Jaume-Patrici nos explica su fracaso

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Siempre me ha sorprendido –o más bien, me ha desconsolado- que personas informadas, cultas y sensibles abrazaran en sus días al comunismo. Una de esas personas es Jaume-Patrici Sayrach i Fatjó dels Xiprers. Más conocido como Jaume P., pues un buen día decidió abdicar del Patrici, y dejar únicamente esa P., más snob. Jaume P. era un buen hijo de la alta burguesía catalana. Su padre, Manuel Sayrach Carreras, arquitecto y escritor, tiene entre sus grandes obras la llamada casa Sayrach de la Diagonal barcelonesa. Su aristocrático segundo apellido proviene de la masía Can Fatjó dels Xiprers, actualmente en el término municipal de Cerdanyola. Su madre, Montserrat Fatjó dels Xiprers, falleció cuando Jaume P. tenía solo dos años de edad. Su padre moriría cinco años después. Quedaron cuatro hermanos huérfanos: Manuel y Narcís, que se dedicaron al mundo editorial y Jaume-Patrici y Abelard, que ingresaron en el seminario y fueron ordenados sacerdotes. A partir de los años 60, tanto Jaume-Patrici como Abelard fueron enviados a barrios extremadamente pobres. El choque evidentemente fue brutal. Dos niños bien de la Diagonal, hijos de “Senyors de Barcelona” aterrizaban en Pueblo Nuevo (conocido como el Manchester catalán) y después fueron destinados a dos barrios en embrión, como eran el Fondo de Santa Coloma y Trinitat Nova.

De sus vivencias en aquel período, Jaume P. Sayrach acaba de escribir un libro, titulado “L’esperança d’una església pobra i evangélica. Santa Coloma de Gramenet 1965-1980”. La obra es una recopilación de escritos y artículos publicados por Sayrach en aquel período, con una serie de acotaciones actuales y un epílogo.

Como he dicho al principio, Sayrach es un hombre cultivado. Escribe con tremenda pulcritud y el libro se lee muy bien. Tan bien se lee, que uno llega a comprender la frustración y el desencanto de Sayrach y los otros curas de aquellos ya lejanos 60. Son las memorias de un fracaso.

Desde el año 1.960 al 1.965, en el extrarradio barcelonés se crearon infinidad de parroquias. En un solo día, el Doctor Modrego erigió catorce parroquias. Uno de los lugares de mayor crecimiento demográfico era la población de Santa Coloma de Gramenet. Pasó de tener 2.000 habitantes a principios de siglo a más de 100.000 en los años 60. Se trataba, además, de una población emigrante, muy joven y con una tasa de natalidad altísima. Imagínense el número de bautizos que había. En los años 60 se crearon seis parroquias en Santa Coloma. A una de ellas fue Jaume P. Sayrach. En el barrio de les Oliveres se llegó a crear una parroquia, dedicada a San Ernesto, pero en realidad era dedicada a Ernesto Che Guevara. Su párroco fue Lluis Hernández, posteriormente alcalde comunista de la localidad. El elenco de curas se completaba con los ya secularizados Joan Morán y Antoni Antonijoan (hoy en día, feliz multimillonario) y por el cura comunista Josep Catà, que en su día se vanaglorió de haber quemado la sotana, cuando dejó de ser obligatoria.

En estos sacerdotes anidó la conciencia de transformar el mundo y a ello dedicaron los mejores años de sus vidas. Por lo que Sayrach pasa de puntillas es que esas pretensiones supuestamente revolucionarias tenían su fuente en el comunismo. Sayrach, Hernández, Catà eran activistas comunistas. Y no precisamente de su facción más moderada. El PSUC pasaba por un partido burgués y solían simpatizar con el PCI, con la ORT y la LCR. ¿Por qué soslaya Sayrach estos hechos? Lógicamente, porque el comunismo es hoy una ideología añeja y desprestigiada. El muro de Berlín no solo fue derribado de forma pacífica y espontanea, sino que sus cascotes impactaron encima de algunos conspicuos comunistas. Sin embargo, los muy vivos se dedicaron a mirar a otro lado y abrazar otras opciones. Hoy en día, Sayrach ya no es un internacionalista obrero, sino un nacionalista catalán. Cada día se le puede leer en su Dietari de Forum GramaWeb.

Es evidente que el mundo se transformó a pesar de ellos. Trabajando duro, pero prosperando gracias al “maldito” capitalismo, todos aquellos emigrantes de los 60 fueron dejando el Fondo; comprándose otras casas, mucho más confortables; dando estudios a sus hijos y éstos a sus nietos. Hoy en día, el Fondo es un barrio multirracial, donde la emigración interior española, ha sido sustituida por árabes, hispano-americanos, chinos, eslavos, etc.

Tampoco transformaron la iglesia. Al revés, la dejaron vacía. En su castillo encantado, relativizaron los sacramentos, eliminaron los registros parroquiales (no querían hacer papeleo), incluso no profesaban ser sacerdotes (decían que eran profesores, escritores o escultores) y se llenaron la boca con las comunidades de base. En un principio, la novedosa actividad gozó de un cierto predicamento. Pero, después, no quedó nada. El propio Sayrach se queja en su dietari de que a las conferencias que organiza no acude juventud. Hicieron una iglesia tan alejada de lo sagrado y lo espiritual, que la gente –una vez probado el experimento- renegó de él.

Es lamentable lo que ha pasado después. Salvo alguna experiencia fructífera y encomiable (ridiculizada por Sayrach como revival) el estado de las parroquias del extrarradio barcelonés es comatoso. Parroquias sin niños, sin jóvenes, sin matrimonios, sin ilusión, sin futuro. Parroquias arrasadas en las que es un milagro que vuelva a crecer la hierba.

Obviamente (el orgullo les puede) el libro de Sayrach no pide perdón, pero se le nota su punto de amargura. La misma por la que pasó la triste muerte (también contada en la obra) de su hermano sacerdote, Abelard, que falleció sin querer recibir los sacramentos. Un drama.

Por suerte, esa iglesia ya pasó. Vino el huracán de Juan Pablo II y se la llevó por delante. Vinieron otros movimientos, con más ímpetu, vigor y autenticidad que el suyo. Pero los que vivimos aquella época, debemos contarlo. Como se intuye en el libro de Sayrach. Solo se intuye. Se queda a un paso de reconocerlo.

Oriolt

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