El síndrome Pujol-Carrera, también conocido como de la "botigueta" (I)


“Una vella i bella paternitat” (una vieja y bella paternidad)

A Sean Connery, Jordi Pujol Soley y el obispo auxiliar de Barcelona Joan Carrera Planas les une el mismo año de nacimiento, 1930. Los dos últimos, claro está, son padres fundadores de Convergència Democràtica de Catalunya (1974), la C de CiU. La U, la aporta la histórica Unió Democràtica de Catalunya, el partido demócrata-cristiano fundado (1931) durante la II República, la “nineta” (niña de los ojos) política de la Unió Sacerdotal de Barcelona, asociación fundada el 1947 por Mossèn Manuel Bonet y Muixí. La unión de la Unió con Unió, una cacofonía interesante.

CiU y la Unió Sacerdotal de Barcelona junto con el mundo clerical catalanista moderado adolecen del síndrome Pujol-Carrera, también conocido como de la “botigueta” (diminutivo de tienda, entendida como establecimiento comercial). Se trata de un matrimonio contra-natura consumado con el progresismo político/teológico por temor a perder el control del negocio.

CiU y el mundo eclesiástico catalanista moderado es heredero, solo parcialmente como veremos, de uno de los ambientes católicos contemporáneos más bellos vividos en España. El tradicionalismo tomista de Balmes-Collell-Morgadas-Torras y Bages-Vidal y Barraquer, el cual, a su vez, hunde sus raíces, antes del drama de 1835, en el tomismo popular de dominicos, carmelitas descalzos y escolapios y buena parte del clero secular catalán más despierto. Un matrimonio fructifero entre el tomismo popular y un Principado católico de “caps de casa” (algo más que cabezas de familia), de hombres libres, camino iniciado por nuestros antepasados “remences”. La conformación de un carácter muy correoso a ser mandado, nacido, a finales del siglo XV, del éxito de la liberación de los catalanes de los abusos feudales. En 1448 nuestros antepasados, remences católicos, proclamaban que: “In nomine illius redemptoris nostri Ihesu Christi, totius conditoris creature, qui ad hoc propiciatus humanam voluit carnem assumere, ut divinitate sue gratia dirupto quo tenebamur captivi vinculo servitutis pristine nos restituit libertati. Et huiusmodi gratia homines quos ab initio natura liberos protulit, et ius gentium iugo substituit servitutis sue legis beneficio libertas reddatur in mundo”. Ahí queda eso.

Este tradicionalismo tomista popular, en clave filosófica, contuvo en el siglo XIX el apuntarse a las ideas de Gioberti y menos al ontologismo decimonónico que se presentaba como respuesta al ultra-racionalismo anticatólico de cierta Ilustración. En clave política, este tradicionalismo también freno la adscripción unilateral al carlismo. Ni Balmes, ni Jaume Collell, ni Morgades, ni Torras i Bages, ni Cortès i Cullell, ni Mas i Oliver, ni Ignasi Casanovas, ni Vidal i Barraquer… fueron carlistas, aunque fueron muchísimos los carlistas que arrimaron el hombro, sin necesitar de un segundo aviso, cuando había que ayudar a la Iglesia. A pesar de los ríos de tinta gastados en embarullar la cuestión, el tradicionalismo tomista vivido por estos personajes y muchos mas, digámoslo claro, prefigura, en su vertiente política, la Democracia Cristiana como León XIII quería. Une, con solución de continuidad, el catolicismo catalán de la Edad Moderna con el contemporáneo.

La Democracia Cristiana, más, mucho más, que un partido político concreto que absorba toda la representatividad de todos los católicos (situación de monopolio político tradicionalmente no querido por la Doctrina Social de la Iglesia). Los catalanes hemos sido capaces de apuntarnos a lo mejor y ahora, a lo peor. El catolicismo catalán profundamente popular y anti-regalista ha sido transformado en un bodrio elitista, emulador y adulador de lo gubernamental.

