¿Qué debemos hacer?

La gran cuestión es: ¿qué debemos hacer ante la crisis espantosa que está asolando la Iglesia? Nos ha tocado vivir una profunda crisis doctrinal, litúrgica y moral. Y nos ha tocado a nosotros en este momento de la Historia de la Salvación. Cuando Dios lo ha querido así, por algo será. Demos gracias a Nuestro Señor, que desde toda la eternidad nos ha querido dar la vida aquí y ahora.


La semana pasada me encontré con una crisis en la clase de 4º de ESO. Veía caras de enfado y se me ocurrió preguntarles qué les pasaba. Y los chicos empezaron a hablar y a echar pestes los unos contra los otros. La clase estaba profundamente dividida. Y empezaron las descalificaciones, las discusiones, los enfrentamientos entre unos y otros. Se notaba el humo de Satanás dentro de aquella clase: se respiraba una atmósfera casi irrespirable. Así que interrumpí las discusiones y la clase. Salí del aula y les pedí que me siguieran. Y me los llevé a todos a la capilla. Venían todos detrás de mí. Yo me puse de rodillas delante del Sagrario mientras ellos se sentaban en silencio en las sillas. Me postré ante el Señor y pedí por todos y cada uno de ellos sin decir palabra. No se oía una mosca. Yo no los veía, pero se escuchaba esa soledad sonora en la que el Señor se hace presente. Cuando terminé de rezar, me levanté y empecé a darles un abrazo a cada uno de ellos. Les abracé de corazón y les dije uno por uno que los quería. No era postureo. No había falsedad. Era amor de verdad. Y ellos saben que es verdad. El amor no se puede fingir. Y el amor se expresó en lágrimas. Muchos acabaron llorando. Y yo también. Porque las lágrimas son un don de Dios, son un desbordamiento de amor expresado de forma fisiológica. El corazón se llena tanto del amor de Dios que las lágrimas brotan como si el corazón humano – tan pequeño – no fuera capaz de embalsar tanta Caridad, tanto Dios. Y como un pantano tiene que abrir sus compuertas cuando se colma de agua, así las lágrimas brotan cuando el corazón no puede con tanto amor de Dios. Se notaba que el Espíritu del Señor revoloteaba en aquella capilla. A fin de cuentas, mi misión como profesor y como director del colegio no es otra que llevar a todas las almas a Cristo…

Pero hay ojos que pueden ver y no ven y hay oídos que pueden oír pero no entienden nada. Al día siguiente tenía clase con 4º a primera hora de la mañana. Lo normal es comenzar el día con la oración. Pero ese día empecé dando clase como si nada. Esperé al final de la clase para hacer la oración. El evangelio del día nos presentaba a Jesús recordándonos que Él no había venido a abolir los mandamientos, sino a llevarlos a plenitud. Así que les recordé que esos mandamientos se resumen en dos: amarás a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo:

“Eso mismo traté de explicaros ayer en la capilla, pero sin palabras; de manera práctica. Yo me arrodillé ante el Señor, que es la fuente del Amor verdadero, para luego levantarme y abrazaros a cada uno de vosotros. En eso se resume la vida cristiana: en arrodillarse ante Dios para inmediatamente después, levantarse y amar a cuantos nos rodean. No podemos amar de verdad a los demás, si antes no nos arrodillamos ante Quien es el Amor. Un amor tan grande que derramó su sangre y murió por cada uno de nosotros”.

Solo faltaba un paso: que igual que yo les había abrazado y les había dicho que les quería (de corazón), ellos deberían abrazarse los unos a los otros. Porque lo único que importa es el Amor: no los actos de graduación ni los viajes de fin de curso ni chorradas por el estilo. El amor es lo que nos hace felices y es lo único de lo que se van a acordar esos niños dentro de unos años. Probablemente, la visita a la capilla de la semana pasada quedará en la memoria del corazón de esos chicos más que la gramática o la Generación del 27. El caso es que la clase terminó, yo me fui y los chicos acabaron dándose un abrazo los unos a los otros.

El lunes que viene les diré a mis niños que lo que les falta es confesarse. La cuaresma es tiempo de gracia y de conversión, propicio para pedir perdón al Señor; para abandonar el pecado y vivir en gracia. Porque sin la gracia es imposible soportar al que no soporto y librarme de la esclavitud del egoísmo y de todos los pecados que nos alejan de Dios y convierten nuestra vida en un infierno.


 ¿A qué viene contar esto? Pues viene a cuento de la actual crisis de la Iglesia. La Iglesia está sufriendo probablemente la mayor crisis de su historia; está dividida porque el humo de Satanás ha entrado en ella y hoy el aire resulta asfixiante, irrespirable. ¿Y qué podemos hacer los laicos? ¿Qué debemos hacer? Estas preguntas se las hicieron ayer en Sevilla al profesor Roberto de Mattei, que impartió una magnífica conferencia sobre la crisis de la Iglesia Católica; conferencia auspiciada por el portal Adelante la fe, que supongo que pronto subirá a su plataforma el video (no se lo pierdan).

