InfoCatólica / Liturgia, fuente y culmen / Archivos para: 2020

20.10.20

La Catedral cuyo arquitecto es Dios (Tu catedral - I)

catedral de burgos Tiene algo distinto, posee algo único. Es grande, es inmensa, y no es fría ni distante. Habitualmente se incluye en el recorrido turístico de la ciudad, pero no es un museo, ni un edificio muerto habitado por sombras del pasado y memorias de lo que fue tal vez alguna vez.

La catedral es un edificio vivo. El Espíritu Santo es su gran animador. En la catedral hay vida sobrenatural, la de la gracia y los sacramentos, y vida activa, la del pueblo cristiano que acude, que es convocado, que reza.

La catedral es un gran edificio, una mole. Su tamaño está pensado con una doble coordenada: glorificar a Dios y levantar un templo hermoso por Dios y para Dios, y al mismo tiempo, capaz de albergar a los fieles cristianos de toda la ciudad y diócesis. Ver una catedral, tan grande y tan hermosa y tan alta, es recordatorio perenne doble: por un lado buscar en todo la gloria de Dios, por otro lado entender que ese edificio alberga algo tan vivo como la Iglesia cuando se reúne para la santa liturgia y todos cabemos y todos tenemos un lugar.

La catedral suele ser alta, además con un campanario que destaca sobre el conjunto de las demás edificaciones locales. La catedral se suele hacer visible desde muchos puntos de la ciudad; antes, sin edificios altos sino casas bajas, sí dominaba la vista de todo. A ella concurren las miradas. Es un signo para los hombres, es un signo para cada generación: el signo de Dios que pone su morada en medio de nosotros, aunque tal vez no le demos tanto relieve, ocupados en mil cosas. Su belleza llama la atención, es un reclamo. Se produce una primera epifanía, la de la belleza de Dios:

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13.10.20

Atención y rezo de la Liturgia de las Horas (Notas de espiritualidad litúrgica - IX)

orando

La liturgia en su celebración pide atención, porque eso es participar y también pide atención, concentración, cuando se prolonga en la meditación personal.

Esta atención hay que calificarla de amorosa, cordial, sapiencial, implicando todo el ser personal. Es concentración, sujetando en la medida de lo posible, la mente para que la imaginación no irrumpa y lleve lejos. Es recogimiento, de tal forma que el alma esté morando en sí, y sus potencias calmadas, acudan a su centro para estar allí junto al Señor.

La espiritualidad litúrgica reclama y realiza a un tiempo la suma de la perfección de san Juan de la Cruz: “Olvido de lo creado, / memoria del Creador, / atención a lo interior / y estarse amando al Amado”. Sólo así se podrá vivir bien la liturgia, sólo así se podrá orar y asimilar la liturgia personalmente.

Hemos, pues, de seguir la liturgia con atención amorosa, hasta donde podamos, aunque se nos escape alguna palabra, pero sí estando centrados en la liturgia misma, sin superponerle otros pensamientos, ni mucho menos superponerle o añadirle devociones privadas durante la misma liturgia; es introducirnos en esa corriente sobrenatural de gracia que es el desarrollo de la liturgia misma.

El gran paradigma es el rezo de la Liturgia de las Horas, en común o en privado, tanto de sacerdotes como de consagrados y fieles laicos. Esta gran oración eclesial, el Oficio divino, a todos atañe, y por tanto todos habremos de ver cómo vivirla mejor.

“Es importante prestar mayor atención pastoral a la promoción de la Liturgia de las Horas, como oración de todo el pueblo de Dios. En efecto, aunque los sacerdotes y los religiosos tienen un mandato preciso de celebrarla, también a los laicos se les recomienda encarecidamente” (Juan Pablo II, Aud. Gen., 28-marzo-2001).

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6.10.20

Unirse a los textos litúrgicos (Notas de espiritualidad litúrgica - VIII)

 libro      La liturgia da más fruto en nosotros si tenemos una disposición interior, si nos preparamos a ella. Parte de ese trabajo personal es asimilar los textos litúrgicos conociéndolos por la oración y meditación personal. Eso nos facilitará luego su escucha orante en la liturgia.

      Aquí, de nuevo, con otro matiz, hay que abordar el tema de la participación en la liturgia, buscando siempre su concepto verdadero y no su caricatura, ya que es siempre requisito y cualidad del alma ante el Misterio que se vive en la liturgia, y no acción exterior “creativa”, un hacer cosas y producir movimiento en torno al altar.

