Por qué es importante que los colegios católicos tengan maestros católicos

El título parece una perogrullada pero no lo es. Por sentido común, los maestros de los colegios católicos deberían ser católicos. Y los colegios católicos, a su vez, deberían ser católicos. Pero, lamentablemente, no se puede dar nada por sentado… Este texto es un texto destinado a los profesores de mi colegio para la reflexión personal. Pero creo que le podría servir a cualquier maestro que trabaje en un colegio católico. 

¿Qué es eso de ser “católicos”?

Hoy en día no se puede dar por supuesto que nadie sabe en qué consiste ser católico. Muchas veces pretendemos hacer una fe a nuestra medida, quedándonos con lo que nos resulta agradable y eliminando lo que no nos gusta. Pero la fe no es un traje a medida. La fe es lo que la Iglesia ha predicado siempre en todas partes.

Hagamos un breve repaso, sin ánimo de ser exhaustivo (para serlo, lo mejor es acudir al Catecismo):

1.- El hombre ha sido creado por Dios por amor y para que sea eternamente feliz. Nuestro fin es gozar de Dios. Tener claro el fin es importantísimo. Nuestra vida tiene un origen y un fin, un porqué y un para qué. El origen y el fin es Dios, que nos dio la vida porque nos ama y quiere que seamos felices para siempre a su lado. La vida es un don de Dios: por eso ser católico implica defender la vida desde la concepción hasta la muerte natural. No se puede ser católico y abortista; o católico y partidario de la eutanasia o del suicidio. La vida humana es sagrada.

2.- Para alcanzar nuestro fin, debemos cumplir la voluntad de Dios (“hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo”). Debemos ser obedientes y humildes; hacer el bien y combatir el mal. Cumplimos la Voluntad de Dios cuando vivimos según los Mandamientos (el Decálogo). No hay secretos escondidos ni misterios esotéricos. Dios mismo nos dijo qué era lo que quería que hiciéramos (es lo que se llama “revelación”) a través de las Sagradas Escrituras (Biblia) y de la Tradición.

3.- El pecado. Muchas veces, el hombre no quiere cumplir la Voluntad de Dios, sino hacer lo que a él le parece en cada momento. “No serviré a Dios”. “Haré lo que me dé la gana para ser feliz”. Cuando no cumplimos la voluntad de Dios, pecamos. El pecado, en última instancia, es una forma de idolatría: yo soy mi propio dios y por lo tanto, yo determino lo que está bien y lo que está mal y Dios no tiene nada que decir en mi vida”. Muchas veces pensamos que pecando vamos a ser felices. Por ejemplo, puedo pensar que engañando a mi mujer con otra que me resulta atractiva voy a ser más feliz. Pero esa “felicidad” es un espejismo. El pecado siempre acarrea sufrimiento, dolor y muerte: familia rota, sufrimiento de los hijos, divorcios traumáticos (lo vemos todos los días)…

4.- El pecado original. Desde que nuestros primeros padres desobedecieron a Dios, nuestra naturaleza quedó herida y tenemos una tendencia a hacer el mal.

El bautismo borra el pecado original pero quedan sus consecuencias: la concupiscencia (esa tendencia a hacer el mal que ha quedado ahí). La naturaleza humana que salió de las manos de Dios era perfectísima. Pero el pecado original la dañó. Dice el Catecismo:

407 La doctrina sobre el pecado original —vinculada a la de la Redención de Cristo— proporciona una mirada de discernimiento lúcido sobre la situación del hombre y de su obrar en el mundo. Por el pecado de los primeros padres, el diablo adquirió un cierto dominio sobre el hombre, aunque éste permanezca libre. El pecado original entraña “la servidumbre bajo el poder del que poseía el imperio de la muerte, es decir, del diablo” (Concilio de Trento: DS 1511, cf. Hb 2,14). Ignorar que el hombre posee una naturaleza herida, inclinada al mal, da lugar a graves errores en el dominio de la educación, de la política, de la acción social y de las costumbres.

