Nueva fase para la participación en la liturgia

Hacer cosas o intervenir, es un nivel muy pobre de participar. De hecho, con ese concepto de participación, hemos rebajado la liturgia, la hemos ido secularizando, haciéndola extraña y ajena a sí misma, irreconocible.

Sin embargo, va surgiendo cada vez más un deseo, y lo experimentan muchos, de una liturgia que tenga una atmósfera distinta, más orante y contemplativa. ¡Bastante ruido hay ya en el mundo! ¡Demasiadas palabras, opiniones, tertulias, debates! ¡Mucha aceleración y activismo!

En la liturgia entramos en la paz de Cristo, en su sosiego, en su Corazón. Es lo distinto de lo mundano.

Se busca, y es lo propio de la liturgia, un ámbito santo de encuentro con Dios y donde Dios se revela, actúa y santifica. Por tanto un espacio religioso, sagrado, no vulgar, ni ruidoso, ni mundano, ni profano. Es un espacio transfigurado: ¡ante Dios!

Así vemos el deseo de una liturgia más contemplativa, que ceda el primado a la interioridad -¡el primado de lo interior!-, es decir, que el fiel en la santa liturgia pueda apropiarse e interiorizar lo que en la liturgia se dice, se reza, se canta, se proclama. Y hacerlo con recogimiento, con devoción en el alma: ¡y esto es participar!

Es una urgencia pastoral –sí, pastoral, en su mejor y más genuino sentido- cuidar la liturgia, realizarla más contemplativamente, menos “fiestera”, menos ruidosa, menos como si fuera un festival de música pop-evangélica… y vivir y hacer vivir la liturgia contemplativamente, con dulzura y con suavidad para el alma. Es otra dirección, es otro rumbo: un verdadero ejercicio pastoral por el bien de las almas, enmendando lo que está mal en la liturgia (tal como se celebra habitualmente).

Es necesario replantearse muy en serio el concepto de “participación activa”, que ha sido reducido, empobrecido a lo exterior, multiplicando servicios, ministerios e intervenciones al margen de las normas y libros litúrgicos. Sólo se ha buscado una exteriorización en la liturgia, pero se ha ido vaciando el espíritu.

La liturgia, es evidente, ni es catequesis ni clase ni conferencia y sin embargo se ha llenado de explicaciones, moniciones, homilías larguísimas y muy poco sustanciales y palabrería como si todo fuera un asunto meramente “intelectual”. Hay que entrar en un proceso nuevo, de conversión: llegar al “ars celebrandi”, cultivar la liturgia celebrarla de otro modo más adorante, espiritual, contemplativo, donde el alma se llene de Dios y de su gracia, con piedad y unción espiritual.

No se trata, ni mucho menos, de asistir a la liturgia pasivamente, como espectadores ante un escenario; ni estar allí durante la liturgia pero haciendo mientras otras cosas: mis devociones, rezar el rosario, meditar o examinar la conciencia, etc., porque no es el momento.

“Participar” es vivir seriamente la liturgia desde el corazón, en espíritu y en verdad. ¡Qué perspectiva tan rica, sugerente, enriquecedora! Y así, entones, se oye, se reza, se canta, se responde, etc…, estando todo lo exterior bien medido y animado por un espíritu orante, interior y nuevo.

Con palabras de san Pablo VI, tratando del Ordo Missae reformado:

“¿Qué consecuencias comportará la innovación a la que nos estamos refiriendo? Las consecuencias previstas, o mejor deseadas, se concretan en la consecución de una más inteligente, más práctica, más gozosa, más santificante participación de los fieles en el misterio litúrgico, es decir, en la recepción de la Palabra de Dios viva y actual en todo tiempo y en la historia de cada una de nuestras almas, y en la realidad mística del sacrificio sacramental y propiciatorio de Cristo” (Aud. Gen., 19-noviembre-1969).

Y sigue san Pablo VI catequizando para vivir bien la liturgia, es decir, para participar de veras explicando bien qué es participar –repetimos: nada que ver con lo que muchos dicen y hacen hoy y la mentalidad de muchos fieles-: “El nuevo rito quiere captar el interés de cada uno de los presentes apartándoles así de sus habituales devociones o del acostumbrado aburrimiento” (Aud. Gen., 26-noviembre-1969); “no sólo que asistamos, sino que participemos en el sagrado rito” (Aud. Gen., 3-septiembre-1969); “antes bastaba con asistir, ahora es necesario participar; antes bastaba con la presencia, ahora son necesarias la atención y la acción; antes alguno podía dormitar y quizá charlar; ahora no, debe escuchar y rezar” (Hom., 7-marzo-1965).

¡Participar! Es unir vida litúrgica y piedad personal:

“La liturgia tiene por sí misma una primacía, una plenitud y una eficacia que todos debemos reconocer y promover. Pero la liturgia –que es por su misma naturaleza pública y oficial en la Iglesia- no sustituye ni empobrece la religiosidad personal. La liturgia no es sólo rito; es misterio y, en cuanto tal, exige participación. La liturgia supone la fe, la esperanza, la caridad y otras muchas virtudes y sentimientos, actos y condiciones, como la humildad, el arrepentimiento, el perdón de las ofensas, la atención la expresión interior y vocal, que preparan al fiel para sumergirle en la realidad divina que la celebración litúrgica hace presente y eficaz.

La piedad personal, en la medida en que es posible para cada uno, es condición indispensable para la auténtica y consciente participación litúrgica. Y no sólo esto. La piedad personal es el fruto y la consecuencia de esa participación, que se dirige precisamente a santificar las almas y a corroborar en ellas el sentido de la unión con Dios, con Cristo, con la Iglesia y con los hermanos de toda la humanidad” (Pablo VI Aud. Gen., 13-agosto-1969).

Una nueva fase se abre ante nosotros: participar, pero con fundamento, de modo renovado e interior, buscando y celebrando una liturgia con mayor sentido de lo sagrado, dando primacía a la vida interior y despojando la liturgia del ropaje activista o secularizado con que se fue disfrazando.

Los comentarios están cerrados para esta publicación.