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15.09.20

Ejercicio de elevación, ¡para arriba siempre! (Notas de espiritualidad litúrgica - VI)

elevarse     Demasiado acostumbrados estamos, en la educación y en cualquier ámbito de la vida civil, a ir rebajando exigencias, alturas, contenidos, excelencias, para no subir nunca y superar la vulgaridad, el nivel bajo, la mediocridad en todo. En vez de ayudar a comprender, esforzarse por subir y mejorar, enriquecerse, se baja todo.

     El nivel académico se va bajando, evitando la supuesta frustración de los alumnos más torpes o vagos, y en vez de enseñar a estudiar con rigor y método, se permite pasar de curso con asignaturas suspensas. Ya no es el esfuerzo y el mérito lo que se recompensan. Es el igualitarismo medido por abajo. 

   No se premia ni se valora la excelencia, la calidad, el mérito, por el contrario, se castiga, como si fuera eso lo que creara desigualdad por destacar. Molesta el brillo de los demás porque descubre la mediocridad grisácea de los otros: se prefiere lo mediocre, apagado, anodino, casi borreguil, fácil de dirigir y manipular.

    Algo así se da en la Iglesia. En vez de elevar al pueblo cristiano, por la catequesis, la predicación, la enseñanza, se le mantiene en niveles bajísimos de cultura cristiana, de formación espiritual, degradándose. Se le llama “pastoral” a todos los intentos de torpe adaptación, dando por hecho que “la gente no se entera de nada”, en vez de ayudarlos a una mayor altura y profundidad. ¡Cuántas veces en la liturgia, en vez de elevar, vulgarizamos con moniciones, teatros inventados, etc.! No nos molestamos en enseñar pacientemente y predicar, sino en adaptar rebajando contenidos.

      Ante esa mentalidad, la espiritualidad litúrgica parece de unos pocos, de unos escogidos; la pastoral –su falsificación, mejor dicho- no se para ni se entretiene en educar en la espiritualidad litúrgica, en su vivencia, en su sabor, en su mística. Todo tiene que ser vulgar y rápido, adaptado a todos, impactante, simpático, emotivo, superficial.

     Pero la verdadera pastoral eleva al pueblo cristiano, lo nutre, le enseña, lo acompaña por otros caminos mejores, con suma paciencia y esfuerzo. No adapta rebajando, sino enseña a comprender y vivir. Y así, una auténtica pastoral digna de este nombre llevará a los fieles, a las almas cristianas, a una vida sobrenatural en la gracia, nutriéndose de la espiritualidad que mana de la liturgia.

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8.09.20

Alabanza con la Liturgia de las Horas (Notas de espiritualidad litúrgica - V)

  lh         Sabemos bien que la naturaleza de la liturgia es latréutica, culto de adoración a Dios, reconocimiento de Dios y su alabanza.

    Y alabanza es el Oficio divino, la Liturgia de las Horas, con la que se desgrana la jornada en alabanza y glorificación, ya sea comunitaria o individualmente, en coro o en casa, como monjes o frailes o monjas, o como presbítero (diáconos incluidos, claro) o seglar (o virgen consagrada, no las olvidemos) en el hogar o en la capilla del Sagrario a solas.

     ¿Cómo vivir más y mejor la Liturgia de las Horas para que sea alabanza? ¿Cómo reforzar esta vivencia del Oficio divino para que sea espiritual, para que constituya un elemento integrante de la espiritualidad litúrgica?

     Se ha de considerar que “el oficio divino no es sino una extensión moral de la presencia real de Cristo en la eucaristía” (Brasó, Liturgia y espiritualidad, Barcelona 1956, p. 162).

      Es más se podría considerar perfectamente, en su relación eucarística, cómo la Liturgia de las Horas prepara y prolonga a su vez la gracia del sacrificio eucarístico que, en el Oficio, se convierte en sacrificium laudis. La Eucaristía encuentra así lazos con el Oficio divino que ayudan a la Iglesia a vivir el sacrificio del altar, prepararse a él y luego prolongar la gracia de ese sacrificio:

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4.09.20

La Revista diocesana: iniciativa nueva, por si os interesa

 revista    A partir de esta primera semana de septiembre, en la revista diocesana de mi diócesis, “Iglesia en Córdoba” en su edición digital y en la edición impresa mensual, habrá una sección fija dedicada a la liturgia.

