22.03.21

Algunas reflexiones a vuela pluma sobre la Iglesia y el Liberalismo

¿Son todas las religiones verdaderas o sólo hay una que lo sea? ¿Existe el derecho al error? Podemos equivocarnos pero el error no es un derecho. El error hay que evitarlo… Y cuando te equivocas, conviene que te dejes corregir y no persistir en el error, porque si lo haces, ya no es un problema de ignorancia, sino de necedad.

La única religión verdadera es la Católica. Todo el mundo es libre para buscar la verdad y, una vez encontrada, proclamarla. Pero no existe el derecho a decir que la capital de España es Bogotá. La libertad siempre debe ir de la mano de la verdad y de la moral. La mentira no es un derecho humano, sino una depravación de la libertad: es pecado, como lo es la idolatría de rendir culto a cualquien dios que no sea Cristo.

Pero la libertad liberal se separa de la verdad y de la ley moral universal y predica el derecho a autoposeerse y autodeterminarse; es decir, el derecho a que cada uno haga lo que le dé la gana, sin tener en cuenta si esa acción contribuye al fin para el que hemos sido creados (Dios) o nos lleva a la condenación eterna. Porque el liberal desprecia a Dios. Y si uno es libre para autodeterminarse y autoposeerse, lo lógico es que tengamos que aceptar que cada uno sea libre para profesar la religión que quiera o para no profesar ninguna en absoluto. Lo mismo que cada uno sería libre para casarse con una mujer, con un hombre, con un perro, con un árbol o con nadie: todas las opciones de género serían igualmente aceptables porque la verdad y la Ley Moral Universal – la ley natural y la Ley de Dios – no pueden obligarme a nada: el hombre es autónomo y responsable de sus actos y puede hacer todo lo que quiera con la única restricción de no violentar la libertad del otro.

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17.03.21

Las Dos Banderas

Las Dos Banderas

139 Tercer preámbulo. El tercero: pedir lo que quiero; y será aquí pedir conocimiento de los engaños del mal caudillo, y ayuda para guardarme de ellos, y conocimiento de la vida verdadera que nos muestra el sumo y verdadero capitán, y gracia para imitarle.

140 Primer punto. El primer punto es imaginar como si el caudillo de todos los enemigos tomase asiento en aquel gran campamento de Babilonia, en una especie de cátedra grande de fuego y humo, en figura horrible y espantosa.

141 Segundo punto. El segundo: considerar cómo hace un llamamiento a innumerables demonios y cómo los esparce a unos en una ciudad y a otros en otra, y así por todo el mundo, no dejando provincias, lugares, estados ni personas algunas en particular.

142 Tercer punto. El tercero considerar el discurso que les dirige, cómo los exhorta a echar redes y cadenas; de manera que primero deberán tentar de codicia de riquezas, como suele ser comúnmente, para que más fácilmente lleguen al vano honor del mundo, y después a crecida soberbia, de manera que el primer escalón sea de riquezas, el segundo de honor y el tercero de soberbia; y de estos tres escalones induce a todos los otros vicios.

143 Así por el contrario, hay que imaginar al sumo y verdadero capitán que es Cristo nuestro Señor.

144 Primer punto. El primer punto es considerar cómo Cristo nuestro Señor se pone en un gran campamento de aquella región de Jerusalén humilde, hermoso y afable.

145 Segundo punto. El segundo: considerar cómo el Señor de todo el mundo escoge tantas personas, apóstoles, discípulos, etc. y los envía por todo el mundo a esparcir su sagrada doctrina por todos los estados y condiciones de personas.

146 Tercer punto. El tercero: considerar el sermón que Cristo nuestro Señor dirige a todos sus siervos y amigos, que envía a esa tarea encomendándoles que a todos quieran ayudar para traerlos, primero a suma pobreza espiritual, y si su divina majestad fuere servida y los quisiere elegir, no menos a la pobreza actual, segundo, a deseo de oprobios y menosprecios, porque de estas dos cosas se sigue la humildad; de manera que sean tres escalones: el primero, pobreza frente a riqueza; el segundo oprobio o menosprecio frente al honor mundano; el tercero, humildad frente a soberbia; y de estos tres escalones induzcan a todas las otras virtudes.

147 Coloquio. Un coloquio a Nuestra Señora por que me alcance gracia de su Hijo y Señor, para que yo sea recibido bajo su bandera, y primero en suma pobreza espiritual, y si su divina majestad fuere servido y me quisiere elegir y recibir, no menos en la pobreza actual; segundo, en pasar oprobios e injurias por imitarle más en ellas, con tal de que las pueda pasar sin pecado de ninguna persona y sin desagradar a su divina majestad; después decir un Ave María.