5.- La redención. Por el pecado, todos estábamos condenados. Habíamos traicionado a Dios y a nuestros hermanos. Y por eso éramos esclavos de Satanás (y lo seguimos siendo cada vez que pecamos). El ser humano no tenía esperanza de salvación. Por eso, Dios, que nos quiere porque somos sus criaturas, llegada la plenitud de los tiempos, se hace hombre y paga en la cruz el castigo que nosotros merecemos por nuestros pecados. Él nos libra de la esclavitud del pecado y de la muerte al precio de su sangre. Por eso decimos que Cristo es nuestro Salvador; es quien nos redime de nuestras culpas y nos abre las puertas del cielo (recordemos la escena de la muerte de Aslan en las Crónicas de Narnia). Por el bautismo, morimos al hombre adámico (hijo de Adán) y nacemos como hombres nuevos, hijos de Dios en Cristo y miembros de su cuerpo místico (piedras vivas de su Iglesia). Por el bautismo somos salvos.

6.- Para ayudarnos a cumplir los mandamientos, Dios nos da el auxilio de su gracia: nos da fuerzas para superar nuestros pecados, para santificarnos. Nuestra vida es un camino hacia el cielo. Y en ese camino, caemos muchas veces porque somos débiles y frágiles y pecamos.

7.- Para ayudarnos a levantarnos de nuestras caídas y para ir librándonos de nuestros pecados, Cristo nos dejó los sacramentos, que son las fuentes de las que brota la gracia. Cuando pecamos, nos podemos arrepentir y pedir perdón a Dios a través de la confesión. Por el sacramento de la penitencia, el Señor perdona nuestros pecados y nos da la gracia para que empecemos de cero y procuremos no volver a pecar.

8.- La santa misa es el sacramento por excelencia: Cristo se nos da en su propio cuerpo y en su propia sangre como verdadero alimento de salvación. Él nos “cristifica”: se hace uno con nosotros, nos hace carne de su carne. Él es el pan de vida y quien come su carne y bebe su sangre tiene vida eterna. Nosotros no podemos vivir sin la eucaristía y sin comulgar. Para no pecar debemos vivir unidos a Cristo: caminar de su mano para no perdernos ni caer, como niños chicos, de la mano de sus padres. Si un niño pequeño se suelta de la mano de su padre o de su madre, lo más fácil es que se pierda y que su vida corra peligro.

Cristo está realmente presente en el pan y el vino tras la consagración: por eso nos ponemos de rodillas. Aunque los sentidos fallen, la Santa Hostia es verdaderamente Cristo. La fe suple la incapacidad de los sentidos: remedia sus carencias; lo que no se ve por los ojos se ve por la fe. Santo Tomás de Aquino lo expresa de manera admirable:

Te adoro con devoción, Dios escondido, 
que estás aquí verdaderamente, oculto bajo estas apariencias.
A Ti se somete mi corazón por completo, 
pues al contemplarte cae rendido totalmente.

Al juzgar de Ti, se equivocan la vista, el tacto, el gusto, 
pero basta el oído para creer con firmeza. 
Creo todo lo que ha dicho el Hijo de Dios:
nada es más verdadero que esta Palabra de verdad.

En la Cruz se escondía sólo la Divinidad, 
pero aquí se esconde también la Humanidad.
Sin embargo, creyendo y confesando ambas cosas,
pido lo que pidió el ladrón arrepentido.

No veo las llagas como las vio Tomás,
mas como él te llamo: «Dios mío». 
Haz que siempre crea más en Ti,
que espere más en Ti, y que te ame cada día más.

¡Oh Memorial de la muerte del Señor! 
Pan vivo que das vida al hombre: 
concede a mi alma que viva de Ti 
 y que siempre saboree tu dulzura.

Oh Señor Jesús, Pelícano bueno, 
límpiame a mí, inmundo, con tu Sangre, 
de la que una sola gota puede liberar 
de todos los crímenes al mundo entero.

Oh Jesús, a quien ahora contemplo entre velos,
te ruego que se cumpla lo que tanto ansío:
que al mirar tu rostro cara a cara, 
sea eternamente feliz con la visión de tu gloria.