    Es un proyecto que me ilusiona y que creo que, gota a gota, se pueden rellenar lagunas enteras. Lo vivo con esperanza de edificar para vivir mejor la liturgia, comprenderla, celebrarla con más esmero y dignidad y solemnidad.

    Muchos son los lectores de las distintas revistas diocesanas, normalmente en una edad madura (el lector joven se mueve más en lo digital y breve): son las personas que integran nuestras parroquias, las familias católicas, son aquellos que quieren formarse también y tener una formación permanente (presencial, en grupos, equipos, catequesis de adultos o digital: medios diocesanos, blogs, páginas católicas de la web); muchos de ellos colaboran en la vida parroquial en el ámbito de Cáritas, de la catequesis, de la atención y visita a enfermos, del coro parroquial, del servicio a la liturgia, etc., y también los sacerdotes miramos la revista diocesana para estar al día de la vida de nuestra Iglesia, noticias, artículos, etc.

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1.09.20

Naturaleza de la liturgia (Notas de espiritualidad litúrgica - IV)

 coro     La liturgia ante todo tiene un fin latréutico: realiza el deber individual y social de glorificar a Dios. Y por Cristo, Sumo Sacerdote, Mediador, la liturgia santifica las almas.

      La santa Misa es sacrificio: glorifica y alaba a Dios, santifica, pide perdón por los pecados expiando, impetra la gracia. ¡Qué lejos de considerarla “fiesta”!

      La liturgia de las horas posee un carácter predominantemente latréutico: su base son los himnos, salmos y cánticos. Todo es expresión, primeramente, de alabanza: los diversos Gloria, antífonas, responsorios, etc…

     Hay que dejarse envolver de este espíritu de la liturgia, que eleva el alma a Dios, dedicando tiempo, dejándose llenar por la liturgia misma, bien y solemnemente celebrada, con unción, con devoción, con recogimiento, con amor de Dios:

     “Esta solemnidad cultual y este perder tiempo para dedicarlo a Dios en su alabanza litúrgica tiene tanto más sentido y valor latréutico cuanto más se echan de menos en el mundo los medios de subsistencia, y cuanto más precioso parece el tiempo para emplearlo en obras de apostolado activo” (Brasó, Liturgia y espiritualidad, Barcelona 1956, p. 148).

     La liturgia hace presente a Jesucristo en sus misterios comunicándonos la gracia. Es contacto de fe, pero real: ¡la liturgia es Jesucristo!, comunicándose, dándose, santificándonos, agraciándonos:

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25.08.20

Si no hay coro, ¿se canta en la Misa dominical?

sacerdote

El coro parroquial presta un gran servicio con el canto litúrgico, fiel al texto del Ordinario de la Misa, sosteniendo el canto de todos en algunos momentos, ayudando siempre a la solemnidad y a la oración (Canto de entrada, el Gloria, el salmo responsorial, el Sanctus, Agnus Dei, canto de comunión).

Pero si no hay coro parroquial, ni organista siquiera, la Misa sigue requiriendo su solemnidad, su prestancia y calidad orante, el canto. No es normal, no es tampoco pastoralmente bueno, que si no hay coro (como suele suceder desde el Corpus hasta principios de octubre) o si el coro sólo canta en una de las varias Misas dominicales, no se cante nada porque el canto en la liturgia no es prerrogativa exclusiva del coro parroquial, sino que el canto es –cada cual en su nivel- del sacerdote, de los ministros y de los fieles a una voz.

La Misa dominical santifica el domingo, es la Gran Liturgia, pide, es connatural a ella, el canto, un tono reposado y solemne: ¡es el domingo, día del Señor resucitado!

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