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16.07.23

El buen oficio del salmista cantando el salmo responsorial

Salmodia

En la liturgia de la Palabra, la oración se hace canto suave cuando, después de la primera lectura bíblica, se entona el salmo responsorial. Es un texto destinado a ser cantado, a ser salmodiado, con melodía sencilla donde resalta el texto, y todos responden a cada estrofa cantando la respuesta.

Y es que los salmos son letras de cantos, composiciones poéticas para ser cantadas, y mediante ese canto los fieles oran y meditan, elevando su alabanza al Señor.

Fue esa la tradición de la Iglesia; un cantor, en el ambón (más exactamente, en las gradas o escalones del ambón) entonaba las estrofas del salmo, y el coro y los fieles respondían el estribillo. ¡Qué ministerio más hermoso el de ayudar a todos a orar cantando los versículos del salmo responsorial! ¡Cuánta estima se le tenía al salmista en la Iglesia y cuánto valor le daban al canto de los salmos!

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8.07.23

Particularismos en la liturgia: de fondo, un problema eclesiológico

Cathopic - Consagración

La Iglesia es la Esposa del Señor; con gusto la contemplaba así san Ignacio de Antioquía, y la definió: “católica” (Ad Esm. VIII,2), y con tan hermosa expresión la denominaron con frecuencia los Padres: “la Católica”.

Integra en su catolicidad lo particular, la diversidad; es riqueza que se une y genera comunión, evitando disgregar, romper, exaltar lo peculiar y diferente como necesidad de autoidentificación, de distinguirse ante los demás católicos o ante el resto de la Iglesia Católica.

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1.07.23

Formación y no revolución

incienso La vida de la Iglesia está impregnada de la liturgia y sus repeticiones solemnes, año tras año. Así la liturgia se deja reposar en las almas, va calando su espíritu poco a poco, penetrando en las mentes, conformándolas con el Misterio de Cristo. Si todo fuesen improvisaciones, novedades y creatividades de unos y otros, sería difícil entrar en su Misterio y asimilar su contenido, que es patrimonio común de todos, de toda la Iglesia, y no de unos pocos, de un grupo o comunidad.

“La grandeza de la liturgia reside, precisamente –y esto lo vamos a tener que repetir con frecuencia-, en su carácter no arbitrario”[1].

Lo normal sería ser iniciados en la liturgia: año litúrgico, lugares, ritos, gestos, respuestas, ceremonias, vestiduras, espiritualidad, etc., en vez de cambiarlo todo constantemente si no se entiende. La tarea educativa es, sin duda, más lenta, más ardua: es ir explicando todo, paso a paso, acompañando de la vivencia de la misma liturgia; es desarrollar el lenguaje, la forma, los ritos, las plegarias y oraciones, el espíritu de la liturgia, en catequesis, pláticas, retiros parroquiales y de comunidad, sesiones de formación, artículos.

Frente a la revolución (cambiarlo todo, radicalmente, demoliendo el edificio de la liturgia) y el afán de novedades, nos encontramos con la formación y la instrucción que permiten saborear la liturgia, participar en ella con actitudes interiores. Frente al deseo de secularizar la liturgia y adaptarla a las modas, la respuesta ha de ser la iniciación y la profundización mistagógica.

Como bien dijera Ratzinger:

“Al respecto se me viene a la mente que Romano Guardini tituló su importantísima obra sobre la renovación litúrgica: “El sentido de la celebración de la Santa Misa”; y titula otra importante obra: “Formación litúrgica”. Hoy día se busca de muchos modos darle forma a la liturgia de modo que ya no necesite que se explicite su sentido ni precise una formación previa, porque se la quiere hacer comprensible en su forma más superficial. Aquí es urgente un regreso al espíritu original de la renovación litúrgica: lo que necesitamos no son nuevas formas con las que desviarnos cada vez más hacia lo externo, sino formación y sentido, aquella profundidad espiritual sin la cual toda celebración se evapora rápidamente en la exterioridad”[2].

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24.06.23

La naturaleza de la Iglesia; reflexiones sobre algo de pastoral, algo de eclesiología y algo de liturgia

Cathopic

Sin liturgia, sin vida litúrgica, la Iglesia no sería Iglesia del Señor, perdería su ser más íntimo, su tarea redentora, su función santificadora, su maternidad sacramental.

La Iglesia es litúrgica, la Iglesia vive de la liturgia, y sin liturgia, ¡nada es!, perdería su razón de ser, su naturaleza divina y humana a un tiempo, quedando reducida a los escombros, a una empresa humana y secular, con objetivos meramente humanos, sociales o políticos. La Iglesia sin liturgia es un grupo de beneficencia como mucho, si acaso, con ideales religiosos o filantrópicos: algo meramente humano, o una estructura más, con barniz ético. La fe sería un añadido insustancial; no habría necesidad alguna del Redentor ni de su Cruz ni de su gracia.

¿Correspondería esto al Vaticano II, a su “aggiornamento”, a su “espíritu” de modernización y adaptación al mundo? ¡En absoluto! La Iglesia posee una estructura sacramental; “es en Cristo como un sacramento, o sea signo e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano” (LG 1). En la santa Iglesia, Dios “estableció convocar a quienes creen en Cristo” (LG 2). Es la Iglesia-Misterio (título del capítulo I), es “el misterio de la Iglesia” (LG 5).

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17.06.23

Vida litúrgica ejemplar (Tu Catedral - VII)

Asumiendo el planteamiento del Concilio Vaticano II, en la Sacrosanctum Concilium, la vida litúrgica de la catedral de las diócesis debe ser floreciente, incluso modélica y ejemplar. Es el centro de la vida litúrgica diocesana y la catedral no puede estar muerta, resucitando para dos o tres misas en el año, nada más.

El convencimiento profundo, y por tanto con consecuencias pastorales y litúrgica, es la que la catedra es “la iglesia madre y el punto de convergencia de la Iglesia particular” (Juan Pablo II, Pastores gregis, n. 34). Y de ahí se sigue el florecimiento de la vida litúrgica diocesana, comenzando por la misma catedral: “conviene que todos tengan en gran aprecio la vida litúrgica de la diócesis en torno al Obispo, sobre todo en la Iglesia catedral; persuadidos de que la principal manifestación de la Iglesia se realiza en la participación plena y activa de todo el pueblo santo de Dios en las mismas celebraciones litúrgicas, particularmente en la misma Eucaristía, en una misma oración, junto al único altar donde preside el Obispo, rodeado de su presbiterio y ministros” (SC 41).

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