Amén

Tener fe consiste en saber, conocer y aceptar las verdades que Dios mismo nos ha revelado (nos las ha hecho saber); y creemos esas verdades porque Dios no miente ni puede engañarnos. Esas verdades son las que vienen expresadas en los artículos de fe del Credo y en los dogmas de la Iglesia. Por ejemplo, que Cristo está en la Eucaristía: “Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”. Esas verdades las aceptamos y las creemos por la gracia de Dios, que mueve a nuestra voluntad a aceptar y creer esas verdades. La fe es una virtud teologal: un regalo que Dios da a quien quiere. Pero sin fe, nadie se puede salvar. “Quien se bautice y crea se salvará. Quien no crea se condenará” (Mt. 16, 15-20). Por eso tenemos que pedir con insistencia que Dios no dé la fe o nos la incremente.

9.- Conclusión: es fundamental vivir en gracia de Dios: todos estamos llamados a ser santos. Pero no podemos serlo por nosotros solos como si tuviéramos que hacer un ejercicio de “fuerza de voluntad” (voluntarismo): necesitamos las ayudas de la gracia que recibimos con los sacramentos. Por nuestras solas fuerzas no podemos hacer nada. Sólo podemos cumplir los mandamientos (hacer la voluntad de Dios) si nos confesamos con frecuencia, si rezamos y pedimos la ayuda de Dios, si participamos en la Santa Misa con devoción y comulgamos en gracia (después de confesarnos o, en cualquier caso, siempre sin estar en pecado mortal). No se puede comulgar ni viviremos en amistad con Dios, si vivimos en pecado mortal, si no cumplimos los mandamientos de la Ley de Dios o si no tenemos la fe de la Iglesia…

Materialismo ateo y Cristianismo: dos cosmovisiones distintas y enfrentadas

Si no creemos en Dios, no hay cielo, ni infierno… El hombre es una realidad biológica más, fruto de una evolución azarosa. La vida no tiene ningún sentido: no vamos a ninguna parte ni venimos de ningún sitio. La muerte es el final de todo y después no hay nada: nos descomponemos como cualquier otro bicho. Por lo tanto, lo único que podemos hacer mientras vivimos es pasárnoslo lo mejor posible, disfrutar de la vida (sexo, comida, bebida…) al máximo: es el vitalismo (no hay más vida que esta y hay que vivir a tope) y el hedonismo que identifica la felicidad con el placer. Y cuando ya no podamos disfrutar de nada por culpa de la enfermedad, la vejez o los accidentes que podamos sufrir en la vida, lo mejor es quitarse de en medio para no sufrir (eutanasia y suicidio). De hecho hoy en día sufrimos una verdadera epidemia de suicidios.

El materialismo ateo es el que prima hoy en día. No hay Dios, no hay Mandamientos, no hay vida eterna, no hay cielo ni infierno. Cada uno por su cuenta determina, según su propia opinión, lo que está bien o lo que está mal. Y como cada uno puede pensar una cosa distinta, son las opiniones de las mayorías las que imponen una moral que vendrá regulada por las leyes positivas que se aprueban en los parlamentos. Si la mayoría opina que abortar es un derecho de la mujer, se aprueba una ley y asunto zanjado: al menos, hasta que una nueva mayoría pueda decir lo contrario (relativismo moral)… Así, hay multitud de leyes que aprueban como buenas muchas cosas que la Ley de Dios condena (divorcio, aborto, eutanasia, leyes que consagran la ideología de género…). Dios no cuenta para nada. Como mucho, es una cuestión privada e íntima, pero la ley la determinan los hombres y Dios queda al margen y no pinta nada: el soberano es el pueblo y no Dios.

El materialismo ateo y el catolicismo implican dos visiones contrapuestas de la vida y del hombre. Dice san Agustín:

Dos amores han dado origen a dos ciudades: el amor de sí mismo hasta el desprecio de Dios, la terrena; y el amor de Dios hasta el desprecio de sí, la celestial. La primera se gloría en sí misma; la segunda se gloría en el Señor. Aquélla solicita de los hombres la gloria; la mayor gloria de ésta se cifra en tener a Dios como testigo de su conciencia. Aquélla se engríe en su gloria; ésta dice a su Dios: Gloria mía, tú mantienes alta mi cabeza (Salmo 3,4). La primera está dominada por la ambición de dominio en sus príncipes o en las naciones que somete; en la segunda se sirven mutuamente en la caridad los superiores mandando y los súbditos obedeciendo. Aquélla ama su propia fuerza en los potentados; ésta le dice a su Dios: Yo te amo, Señor; tú eres mi fortaleza (Salmo 17,2).