De Mattei nos dijo que cada uno debe hacer lo que pueda, según su estado y sus posibilidades. No puede hacer lo mismo un cardenal que un simple bautizado. Pero todos podemos y debemos hacer algo.

¿Pero qué?

Todos podemos ser santos por la gracia de Dios. Todos estamos llamados a la santidad. Eso es lo que debemos hacer: implorar a Dios que nos cambie el corazón y nos trasplante el suyo. Debemos convertirnos, debemos vivir en gracia de Dios. No somos nosotros los que vamos a solucionar los problemas de la Iglesia. No somos nosotros los que vamos a quitar el pecado del mundo. No somos nosotros los que vamos a solucionar los problemas y las divisiones de la Iglesia, que es Santa, pero también pecadora. Y el pecado no lo vamos a quitar nosotros. El pecado del mundo solo lo quita Cristo, que es el Cordero de Dios. “Cordero de Dios que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros y escucha nuestras súplicas”. Cristo es el único Redentor. Él es nuestro Salvador. No hay otro. El humo de Satanás que ha entrado en la Iglesia solo podrá ser disipado por una intervención sobrenatural de Dios. Nosotros podemos y debemos pedir al Señor que nos haga tan santos como Él quiera que lo seamos. Nosotros debemos convertirnos y vivir en gracia de Dios. Debemos llamar a todos a la conversión verdadera. Y eso pasa por arrodillarse ante Cristo Eucaristía; llorar por nuestros pecados y pedirle humildemente perdón, arrodillados en el confesionario; comulgar para que la Sangre de Cristo corra por nuestras venas y nos cristifique. Y luego amar a todos siempre: también a quienes nos aborrecen; también a los herejes y apóstatas; también a los traidores y a los judas. Porque la Verdad y la Caridad son las dos caras de la misma moneda: Dios es la Verdad y Dios es Amor. Lo uno no se entiende sin lo otros. Que Dios nos permita ser fieles a la Verdad desde su Corazón. El Corazón de Cristo reinará en España y en el mundo. Él es el Rey de la Gloria. Él vive y reina por los siglos de los siglos. Él lo puede todo.

No caigamos en la herejía pelagiana creyendo que nosotros vamos a poder solucionar los males de este mundo o la crisis atroz de la Iglesia. Sólo Cristo puede. No es cuestión de hacer cosas, sino de dejarse hacer por Dios para ponernos, como simples criados, a servir y a amar de corazón a nuestro prójimo: empezando por nuestra familia, por nuestros compañeros de trabajo, por quienes conviven con nosotros cada día: en mi caso, a mis profesores, a mis alumnos, a las familias que traen a los niños al colegio.

¿Que no tenemos fe? Pidámosela al Señor. ¿Que vivimos en pecado mortal? Confesémonos y cambiemos de vida. ¿Que no rezamos lo suficiente? Recemos más. ¿Que no amamos lo suficiente? Dejémonos empapar por el Amor de Dios para que podamos amar a todos siempre.

 El cardenal Sarah, que también estaba ayer en Sevilla y con quien tuve la gracia de rezar ante la Esperanza Macarena, nos resumía la vida cristiana con tres palabras: Cruz, Hostia y Virgen. Esas son las tres claves, los tres pilares de la santidad, a la que todos estamos llamados por Dios.

Cruz

La Cruz de Cristo es nuestra victoria. Escribía Alonso Gracián en su último artículo que “ser cristiano es participar con Cristo Crucificado, por el estado de gracia, del castigo universal”. Nuestro sufrimiento, ofrecido al Señor en estado de gracia, completa los sufrimientos de Cristo en la cruz: es redentor. Nuestra cruz también es expiatoria y reparadora, si se le ofrece al Señor en estado de gracia. Es el castigo que asumimos por nuestros pecados. “El castigo es esperanza de redención para el castigado”. “Las penas colectivas, sufridas por los justos, son sacrificios expiatorios que participan del único sacrificio expiatorio, el de Cristo Crucificado”. No reneguemos ni huyamos de la Cruz. Abracémonos a ella y ofrezcamos al Señor nuestros sufrimientos, nuestras penas, nuestras enfermedades, en reparación por las ofensas que sufre su Sagrado Corazón.

Así contaba la hermana Lucía lo que la Virgen María les dijo a los pastorcillos de Fátima:

“Las palabras que la Santísima Virgen nos dijo en este día, y que acordamos no revelar nunca, fueron (después de decirnos que iríamos al cielo):

¿Queréis ofreceros a Dios, para soportar todos los sufrimientos que Él quiera enviaros, en acto de reparación por los pecados con que Él es ofendido y de súplica por la conversión de los pecadores?

