La familia Paulina, un siglo en las comunicaciones
EL FRUTO DE UN SACERDOTE QUE SE ADELANTÓ A SU TIEMPO
JOSÉ RAMÓN GODINO ALARCÓN
El sacerdote y fundador italiano Giacomo Alberione es fundamentalmente conocido por ser un apóstol de la comunicación, auténtico pionero en su tiempo, y todavía hoy activo a través de sus hijos e hijas espirituales, tanto que oficiosamente es conocido como patrón de las comunicaciones por internet. Cuando él nació, el 4 de abril de 1884, era impensable el nivel al que llegarían a crecer las comunicaciones sociales en el s. XX. Provenía de una humilde familia campesina de San Lorenzo di Fossano en Cuneo (Italia). La familia era profundamente cristiana, guiada por el padre de familia, Miguel, y su esposa Teresa. Desde el principio tanto él como sus otros cuatro hermanos (una hermana pequeña murió con un año) fueron educados en la piedad cristiana, el trabajo y la confianza en la Providencia.
Esta educación se mantuvo durante la niñez de Giacomo, que desde muy temprano manifestó su deseo de ser sacerdote. Cuando en la escuela le preguntó su maestra, Rosa Cardona, qué quería hacer cuando fuera mayor, el niño contestó decididamente que quería ser cura. Él mismo recordaba la situación con sorpresa: “Recuerdo, cuando yo era muy pequeño apenas empezaba a percibir las cosas, cosas que a mi temprana edad eran mínimas, porque mi ritmo diario era la escuelita y jugar con mis hermanos; más aún, ni tenía idea lo que era el futuro. No sé si te pasó alguna vez lo mismo o cuando tu profesor o profesora te preguntó ¿Qué quieres ser cuando seas grande?….De seguro te quedaste en silencio o quizás respondiste alguna profesión que se te ocurrió”. Él, sin embargo, fue rápido en su respuesta. Con esta firme intención pasó la niñez Giacomo.
En esos años la familia tuvo que cambiar de domicilio y pasar a vivir a la región de Cherasco, en la diócesis de Alba. El párroco del lugar en cuanto conoció al ya joven adolescente puso empeño en ayudarle a tomar conciencia de su vocación y a responder a la llamada del Señor. Para ese tiempo Giacomo era un joven de mediana estatura, de aspecto enfermizo y muy débil. En su niñez, su madre, temiendo por él, acercó al niño al santuario de Bra para ponerlo bajo la protección de la Virgen de las Flores. A pesar de esa apariencia débil llamaba la atención su mirada firme y su sed en busca de la verdad. A los 16 años, en 1900, entró en el seminario de Alba. Desde pequeño estaba dispuesto a dar este paso, sus compañeros de colegio le habían puesto de mote “el cura” y se reían de él, pero eso a Giacomo no le importaba. Ese pensamiento había dominado sus estudios, todo había apuntado en esa dirección, incluso participando activamente en la Obra de la Santa infancia.
La épca de seminario fue muy fecunda para Giacomo. Conoció a personas que en especial marcarían su vida, como el canónigo Francesco Chiesa, quien fue amigo y confidente suyo por más de 46 años. Había encontrado un padre, amigo, guía y consejero. Durante 33 años fue párroco en San Damián, de Alba, y canónigo de la catedral. La parroquia de don Francesco fue la mejor de la ciudad y de la diócesis, tanto por la vida cristiana como por la organización pastoral y catequística. El secreto de su éxito: durante los cincuenta años de sacerdocio se mantuvo fiel a sus dos horas de adoración eucarística ante Jesús Maestro sacramentado. Amaba tanto la Palabra de Dios que se había aprendido de memoria casi toda la Biblia. Francesco Chiesa fue el profeta y maestro de una nueva generación de sacerdotes abiertos a un estilo de vida y a una acción pastoral renovada según las nuevas exigencias de nuevos tiempos. Antes de que la figura del director espiritual fuera oficialmente instituida para los seminarios por san Pío X, él ejerció ya esa función con los seminaristas de Alba. Fue el guía de la mayor parte de los sacerdotes de su diócesis y, a partir del 1900, director espiritual de Giacomo Alberione.


Este hecho marcó la vida de Joseph, por entonces un niño de 8 años. La soledad que sentía era inmensa y llenó el inmenso agujero que dejaba la ausencia de su madre encomendándose a la Virgen. Aquí el origen del carisma netamente mariano que introdujo en la Iglesia. Su madre, antes de despedirse de él, consagró a su hijo ante una imagen de la Virgen de Pompeya, a quien pidió que educase y cuidase del pequeño José. Ser educado y cuidado por la Virgen María sería uno de los puntos más importantes del método que desarrollará Kentenich. La acción de su madre de transmitir sus deberes maternos a la Virgen ayudó a José a entender que así como la Virgen educó a Cristo ahora tiene que educar a quienes se consagran a Ella para asemejarse más a Jesús.
Durante sus años de seminarista en Córdoba, José Gabriel conoció la Casa de Ejercicios que dirigían los Padres de la compañía de Jesús. Experimentó personalmente la eficacia de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio y colaboró eficazmente con los sacerdotes que los dirigen. Así muy pronto, con la autorización de sus superiores y muy de su agrado fue “doctrinero” y “lector” durante los Ejercicios, es decir, el brazo derecho del sacerdote responsable de los mismos, labor que realizó, según lo que dijeron los que le conocieron entonces, con habilidad y dedicación.
Tuve ocasión de saludar a Don Álvaro del Portillo cuando yo era joven sacerdote estudiante en Roma. La cosa ocurrió así: Un jueves santo, como el Papa celebra en la Basílica de San Juan de Letrán, estábamos otro sacerdote y yo en el atrio del templo esperando la hora de la Misa y haciéndonos los remolones por si podíamos saludar al Santo Padre. En esto llegó Don Álvaro acompañado por el que hoy es Prelado del Opus Dei, Don Javier Echevarría. Al ser nosotros españoles nos saludó Don Álvaro y que quedó hablando un rato. Me llamó la atención su bondad, que se notaba en todo: Cómo se interesaba por nuestros estudios, nuestra diócesis, incluso por nuestra familia. En un momento determinado el movimiento de los guardias hizo entender que llegaba el Papa y Don Javier dijo a Don Álvaro: “Deberíamos ir a sentarnos a nuestros sitios”, por lo que ambos saludaron cariñosamente y se fueron. Nosotros dos seguimos haciéndonos los remolones y conseguimos saludar al Papa cuando éste llegó a la Basílica.

Ese mismo año emigró a EE. UU. con su hermana Nellie, estableciéndose en Omaha, Nebraska, donde su hermano Patrick era sacerdote. Estas emigraciones forzadas por la pobreza del campo, que fueron parte de la idiosincrasia irlandesa en el siglo XIX y primera mitad del XX -de su cultura, su música y su literatura-, como veremos al hablar del P. Patrick Peyton, afectaron a la mayor parte de las familias irlandesas. Como contraposición, sirvieron para llevar la fe católica a países lejanos que hoy deben su fuerte presencia de Iglesia a aquellos inmigrantes irlandeses.