Por eso, los sabios de aquélla, viviendo según el hombre, han buscado los bienes de su cuerpo o de su espíritu o los de ambos; y pudiendo conocer a Dios, no le honraron ni le dieron gracias como a Dios, sino que se desvanecieron en sus pensamientos, y su necio corazón se oscureció. Pretendiendo ser sabios, exaltándose en su sabiduría por la soberbia que los dominaba, resultaron unos necios que cambiaron la gloria del Dios inmortal por imágenes de hombres mortales, de pájaros, cuadrúpedos y reptiles (pues llevaron a los pueblos a adorar a semejantes simulacros, o se fueron tras ellos), venerando y dando culto a la criatura en vez de al Creador, que es bendito por siempre (Carta a los Romanos 1,21-25).

En la segunda, en cambio, no hay otra sabiduría en el hombre que una vida religiosa, con la que se honra justamente al verdadero Dios, esperando como premio en la sociedad de los santos, hombres y ángeles, que Dios sea todo en todas las cosas (Primera Carta a los Corintios 15,28) (San Agustín, De Civitate Dei XIV, 28).

En este mundo se confrontan dos cosmovisiones: una teocéntrica y otra antropocéntrica. Hay dos visiones del mundo y del hombre que nada tienen que ver entre sí. Dos ciudades en lucha permanente: estamos los que queremos ser siervos de Dios y los que quieren ser dueños de sí mismos, sin depender de nadie: ni siquiera de Dios; los que nos sabemos criaturas de Dios y causas segundas, los que sabemos que nada podemos sin Dios y que en todo dependemos de su amor y su gracia; y los que se creen autónomos, libres de toda sujeción a nada ni a nadie, causas primeras, creadores de sí mismos: los que se autoposeen y se autodeterminan y se hacen a sí mismos: “yo soy lo que quiero ser y como me da la gana ser”. Estamos los que queremos cumplir la Voluntad de Dios (con el auxilio de la gracia), los que queremos cumplir sus Mandamientos, aun sabiéndonos pecadores y miserables y necesitados del perdón y de la misericordia de Dios, que es la que nos salva y la que nos redime; y están los que no aceptan ninguna sumisión, ningún mandamiento, al margen de la sumisión a su propia voluntad y a los propios mandamientos que legislan para sí mismos.

Para los materialistas ateos, la religión no es más que un mito, un cuento chino inventado por el hombre para consolarse a sí mismo por el miedo a la muerte, a las enfermedades y a las desgracias de la vida; un mito que les viene bien a los poderosos para tener sojuzgadas a las masas, para impedir que los oprimidos se rebelen contra las injusticias (opio del pueblo) con el discurso de la resignación y el señuelo de la vida eterna como bálsamo. Para los materialistas ateos no hay Dios, no hay alma, no hay cielo, no hay infierno; no hay nada “más allá”, nada transcendente, nada eterno. No hay más felicidad que la que podamos disfrutar en esta vida, porque no hay otra. Así llegamos a la sociedad hedonista y nihilista en la que vivimos hoy en día.

O Cristo es el Señor (de mi vida, de la Historia y del Universo) y creo que Dios gobierna mi vida y la historia en su divina providencia; o yo pretendo ser amo y señor de mi propia vida, sin depender de Dios para nada: “mi vida es mía y hago con ella lo que me da la gana”.

¿Maestros católicos?

Por eso es tan importante que los maestros de un colegio católico sean católicos. Porque, si no compartimos la misma fe y la misma visión del hombre y de la vida – la misma cosmovisión – será muy difícil que tengamos un discurso y un proceder coherentes: no habrá “comunión”; es decir, una unión profunda de objetivos y de medios.