– Sí, queremos – fue nuestra respuesta.

Tendréis, pues, que sufrir mucho, pero la gracia de Dios será vuestra fortaleza.”

San Pablo, en la Carta a los Colosenses, nos explica del misterio y el valor salvífico de la Cruz:

Ahora me alegro de poder sufrir por vosotros, y completo en mi carne lo que falta a los padecimientos de Cristo, para bien de su Cuerpo, que es la Iglesia… el misterio que estuvo oculto desde toda la eternidad y que ahora Dios quiso manifestar a sus santos. A ellos les ha revelado cuánta riqueza y gloria contiene para los paganos este misterio, que es Cristo entre ustedes.”

Alegrémonos de sufrir por la Iglesia con el Apóstol San Pablo.

Hostia

La Santa Misa es el sacrificio de Cristo en la Cruz. Así lo enseña el Catecismo:

1365 Por ser memorial de la Pascua de Cristo, la Eucaristía es también un sacrificio. El carácter sacrificial de la Eucaristía se manifiesta en las palabras mismas de la institución: “Esto es mi Cuerpo que será entregado por vosotros” y “Esta copa es la nueva Alianza en mi sangre, que será derramada por vosotros” (Lc 22,19-20). En la Eucaristía, Cristo da el mismo cuerpo que por nosotros entregó en la cruz, y la sangre misma que “derramó por muchos […] para remisión de los pecados” (Mt 26,28).

1366 La Eucaristía es, pues, un sacrificio porque representa (= hace presente) el sacrificio de la cruz, porque es su memorial y aplica su fruto:

«(Cristo), nuestro Dios y Señor […] se ofreció a Dios Padre […] una vez por todas, muriendo como intercesor sobre el altar de la cruz, a fin de realizar para ellos (los hombres) la redención eterna. Sin embargo, como su muerte no debía poner fin a su sacerdocio (Hb 7,24.27), en la última Cena, “la noche en que fue entregado” (1 Co 11,23), quiso dejar a la Iglesia, su esposa amada, un sacrificio visible (como lo reclama la naturaleza humana) […] donde se representara el sacrificio sangriento que iba a realizarse una única vez en la cruz, cuya memoria se perpetuara hasta el fin de los siglos (1 Co 11,23) y cuya virtud saludable se aplicara a la remisión de los pecados que cometemos cada día (Concilio de Trento: DS 1740).

1367 El sacrificio de Cristo y el sacrificio de la Eucaristía son, pues, un único sacrificio: “La víctima es una y  la misma. El mismo el que se ofrece ahora por el ministerio de los sacerdotes, el que se ofreció a sí mismo en la cruz, y solo es diferente el modo de ofrecer” (Concilio de Trento: DS 1743). “Y puesto que en este divino sacrificio que se realiza en la misa, se contiene e inmola incruentamente el mismo Cristo que en el altar de la cruz “se ofreció a sí mismo una vez de modo cruento"; […] este sacrificio [es] verdaderamente propiciatorio” (Ibíd).

1368 La Eucaristía es igualmente el sacrificio de la Iglesia. La Iglesia, que es el Cuerpo de Cristo, participa en la ofrenda de su Cabeza. Con Él, ella se ofrece totalmente. Se une a su intercesión ante el Padre por todos los hombres. En la Eucaristía, el sacrificio de Cristo se hace también el sacrificio de los miembros de su Cuerpo. La vida de los fieles, su alabanza, su sufrimiento, su oración y su trabajo se unen a los de Cristo y a su total ofrenda, y adquieren así un valor nuevo. El sacrificio de Cristo presente sobre el altar da a todas alas generaciones de cristianos la posibilidad de unirse a su ofrenda.

La comunión eucarística es la unión íntima del alma con Dios: es la experiencia mística por excelencia; la anión física de Cristo con nuestras almas. Sólo uniéndonos a Él íntimamente podremos vivir cumpliendo sus mandamientos: amando a todos, incluso a nuestros enemigos, incluso a quienes nos traicionan y nos injurian y nos desprecian. Nada podemos sin Él. Nada. Y Él está realmente presente en la Hostia Santa:

1373 “Cristo Jesús que murió, resucitó, que está a la derecha de Dios e intercede por nosotros” (Rm 8,34), está presente de múltiples maneras en su Iglesia (cf LG 48): en su Palabra, en la oración de su Iglesia, “allí donde dos o tres estén reunidos en mi nombre” (Mt 18,20), en los pobres, los enfermos, los presos (Mt 25,31-46), en los sacramentos de los que Él es autor, en el sacrificio de la misa y en la persona del ministro. Pero, “sobre todo, (está presente) bajo las especies eucarísticas” (SC 7).