María, mediadora de todas las gracias: lo sabía muy bien San Ignacio de Loyola, aunque parece que a algunos se les haya olvidado. A algunos se les han olvidado los propios Ejercicios Espirituales y su verdadero valor.

Dos ciudades y dos banderas. Dos generales: el mal caudillo – Satanás – y el verdadero Capitan, que es Cristo. Hay una guerra abierta entre los dos ejércitos. Ante Jesús hay que tomar partido. Él no ha venido a traer paz, sino a suscitar conflictos:

No penséis que he venido a poner paz en la tierra; no vine a poner paz, sino espada. Porque he venido a separar al hombre de su padre y a la hija de su madre y a la nuera de su suegra y los enemigos de los hombres serán los de su casa. El que ama al padre o a la madre más que a mí, no es digno de mí; y el que no toma su cruz y sigue en pos de mí, no es digno de mí. El que halla su vida, la perderá, y el que la perdiere por amor de mí, la hallará. (Mt 10, 34-39).

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13.03.21

Las Dos Ciudades

Dos amores han dado origen a dos ciudades: el amor de sí mismo hasta el desprecio de Dios, la terrena; y el amor de Dios hasta el desprecio de sí, la celestial. La primera se gloría en sí misma; la segunda se gloría en el Señor. Aquélla solicita de los hombres la gloria; la mayor gloria de ésta se cifra en tener a Dios como testigo de su conciencia. Aquélla se engríe en su gloria; ésta dice a su Dios: Gloria mía, tú mantienes alta mi cabeza (Salmo 3,4). La primera está dominada por la ambición de dominio en sus príncipes o en las naciones que somete; en la segunda se sirven mutuamente en la caridad los superiores mandando y los súbditos obedeciendo. Aquélla ama su propia fuerza en los potentados; ésta le dice a su Dios: Yo te amo, Señor; tú eres mi fortaleza (Salmo 17,2).

Por eso, los sabios de aquélla, viviendo según el hombre, han buscado los bienes de su cuerpo o de su espíritu o los de ambos; y pudiendo conocer a Dios, no le honraron ni le dieron gracias como a Dios, sino que se desvanecieron en sus pensamientos, y su necio corazón se oscureció. Pretendiendo ser sabios, exaltándose en su sabiduría por la soberbia que los dominaba, resultaron unos necios que cambiaron la gloria del Dios inmortal por imágenes de hombres mortales, de pájaros, cuadrúpedos y reptiles (pues llevaron a los pueblos a adorar a semejantes simulacros, o se fueron tras ellos), venerando y dando culto a la criatura en vez de al Creador, que es bendito por siempre (Carta a los Romanos 1,21-25).

En la segunda, en cambio, no hay otra sabiduría en el hombre que una vida religiosa, con la que se honra justamente al verdadero Dios, esperando como premio en la sociedad de los santos, hombres y ángeles, que Dios sea todo en todas las cosas (Primera Carta a los Corintios 15,28) (San Agustín, De Civitate Dei XIV, 28).

En este mundo se confrontan dos cosmovisiones: una teocéntrica y otra antropocéntrica. Hay dos visiones del mundo y del hombre que nada tienen que ver entre sí. Dos ciudades en lucha permanente: estamos los que queremos ser siervos de Dios y los que quieren ser dueños de sí mismos, sin depender de nadie: ni siquiera de Dios; los que nos sabemos criaturas de Dios y causas segundas, los que sabemos que nada podemos sin Dios y que en todo dependemos de su amor y su gracia; y los que se creen dioses, causas primeras, creadores de sí mismos: los que defienden su autonomía y su libertad para pecar, los que se autoposeen y se autodeterminan. Estamos los que queremos cumplir la Voluntad de Dios, los que queremos cumplir sus Mandamientos, aun sabiéndonos pecadores y miserables y necesitados del perdón y de la misericordia de Dios, que es la que nos salva, la que nos redime; y están los que no aceptan ninguna sumisión, ningún mandamiento, al margen de la sumisión a su propia voluntad y a los propios mandamientos que legislan para sí mismos.

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9.03.21

La Mejor Mujer

Por lo visto, a los enemigos de Cristo les ha molestado este video de la ACdP. Motivo más que suficiente para compartirlo y divulgarlo en la medida de mis posibilidades. Además, todo lo que se diga de bueno de la Virgen María será siempre poco. Bendita sea.

6.03.21

Tengo Miedo. Meditación Cuaresmal del Rev. P. José Ramón García Gallardo

 
Publico en mi blog las meditaciones de cuaresma del P. Gacía Gallardo que he tenido la fortuna de leer en el Periódico La Esperanza en este enlace: Tengo miedo. Espero que estas meditaciones sirvan para la reflexión y para la conversión de cuantos tengan a bien leerlas. (Las negritas son mías).

