Eucaristía-Ofrenda y revisión de nuestros ofertorios y «ofrendas»

OfertorioSin duda aún no ha calado en la conciencia general y en la práctica litúrgica la corrección que Benedicto XVI formulara sobre la desmesurada y variopinta, hasta folclórica en ocasiones, procesión de ofrendas en la Misa.

Si se siguieran correctamente las rúbricas de la IGMR, sobrarían las “añadiduras superfluas” con que se recargan. Decía Benedicto XVI en la Exhortación Sacramentum caritatis:

“Este gesto, para ser vivido en su auténtico significado, no necesita enfatizarse con añadiduras superfluas” (n. 47).

Y exponía la razón teológica y espiritual del ofertorio de pan y de vino entregados –sin necesidad de más cosas ni ofrendas- y cómo todo estaba en ellos recapitulado, sintetizado, resumido:

“Este gesto, humilde y sencillo tiene un sentido muy grande: en el pan y el vino que llevamos al altar toda la creación es asumida por Cristo Redentor para ser transformada y presentada al Padre. En este sentido, llevamos también al altar todo el sufrimiento y el dolor del mundo, conscientes de que todo es precioso a los ojos de Dios… Permite valorar la colaboración originaria que Dios pide al hombre para realizar en él la obra divina y dar así pleno sentido al trabajo humano, que mediante la celebración eucarística se une al sacrificio redentor de Cristo” (Ibíd.).

La Eucaristía es una liturgia diferente, y no es equiparable, a los cultos religiosos, a las ofrendas presentadas a Dios en otras religiones, incluso en los sacrificios del AT. Es una realidad diferente; con palabras de Ratzinger:

“La eucaristía solo aparentemente es un culto como los demás de la historia de las religiones. En realidad ella no es el ofrecimiento de un don que sea una cosa”[1].

La Eucaristía no es ofrecer cosas a Dios, ni presentar “ofrendas simbólicas”, aparentes e inservibles, recargadas de moniciones explicativas de supuestos compromisos. No son cosas. Y continúa Ratzinger:

“En realidad, ella no es el ofrecimiento de un don que sea una cosa. Ella es en verdad la negación de todos estos cultos y nos obliga insistentemente a recordar que, ante Dios, solo existe un culto: el transitus caritatis. Ella representa la caritas Christi para meternos a todos dentro de su cuerpo y para meternos dentro de su amor, que es el único culto verdadero”[2].

Es una ofrenda de nosotros mismos junto con Cristo como pedía el Concilio Vaticano II: “ofrecerse a sí mismos al ofrecer la hostia inmaculada no sólo por manos del sacerdote, sino juntamente con él” (SC 48). No, no es un ofertorio de cosas simbólicas. Ofrenda de nosotros mismos con Cristo en la Ofrenda de su Sacrificio, para vivir un ofrecimiento del Amor, de la Caridad de Dios a nosotros. Es doctrina de la Iglesia:

“En la Eucaristía, el sacrificio de Cristo se hace también el sacrificio de los miembros de su Cuerpo. La vida de los fieles, su alabanza, su sufrimiento, su oración y su trabajo se unen a los de Cristo y a su total ofrenda, y adquieren así un valor nuevo. El sacrificio de Cristo presente sobre el altar da a todas las generaciones de cristianos la posibilidad de unirse a su ofrenda” (CAT 1368).

Entender bien estos principios, insertarnos en la Ofrenda de Cristo, moderará los excesos de presentación de ofrendas en la Misa y evitará las cosas “simbólicas” que se llevan al altar, los despropósitos que tantas veces ocurren con la procesión de ofrendas.



[1] RATZINGER, J., “Iglesia y liturgia”, en OC VIII/1, p. 138.

[2] Ibíd.

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