1374 El modo de presencia de Cristo bajo las especies eucarísticas es singular. Eleva la Eucaristía por encima de todos los sacramentos y hace de ella “como la perfección de la vida espiritual y el fin al que tienden todos los sacramentos” (Santo Tomás de Aquino, Summa theologiae 3, q. 73, a. 3). En el Santísimo Sacramento de la Eucaristía están “contenidos verdadera, real y substancialmente el Cuerpo y la Sangre junto con el alma y la divinidad de nuestro Señor Jesucristo, y, por consiguiente, Cristo entero” (Concilio de Trento: DS 1651). «Esta presencia se denomina “real", no a título exclusivo, como si las otras presencias no fuesen “reales", sino por excelencia, porque es substancial, y por ella Cristo, Dios y hombre, se hace totalmente presente» (MF 39).

Así que si queremos encontrarnos y unirnos a Cristo, ya sabemos dónde lo podemos encontrar de manera substancial: en la Hostia Santa, consagrada en cada Eucaristía. Comulgar en estado de gracia es la mejor manera de crecer en santidad.

Virgen

Y por último, María. Vivamos unidos a María.

Catecismo:

2679 María es la orante perfecta, figura de la Iglesia. Cuando le rezamos, nos adherimos con ella al designio del Padre, que envía a su Hijo para salvar a todos los hombres. Como el discípulo amado, acogemos en nuestra intimidad a la Madre de Jesús, que se ha convertido en la Madre de todos los vivientes. Podemos orar con ella y orarle a ella. La oración de la Iglesia está como apoyada en la oración de María. Y con ella está unida en la esperanza.

San Luis María Grignion de Montfort escribía en La verdadera devoción:

“Una de las razones por que tan pocas almas llegan a la plenitud de la edad en Jesucristo es porque María, que ahora como siempre es la Madre de Jesucristo y la Esposa fecunda del Espíritu Santo, no está bastante formada es sus corazones. Quien desea tener el fruto maduro y bien formado, debe tener el árbol de la vida, que es María. Quien desea tener en sí la operación del Espíritu Santo, debe tener a su Esposa, fiel e indisoluble, la divina María… Persuadíos, pues, que cuanto más miréis a María en vuestras oraciones, contemplaciones, acciones y sufrimientos, si no de una manera clara y distinta, al menos con mirada general e imperceptible, más perfectamente encontraréis a Jesucristo, que está siempre con María, grande y poderoso, activo e incomprensible, y más que en el cielo y en cualquier otra criatura del universo”.

Necesitamos santificarnos por medio de María, porque solo María ha hallado gracia delante de Dios, tanto para sí como para todos y cada uno de los hombres en particular. Porque María es Madre de Gracia y Dios la ha escogido como dispensadora de todas las gracias. Porque para tener a Dios por Padre, es necesario tener a María por Madre.

Escribe el P. Royo Marín[1]: “Para entrar en los plantes de Dios es, pues, necesario tener una devoción entrañable a María. Ella nos conducirá a Jesús y trazará en nuestras almas los rasgos de nuestra configuración con Él, que constituye la esencia misma de nuestra santidad y perfección. María es el camino más fácil, más breve, más perfecto y más seguro para unirnos con Nuestro Señor.

Todos podemos rezar el Santo Rosario, que es la devoción mariana por excelencia, que es prenda y garantía de las más fecundas bendiciones divinas. Al Rosario ha vinculado la Virgen – en Lourdes y en Fátima – la salvación del mundo. Hoy, más que nunca, recemos el Rosario para que, por intercesión de María, Nuestro Señor intervenga para salvar a su Iglesia, como nos ha prometido. Ella es la Reina de nuestra Esperanza y aplasta la cabeza de la Serpiente.

Unámonos a San Maximiliano Kolbe en su consagración al Inmaculado Corazón de María:

“Oh, Inmaculada, reina del cielo y de la tierra, refugio de los pecadores y Madre nuestra amorosísima, a quien Dios confió la economía de la misericordia. Yo, Pedro, pecador indigno, me postro ante ti, suplicando que aceptes todo mi ser como cosa y posesión tuya. A ti, oh, Madre, ofrezco todas las dificultades de mi alma y mi cuerpo, toda la vida, muerte y eternidad. Dispón también, si lo deseas, de todo mi ser, sin ninguna reserva, para cumplir lo que de ti ha sido dicho: ‘Ella te aplastará la cabeza’ (Gen 3:15), y también: ‘Tú has derrotado todas las herejías en el mundo’. Haz que en tus manos purísimas y misericordiosas me convierta en instrumento útil para introducir y aumentar tu gloria en tantas almas tibias e indiferentes, y de este modo, aumente en cuanto sea posible el bienaventurado Reino del Sagrado Corazón de Jesús. Donde tú entras, oh, Inmaculada, obtienes la gracia de la conversión y la santificación, ya que toda gracia que fluye del Corazón de Jesús para nosotros, nos llega a través de tus manos”.

