Un esperpento como pocos se han visto: El "concilio cadavérico"

LAS PERIPECIAS DEL PAPA FORMOSO VIVO Y DESPUÉS DE MUERTO

Esperpentos en la historia de la Iglesia ha habido muchos, como es sabido, pero pocos tan grandes e injustos como el llamado Concilio cadavérico, con el que no se dejó descansar al Papa Formoso en su tumba. La cuestión se enmarca, como se puede imaginar en una de las muchas luchas de poder en la que La sede romana se vió envuelta, en esta ocasión especialmente violenta, entre italianos y germánicos, en pleno siglo de hierro del papado, periodo terrible como pocos -y por ello tristemente famoso- de nuestra historia sobre el cual tendremos que volver muchas veces en este blog, pues es de gran interés y muy desconocido para la mayoría.

Originario de la Urbe romana, donde había nacido hacia el 816 (aunque no conocemos la fecha exacta), el polémico obispo de la diócesis suburbicaria de Porto, Formoso, llegó al Sumo Pontificado precedido de una gran fama como diplomático. En efecto, enviado por Nicolás I a Bulgaria, logró la conversión del rey Boris y de sus súbditos. Bajo Adriano II, se desempeñó brillantemente en la Curia Romana, lo que le granjeó la envidia de los mediocres de siempre y por ello, aun siendo papable, no llegó a ser elegido en el siguiente cónclave, en el que por el contrario fue elegido Juan VIII, su rival político.

En 877, al apoyar coronar rey de Italia a Arnulfo, se enfrentó a dicho pontífice, que por su parte apoyaba a Carlos II el Calvo, lo que le valió a Formoso el ser expulsado de su diócesis y la excomunión. Excomunión que sería levantada, en 883, al acceder al papado Marino I, siendo restituido en su sede, dignidad que ocupaba al ser elegido Papa. Contra Formoso se multiplicaron las acusaciones, pero no falta historiador que ve en éste proceso político muchos puntos oscuros y procura la defensa de Formoso. Años más tardes, al morir Esteban V, el obispo de Porto fue elegido Papa el 6 de octubre del 891, y se vio en la tesitura de seguir la política de su predecesor contraria a Guido y Lamberto de Espoleto, pretendientes a la corona imperial de Occidente, vacante desde 887 por la deposición del último carolingio directo.

El Papa temía justamente que la Santa Sede fuera subyugada por los espoletanos, por lo cual apoyó al rival de éstos, Arnulfo de Carintia, designándole emperador en contra de Lamberto de Espoleto, que había sido coronado Emperador en Ravena en 894. De Lamberto se sabe que había estado asociado con su padre, como rey y emperador desde abril de 892 en Pavía. Cuando su padre murió en 894, reinó en solitario y le sucedió en el Ducado de Spoleto. Tuvo que hacer frente a las pretensiones de Berengario de Friuli y Arnulfo de Carintia que deseaban obtener el Reino de Italia. En el año 898 Lamberto fue derrotado por su rival Berengario, y después de la batalla murió asesinado. Existen otras teorías que afirman que murió en un accidente ecuestre.

Arnulfo era hijo natural del rey Carlomán y de madre eslovena, Litswinde, hija del conde Eberhard de Carantania (Carintia), de donde le viene su sobrenombre. Después de ser depuesto su tío el emperador Carlos III el Gordo, se convirtió en rey de la Francia Oriental y de Lotaringia (887). Obtuvo una victoria frente a los vikingos en Lovaina, actual Bélgica, en septiembre de 891. Arnulfo invadió Italia en el año 896. Vacante el título imperial, Arnulfo logró ser designado emperador. Atraversando los Alpes, llegó hasta las puertas de Roma, ciudad que toma sin resistencia por parte de los Espoleto que se habían retirado al sur de Italia para preparar un contraataque.

Arnulfo entró en Roma atravesando el histórico Ponte Milvio y, después de liberar a Formoso, que había sido hecho prisionero en Castel Sant’Angelo por los Espoleto, fue coronado en la escalinata de San Pedro en 896. Arnulfo se quedó solamente 15 días en Roma, desde dondé viajó al sur para combatir contra sus enemigos, propósito que no pudo cumplir porque le sobrevino una parálisis cuando iba de camino y decidió volverse a Baviera. Continuó la lucha Berengario de Friuli, que como hemos visto en 898 derrotó a Lamberto.

Formoso, que de pronto se vio solo en Roma y sin la ayuda del emperador, murió en abril de aquel año, probablemente envenenado, y fue enterrado en la antigua basílica de San Pedro. El biógrafo Nicolás I lo menciona como “obispo de gran santidad y ejemplares costumbres"; hasta el maldiciente escritor Liuprando de Cremona elogia su piedad y su ciencia de las cosas divinas, y lo mismo hacen otros cronistas. Fue patrono de las artes y embelleció la basílica de San Pedro (la de entonces, no se confunda con la actual). Le sucedió Bonifacio VI, que falleció a los quince días de pontificado. Entonces salió elegido Esteban VI, antiguo rival de Formoso y partidario incondicional de Lamberto de Espoleto. Éste, aprovechando la retirada del emperador Arnolfo debido a una enfermedad, entró triunfalmente en Roma junto a su madre Angeltrudis, una auténtica arpía de mucho cuidado como se verá por lo que sigue.