Pujol nunca ha escondido que su cultura política proviene de la moderada Lliga Regionalista de Enric Prat de la Riba (incluso por vía de la relación directa maestro-discípulo: Prat de la Riba-Alexandre Galí-Raimon Galí-Jordi Pujol). Pujol también reconoce que esta, la Lliga, hunde raíces en el catalanismo católico de Torras y Bages de Vic (clero) o de un Narcís Verdaguer y Callís (seglar).

Entiendo que desde fuera del Principado, incluso dentro, viendo el resultado, se meta todo en un mismo fardo y se envíe el conjunto a hacer puñetas. Pero si uno es capaz de aproximarse con tranquilidad, aprecio y respetando la cronología (no es lo mismo 1901 que 2001), podrá distinguir los matices. Una actitud que agradecen mucho los catalanes cuando la observan en el resto peninsular.

Balmes nunca fue jansenista, todo lo contrario. Torres y Bages nunca fue modernista, todo lo contrario. Ultramontanos de manual, su amor por la Santa Sede fue ejemplar. “Empeltats” (hijos) de las enseñanzas de Santo Tomás de Aquino, no estaban para veleidades y tonterías teológicas. Y precisamente todos ellos, estos grandes eclesiásticos enunciados mas arriba, nunca fueron unos reaccionarios en materia política asumiendo lo aceptable que había en el modelo parlamentario constitucional que proponían los liberales. Teológica (dogma y moral) y filosóficamente fuertes e inquebrantables, insobornables católicos; políticamente abiertos y dialogantes. ¿No es esto lo que nos propone la Doctrina Social de la Iglesia?

Catalunya convertida en país de “botiguers”

Pujol y Carrera son dos figuras intocables en Cataluña. Dos personalidades, aparentemente, en las antípodas del sectarismo. Aparentemente cultivadas. Aparentemente “assenyades” (juiciosas). Unos padres de la patria. Unos padres sin hijos. Cómo es que todo este pasado ejemplar donde parcialmente enraíza el pujolismo y el carrerismo haya acabado en este monumental fracaso. En esta senectud sin nietos.

Pujol y Carrera han adolecido del síndrome de la “botigueta”. En Cataluña a CiU se la conocía en los ambientes “progres” como “el partit dels botiguers” (algo mas que el partido de los tenderos). La mentalidad del “botiguer”, en esta acepción, se caracteriza por una nula sensibilidad por la Filosofía, por el debate y contraste de ideas. Para el “botiguer”, esto lo hacen los gandules, los que no trabajan. La Filosofía, de haberla, tiene que ser práctica, aplicable a la resolución inmediata de problemas concretos. De efectos visibles ya, tangibles, como lo que sale del torno, como lo que se despacha sobre el mostrador. Un realismo miope de vuelo gallináceo. Las antípodas de la nebulosa estratosférica del pensamiento “progre” tan reluctante al contraste auténtico con la realidad humana.

Curioso país, Cataluña, después de 1835. Truncado el acceso a la Universidad para las clases medias por culpa de Felipe V, quien las cierra todas para concentrarlas en una única, la de la lejana Cervera (inaccesible para las economías domésticas no aristocráticas), son los frailes y clero regular quienes sustituyen a los antiguos Estudios Generales, repartidos en las principales ciudades, en su papel de mantenedor del tomismo popular entre “il cosiddetto: cetto medio” (el pueblo medio), especialmente urbano y peri-urbano. Falto de una pierna, la caída del “pueblo medio” a la mentalidad de “botiguer” se consumará progresivamente a partir de la exclaustración de 1835. Sin unos estudios solventes que aproximaran de manera católica a la relación Filosofía-Fe y Política-Fe, demasiados hijos de los antiguos menestrales se convertirán en terráqueos “botiguers”. O, para los que sigan las profesiones liberales, en demasiados socialistas utópicos, en icarianos de pensamiento buenista. Los dos extremos de un mismo mal. Solo el clero secular mas despierto, forjado en la tradición tomista que aún afloraba en algunos seminarios (Vic, otra vez), y los escolapios, en sus colegios de secundaria, mantendrán la llama.