¿Qué podemos y qué debemos hacer ante la actual crisis de la Iglesia? Abrazar la Cruz, unidos a Cristo, realmente presente en la Hostia Santa, amando a la Santísima Virgen María. Lo que podemos y debemos hacer es pedir con humildad al Señor que nos haga santos para que podamos amar como Él nos ama. Lo demás dejémoslo en sus manos. No somos nosotros los que vamos a salvar al mundo ni a la Iglesia: solo Él puede y solo Él lo hará, como nos lo ha prometido: las puertas del Infierno no prevalecerán sobre la Iglesia. El humo de Satanás se disipará por la gracia de Dios. Arrodillémonos ante el Señor y amemos con esa caridad sobrenatural que solo Él nos puede dar con su gracia.

 

Recomiendo que lean otros artículos que complementan a este. Por ejemplo:

La Cumbre

La Opción Pelayo


[1] Teología de la perfección cristiana, ROYO MARÍN, ANTONIO, O. P., BAC. Madrid, 1966. Capítulo III, “La Virgen María y nuestra santificación”, pág. 69 y ss.

19 comentarios

  
María de las Nieves
D Pedro lo que Ud hizo es el milagro de convertir corazones ,la humildad y postración ante el Señor
Habrá que hacer muchos grupos de oración continuada con padres jóvenes niños y adultos y Eucaristia.
03/03/19 2:32 PM
  
Héctor R
Gracias don Pedro por lo que ha escrito, necesitaba leer estas palabras. Dios lo bendiga
03/03/19 3:54 PM
  
Rosa de Jesus
Gracias, hermoso todo lo que has escrito! Me encanto el resumen del cardenal Sara: Cruz, Hostia y María...nada mas apropiado para este tiempo que pide una reforma de la iglesia pero no una reforma magica y exterior, sino una reforma del corazon de cada uno de sus miembros, pues la iglesia esta edificada con piedras vivas dice el apostol San Pedro, piedras que son nuestras almas vivificadas por la gracia y los sacramentos.

Tal vez en el mundo adulto no podemos repartir abrazos pero siempre podemos abrazar espiritualmente a las almas que nos rodean con el rezo del santo Rosario y como el profeta Elias resucito rezando humildemente a Dios y abrazando al hijo de la viuda resucitar muchos hermanos muertos por el pecado a través de María Santísima.

Dios le bendiga, rezo por usted y su familia, la Virgen Santisima los tenga bajo su manto bendito.

03/03/19 6:49 PM
  
vicente
fidelidad al Papa.
03/03/19 8:31 PM
  
Palas Atenea
Fidelidad a la Iglesia, al Dogma y a la Tradición, y al Papa también pero no solo a él.
03/03/19 10:13 PM
  
claudio
Es imprescindible estudiar la doctrina, la liturgia, los dogmas, los sacramentos y todos juntos en su aspecto moral (no académico) porque la moral católica es esencialmente sacramental, pero hay que hacerlo desde la Fe, desde Cristo y olvidar rápidamente todos los intentos modernistas o como se los quiera llamar que son los que en definitiva resultan el combustible del desorden. En esto de volver al orden tienen una muy grande responsabilidad los Obispos que deben actuar en su territorio con el objetivo claro de reunir al rebaño local en forma Cristocéntrica. Regresemos pronto a la oración personal y común, exijamos una liturgia según el Misal y la Instrucción General y cumplamos nuestro deber.
03/03/19 11:46 PM
  
Jose Ignacio
Que Dios le bendiga don Pedro.
04/03/19 7:15 AM
  
P. Miguel de Chile
No basta con todo eso. "A Dios orando y con el mazo dando". Muy bien en cuanto a la piedad personal, pero falta lo segundo: tener una actitud militante contra el liberalismo y el modernismo, que son, hablando con precisión, ese "humo de Satanás" que ha entrado en la Iglesia desde el Vaticano II. Hay que dejar la misa nueva que es protestantizante, y creada por esos liberales y modernistas como una cena fraternal destinada a reemplazar el Santo Sacrificio de la Misa de siempre. Y digo más: hay que unirse a los grupos cuyos clérigos combaten abiertamente a los liberales y modernistas usurpadores de la Jerarquía de la Iglesia.
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Pedro L. Llera
Efectivamente, hay que resistir y combatir. Si lee otros artículos de mi blog, por ejemplo La Opción Pelayo, verá que voy en esa línea.
04/03/19 8:42 AM
  
Maricarmen
De la abundancia del corazón habla la boca.
Ha sido una inspiración del Espirito Santo.
Que Dios le siga bendiciendo
04/03/19 10:41 AM
  
Francisco de México
Que Dios me perdone, pero algunas veces mi educación profana sale a relucir.

Lo primero que me vino a la mente cuando leí el el título del post ¿Qué debemos hacer?, fue la escena de la película de "El Padrino", donde Vito Corleone le dice a su ahijado preferido Johnny Fontante, después de que éste lloriquea porque no le quieren dar el papel principal en una película "You can act like a man". Después de leer el post, me reitero, en esencia, la "opción Pelayo" y actuar como hombres parecen estar relacionadas.