Si no crees en Dios, ¿cómo te voy a decir yo que Cristo debe ser el centro de la vida de nuestro colegio y que tú lo aceptes, lo asumas y seas partícipe de ello? ¿Cómo vas a entender que para que Cristo sea el centro de la vida del colegio tenemos que poner en práctica estos puntos que señalo a continuación?

Cristo debe ser el Centro de la vida del Colegio…

  • Primero, en la Eucaristía: ¡qué necesaria es la comunión frecuente, la participación en la misa (diaria, si se puede) y las visitas al Santísimo, tanto de los profesores como de los alumnos…!
  • En segundo lugar, promoviendo la confesión frecuente y el examen diario de conciencia. Y para ello hace falta una formación seria, una catequesis como Dios manda de la doctrina y de la moral de la Iglesia. Porque si no, no saben ni en qué creemos ni qué es pecado ni qué no.
  • En tercer lugar, procurando ofrecer a niños, profesores y padres la dirección espiritual que todos necesitamos para crecer en gracia de Dios.
  • En cuarto lugar, practicando a diario una oración sencilla y procurando una continua unión con Dios.
  • Y por último, suscitando el amor a la Virgen: promoviendo la confianza en María ante las dificultades, extendiendo la devoción al rosario, rezando el ángelus y educando en la imitación de las virtudes de la Virgen.

La centralidad de Cristo implica que practiquemos cada día las obras de misericordia:

  • Enseñar al que no sabe.
  • Dar buen consejo a quien lo necesita.
  • Corregir al que se equivoca.
  • Consolar al triste.
  • Sufrir con paciencia los defectos del prójimo.
  • Rezar por los vivos y los muerto: rezar mucho.

Las obras de misericordia son la caridad en acción. La caridad debe ser la norma inquebrantable de nuestros planes de convivencia.

Y por último, debemos enseñar las artes, las letras y las ciencias, procurando la excelencia y desarrollando el espíritu crítico de los niños y jóvenes para que lleguen al estado de virtud. Cuanto más cerca estemos de la verdad y de la belleza, más cerca estaremos de Dios.

En definitiva, en nuestros colegios deben vivirse la piedad y la caridad como principio y fundamento de la labor educativa.

Los maestros católicos hemos de procurar vivir en gracia de Dios. Nosotros solos no podemos hacer nada. Pero todo lo podemos en Aquel que nos redime. Nosotros somos de Cristo y nuestra patria verdadera es el Cielo. Pidamos al Señor que nos santifique para que nuestra vida llame la atención y podamos llevar las almas de nuestros niños al Cielo.

Nuestro negocio es salvar almas: es llevar las almas de los niños a Cristo, que es el único que los puede salvar de tanto pecado como hay en el mundo.

¿Y si nosotros no somos católicos, qué pasa?

Trabajar en un colegio católico, sin ser católico, es un ejercicio de malabarismo casi imposible. Son muchas horas en el colegio. Un curso tras otro. Y tener que disimular o morderse la lengua para no dar a entender que no crees en nada es muy complicado. Al final, no hay nada oculto que no se acabe sabiendo… Es que, si no eres católico y trabajas en un colegio católico, vas a estar mal a gusto todo el tiempo: lo sé por experiencia porque he conocido a muchos profesores ateos que han trabajado y trabajan en colegios confesionalmente católicos y es un desastre: primero para el colegio porque, ¿cómo va a trabajar para la salvación de las almas de los niños quien no cree en Dios?; pero sobre todo, es un desastre para sí mismos… ¿No es más coherente buscar otro lugar de trabajo? Es verdad que no es fácil con los tiempos que corren. Pero si uno se pone a buscar, al final acabas encontrando una salida. Es que si no, mi trabajo se convierte en un ejercicio de hipocresía y de fariseísmo permanente: “hago como que soy católico para quedar bien, aunque en realidad no lo soy”. Esa política del disimulo y del aparentar no conduce a nada bueno…

Lo mejor desde el punto de vista de un católico es que os salvéis: que creáis en Dios, que viváis en gracia, que tengáis fe, que améis a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a vosotros mismos; que seamos todos santos. Pero, por supuesto, la fe es un don de Dios y una decisión personal y no se puede imponer. No se puede obligar a nadie a creer.

