Prisciliano (I)

Introducción
Prisciliano es, sin lugar a dudas, el más importante heresiarca nacido en suelo español, y su impacto en la historia de la Iglesia fue muy superior al de otros como Molinos o Servet. También es conocido por ser el primer hereje cristiano ejecutado por un poder civil por sus desviaciones doctrinales, siendo su proceso, en cierto modo, un precedente lejano de los tribunales del Santo Oficio. Su doctrina tuvo gran importancia en Occidente, siendo en su momento el maestro gnóstico más destacado, e influyendo capitalmente en los diversos movimientos gnósticos latinos que se repetirían en los siglos siguientes, hasta bien entrada la Edad Media y que de un modo u otro han llegado hasta nuestros días. Actualmente su figura es muy poco conocida, y por diversos motivos ha sido reivindicada distorsionadamente por grupos tan dispares como feministas, esotéricos o nacionalistas galaicos.

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Las Fuentes
Como la mayoría de los herejes hasta Lutero (máxime los de los primeros siglos), la historia de Prisciliano la escribieron sus adversarios teológicos, con todas las dudas sobre su fiabilidad que un historiador pueda albergar. No obstante, el gallego fue afortunado en ello, pues su principal enemigo, el obispo Itacio, fue muy crítico con san Martín de Tours, y es por un discípulo de este prelado francés, Sulpicio Severo, por el que conocemos la historia de la herejía priscilianista. Sulpicio manifestó siempre una gran aversión por aquel que había hecho sufrir a su querido maestro, por lo que la visión sobre Prisciliano que ofrece en su Chronicorum libri duo o Historia Sacra, siendo ortodoxa, le juzga templadamente, siquiera sea para rebajar el mérito de Idacio. También hablan sobre él Próspero de Aquitania (Adversus Ingratus) y san Jerónimo. En 1885 Georg Schepss halló en la biblioteca de Wurzburgo (Baviera) un manuscrito con once tratados, fechado en el siglo IV y cuyo autor afirma ser Prisciliano. Los expertos consideran actualmente que la autoría más probable es efectivamente del heresiarca hispano, o a lo sumo de uno de sus discípulos directos, reflejando fielmente su pensamiento teológico, que hasta su hallazgo había sido reconstruido fragmentariamente a partir de las acusaciones de sus adversarios.
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La escuela gnóstica de los agapetas
A mediados del siglo IV se trasladó a la diócesis romana de Hispania un maestro egipcio, natural de Menfis y educado en Alejandría, llamado Marco. Provenía de Aquitania, en la Galia, donde había tenido un gran éxito predicando las doctrinas gnósticas egipcias que tan estrechamente habían abrazado el tronco cristiano desde pocas décadas después de su fundación por Jesús de Nazaret (ya san Pablo en la carta a los colosenses y a Timoteo, y sobre todo san Juan en sus epístolas, advierten del peligro de estos maestros, a los que el discípulo amado llama nicolaítas y cerintianos). Para describir con rigor al gnosticismo cabría hacer un artículo (o más bien una serie de ellos) expresamente dedicados, no solo por lo abstruso y complejo de sus enseñanzas, sino por la infinidad de escuelas a que dio lugar, según la interpretación que cada maestro daba a los principios básicos del mismo.

Esta teosofía (filosofía de lo divino) recogía diversos elementos de los cultos mistéricos egipcios y griegos (como el pitagorismo) y las especulaciones de la religión zoroastrista, aplicándolos a una interpretación particular del platonismo. Aunque nació en el área helenizada de Oriente, fue sobre todo relevante en Egipto y en menor medida, en Siria.
En cuanto a sus principios, el gnosticismo es emanatista, negando la Creación, y considerando que todos los seres provienen de las sucesivas emanaciones o desarrollos de una sustancia divina primigenia y perfecta. Cada una de esas emanaciones es más imperfecta, y corrupta. La más baja y alejada es la materia. En cuanto al problema del mal son dualistas, considerando bien y mal dos principios eternos, aunque en cuanto a su desigual importancia existieron varias escuelas (por ejemplo, los maniqueos, por influencia persa, los consideraban iguales, y otras escuelas consideraban al mal inferior). La redención se alcanzaba a base de renunciar progresivamente a cualquier atadura material y perfeccionarse espiritualmente (“regresando” a la pureza de la divinidad primigenia), para lo cual era preciso seguir las enseñanzas ocultas de los maestros.