No podemos despreciar la oración, pero a nuestros masones enemigos les encantaría una religión de donde todos y cada uno de nosotros nos pasáramos el día llorando, sin tratar de cambiar las cosas.

Debemos hacer gala de que somos profetas por nuestro bautismo y no olvidarnos de anunciar la buena nueva y denunciar a los lavandas, modernistas y todos aquellos que luchan contra Cristo.
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Pedro L. Llera
La Opción Pelayo y este último post no son incompatibles: más bien complementario. Todos debemos hacer lo que podamos para combatir el Modernismo, el Liberalismo, el pelagianismo y toda la basura herética que está destrozando la Iglesia. Pero no todo el mundo puede escribir un artículo o dar una conferencia. Lo que podemos hacer todos, por la gracia de Dios, es ser santos.
04/03/19 3:31 PM
  
Francisco de México
Don Pedro:

"Lo que podemos hacer todos, por la gracia de Dios, es ser santos. "

Servidor:

Una gran verdad, tenemos que elegir nuestro propio camino de santidad, no es el mismo de Santa Juana de Arco, de San Ignacio del Loyola o de San José Sanchez del Río los tres relacionados con milicia en algún momento de su vida, que los santos enfocados en la vida contemplativa.

Lo que al menos debemos hacer los laicos es elegir apropiadamente a quien dar nuestra ayuda económica: evitar darlo al clero modernista y lavandas.
04/03/19 6:24 PM
  
hornero (Argentina)
Todo muestra que la Iglesia está en estado de conmoción por lo mucho que le acontece y en estado de expectación por lo mucho de su Esperanza. De lo que surge acrecentada nuestra alegría: “Cuando veais ocurrir estas cosas,alegraos porque vuestra liberación está cerca”. No hay estridencias en el espíritu que comprende la magnitud de lo que acontece. Ernesto Hello, meditando sobre nuestro momento decía: “A la hora que hablo hay algo extraño y terrible de qué hablar…Cuando se vuelve pesado el aire…cuando toman el cielo y la tierra cierto color, ese color particular que precede a la tormenta, cuando aparecen estos signos, prodúcese cierto silencio”, que él vinculaba a los momentos previos a las grandes acciones de Dios. Momento solemne el nuestro, Don Pedro, en el que la espada de Don Pelayo, a la que usted acudía poco ha (La Opción Pelayo, 9-enero) será empuñada por los hombres y por los ángeles bajo la Conducción insustituible de María para iniciar la reconquista de los vastos ámbitos usurpados por el enemigo, reunida a la espada de Cristóbal Colón que hendía con la Cruz las brumas del océano para dar a luz el Nuevo Mundo (cf. E. Hello, El Hombre ). Ambas espadas son necesarias para realizar la mayor proeza de la Historia: dar a luz el Mundo Nuevo que viene, traído por la Aurora de María, transfigurado por la Luz de la Gloria de Cristo que la colma y que Ella irradia sobre la Iglesia, la humanidad toda y el universo. María ha sido constituida por Cristo en Centro gravitatorio del Reino, en torno al cual giran y se desplazan las constelaciones de los ángeles y bienaventurados. No ha puesto a Su Madre a su lado, sino que Él habita dentro de Ella, Santuario de la Santísima Trinidad. Esto les cuesta entender, u olvidan quienes temen que la devoción a María opaque la debida de modo eminente a Cristo, error contra el cual S. L. de Montfort previene largamente (Trat. De la Verdadera Devoción a la Sma. Virgen,30, 63-64). María es el Ornato de Cristo, su Corona de Gloria, su Espada, su Estandarte, su consigna en la paz y en el combate, su grito de guerra, el más poderoso que pone en fuga a los enemigos. Ante el Nombre de María tiemblan los demonios, atruenan las trompetas y timbales: “Viene María, viene el Rey”. Por esto, Cristo reina más plenamente allí donde está más presente Su Madre. Si hoy llega apagada y temerosa la voz de los Pastores se debe a que no se alinean en el ejército de la Virgen, como Ella lo está pidiendo, su escuadrón de los Apóstoles de los Últimos Tiempos (S.L. de Monstfort, La Salette, P. E. Gobbi), con el cual aniquilará al anticristo, le pisará la cabeza y liberará a la Iglesia. Es fundamental acrecentar nuestra conciencia mariana, descubrir y profundizar en esta dimensión de la Iglesia poco conocida aún, y menos aceptada de modo pleno. Cristo vive en María, y mediante María nos lleva a Él. Una Iglesia reticente hacia María es irremediablemente reticente a Cristo, porque no hay Cristo sin María, ni Iglesia sin María, ni santidad sin Ella, La Llena de Gracia. Los “nuevos tiempos” que ha inaugurado María están plenos de su Presencia operante; parafraseando a San Pablo, podemos exclamar: “En María vivimos, existimos y nos movemos”. “Es el grande y divino mundo de Dios, donde hay bellezas y tesoros inefables. Es la magnificencia del Altísimo, donde Él ha escondido, como en su seno, a su Hijo único, y en Él, todo lo que hay de más excelente y más precioso”, Mundus specialissimus altissimi Dei-S. Bernardo (S. L. de Montfort, 6). María, con su Sí, hizo posible que el Verbo tomara nuestra naturaleza humana, hizo posible a Cristo y con Él nuestra Redención., y la Iglesia que es su Cuerpo Místico. Todo con María, nada sin María. No hay caballerías, ni espadas, ni trincheras, ni valientes, ni sabios, ni Pontíces, ni Pastores, sin María. Y pensar que algunos pretenden reivindicar un Cristo sin Su Madre, sin quién le dio el ser humano. ¡Cuánta ignorancia hay entre los cristianos, cuánta torpeza! María sigue acrecentando la Aurora del nuevo Día.


