La otra sabia de Alejandría

Filosofa, maestra y mártir, como la Hipatia de “Ágora", pero iluminada por la luz maravillosa de la fe

La película Ágora de Alejandro Amenábar ha puesto de actualidad la vida y la muerte de una gran mujer de la Antigüedad: Hipacia (o Hipatía, siguiendo el griego, filósofa neoplatónica, seguidora de Plotino, y matemática eximia, que fue asesinada por una turba de fanáticos en el contexto de las complicadas relaciones entre el Patriarcado de Constantinopla y la administración del Imperio de Oriente. No pretendemos hacer en estas líneas la crítica del film, cosa de la que otros se han ocupado. Baste decir que nos parece sesgado y tendencioso y que su propio creador no oculta su propósito de propaganda “contra el fanatismo” (léase “contra el cristianismo”). Amenábar se monta al carro del ataque fácil y barato contra una religión que sabe que no se defenderá como lo harían otras en el caso que las afectadas fueran ellas. Que pruebe si no a filmar alguna película que muestre los excesos de los musulmanes y ponga en boca de alguno de sus protagonistas que “Alá no ha demostrado ser mejor que los otros dioses”.

Dado que todo el mundo habla ahora de Hipacia, nosotros queremos tratar, para variar, de otra filósofa y matemática compatriota suya, que vivió cien años antes y que, como aquélla, murió de forma violenta: Santa Catalina de Alejandría, otra mujer eximia que, dicho sea de paso, pone en entredicho el mito de la misoginia del cristianismo. Algunos han sostenido que, en realidad, no existió y que su vida es una pura invención para aleccionar a los fieles en el amor a la sabiduría y a la verdad en espíritu de fe y pureza, prácticamente como un ejemplo que oponer a la pagana Hipacia. Se basan para ello en que la hagiografía de Santa Catalina es demasiado fabulosa y resulta inverosímil, aparte que las noticias sobre ella son tardías. Pero si consideramos que un monasterio en el Sinaí le fue dedicado –siendo edificado, según se dice, sobre sus despojos mortales– y data del primer tercio del siglo VI (es decir, a dos siglos de su muerte), la existencia de esta santa se vuelve más que probable, ya que ello supone una previa, firme y arraigada creencia en ella. Además, rechazar los datos de las tradiciones por un prurito de exactitud histórica es puro positivismo, afortunadamente desacreditado en nuestros tiempos. Nadie creía en la Guerra de Troya hasta que Schliemann, con los Poemas Homéricos en mano, descubrió la ciudad y el tesoro de Príamo en pleno siglo cientificista.

La misma Iglesia Católica, sensible a cualquier acusación de superchería, consideró en un tiempo que no era oportuno continuar dedicando una fiesta con carácter universal a una santa de la que se sabía tan poco, y en la reforma del calendario litúrgico de 1969 la suprimió sin más (al igual que la de Santa Bárbara y San Jorge). Pero en 2002, en la nueva edición típica del Misal Romano se la restauró como memoria opcional. Lo que prueba que la creencia en la existencia de los santos no depende sólo de fuentes racionales y verificables, sino también del sentir más profundo del pueblo fiel, al que determinados personajes impactan de manera especial. Y ése es el caso de Santa Catalina de Alejandría, cuyo culto llegó a ser tan importante y popular que se la ha venerado siempre como uno de los catorce santos auxiliadores”. Su iconografía es, además, una de las más ricas en la historia del arte.