 

Meditación cuaresmal

I- Qué es el Temor de Dios

Con frecuencia observamos que cuando el temor de Dios disminuye en la balanza de nuestras conciencias, pesan mucho más los miedos. Pesan más, porque quien manipula la imaginación con su diabólica astucia, multiplica los miedos al infinito, siempre en el mismo sentido, es decir, dejando de lado sistemáticamente las posibilidades optimistas, las eventualidades positivas. Poco a poco, nuestra alma se va alejando de la unión con Dios, debilitando la Fe y la Esperanza; cada día se refuerzan las numerosas cadenas con que los miedos atan a las almas, haciéndolas serviles, esclavas.

Cae la noche sobre la inteligencia, porque perdido el temor de Dios, que es el principio de la sabiduría, “Initium sapientae, timor Domini” (El inicio de la sabiduría está en el temor de Dios), se apaga en nuestras conciencias la Luz que ha venido al mundo, queda inmersa en tinieblas interiores, perdemos la capacidad intelectual de discernir y con la voluntad paralizada, nos encontramos entonces a merced de los miedos, pues la imaginación se ve invadida por mesnadas de fantasmas surgidos de lo más profundo del imperio de la oscuridad y la mentira.

El don del Temor de Dios es uno de los integrantes del “Sacro Septenarium” que pedimos en Pentecostés, el Señor nos lo da cual dote paterna cuando somos adoptados como hijos suyos en el bautismo, aunque se desarrolla en plenitud desde el día de nuestra confirmación, para poder combatir con valentía los miedos. Desempeña una función decisiva en el florecimiento de la esperanza, pues el santo Temor de Dios nos constituye en la humildad y nos conforma por la Caridad. Así, el alma consciente de la propia flaqueza y debilidad personal, evita todo repliegue y vana complacencia en sí misma, para arrojarse, generosa y confiada, en el seno del Padre.

El Espíritu de Temor lleva a una audaz y filial confianza en Dios, y conduce a un abandono total en el amor divino, forma suprema de la Caridad, que junto con la Fe nos sostiene en la Esperanza por los misteriosos itinerarios del alma que avanza hacia Dios, transitando caminos en el agua, sin dejarnos invadir por aquellas dudas y miedos que abrieron abismos en el mar, bajo los pasos de San Pedro. ¡Son tantos los pánicos y miedos que arrastran en sentido contrario de la sabiduría y la cordura, conduciendo también al precipicio de absurdas locuras!

El Santo Temor de Dios, no es tener miedo a Dios, porque la Caridad excluye el miedo, nos dice San Juan. Es el profundo respeto que Santo Domingo Savio formula como lema de su vida: «Antes morir que pecar». Es la prudencia fiel que sostiene a la casta Susana ante las insidias y amenazas de los perversos. Es la audacia firme que manifiesta el corazón de Blanca de Castilla cuando le dice a su hijo, el futuro Rey de Francia, San Luis: «prefiero verte muerto a que cometas un solo pecado mortal». El Temor de Dios es el que fundamenta cada acto de la caridad heroica en todos y cada uno de los actos martiriales.

El Temor de Dios nos confirma en la esperanza, y produce en nosotros un fuerte deseo de no ofenderle, dándonos también la certeza de que Él nos dará la gracia para ello. Nuestro deseo de no pecar es más que una obligación; es un anhelo que nace del amor filial que nos infunde la caridad que busca la unión con Dios en todo. De esta manera, como criterio supremo, tememos agraviarle o portarnos de una manera que pueda deteriorar esa unión. Y esto, no lo debemos hacer meramente por temor al castigo, sino porque, como hijos suyos que somos, le amamos profundamente, porque le consideramos digno de nuestro amor, reverencia, obediencia, admiración y respeto.

¿Cómo vencieron los mártires el miedo a los más atroces tormentos, a los suplicios más terribles? Con la fe puesta en Dios, pues tenían la certeza de que hacían un buen negocio y gracias a su humildad, al conocimiento profundo de sí mismos y al temor de ofender al Señor, se despojaron de su nada a cambio del Todo. Nuestro Señor lo dejó dicho: «Si alguien quiere venir en pos de Mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá, pero quien pierda su vida por Mí, la encontrará. Pues ¿de qué le servirá al hombre ganar el mundo entero, si pierde su alma? ¿Qué puede dar el hombre a cambio de su alma?»(Mt XVI). Como todas las gracias de Dios, el don del Santo Temor es un regalo precioso que debemos cuidar, pues perderlo, implicaría abrir las compuertas al dique de todos los miedos y sus consecuencias nefastas.

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