Un matrimonio contra natura

Pujol y Carrera han adolecido del síndrome de la “botigueta”. CiU y la Unió Sacerdotal de Barcelona junto con el amplio sector catalanista moderado de Misa adolecen del síndrome Pujol-Carrera, porque ignorando que en el mundo hay diversidad de ideas y que por eso no hay porque acomplejarte de las tuyas, han contraído matrimonio con el factor cero, es decir el progresismo político/teológico. Porque se han alejado, en el campo eclesial, de la tradición popular catalana, la de los grandes maestros antes mencionados del siglo liberal (1835-1936), es decir: teológica (dogma y moral) y filosóficamente fuertes e inquebrantables, insobornables; políticamente abiertos y dialogantes. Ya lo hemos dicho. Un Balmes, un Morgades, un Torras y Bages o un Vidal y Barraquer tirarían escalera abajo a todo nuestro mundo eclesial nacionalista por travestido.

Es lógico que un catalán católico ame su tierra, su idioma, sus costumbres. No se le puede pedir lo contrario. Un católico consecuente ama la tierra donde pisa y vive. Pero no es lícito que, por una causa nacional, se nos pida que anulemos nuestra inteligencia -y el tradicional sentido de moderación que se nos presume-, matemos nuestra caridad y asumamos la naturaleza del burro.

Dos sensibilidades

A finales del siglo XIX en Cataluña podemos encontrar dos sensibilidades hacia la Filosofía, una, la tradicional y otra, la integrista. La primera une Balmes con Vidal y Barraquer, como hemos dicho. La otra, el integrismo, une el regalismo del siglo XVIII con el nacional-catolicismo catalanista actual. Para esta segunda sensibilidad, la preocupación política bloquea el análisis filosófico. Regalismo/integrismo/nacional-catolicismo catalanista son expresión de una claudicación mental hacia el poder del Estado/Nación, sujetos políticos en plena expansión desde el siglo XVIII.

De la concurrencia de poderes civiles; del reparto del poder entre distintos sujetos sociales; de la subsidiariedad; de la soberanía popular implícita del tomismo político, que respeta que la Autoridad, no tal o cual rey sino como poder hacia los demás, es, en última instancia, una facultad delegada que proviene de Dios porque ha querido que el hombre sea un ser social, se pasa a una progresiva centralización de la autoridad política dentro de espacios estancos nacionales que fragmentarán la antigua cristiandad europea occidental. Antiguo espacio común, que se miraba en el espejo de la catolicidad de la Iglesia, y que gozaba de aquella porosidad, también mental, gracias a la cual, y aquí el latín tenia su papel, universitarios catalanes de la Baja Edad Media estudiaban Derecho en Boloña, o en el siglo XVI leían libros elaborados en Lión.

A partir del terremoto de la irrupción del Absolutismo –que querrá ser Sagrado-, una creación del siglo XVIII, hay algunos que comienzan a creer que Estado/Nación e Iglesia se reparten competencias. Uno (la Corona-s.XVIII/ el Parlamento liberal, s.XIX/ la Nación-democracia, s.XX) manda; la otra moraliza. Una división competencial, con la Iglesia puesta al servicio de quien ostenta la autoridad civil.

Doble paternidad

Estoy convencido que mucho más que el nombre de pila une al tardo-jansenista, regalista y precursor de la Renaixença Fèlix Torres Amat, con el integrista Fèlix Sardà i Salvany. Ponga un sable católico que ponga orden en la vida política y una sotana en la vida moral, sobretodo en la escuela. Un exceso de confianza, fruto de su contemporaneidad, en el Poder central y la misión de guía de las élites; y desconfianza en la subsidiariedad y en la responsabilidad de todo ciudadano (y de todo bautizado), del pueblo en acción.

De igual manera mucho más que la misma cuna sabadellense une al integrista Fèlix Sardà i Salvany con su discípulo Lluís Carreras y Mas, este último fundador en 1946 del grupo de reflexión “Torras y Bages” de universitarios, del cual formaron parte los jóvenes Jordi Pujol, Antón Cañellas (UDC), Joan Raventós (PSC), Jaume Carner (futuro presidente de Banca Catalana) y Ernest, después llamado Hilari, Raguer.