En cuanto a sus enseñanzas, fue mistérico, pues afirmaban que la sabiduría perfecta (gnosis) se adquiría por la revelación de secretos sucesivamente más complejos a los iniciados, afirmando haberla recibido por comunicación sobrenatural o tradición apostólica vedada a los profanos (apócrifos), razón por la que muchos de sus pseudoevangelios, escritos en los siglos II a IV, se atribuían falsamente a apóstoles (incluyendo a Judas Iscariote). Su estructura, pues, era iniciática, considerándose a sí mismos gnósticos (perfectos) o espirituales, mientras los no iniciados eran llamados hylicos o “materiales”, por estar atrapados todavía por la corrupción de la materia. Aun dentro del movimiento existían enseñanzas exotéricas, más simples e imperfectas, que podían ser comunicadas libremente, y enseñanzas esotéricas, que supuestamente otorgaban la perfecta sabiduría, y que solo eran reveladas a los que alcanzaban los más altos grados de iniciación. En cuanto a la moral, hubo enormes diferencias a partir de estos principios, pues algunas escuelas predicaban el ascetismo más riguroso (sobre todo para los “perfectos”), mientras otras consideraban que los “puros” podían ceder sin consecuencias a cualquier seducción material.

El gnosticismo era una filosofía apriorística, y tomó de las escrituras cristianas cuanto justificaba sus especulaciones, ignorando lo que se apartaba de ellas. Para las escuelas gnósticas, Jesucristo fue una emanación “pura” de la divinidad, el maestro esotérico más perfecto, por lo que eran docetistas, es decir, negaban la Encarnación, la unión hipostática en Cristo, la humanidad de Jesús, y su muerte real en la cruz. Es decir, cualquier materialidad de su paso por el mundo.

Marco el egipcio profesaba la rama maniquea del gnosticismo, y asimismo era versado en “artes mágicas”, lo que podemos interpretar como cultivo del augurismo y la adivinación. Alrededor de 350, Marco obtuvo notable éxito en círculos nobiliarios y eruditos hispanos, reuniendo numerosos discípulos entre los que destacó el maestro de retórica Elpidio y muchas mujeres, principalmente una rica matrona llamada Agape, de la cual recibió su grupo el nombre de “agapetas”. Es poquísimo lo que sabemos de esta secta, más allá de que se constituyó en sociedad secreta (como por su propia naturaleza eran todos los grupos gnósticos) y que los autores cristianos posteriores les acusaron de organizar reuniones nocturnas para los iniciados en las que se entregaban a numerosos excesos. Si tal acusación no es infundada (hecho frecuente, pues era habitual que de las prácticas de una corriente gnóstica fuesen acusadas por igual todas), entonces tal vez los agapetas perteneciesen a la vertiente llamada carpocracianos, que enseñaban que “todo es puro para los puros”, justificando cualquier desvarío de la carne. Nada más sabemos de Marco el egipcio, que desaparece pronto de la escena. Su grupo, no obstante, persistirá lo suficiente para encontrar un nuevo y más importante cabecilla.
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La aparición de Prisciliano
Según Sulpicio Severo, en el año de 379 un discípulo de Elpidio y Agape, llamado Prisciliano, proveniente de la provincia de Gallecia, se encumbró por encima de sus maestros para comenzar a predicar unas nuevas doctrinas, basadas en parte en lo enseñado por Marco, pero con modificaciones absolutamente originales. Severo afirma que era “de nobilísima familia y grandes riquezas; erudito, modesto, austero y desprendido, versado en las artes de la declamación y la disputa, de la que era muy hábil, vanidoso y entregado a las artes mágicas desde su juventud”, descripción en la que podemos adivinar las influencias de su maestro egipcio y del retórico Elpidio. Al parecer, combinaba elocuencia y magnetismo personal, y pronto “ganó a su partido gran número de nobles y plebeyos, atraídos por el prestigio de su nombre y su facilidad de palabra; acudían sobre todo mujeres, siempre ansiosas de novedades, víctimas de la curiosidad, seducidas por la discreción y cortesía del gallego, humilde en el ademán, el comer y el vestir”. Ciertamente convenció también a personajes importantes, como dos obispos, Instancio y Salviano, cuyas sedes nos son desconocidas. Su movimiento comenzó a extenderse desde la provincia Lusitania a la Bética. Higinio, anciano obispo de Córdoba, que había sucedido en la sede nada menos que al célebre Osio, uno de los obispos más influyentes en el concilio de Nicea, alarmado por la extensión de las doctrinas de Prisciliano, comenzó a estudiarlas, y hallando indicios de heterodoxia, la cual combatiera con tanta firmeza su predecesor, se dirigió de inmediato al metropolitano de Mérida, capital de la Lusitania (donde con más fuerza había prendido la secta), por nombre Hidacio, para ponerle en antecedentes y solicitar su intervención.