04/03/19 6:32 PM
  
Pub
¡Pedro L. Llera, obispo subito!
04/03/19 11:51 PM
  
Javier Gutiérrez Fernández-Cuervo
El ejército de Pelayo tenía un solo Pelayo. El resto eran soldados mejor o peor entrenados, esposas orantes, hijos e hijas que ofrecían lo poco que tenían por amor a Dios y a su Evangelio, y alguno que lo mucho que podrían hacer sería ensillar un caballo y ya. La Opción Pelayo no es que todos sean generales, sino que todos den la lucha, frente a los Oppas que prefieren rendirse. Y esta batalla nace del Santísimo y se hace con el nombre de María en los labios. No sólo no hay oposición, sino que este artículo bien se podría haber llamado La Opción Pelayo 3. Algunos se olvidan que, por la Comunión de los Santos, la patrona de las misiones es una monjita que no salió de su convento. ¿Acaso no será igual para esto? Que quien reciba 10 talentos dé otros 10, pero no esconda el suyo quien recibiere solo 1, pues su ganancia mínima puede ser la mayor a los ojos de Dios.
05/03/19 1:13 AM
  
Jesse
Benedicto y los Cardenales, a parte de orar,
¿no deberían de corregir públicamente a quién corresponde? ¿O qué deben de hacer, si buscan la santidad, para solucionar esta situación?
05/03/19 6:08 AM
  
Luis Fernando
Pub, ¡payaso sin remedio!
05/03/19 12:35 PM
  
Gladys
Fidelidad a Dios.
www.elgranaviso/mensajes.com
05/03/19 2:47 PM
  
hornero (Argentina)
Don Pedro, Pelayo sigue ganando batallas e incendiando corazones. Es bueno animarse a pelear contra el mal, porque si no peleamos contra el mal peleamos contra el bien, según me decía un viejo de nuestras sierras cordobesas. Y a veces, digo siempre, es bueno pelear contra nosotros mismos, contra lo malo que hallemos en nosotros o que se oculte en nosotros. Alentado por hacerlo, según anunció la Virgen que lo haríamos, he pensado este comentario.
“Los justos sufrirán mucho; sus oraciones, su penitencia y sus lágrimas subirán al Cielo, y todo el pueblo de Dios pedirá perdón y misericordia y buscará mi ayuda y mi intercesión”, anunciaba nuestra Madre el 19 de setiembre de 1846 en La Salette (20). Lo cual pareciera apropiado cumplirse en los tiempos que vivimos. La catequesis impartida por el Papa a los niños acerca de la realidad del demonio, tiene un alcance que llamaría solemne, dirigido a la Iglesia toda, visto el casi general silencio de los Pastores y sacerdotes sobre esta cuestión, que ha diluido en los fieles la conciencia del mal y de la vecindad inmediata a nosotros de su príncipe. Este público reconocimiento del Papa Francisco me lienta a esperar que se cumpla lo anunciado por la Virgen. No dudo de que la mayor parte de los miembros de la Iglesia somos consientes de que hemos pecado gravemente contra Dios, unos de una forma, otros de otra. Debemos meditar hondamente sobre nuestras responsabilidades traicionadas y su repercusión en el Cuerpo Místico, “Cuando un miembro padece, todos los demás padecen” (I Cor 12,26). Todos somos responsables directos por nuestros pecados del desvarío de la Iglesia y de la humanidad, porque son puertas que abrimos a los demonios. Creo que no podemos por más tiempo acusar sin acusarnos; denunciar los errores de los demás, sin hacer un público, solemne y universal reconocimiento de nuestra general deserción como pueblo de Dios. La misión de centinelas apostados en defensa del Reino nos lleva a olvidar con frecuencia nuestras negligencias, cuando desatendiendo nuestra misión de vigilancia incurrimos en complicidades con el enemigo. ¿Qué es el pecado sino deserción, traición a Dios y alianza con el demonio? No dudo que lo anunciado por la Virgen en La Salette habrá de cumplirse. Una forma de su concreción sería un acto solemne por parte de Roma de invitar a toda la Iglesia a confesar públicamente ante Dios los innumerables pecados cometidos como miembros del pueblo de Dios y pedirle su perdón, invocando la “ayuda e intercesión” de la Virgen, nuestra Madre y Madre de la Iglesia. Sería de desear que se dispusieran celebraciones litúrgicas con este fin en toda la Iglesia. Esta magna liturgia del sacramento de la Reconciliación podría culminar con una peregrinación personal del Papa Francisco al Santuario de María del Rosario de San Nicolás (Argentina) a fin de presentar el arrepentimiento del pueblo de Dios ante María y presentar sus excusas por sus referencias de que “la Virgen no es una jefa de Correos para dar mensajes todos los días”, siendo que a él le consta que es así, que Jesús y María nos hablan diariamente, y además por haber permitido que el actual obispo de esa diócesis suspendiera a partir de 2017 la publicación de los mensajes de Jesús y de María que continúan desde 1983, y que han sido publicados por los sucesivos obispos hasta 20l6. Una amplia reflexión por parte del Papa Francisco podría llevarlo a un sincero cambio de actitud respecto a la Virgen y a la ortodoxia. Oro a nuestra Madre a fin de que se cumpla pronto su anuncio. pleno de Esperanza.