Este grupo se incorporará poco después a la “Lliga Espiritual de la Mare de Déu de Montserrat” de la cual el mismo Lluís Carreras será consiliario. Allí se encontrará también a Albert Manent i Segimon, nacido también en 1930 como Pujol de quien mas tarde será asesor y estratega cultural cuando llegue a la Generalitat. Pujol, Cañellas y Manent formaran el núcleo organizador de la campaña “Volem bisbes Catalans” (Queremos obispos catalanes) de 1966. ¡Y monjas suecas!, contestarán los más despiertos.

Raguer y Manent, cuánta Historia para tan poca Geografía, como diría David Ben-Gurión para Israel. Junto con Joan Bonet i Baltá, y algunas otras figuras menores, serán los responsables de presentar unilateralmente todo el nacional-catolicismo catalán del siglo XX como hijos de la tradición representada por la línea Balmes-Vidal i Barraquer. Un blanqueador perfecto de paternidades molestas. Una manipulación histórica facilitada por el acaparamiento de la historia por parte unos historiadores con una misma ideología. La prueba del nueve: el olvido sospechoso hacia Balmes, el más robusto de la escuela de la cual pretendían provenir. O de su biógrafo el P. Ignasi Casanovas (+1936).

“Pocas veces un gobernante tendrá ante sí posibilidades y horizontes tan amplios para crear un Estado justo en la plenitud de su misión creadora y vivificadora de las energías de su pueblo.

Jamás nación alguna se aprestó, tan ardiente, unánime y efusiva, para restaurar su tradición y naturaleza propias en conformidad con el ideal y la norma del Catolicismo, que es el alma de su cultura histórica y de su patriotismo renovador.

Por primera vez, en nuestros días, Iglesia y Estado aparecen en una sociedad renaciente admirablemente situados para alcanzar aquella armonía necesaria, aquella cooperación respetuosa, aquel carácter misional, sin los cuales el cuerpo y el alma de una nación no pueden alcanzar la realización perfecta de sus fines temporales y espirituales.

Hecho incomparable. El libertador de esa nación, el creador del nuevo Estado, aparece ante las esperanzas de los suyos y la expectación de los ajenos, como un prudente, austero, magnánimo ordenador en la justicia y la paz.

Toda la legislación de la legislación anticatólica de la República ha sido abrogada. El matrimonio religioso vuelve a ser la base social de la familia; la educación cristiana, el alma y el ambiente de la escuela. Es reconocida y afirmada la Iglesia como sociedad perfecta con la plenitud de sus derechos. El Fuero del Trabajo es la primera proclamación cristiana de justicia social por un Estado Moderno. La Universidad católica impulsará el renacimiento de la cultura. El futuro Concordato será eficaz garantía de la libertad espiritual y del renacimiento religioso”.

Supongo que habrán adivinado quién es el sable: Franco. ¿Y la sotana que lo escribe? El discípulo de Sardà i Salvany: Lluís Carreras, el fundador del grupo nacionalista catalanista católico “Torras y Bages” que acogió y fraguó a unos adolescentes Pujol, Cañellas, Raguer… ¿Que ha pasado?

Es 1938, el 95% del futuro catalanismo católico moderado pujoliano quiere que gane Franco. Esta es la verdad que no querrán explicar a sus hijos (aunque estos lo sospecharán) y que les ha acomplejado toda la vida. Con lo fácil que hubiera sido explicar la verdad: apoyamos a Franco porque la II República no pudo atajar las revoluciones anarquista y comunista de 1936-1939, por ingenuidad y/o imprudencia previa de los republicanos. La III República en Francia se asentó porque los republicanos de Thiers acabaron a sangre y fuego contra la asesina Comuna de París de 1871. En Francia se podía confiar en la República. Aquí, por la radicalidad del republicanismo, esto no fue posible.

Lluís Carreras fue fiel a la tradición del sable y la sotana de Sardà i Salvany. ¿Pero, por qué y como el nacional-catolicismo catalanista actual es también un fruto del integrismo?

(Continuará)

Quinto Sertorius Crescens

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