Al hablar de nuestra santa es obligada la referencia a la celebérrima Escuela de Alejandría, a la que se puede considerar como la primera institución propiamente teológica del cristianismo. No es casual que ésta se estableciera en la ciudad del Delta del Nilo (fundada por Alejandro Magno), ya que se trataba del más importante foco de la cultura helenística, habiendo Atenas perdido completamente su influencia hacía ya mucho tiempo (como consecuencia de su derrota en la Guerra del Peloponeso). El rey de Egipto Ptolomeo II Filadelfo, uno de los más grandes astrónomos de la Antigüedad (autor del Almagesto) había establecido la gran Biblioteca que haría famosa a Alejandría además de su Faro (una de las siete maravillas del mundo). Al amparo del sabio monarca fue elaborada también la versión griega del Antiguo Testamento, llamada “versión de los Setenta”. La capital del Egipto helénico, punto de entrecruzamiento de Oriente y Occidente, era, pues, un auténtico crisol de civilizaciones y religiones y el cristianismo prendió pronto en ella gracias a la predicación de San Marcos, fundador de la iglesia alejandrina, sede patriarcal que pronto cobró una gran importancia.

Al establecerse allí el cristianismo, surgió la necesidad de una escuela catequética como las que existían en todas las iglesias locales. El obispo solía encomendar la instrucción de los cristianos y los catecúmenos a un presbítero, que explicaba la doctrina a toda clase de fieles de una manera sencilla y asequible. Pero en el caso de Alejandría la tarea era más difícil y exigía un alto nivel intelectual, pues la Iglesia se hallaba inmersa y crecía en una sociedad dominada por diferentes corrientes filosóficas y teológicas (el judaísmo exegético y el gnosticismo). Es así como el siciliano Panteno († 216), maestro de filosofía convertido al cristianismo, se erigió como primer director conocido del Didaskalion o Escuela Catequética de Alejandría (si no fue su fundador). Ésta impulsó el primer esfuerzo de síntesis del cristianismo con la filosofía griega, cosa que ya en el siglo I había llevado a cabo Filón respecto al judaísmo. Hasta el final del siglo III la literatura cristiana había sido apologética, basada en la defensa y el ataque contra los paganos y los herejes. San Ireneo de Lyon es su gran exponente. Pero mientras éste basaba su argumentación en la tradición que remontaba a los Apóstoles, los alejandrinos buscaron la fundamentación racional de la fe.

San Clemente Alejandrino, discípulo de Panteno, protagonizó la lucha contra la influencia gnóstica, que reducía la religión a un discurso iniciático para ciertos elegidos. Pero fue su sucesor Orígenes (185-254) quien se sirvió de la filosofía de Platón, revitalizada por su maestro Ammonio Saccas y desarrollada por su condiscípulo Plotino, para explicar la doctrina cristiana de un modo sistemático. La influencia del platonismo en la evolución del pensamiento en la Iglesia a partir de Orígenes fue muy importante (como puede verse en los Padres Capadocios, San Agustín, Boecio, Escoto Eriúgena, San Buenaventura, Ghemistos Plenton, Marsilio Ficino). La Escuela Alejandrina estuvo muy en contacto y relación con los pensadores platónicos paganos y gozó de gran libertad en una ciudad cosmopolita y abierta. Pero, como en todo el Imperio, en la segunda mitad del siglo III las cosas cambiaron al desatarse las grandes persecuciones sistemáticas contra los cristianos, una de cuyas más ilustres víctimas fue precisamente Santa Catalina de Alejandría.

Nacida hacia el año 287, pertenecía a una ilustre y noble familia egipcia. Educada en el paganismo, sobresalió en el estudio de la filosofía y también destacó en las matemáticas, la astronomía y la física, cosa nada extraña en un ambiente culto, impregnado del ansia de conocimientos y que no relegaba a las mujeres a la ignorancia, como se cree erróneamente. También estaba dotada del estro poético, lo que la colocaba entre las personalidades de mayor nota de la sociedad alejandrina. No es extraño, pues, que el co-emperador Maximiano Hercúleo, gobernante de Occidente, visitando Alejandría, conociera la fama de erudita de la joven Catalina, a la que invitó a participar en una de las grandes fiestas paganas organizadas para agasajar al soberano. A la sazón, Catalina se había convertido al cristianismo al tener un día una revelación de Jesucristo, que se le presentó como el único objeto digno de su amor (a esta extraordinaria experiencia, dicho sea de paso, hay que remontar el tema de los desposorios místicos, recurrente en la historia de la espiritualidad cristiana). Maximiano quiso poner a prueba la destreza intelectual de Catalina, a la que hizo disputar con los sabios de su corte. La intrépida joven acabó haciendo una extraordinaria exposición del cristianismo, que nadie puedo rebatir, e instó al Emperador y a los presentes a convertirse.