05/03/19 8:03 PM
  
hornero (Argentina)
Don Pedro, Dios bendiga su obra en esta página y la que valiente y ejemplar realiza como docente. Es un gran don de Dios que Infocatólica cuente con dirigentes y colaboradores que luchan diariamente en defensa del Reino. Medito sobre la elección de España por la Providencia , que la hizo Madre y Cuna de la Hispanidad, esto es, de la más prodigiosa obra de evangelización y civilización: la incorporación del Nuevo Mundo a la Cristiandad. Desde el Estrecho de Bering hasta el Océano Antártico, descubrir el Océano Pacífico el 25 se setiembre de 1513 y tomar posesión de él en nombre de los reyes de Castilla el 29 de setiembre, festividad de San Miguel Arcángel, llamarlo Mar del Sur, y posteriormente abarcarlo, y ser los primeros en circunnavegar la Tierra, con Magallanes, que lo bautizó Oceáno Pacífico, completando su obra, Juan Sebastián Elcano el 8 de setiembre de 1522, festividad de la Natividad de María. Tal proeza no se agota en la eminencia de los datos geográficos e históricos, sino en el designio de Dios aún mayor, que guarda en sus entrañas, sólo vislumbrado en relación al crecimiento del Reino de Dios. España asumió este designio, transfigurando la tosca realidad de nuestros aborígenes, los indios, en porción escogida de la cristiandad. Hoy la hispanidad del Descubrimiento, evangelización y civilización del Nuevo Mundo, está llamada a enfrentar un nuevo y mayor desafío: salir al encuentro del Nuevo Mundo que viene; segundo Descubrimiento que, bajo la Aurora de la Virgen, conducirá a la humanidad a la nueva Edad del Reino de Dios entre nosotros.
Participar de este trabajo de parto de la Historia, esto es, el dar a luz a un Mundo Nuevo, en el que una humanidad purificada, unida y vivificada por la Gracia se constituya en el hijo pródigo de las generaciones que vuelve a la Casa del Padre para producir en ella lo que es propio del todo y lo que ninguna de las partes puede producir por sí sola: el fruto espléndido que sólo puede surgir de la unidad de nuestra progenie humana, tan magna tarea exige nuestra propia purificación.
Este Miércoles de Ceniza es oportuno reconocer nuestras falencias y límites, a fin de alcanzar por la Cuaresma una más plena resurrección con Cristo. El reconocimiento humilde de nuestra deplorable condición, permitiría a todo el pueblo de Dios iniciar juntos el vasto camino de la conversión pedida por la Virgen en Nombre de Su Hijo. En este sentido,sería de desear un acto solemne y universal presidio por el Papa y continuado por una liturgia dispuesta a este efecto por la que obispos, sacerdotes y fieles nos uniéramos en común en cada diócesis y parroquia. Todos somos “vasos frágiles de barro”, debemos deponer nuestras instituidas dignidades, suficiencias, estimas y demás fatuidades, vistiéndonos de penitentes que claman por la ayuda e intercesión de María a fin de salvar la Iglesia de su desolación, impotente en su condición humana para resistir al actual ataque del infierno. Invoquemos juntos con el Papa, los obispos, sacerdotes y fieles la protección salvadora del Poder que a María le ha otorgado Su Hijo.



06/03/19 5:05 PM

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