de la cantidad de heterodoxias que han aparecido a lo largo de la historia de España.
24/03/15 8:38 AM
  
Chimo de Valencia
Gracias por el artículo.
24/03/15 9:01 AM
  
Ricardo de Argentina
Desconocía que el catarismo había se había propagado también en España.
Gracias por este artículo, Luis Ignacio, y felicitaciones por su factura amena y sus agudas observaciones sobre la actualidad de estas herejías.
25/03/15 3:55 AM
  
Pablo Casaubon
La monumental y entretenidisima obra de Marcelino Menéndez y Pelayo ! No tiene desperdicio !
31/03/15 5:27 PM
  
rastri
Los justos una vez muertos y ya separados, libres de esas viejas vestiduras adquiridas por el Pecado Original, ciertamente, no van al Cielo cuando muere; Como bien lo dice el Cristo: Van al seno de Abraham; y allí esperan hasta ese día llamado "del fin del mundo o juicio y resurrección" prometida. O sea cuando este planeta Tierra sufra la misma división y desintegración que los cuerpos de todos los vivientes hayan sufrido. Y venga un nuevo día, y una nueva Tierra y un nuevo cielo -atmósfera- que será poblada por los cuerpos resucitados de todos los justos. Quienes libres del yugo del Pecado Original -concupiscencia- poblarán y se multiplicarán en este planeta Tierra COMO VERDADERSO HIJOS DE DIOS; Sea: como lo fuere Jesús en el seno de su Madre la Virgen María; Sea: SIN CAUSA Y CONSECUENCIA DE LA CÓPULA CARNAL;
Y entonces Jesús el Cristo vendrá a la Tierra por segunda vez. Y vendrá no ya como fuere anteriormente sufriente; Sino que vendrá con poder y majestuosa potestad sobre todo lo creado. Y estará, a gusto y complacido entre todos ellos. Hasta el verdadero y último día de la Tierra y del Universo, llamado el del Armajedón. Donde este Universo en lucha total-final-final de todos los pobladores de la Tierra; los ángeles del Cielo y el propio Cristo, contra todas las fuerzas del mal -extraterrestres , demonios y otros- este Universo en la parte y el todo de su misma oscuridad y muerte sea desintegrado y desparecido. Entonces sí todos los pobladores de este nuevo planeta Tierra, ya sin la oscuridad y muerte de este Universo; como ángeles en naturaleza de consustancia divina verán y disfrutarán del infinito Dios -Luz y Vida- en su morada del infinito Espacio para toda la eternidad.

02/04/15 10:55 AM
  
rastri
Negaban las verdades católicas sobre el infierno: decían que las penas del infierno son temporales y no eternas; simbólicas y no corporales.
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El infierno existe sí y también existe el Purgatorio. Y las penas, siempre limitadas, serán en orden a la gravedad del pecado. Se las puede entender como eternas porque desmerecen la condición racional del pecador.
Es decir si el pecador juzga, siente y obra en esta vida como un animal irracional; En camino a la otra la otra vida, sufrirá esta involución hasta verse como tal animal. Y la duración del tiempo y la reducción de espacio vital egocéntrico acelerado que supone el sufrimiento metafísico -infernal- de esta involución, carente del sentido de la protección de Dios, será lo que se entiende por condenación.
02/04/15 11:13 AM
  
rastri
Según el Tudense, enseñaba el naturalismo filosófico, negando la divina Providencia en la creación y conservación de las especies.
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Luis me gusta tu post. Así que sigo con esta gente del Mont-Ségur. Cataros


No es que Dios no niegue su divina providencia, sino que Dios no puede negar la divina providencia de su Creación. Ya que ésta en su profundo principio origen es y está allí hasta donde Dios es y está: Es decir hasta su infinito profundo origen. porque ésta en su principio origen.

Dios ni niega ni puede negar su Divina providencia. Es el Hombre quien, libre y responsablemente de su condenación o salvación niega o acepta a que Dios le socorra y le provea; Hasta allí donde éste puede negarlo; o aceptarlo.

Si Dios negare el servicio de su divina Providencia; servicio, servido y servidor dejarían de existir. Y esto no cabe en mente alguna. Rompe los esquemas del raciocinio.

me gusta tu
02/04/15 12:23 PM
  
rastri
También enseñaba que el mal fue el creador de todo lo material (maniqueísmo) y que las Sagradas Escrituras únicamente eran válidas si se tomaban en sentido místico y no literal.
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-¡Cierto!

En el principio de todo principio, antes de que existiera este nuestro Tiempo -universo- limitado, solo existía el infinito Dios.

Y el Dios en Trinidad que como infinito principio de todo principio; Luz que es - Dios Padre-; en infinito fin de todo fin; Luz que es -Dios Hijo-; y el infinito medio que de entre el Padre y el Hijo procede: Vida que es: Dios Espíritu Santo: Iluminando y poblando el infinito Espacio, su morada; moraban en el infinito Espacio. Donde tanto es Dios quien allí en su morada, mora como así Dios es la morada del que mora.

-¡Cierto! Y siendo el bien por Dios creado, espíritu angélico de limitada luz y de limitada vida que morando en el infinito Espacio, de Dios procedía:

Este, espíritu angélico como dueño y señor de su morada, y todo lo que allí era población viviente, libre y responsablemente de su luz refractándose y de su vida muriendo, se tornó en nueva y oscura dimensión de opaca materia que es la oscuridad y la muerte de éste nuestro Universo como tiempo limitado que pasa.
Y todo este Universo, es mientras es, un egocéntrico movimiento continuo de luz y de vida, sofocada, ésta, por la oscuridad y la muerte. Cuyo resultado es la opaca materia, -mitad luz y vida que de Dios procede y mitad oscuridad y muerte que del angélico mal procede.




Las sagradas escrituras como constante exhortación que - continuamente- Dios hace a los hombres a través de éstas; tanto y en la medida que afectan a la literalidad del cuerpo de estos afectan al misticismo de su alma.



02/04/15 1:16 PM
  
Luis I. Amorós
Rastri, son bien conocidas tus ideas personales de corte antimaterialista, cósmico y simpatizante con algunos postulados del gnosticismo.

Como siempre, te remito a las Sagradas Escrituras y al Magisterio de la Iglesia en aspectos como el doble juicio, o la creación de todo lo material por Dios, sin participación del demonio. Pon cuidado no sea que yerres, pues es yerro grave.

Por cierto, creo que has entendido mal quien es el que niega la Divina Providencia. El texto se refiere a Arnaldo, el cabecilla de la secta albigense. Obviamente, no se refiere a Dios.

Saludos.
07/04/15 12:30 PM

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