Obviamente, la legislación laboral y la Constitución siempre se han cumplido y se van a seguir cumpliendo. Y a nadie se va a discriminar por creer o dejar de creer. Y a nadie se le va a preguntar si va a misa o si se confiesa… Faltaría más: eso siempre ha sido así y lo seguirá siendo… La ley se cumple. Pero lo cortés no quita lo valiente y lo mejor es estar donde uno esté a gusto y donde pueda ser él mismo: sin disimulos ni fingimientos.

Yo quiero lo mejor para todos: que seáis felices en vuestra vida personal y en la laboral. Que estéis a gusto y que todos trabajemos unidos por el bien de nuestros alumnos y por la salvación de sus almas (y de las nuestras también…). Este escrito solo quiere ser una invitación a la reflexión personal: a pensar sobre mi vida, sobre mi trabajo, sobre mi fe, sobre mi manera de pensar y de entender la vida… ¿estoy donde quiero estar? ¿Tengo fe? ¿Quiero tenerla? ¿Quiero vivir como cristiano o no?

Es de vital importancia que los colegios católicos tengan maestros católicos. Es más: sería fundamental que los colegios católicos fueran católicos. Sería conveniente igualmente que los políticos que se dicen católicos, fueran efectivamente católicos, tanto en su vida privada como en su vida pública.Y aún más: sería muy, muy importante que los sacerdotes y obispos de la Iglesia Católica fueran católicos también (no me pidan ejemplos, que la liamos).

Ojalá este curso que empieza seamos todos muy, muy felices. Os lo deseo a todos de corazón. 

 

9 comentarios

  
Miguel Hinojosa
Tienes mucha razón Don Pedro. Esto además habría que aplicarlo a todas las instituciones y entidades que gestiona la Iglesia como residencias, Cáritas, hospitales etcétera. Porque los que somos católicos no tenemos oportunidades. A mi ni siquiera me dieron una beca para continuar con mis estudios en Ciencias Religiosas por falta de recursos económicos. Estaba a punto de terminar segundo.

Pero bueno la verdad es que lo entiendo y es que los ingresos de las parroquias y las diócesis con la crisis del coronavirus han disminuido considerablemente.

No me haría más ilusión y cosa más feliz que en un futuro poder dedicarme a lo que me gusta que es ser profesor de religión en un colegio católico enseñando la fe católica. Pero lo veo difícil.

Pero bueno ánimo y confianza en Dios.

Ahora que no estoy estudiando tengo más tiempo para leer las obras de los santos. Además encontre el instituto teológico encuentra que aunque no creo que te lo reconozcan a nivel oficial puedo uno seguir formardonse sobre la fe católica hasta que mejore la situación económica y pueda retomar mis estudios.

Dios te salve María...






07/09/21 8:29 PM
  
Ramón montaud
Cierto es aconsejable que los colegios catolicos tengan profesores católicos y que para eso los colegios religiosos que suele ser concertados tenga financiación propia y no estatal.
Hay un santo italiano San Juan Bosco cuyo lema era " Da mihi animas caetera tolle", que se parece a lo que deben hacer los profesores católicos.
Bueno los Salesianos que es la Congregación religiosa que fundó tiene el nombre por el patrón (San Francisco de Sales), se dedican a la enseñanza.
07/09/21 9:34 PM
  
jp
La verdad es que en España la educacion en los colegios religiosos ha sido en gran parte la debacle de la Iglesia. Muchas ordenes religiosas que se han dedicado a la enseñanza han degenerado en la educacion religiosa. Yo tengo sobrinos que van a colegio de religiosas y ni siquiera les han enseñado a confesarse para la comunion. Y mucho me temo que no son los unicos. Parte de la debacle la han ejercido los propios colegios religiosos. La Iglesia necesita un meneo para ponerse las pilas y buscar la verdad en vez de la subvencion.
08/09/21 11:37 AM
  
Uno
Buenas tardes. De verdad cree que usted trabaja en un colegio católico?. Yo creo que la educación católica desapareció en España hace años. Le doy la enhorabuena si su colegio es el único que queda.
08/09/21 2:22 PM
  