El caso es que Esteban VI se mostró complaciente hasta el servilismo con el nuevo ocupante de la Ciudad Eterna, lo cual aprovechó Angeltrudis para exigir del Papa la pública humillación del enemigo que tanto había perjudicado la causa de su difunto marido y de su amado hijo, y que no era otro que Formoso. El problema era que estaba ya muerto y enterrado. No importaba. Tenía que quedar bien clara la perfidia del difunto, así que, a inicios de 897, se le instruyó proceso en medio de un concilio, ante el cual compareció nada menos que su momia. Ésta había sido sacada de su sepulcro y, revestida aún de sus hábitos pontificales, fue sentada ante el tribunal erigido en la basílica constantiniana.

Asignósele un clérigo para que respondiera en su nombre a las acusaciones. Naturalmente, la sentencia de este concilio -conocido en la historia con el apelativo de «cadavérico»- fue adversa a Formoso. Se le condenó a la degradación, despojándosele de todas sus insignias papales, que le fueron arrancadas a jirones, quedando al descubierto el cilicio que llevó en vida pegado a las resecas carnes. Todas sus ordenaciones fueron declaradas inválidas y se llegó a la suprema ignominia de cortarle los dedos pulgar, índice y medio de la mano derecha, con que solía bendecir. El cuerpo mutilado de Formoso fue arrojado al cementerio profano, de donde las turbas, presas de un frenesí salvaje a ejemplo de sus autoridades, lo cogieron para echarlo al Tíber después de indecibles profanaciones. A todo ello condescendió Esteban VI, más preocupado por complacer a la tigresa espoletana que por la dignidad de la silla de Pedro.

Pero la vida da muchas vueltas. Hallándose el rastrero Pontífice con su capítulo en su residencia del palacio de Letrán, las piedras de la contigua basílica de San Juan, cabeza y madre de todas las iglesias de la ciudad y del mundo, lanzaron un terrible gemido desplomándose todo el templo desde el altar hasta el pórtico, lo cual fue interpretado como una señal inequívoca de la cólera divina ante el horrendo atentado del que había sido objeto el cadáver del papa Formoso. A1 poco tiempo del concilio cadavérico, en mayo de ese mismo año de 897, los partidarios de éste alzaron al pueblo -siempre voluble y presto a secundar cualquier alboroto- contra Esteban VI, el cual fue depuesto y encarcelado. El infeliz acabó sus días estrangulado en prisión en el mes de octubre.

De esta manera fue vengado el inaudito ultraje inferido a la momia del papa Formoso, que fue varada por el Tíber y trasladada nuevamente a San Pedro por orden del nuevo papa Teodoro II y en medio de grandes demostraciones de honor, no sólo de parte de los vivos, sino hasta de las inanimadas estatuas del Vaticano, que, al parecer, se inclinaron al paso de los despojos como póstumo homenaje a aquel a quien pertenecían. Al menos es lo que cuenta el cronista Liutprando de Cremona (+972), a quien, junto al autor de la Invectiva in Romam pro Formoso Papa y a Flodoardo en sus Anales, quien transmite las noticias más cercanas de que disponemos sobre el esperpéntico concilio que juzgó a Formoso ya que las actas de dicho evento fueron quemadas.

Sin embargo, en 898, un nuevo Papa, Teodoro II, c onvocó un sínodo romano que revirtió la sentencia y nuevamente el cadáver de Formoso fue perdonado y sepultado en la Basílica de San Pedro, de acuerdo a su investidura papal donde permanecería hasta el año 904 cuando el Papa Sergio III, a poco de acceder al trono, revierte la disposición y promueve un nuevo juicio contra el cadáver. La condena dictamina arrojarlo a las aguas del río Tíber para que se lo trague el mar. Pero el cuerpo sin vida del Papa persiste en su lucha por no desaparecer de la historia y se sujeta en las redes de un pescador que lo rescata y lo esconde durante algunos años. En el año 911, cuando termina el pontificado de Sergio III, el persistente cuerpo de Formoso es devuelto a la sede papal donde pudo por fin, luego de tantas vueltas, descansar hasta nuestros días, sin ningún otro juicio post-mortem que soportar.

3 comentarios

  
jose de maria
Increible pero cierto. Hay que vivir para ver.
10/05/10 6:15 PM
  
Manuel Soler
¿Y quçe jay de la cremación del cadáver que, según he leído en varios textos, tuvo lugar?
18/11/14 6:31 PM
  
Guadalupe
Horroroso y absurdo!!!! Leer para creer!
28/05/16 8:44 AM

Los comentarios están cerrados para esta publicación.