Vida litúrgica ejemplar (Tu Catedral - VII)

Asumiendo el planteamiento del Concilio Vaticano II, en la Sacrosanctum Concilium, la vida litúrgica de la catedral de las diócesis debe ser floreciente, incluso modélica y ejemplar. Es el centro de la vida litúrgica diocesana y la catedral no puede estar muerta, resucitando para dos o tres misas en el año, nada más.

El convencimiento profundo, y por tanto con consecuencias pastorales y litúrgica, es la que la catedra es “la iglesia madre y el punto de convergencia de la Iglesia particular” (Juan Pablo II, Pastores gregis, n. 34). Y de ahí se sigue el florecimiento de la vida litúrgica diocesana, comenzando por la misma catedral: “conviene que todos tengan en gran aprecio la vida litúrgica de la diócesis en torno al Obispo, sobre todo en la Iglesia catedral; persuadidos de que la principal manifestación de la Iglesia se realiza en la participación plena y activa de todo el pueblo santo de Dios en las mismas celebraciones litúrgicas, particularmente en la misma Eucaristía, en una misma oración, junto al único altar donde preside el Obispo, rodeado de su presbiterio y ministros” (SC 41).

La catedral es el lugar de la vida litúrgica floreciente, cuidada, en torno al Obispo, cada día y cada domingo, no solamente en ocasiones extraordinarias del año litúrgico. El domingo es el día eclesial, el pueblo cristiano convocado para celebrar el día del Señor y por ello es muy conveniente que el obispo presida cada domingo la Misa en su catedral con la debida solemnidad y cuidado de la liturgia: “La presencia del Obispo que el domingo, día también de la Iglesia, preside la Eucaristía en su catedra en las parroquias de su diócesis, puede ser un signo ejemplar de fidelidad al misterio de la Resurrección y un motivo de esperanza para el Pueblo de Dios en su peregrinación” (Pastores gregis, n. 36).

Además, a lo largo del año litúrgico, en la Catedral es convocada toda la Iglesia diocesana en torno a su Obispo, sea para la Misa crismal, sea para el Triduo pascual, sea para las Órdenes sagradas u otros momentos especialmente relevantes de la vida cristiana de la diócesis. Es la Misa estacional (antes llamada “pontifical”), integrando todos los ministerios en la liturgia y a todo el pueblo cristiano y es una auténtica epifanía del misterio de la Iglesia:

“La manifestación más importante de la Iglesia local acontece cuando el obispo, como gran sacerdote de su grey, celebra la eucaristía, sobre todo en la iglesia-catedral, rodeado de su presbiterio y de los ministros con la participación plena y activa de todo el pueblo santo de Dios.

Esta misa, que llamamos estacional, manifiesta la unidad de la Iglesia local, así como la diversidad de ministerios en torno al obispo y la sagrada eucaristía.

Por lo tanto, convóquese a ella al mayor número posible de fieles, concelebren los presbíteros con su obispo, ejerzan su ministerio los diáconos, y los acólitos y lectores cumplan su cometido” (Ceremoniale, n. 119).

La vida litúrgica cotidiana de la Catedral queda confiada a los capitulares, a los canónigos, que garantizan el rezo diario de la Liturgia de las Horas en el coro (Laudes y Vísperas), sin prisas, pensando en la participación de los fieles, la celebración de las Misa conventual o capitular además de las demás Misas que se puedan celebrar, como también el servicio permanente del sacramento de la Penitencia en los confesionarios de la catedral. El servicio litúrgico en la Catedral, la excelencia de la predicación gracias a los canónigos más doctos y preparados de la diócesis (que optaban por oposición y eran las mentes más lúcidas y de gran autoridad y peso moral), la facilidad para encontrar allí un confesor aguardando en el confesionario, etc., hacía que la Catedral tuviese una vida litúrgica real y floreciente.

Siendo la catedral la iglesia madre, su liturgia ha de ser en todo modélica y ejemplar, por fidelidad a las normas litúrgicas, a la distribución de los lugares y espacios litúrgicos, al canto litúrgico, al silencio sagrado y al modo de celebrar, al fomento de la participación activa e interior, al cuidado de la solemnidad y del correcto desarrollo de los ritos, por los ornamentos para el obispo, los concelebrantes (todos revestidos con un mismo estilo de casulla, sin establecer diferencias con clero normal y Vicarios episcopales y canónigos) y los diáconos con sus dalmáticas, etc. etc. Todo lo que implica la liturgia debe ser cuidado con gran esmero en la iglesia catedral. Ahí debe darse siempre un verdadero estilo celebrativo orante, solemne y fervoroso, un “ars celebrandi”, que de la catedral se propague a todas las parroquias: “En particular, exhorto a cumplir todo lo necesario para que las celebraciones litúrgicas oficiadas por el Obispo en la iglesia Catedral respeten plenamente el ars celebrandi, de modo que puedan ser consideradas como modelos para todas las iglesias de su territorio” (Benedicto XVI, Sacramentum caritatis, n. 39).

La vida litúrgica de la diócesis encuentra en la catedral un espejo donde mirarse, un referente de cómo hacer bien las cosas, con sentido y con solemnidad, con unción y con fervor, siguiendo las normas de la Iglesia. Los seminaristas hallarán en la catedral una auténtica escuela de liturgia, asistiendo a la Misa del Obispo o participando en Vísperas de los domingos y solemnidades con lo que significa esto para su propio futuro pastoral y la liturgia en sus parroquias[1].

Cuanto se haga en la catedral debe ser modélico para todas las demás iglesias de la diócesis:

“Es conveniente que tales celebraciones sirvan de modelo para toda la diócesis y destaquen por la activa participación del pueblo. Por tanto, la comunidad reunida tome parte en estas celebraciones con el canto, el diálogo, el silencio sagrado, la atención interna y la participación sacramental” (Ceremoniale, n. 12).

Todo será ejemplar y modélico para que sirva como pauta a todas las iglesias: “La iglesia-catedral debe aparece como ejemplo para las demás iglesias de la diócesis, en lo que regulan los documentos y libros litúrgicos sobre la disposición y el ornato de las iglesias” (Ceremoniale, n 46).

Ésta es tu Catedral: una iglesia rebosante de vida litúrgica, ejemplarmente realizada, que sirve de pauta para las parroquias. Ésta es tu Catedral, el centro de la vida litúrgica, muy cuidada, de toda tu diócesis.



[1] “Conviene que por lo menos en la grandes festividades, los seminaristas participen en la Eucaristía reunidos en torno al Obispo en la iglesia catedral” (Inter Oecumenici, n. 15); “es conveniente que, según las posibilidades, los seminaristas canten Vísperas en la iglesia catedral, por lo menos en las grandes festividades” (Id., n. 16).

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