El metropolitano procedió contra los priscilanistas con brusquedad y exceso de celo, con sanciones y penitencias sin cuento, siendo esto motivo de que los seguidores del maestro gallego cerrarán filas en su defensa. El asunto adquirió tintes de conflicto civil entre las autoridades de la Iglesia emeritense y los seguidores de Prisciliano, llegando el caso a riñas y disputas en las ciudades, y turbando la paz. Preocupados los obispos españoles, se decidió estudiar con detenimiento las enseñanzas de Prisciliano en un concilio hispano con objeto de elaborar un decreto con suficiente fuerza para poner fin al conflicto.
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Nota: Este artículo bebe principalmente del capítulo dedicado a Prisiciliano en la obra capital de Marcelino Menéndez y Pelayo “Historia de los heterodoxos españoles”, de lectura siempre recomendable por su vasta erudición y riguroso método crítico.
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5 comentarios

  
Arnaldo Romero
Me ha dejado a medias. No se demore en publicar la segunda parte svp.
07/11/11 8:24 PM
  
Ano-nimo
Luis:

Muy interesante, y digo lo mismo que Arnaldo: me has dejado a medias. Bueno, gracias por la nueva serie que estrenas hoy; va a resultar muy buena.

Un cordial saludo.
07/11/11 8:54 PM
  
Yolanda
Luis, ¡qué "moderno" andas!

¿Con lo que se lleva ahora el priscilianismo! sobre todo en Galicia, donde los encrucilleiros y otros progres están a punto de canonizarlo.

Fuera de bromas, cuando vi el título del post, me dio como un nos sé qué... tanto leer Prisciliano por aquí, Prisciliano por allá... me dio un vuelco el corazón, como sintiendo tu quoque, Ludovice. Pero enseguida me di cuenta de que era imposible, caro.

Gracias por el post. Muy interesante, esperamos el resto.

¿La serie va a recorrer todos los herejes patrios?

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LA

Yolanda:
Me alegro de que te interese el tema. Lo cierto es que la persona y la historia de Prisciliano resulta fascinante, y su doctrina no carece de interés, sobre todo porque es "moderna" en algunos aspectos (o más bien muchas herejías supuestamente modernas no lo son tanto).

La serie hablará de herejía en España, ya iremos viendo lo que pongo (esto es como la tele, depende de la audiencia que tenga, hacemos más capítulos o no, jaja). De todas formas, sobre el tema, como pongo en la nota final, no hay tratado que supere la monumental "historia de los heterodoxos españoles" de don Marcelino, y es la que hay que leer. Eso sí, con tiempo y un diccionario al lado. Pero se disfruta, doy fe.

A todos: a ver si puedo sacar el capítulo o capítulos restantes más pronto de lo normal, todo depende del tiempo que tenga para escribir. Pero gracias por el interés.
07/11/11 9:04 PM
  
Juanjo Romero
Vaya, a mi también me has dejado con la miel en los labios.

¿Crees que tiene sustento la teoría que dice que quien está enterrado en la tumba del Apóstol Santiago es Prisciliano? (A César Vidal le encanta)



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LA

Desde el descubrimiento de la famosa tumba en los Campus Stellae sus contemporáneos afirmaron que se trataba de la del Apóstol decapitado, haciéndose eco de la tradición que situaba frente a las costas de Galicia el naufragio del barco en el que algunos de sus discípulos trasladaban su cuerpo a Britania (y que flotó milagrosamente, llegando a tierra).
Es muy moderna la hipótesis que afirma que en los Campus Stellae estaba enterrado Prisciliano (otro decapitado, por cierto, aunque me estoy adelantando al relato), y no parece tener mejor apoyatura que la tradición, más allá de las especulaciones de quién desea notoriedad para sus publicaciones.
Más recientemente todavía se cree que Prisciliano y algunos de sus compañeros serían los cuerpos encontrados en una tumba romana sita en la ermita de san Mamede, en el lugar llamado Os martores, perteneciente a la parroquia de san Miguel de Valga. La razón es que no se conocen mártires gallegos que recibieran culto en aquella época, y podría ser que se enterraran por sus adeptos en aquel lugar, rindiéndoseles culto como mártires. La realidad es que tampoco pasa de ser una hipótesis sin pruebas.
http://www.archicompostela.org/publicaciones/Articulos/Prisciliano%20y%20Sant.htm
07/11/11 9:44 PM
  
Joan
En el libro La revolución de Marte se da la verdadera etimología de Campus stellae. Ha sido un error constante traducir campus por campo, cuando en realidad signifcia tumba, de compos, y de aquí el inalterado todavía hoy Compostela. La tumba de las estrellas, la que se hallaba ya antes de Cristo en Galicia, por donde pasaban y siguen pasando las estrellas de la Vía Láctea, com un desfile que se hunde en el océano.
13/11/11 9:03 AM

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