El Corazón de Jesús

El pasado día 20 de junio celebramos en el Colegio Juan Pablo II de Puerto Real la renovación de nuestra consagración al Sagrado Corazón de Jesús. Dejo mi querido colegio en las mejores manos. ¡Qué mejor manera de despedirse de un colegio donde dejo a tanta gente a la que amo tantísimo! Jesús Sacramentado es la fuente de la caridad que se ha derramado con abundancia sobre los niños del colegio, sobre los profesores, sobre las familias y sobre mí todos estos años. Nadie se puede sentir más querido que yo. Los niños, los padres y las madres, los profesores y el personal del colegio… He pasado unos días repletos de amor y de lágrimas: lágrimas de pena pero también de felicidad por tanto amor recibido. El cielo tiene que ser algo así parecido a lo que yo he podido vivir estos últimos días: amar a tantas personas y ser amado por tantos. No puede haber nadie más feliz que yo, que me he visto desbordado e inundado de amor por parte de tanta buena gente, tan generosa y tan buena conmigo; especialemente por el amor de mis niños.

  

Pero cuando rechazas a Cristo, condenas tu vida al infierno. Cuando una sociedad reniega de Cristo, quien reina es el Príncipe de la mentira y crecen la división y el enfrentamiento entre individuos y colectivos. Vivir como si Dios no existiese o como si hubiera ámbitos donde se puede dejar a Dios a un lado (ámbitos de oscuridad donde Dios no tiene cabida), nos enfanga en el egoísmo, en el hedonismo o en la hipocresía del fariseo. Las adicciones, las drogas, la prostitución, la pornografía, la promiscuidad, la proliferación de divorcios; el aborto, el suicidio, la eutanasia; la epidemia de trastornos mentales y la proliferación del consumo de psicofármacos; la doble moral, las injusticias sociales, la explotación laboral, el paro, las desigualdades lacerantes entre ricos y pobres… Vidas machacadas por la injusticia; vidas sin sentido. Vidas vacías cuya única felicidad es el alcohol, el botellón, emborracharse lo más rápido posible para «pasarlo bien», para dar una putivuelta y elegir a una chica o a un chico que esté tan borracho como tú para darnse un revolcón y alcanzar esa efímera felicidad del orgasmo. Y luego, el vómito, la nada, la náusea de la soledad y del vacío. Nunca se habían suicidado tantos jóvenes; nunca, tantos abusos sexuales; nunca, tantas violaciones; nunca, tanta prostitución y tanta pornografía; nunca, tanto abuso a niños y a niñas; tanta pederastia; tanta depravación.

¡Qué asco y qué horror! Este mundo es un infierno. Porque el mundo vive de espaldas a Dios; vive blasfemando, vive escupiendo al rostro de Cristo. Los impíos se burlan de Nuestro Señor, se ríen de Él y le escupen a la cara. Y le ponen una corona de espinas para reírse de su realeza. Siguen crucificando a nuestro Señor. Le estamos rompiendo el Corazón a Cristo. Nuestros pecados son espinas que se clavan en el Corazón dolorido del Señor. Y hay pecados que claman al cielo: el asesinato de inocentes, el pecado nefando, la opresión de los pobres y el aprovecharse de la necesidad de los trabajadores pobres y necesitados (no, no hablamos solo de los pecados de bragueta).

El hombre de hoy ha empezado a sentir ira frente a la verdad. El mundo se enfurece, se pone cada día más rabioso cuando alguien le pone la verdad delante. Y pretende matar la verdad y al mensajero de la verdad. La vida del justo ofende a los impíos porque deja en evidencia su iniquidad.

Cuando alguien dice, por ejemplo, que las relaciones homosexuales son pecado, el mundo reacciona violentamente contra la verdad de Dios y llegan los insultos y las descalificaciones: ¡Homófobo! ¡Fanático! ¡Integrista! ¡Facha! 

Pero cuando denuncias las injusticias sociales y laborales o las desigualdades lacerantes, entonces te llaman comunista y sindicatista.