Oscar
Ya le dije hace tiempo en un comentario que me parecia fundamental tener maestros catolicos en un colegio catolico. Usted me respondio que trabajaba con lo que Dios le daba. Lo entiendi, se hace lo que se puede, pero hace mal a los ninos tener profesores no catolicos sobre todo en materias clave.
Voy viendo tambien que los Estados masonicos usan ya la asignatura de religion para hacer perder la fe, catolicismo sincretico y otras religiones.
Tener un profesor verdaderamente catolico es un tesoro inestimable en un colegio, y rara avis. Y como semejante tesoro milagroso lo da Dios, pues tener capilla, exposicion al Santisimo, en la escuela, trae milagros. Y ya celebrar la Santa Misa tradicional en la escuela, eso ya se podria considerar en si un milagro.
Teniendo la cabeza, el director, catolico verdadero, ese colegio es ya una perla, el tesoro para vender todo lo demas
(no hace falta que me publique este comentario)
08/09/21 3:13 PM
  
Carlos Dueñas
La secularización de los colegios católicos afecta no solo a los profesores seglares, mayoritarios en el profesorado, sino también a los miembros de las congregaciones titulares. Hace poco leí una carta que la dirección de un colegio católico había enviado a los padres solicitando una aportación económica o material para residencias de mayores. El lenguaje era totalmente laico y no aparecía la palabra “caridad”, sino “solidaridad”, que son cosas diferentes.

En el vídeo de una entrevista que una televisión local hacía a dos chicas en representación de un colegio católico, en los 20 minutos que dura la entrevista, no hay una sola mención a aspectos religiosos.

En otro vídeo sobre la conmemoración del centenario de un colegio católico, el director seglar no menciona al fundador de la congregación ni cita a los primeros hermanos que fundaron el colegio ni relata nada acerca de la historia del centro desde la perspectiva de la congregación. Quizás sean meras anécdotas, pero creo que reflejan la situación de secularización de los colegios católicos.
08/09/21 3:23 PM
  
José Ángel Antonio
De los 9 puntos que plantea, un ortodoxo -ruso, rumano, ucraniano- o copto -egipcio, etíope...- estará de acuerdo con los 9 (quizá puede matizar algo el lenguaje de Tomás de Aquino, pero, vamos...)

¿Pueden ser profesores de gimnasia, plástica o literatura en un cole católico?

¿Y si pese a ser cien por cien provida y profamilia se ha casado una segunda vez porque la Iglesia Ortodoxa permite un segundo matrimonio, considerando que el segundo es sólo una bendición, no sacramento?

Es que la vida en un mundo globalizado las cosas son muy complejas...
08/09/21 5:40 PM
  
mercedes
Un colegio que no tiene el cuidado de elegir a sus maestros católicos comprometidos,(A TODOS),no entendió nada.Cuando hay dos o tres rebeldes,se las ingenian para poner todo patas para arriba.Utilizan los defectos de los "comprometidos",que seguro los tienen,y se apoyan sobre esta plataforma,para desunir y criticar ,y creaar un ambiente ridiculizador de todo lo que es cristiano."que antiguos los cantos,que aparatos las monjas,que cura retrógrado,hay que evolucionar........".eso es con respecto a los adultos,entre el personal.Con los alumnos,es distinto.Recomiendan películas y libros malos,dan respuestas ateas a los interrogantes de niños y jóvenes,desautorizan los dichos católicos de tal o cual,que martíricamente se jugó.En fin,elegir a maestros NO cOMPROMETIDOS CON NUESTRA FE,es meter a lobos en el corral.Es de sentido común,es un tema que observo desde hace años y me chifla,pasa en los mejores(?)colegios.Los católicos quedamos arrinconados en nuestros propios territorios..Deberán rendir cuentas.
08/09/21 11:23 PM
  
mercedes
Creo que si lleva mucho tiempo elegir maestros buenos,entonces,habrá que sacar tiempo de la galera,usar la creatividad,sacarle tiempo a otras cosas.Hacer largas entrevistas con los docentes,preguntar que piensan ,que leen,como se visten,como resolverían tal o cual situación,formarlos.Y si el director no puede,contratar a alguen.Y.....hacer lo imposible por pagar bien.
08/09/21 11:32 PM

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