Maximiano quedó estupefacto al oír a Catalina y montó en furia por lo que consideraba un ultraje a su dignidad imperial. Hay que recordar que bajo el Dominado (política despótica promovida por Diocleciano), la persona del Emperador era sagrada y objeto de culto religioso público, de modo que los cristianos, que rehusaban realizar los actos propios de dicho culto (a los que consideraban idolátricos), eran vistos como enemigos del Estado, merecedores de persecución y castigo. La cólera del monarca aumentó al saber que esos mismos sabios a los que había encomendado poner a prueba a Catalina se habían visto tocados por sus argumentos, abrazando la fe de Cristo. Se dice que la misma emperatriz Eutropia fue sensible a las palabras de la joven e intrépida egipcia (de hecho, murió cristiana años más tarde). Maximiano hizo ejecutar a aquéllos y propuso a ésta entrar a formar parte de la familia imperial, casándose con uno de sus hijos, si abjuraba del cristianismo, ofreciendo los sacrificios rituales (sacra augusta). Al negarse a ello, fue sentenciada al suplicio de la rueda dentada, dotada de cuchillas que debían destrozar su cuerpo virginal. Sometida a él, las cuchillas de la rueda se rompieron como si hubieran topado con diamante. El emperador, fuera de sí, ordenó que se la decapitara. Quiere la leyenda que manara leche del cuello cortado de Catalina, como queriendo significar la verdadera sabiduría, la sabiduría divina, como sustento del alma (tema sugestivo procedente de Filón y la escuela exegética judía de Alejandría).

No hay más noticias sobre nuestra santa, pero las pocas que conocemos bastan para apreciarla y tenerle devoción y nos ponen sobre la pista de datos verosímiles que pueden perfectamente encuadrarse en el contexto del lugar y de la época. Catalina representa a todas esas mujeres sedientas de conocimiento que produjo una sociedad libre y civilizada como la Alejandría helenística; pero también a las vírgenes prudentes, que supieron reconocer en Cristo al Esposo y salieron a su encuentro, y, en fin, a las almas enamoradas de la verdad y de la sabiduría, a las que vale la pena dedicar la vida y por las que, incluso, merece afrontar la muerte. Estos rasgos son los que acomunan a las dos alejandrinas: la joven cristiana y la anciana pagana; la única diferencia, aunque decisiva, reside en que la primera supo trascender el plano del conocimiento racional y volar con las alas de la fe al plano del conocimiento divino, intuido por Platón y que es realidad en Cristo. Uno de los atributos iconográficos tradicionales de Catalina es la triple aureola blanca (virginidad), verde (sapiencia) y roja (martirio). Representa el ideal humanístico: pureza de costumbres, estudio constante y amor incondicional de la Verdad, tres cosas que van juntas y que debieran seguir siendo hoy la norma de todos aquellos que dedican su vida al conocimiento.

 

RODOLFO VARGAS RUBIO

4 comentarios

  
Bruno
Interesantísimo y muy oportuno ahora con la peliculita.

Muchas gracias.
22/10/09 1:50 PM
  
odet
Se menciona a esta santa en una película sobre la vida de Juana de Arco.
23/10/09 11:41 PM
  
Lean
Son la misma.
27/10/09 7:51 AM
  
evelyn
Me están jodiendo? Pones hipatia en google y te salen un montón de pag haciendo referencia libros y escritos a ha dejado. Libros donde se habla de ella su enseñanza y vida. Y esto es un cuento en base a que? De donde sacan esta información? Y sólo una pag católica habla de esta " santa". Sigan mintiendo. Sigan armando cuentitos. Todo vuelve en esta vida. Acá se paga las consecuencias
03/10/15 8:57 AM

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