     La participación activa y fructuosa en la liturgia es poner en sintonía el alma con el espíritu de la liturgia, unirse a la liturgia con toda la mente y el corazón, amando a Cristo:

    “Sin afectar a la eficacia de la acción cultual de Jesucristo, tanto el ministro como los simples fieles que intervienen en la celebración o en la recepción de este culto esencial, por su razón de miembros vitalmente unidos a la Cabeza, pueden añadir algo a su integral perfección o al grado de percepción de su eficacia si, como seres inteligentes, aportan a la acción litúrgica una consonancia espiritual con la actitud correspondiente del alma de Jesucristo. Así, en el sacrificio de la misa, aunque siempre es grato y acepto al Padre porque siempre es el acto supremo de religión que le tributa Jesucristo, el carácter social y representativo del sacerdocio del Señor tendrá una expresión más perfecta y adecuada si el celebrante y los fieles asistentes no sólo participan exteriormente a la celebración de la misa, sino que además procuran adaptar su actitud espiritual a la del alma de Jesucristo” (Brasó, Liturgia y espiritualidad, Barcelona 1956, 236).

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29.09.20

La credencia: ¡¡una mesita muy útil, muy práctica!!, también cuando no hay acólitos y está el sacerdote solo

Credencia

Un elemento sencillo, discreto, pero necesario e imprescindible, es la credencia. Ésta, la credencia, es una mesa auxiliar en el presbiterio donde están todas las cosas necesarias para la celebración de la liturgia, ya sea la Misa u otro sacramento. Puede tener un pequeño mantel por respeto a los elementos que se van a colocar sobre ella. El mismo diccionario de la RAE la define: “Mesa o repisa que se pone inmediata al altar, a fin de tener a mano lo necesario para la celebración de los divinos oficios”.

Sobre la credencia, antes de la Misa, se coloca la patena con las hostias, el cáliz con su purificador y corporal, los copones que hagan falta consagrar, las vinajeras con el vino y el agua, el lavabo (jarra y plato) con su toalla para el lavatorio de manos, las bandejas para la comunión que sostendrán los acólitos, un vaso de agua o una botellita si hace falta para beber en un momento dado, el acetre con agua bendita y su hisopo, etc.

Todo esto debe estar en la credencia antes de la Misa, y no sobre el altar; cuando llega el momento del ofertorio, entonces los acólitos acercan al altar todo lo que sea necesario y retiran lo que ya no haga falta (por ejemplo, las vinajeras no se quedarán nunca sobre el altar desde ofertorio hasta el final de la Misa, ni el lavabo de la Misa)…, o acercan en su momento lo que haga falta –como el acetre- y lo retiran después, sin dejarlo encima del altar todo el tiempo.

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22.09.20

Orando los textos litúrgicos (Notas de espiritualidad litúrgica - VII)

 prefacio   Los textos litúrgicos son un material obviamente básico para la espiritualidad litúrgica, ya que ésta no vive de ceremoniales ni puestas en escenas barrocas, sino de la sustancia misma de la liturgia, de su ritualidad, de sus plegarias, de su naturaleza, de la gracia misma.

     Por ello es necesario detenerse a considerar cómo son los textos litúrgicos, cuál es su lenguaje. ¿Van dirigidos al sentimiento, a lo afectivo y emocional, o más bien a la inteligencia que mueve nuestro ser?

     “Por su contenido primordialmente dogmático o doctrinal las fórmulas de la liturgia tienen un carácter teológico y conceptual. Por cuanto llevamos expuesto en los capítulos anteriores, es fácil deducir que la oración de la Iglesia se dirige especialmente a la inteligencia para comunicarle el conocimiento de los misterios divinos y unirla a Dios con una fe viva e ilustrada. Los profundos conceptos de la vida sobrenatural requieren expresiones densas de pensamiento que no se penetran sin esfuerzo de la mente. La dificultad de expresión resulta tanto mayor cuanto que estas verdades divinas se nos dan a conocer en el misterio, por medio de imágenes y analogías, en las que frecuentemente es difícil distinguir lo que es realidad presente y lo que se refiere a la escatología.

    Téngase en cuenta además que la mayor parte de textos usados por la liturgia son tomados de la Sagrada Escritura, cuya lectura es siempre difícil a causa de su estilo, de sus conceptos teológicos, y en especial por razón de la riqueza de contenido de su sentido espiritual A éste haya que añadir todavía un nuevo significado: el que les da la liturgia al usar los textos bíblicos en orden al misterio de Cristo renovado sacramentalmente en la iglesia” (Brasó, Liturgia y espiritualidad, Barcelona 1956, 216-217).

     La Iglesia ha ido componiendo sus textos para el culto litúrgico: oraciones (colecta, sobre las ofrendas, postcomunión), prefacios y plegarias eucarísticas, himnos litúrgicos (Veni Creator, Pange lingua, etc.), responsorios, antífonas (“En la zarza que Moisés vio arder sin consumirse, reconocemos tu virginidad admirablemente conservada. Madre de Dios, intercede por nosotros”, en las Vísperas de Santa María, 1 de enero), grandes plegarias de bendición o consagración (de ordenación, de consagración del crisma, bendición del agua bautismal, etc.)

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