Pero, ¿Hay mayor caridad que decir la verdad y procurar la salvación de las almas? 

«¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo! Nosotros no tenemos más rey que el César. Nosotros no queremos saber nada de Cristo. Matémosle. Acabemos con Él. Nosotros no aceptamos que sea nuestro Rey. No queremos que Cristo reine. Yo soy el único rey de mi vida y hago con ella lo que me da la gana. El hombre es autónomo: yo soy mi propio fin. Mi vida es para mí y solo para mí. Yo me doy mis propias leyes, mis propios mandamientos. Y no quiero a Dios en mi vida, imponiéndome sus mandamientos.»

Pero como señalaba acertadamente Pío XI en su Encíclica Quas Primas, este cúmulo de males que hoy padecemos, y que ha invadido la tierra como una auténtica pandemia, se debe a que la mayoría de los hombres se han alejado de Jesucristo y de su ley santísima, tanto en su vida y costumbres como en la familia y en la gobernación del Estado. Y nunca resplandecerá una esperanza cierta de paz verdadera entre los pueblos mientras los individuos y las naciones sigan negando y rechazando el imperio de nuestro Salvador.

Hay que huir de Babilonia para salvar el alma. Hay que dejar este mundo nauseabundo, maloliente y podre de ideologías. Las ideologías son las nuevas religiones idolátricas que ofrecen la salvación del bienestar y un paraíso terrenal sin Dios y contra Dios que nunca llega ni podrá llegar. Ofertan una vida buena y dan, en cambio, un infierno insoportable. Hay que escapar de Babilonia pero no para vivir al margen del mundo, sino para tomar fuerzas para combatir el mal y guiar las almas de los pecadores perdidos en el mundo hacia el cielo.

El Corazón de Jesús sufre los desprecios del mundo, las burlas, los sacrilegios, las blasfemias, las persecuciones y los asesinatos de inocentes…

¿Y qué podemos hacer nosotros?

Yo tengo dos debilidades de las que apenas puedo hablar en público sin que se me salten las lágrimas: la primera es el amor al Santísimo Sacramento, a Jesús escondido bajo el velo del pan y del vino; la segunda es el amor a la Virgen Santísima. 

Podemos vivir en gracia de Dios. Podemos confesarnos con frecuencia y comulgar con asiduidad para no apartarnos nunca de nuestro Señor.

Podemos rezar el rosario: la Virgen María ha insistido en ello.

Podemos ofrecerle al Señor nuestros pequeños o grandes sacrificios y sufrimientos de cada día en reparación por los pecados del mundo.

Podemos y debemos mantenernos despiertos y militantes: somos soldados de Cristo. No vale arrugarse, no vale negar al Señor como San Pedro; no vale traicionar al Señor como Judas Iscariote. Permanezcamos firmes en la fe, en la verdadera doctrina de la Iglesia. Y llevemos una vida coherente con esa fe que profesamos.

Hemos de vivir en la Caridad y en la Verdad. Hemos de amar a todos, incluidos nuestros enemigos. Pero hemos de mantenernos firmes en la Verdad, que es Cristo. Y hemos de defender la verdad de la Ley de Dios, sin pactar con el mundo para que nos perdone la vida o nos dé una palmadita en la espalda.

El verdadero católico debe ser consciente de que la verdadera paz sólo puede alcanzarse allí donde reina Cristo, y donde la autoridad temporal y la espiritual estén ambas sometidas a Cristo, porque así lo quiere Dios y lo manda la naturaleza de las cosas.

Tratemos, con la ayuda de Dios, de no hacer mal a nadie ni en hecho, ni en dicho, ni aun por deseo. Es más: hay que tratar de hacer todo el bien posible a tanta gente como podamos, siempre. Estoy convencido de que no hay mejor vida que la que se rige siempre y en todo por el mandamiento de la caridad. El lenguaje del amor lo entiende todo el mundo. Seamos santos, por la gracia de Dios. Quien tiene a Dios nada le falta: solo Dios basta.

En Génesis 3 se dice:

17 A Adán le dijo: “Por haber escuchado a tu mujer, comiendo del árbol de que te prohibí comer, diciéndote: “No comas de él,” por ti será maldita la tierra; con trabajo comerás de ella todo el tiempo de tu vida;’

18 te dará espinas y abrojos y comerás de las hierbas del campo.

19 Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, pues de ella has sido tomado, ya que polvo eres y al polvo volverás.”

Las espinas y los cardos representan la maldición que Dios lanza sobre la tierra por el pecado original. Y ese fruto de la maldición del pecado se coloca sobra la cabeza del Salvador. El sagrado sacrificio de Cristo, llevando una corona tejida de espinas,  es la viva señal de que la tierra ya ha sido liberada del pecado eterno. Como nos lo dice Apocalipsis 22:3: Ya no habrá más maldiciones, el trono de Dios, y el Cordero de Dios estarán en ella, y así, sus siervos podrán servirles.

¡Dios mío, yo creo, adoro, espero y te amo! ¡Te pido perdón por los que no creen, no adoran, no esperan y no te aman! 

 

3 comentarios

  
Oscar Alejandro Campillay Paz
"Yo tengo dos debilidades de las que apenas puedo hablar en público sin que se me salten las lágrimas: la primera es el amor al Santísimo Sacramento, a Jesús escondido bajo el velo del pan y del vino; la segunda es el amor a la Virgen Santísima."

Dios bendiga esas debilidades suyas Don Pedro!
La Santísima Virgen está preparando una renovación maravillosa de la adoración eucarística en todo el mundo, purificando la Iglesia para el retorno glorioso de su Hijo.
Gracias por compartirnos estás alegrías y lo felicito por su cosecha.
Bendiciones!
23/06/22 11:14 AM
  
Argia
Comparto sus "debilidades", que en mi caso desde luego, son mi fortaleza.
Mis alegrias, mis amores, mis jefes, y sino fuera por ellos, sería terrible.
Gracias a ellos, puedo hacer alguna cosa buena.
No puedo acabar la canción de Cantemos al Amor de lo Amores, porque en la mitad me da un ataque de emoción, que ya no me salen las palabras.
Y también estoy de acuerdo con Ud. en que hay que vivir siempre la caridad, aunque en algunas ocasiones es lo más dificil.
Jesus, cuando se estaba ya muriendo en la cruz, aún sufriendo todos los dolores posibles, le dijo al Padre: perdonales porque no saben lo que hacen.
23/06/22 7:04 PM
  
claudio
Respetado Pedro.
(Adoro te devote- Aquino)

Te adoro con devoción, Dios escondido,
oculto verdaderamente bajo estas apariencias.

A Ti se somete mi corazón por completo,
y se rinde totalmente al contemplarte.

Al juzgar de Ti, se equivocan la vista, el tacto, el gusto;
pero basta el oído para creer con firmeza;
creo todo lo que ha dicho el Hijo de Dios:
nada es más verdadero que esta Palabra de verdad.

En la Cruz se escondía sólo la Divinidad,
pero aquí se esconde también la Humanidad;
sin embargo, creo y confieso ambas cosas,
y pido lo que pidió aquel ladrón arrepentido.

No veo las llagas como las vio Tomás
pero confieso que eres mi Dios:
haz que yo crea más y más en Ti,
que en Ti espere y que te ame.

¡Memorial de la muerte del Señor!
Pan vivo que das vida al hombre:
concede a mi alma que de Ti viva
y que siempre saboree tu dulzura.

Señor Jesús, Pelícano bueno,
límpiame a mí, inmundo, con tu Sangre,
de la que una sola gota puede liberar
de todos los crímenes al mundo entero.

Jesús, a quien ahora veo oculto, te ruego,
que se cumpla lo que tanto ansío:
que al mirar tu rostro cara a cara,
sea yo feliz viendo tu gloria.

Amén.
____________________________________________
Pedro L. Llera
Una de mis oraciones favoritas. Gracias.
23/06/22 9:11 PM

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