Curso veraniego de Liturgia para víctimas del C.P.L.: 4. Vestiduras y ornamentos litúrgicos. (Sobrepelliz, roquete, amito, alba, cíngulo y manípulo)


En todas las religiones, en todos los ritos de cualquier culto, el que lo celebra se reviste ordinariamente con especiales ornamentos, que sirven para manifestar la grandeza del acto que se realiza, y como dice San Jerónimo “por eso no podían faltar en la Religión divina”.

Es pues sumamente interesante conocer las vestiduras sagradas, su historia y si significado. Y aunque en el transcurso de los siglos hayan sufrido notables modificaciones, siempre se verá la sabiduría y prudencia de la Iglesia en lo que a esto se refiere. Hoy la Iglesia tiene determinado concretamente lo que se refiere a las vestiduras sagradas que usan los ministros del culto en los diversos Oficios divinos. Pero en la Iglesia primitiva sucedió lo mismo que en el primer periodo de la Humanidad y en el de la formación de las diferentes religiones, que el hombre, aún como sacerdote, se acercaba a Dios sin el aparato exterior de especiales vestidos y ornamentos.

Cristo celebró con sus Apóstoles la última Cena llevando los mismos vestidos que usaban ordinariamente aunque con muchísima probabilidad y tal como defienden muchos autores endosó el “taleth”, especie de sobrepelliz que los judíos usan para las celebraciones solemnes y de especial modo para la cena pascual. Pero ni la Sagrada Escritura ni la tradición precisan este punto. Los Apóstoles y los Discípulos del Señor sin duda celebraron los divinos misterios en las casas de los fieles sin cambiar de vestidos. Se acercaban con el vestido limpio, como convenía al decoro y decencia del acto, y así lo hicieron más tarde los presbíteros y diáconos que se ponían ropas blancas y limpias e iban más mudados que el resto de los creyentes.

Es sabido que la túnica larga era el traje corriente de los antiguos griegos y romanos, que en Roma se fue acortando en el siglo VII. La Iglesia conservó para sus oficios la antigua túnica larga blanca, que es el alba, túnica que el sacerdote se ponía sobre la otra túnica corta, que ya se había hecho de uso y era el vestido de calle que los sacerdotes usaban como todos los demás.

También el manto o capa que era de uso común, y del cual consta que usaba el apóstol San Pablo, se transformó después en la actual casulla. El paño que se usaba para ofrecer algún servicio a personas de autoridad (sudor, secarse las manos, etc.…) se transformó en el manípulo, y así puede decirse que sucedió con otros ornamentos, como veremos acto seguido. Fueron la tradición y la costumbre las que han ido fijando la forma de estas vestiduras, aunque en la Iglesia Latina existen tipologías algo diversas, realmente son diferencias verdaderamente accidentales. Existen prescripciones muy concretas sin embargo en cuanto a la materia y el color. El derecho a usar las sagradas vestiduras sólo lo tienen los ministros de la Iglesia, existen sin embargo algunos ornamentos que son de uso multisecularmente tolerado entre aquellos laicos que sirven el altar o participan con su canto en las celebraciones litúrgicas: entre ellos la sobrepelliz para acólitos y niños de coro.

Sobrepelliz

La “línea” o vestido de lino es el propio de los eclesiásticos. La sobrepelliz o cotta –que en griego significa túnica pequeña- es un vestido que antiguamente llegada hasta las rodillas con mangas largas y anchas. Las que hoy se usan en Roma llegan un poco más debajo de la cintura y se ven muchas veces prolongadas por hermosos encajes de puntillas llamados “pizzi”, y aunque son de mangas anchas sin duda son más cortas que las antiguas. Parece ser que es una reducción del alba y se llama sobrepelliz por vestirse sobre los hábitos corales de pieles que usaban los eclesiásticos en el coro para protegerse del frío.

Los sobrepellices han de servir para dar la comunión, para exponer el Santísimo y administrar los sacramentos, para predicar, en las procesiones o exequias, en muchas bendiciones y repito, en algunas funciones eclesiásticas el turiferario, los acólitos y los niños de coro. En España la han llevado siempre los sacristanes al pasar la colecta o servir el altar, famosas son sobrepellices sin mangas de los sacristanes de la Catedral de Valencia, parecidas a una casulla amplia que se repliega en los brazos. En la abadía de Montserrat los escolanes la llevan sin mangas con corte recto en la sisa del pequeño hábito que endosan.

Roquete

Algunos lo confunden con la sobrepelliz; pero es diverso, porque las mangas han de ser estrechas y largas como las del alba. Es propia de los obispos, canónigos y religiosos que tienen facultad para ello aunque se llegó a abusar y la llevaron hasta los monaguillos. La palabra roquete sin duda deriva de las palabras hebreas “rah” y “chutan” que significa “vestido hermoso de lino”

Amito

Es la vestidura sagrada con la cual se cubre el cuello. Algunos creen que procede de la bufanda que usaban los romanos, del velo con que se cubrían las vírgenes o del “efod” que usaba el Sumo Sacerdote de loa judíos. El amito se elevó con el tiempo, de una pieza de uso ordinario a una prenda aristocrática y hasta un distintivo del Romano Pontífice. El fánon, que el papa solía usar en las Capillas Papales además del amito, es el amito primitivo.

La Iglesia lo prescribió después del siglo VIII. Hoy el amito es un paño de lino, no de seda ni algodón, blanco, sencillo, bordado o calado, con una cruz en medio, que el celebrante besa al ponérselo, y dos cintas con que se sujeta a la cintura. Desde el siglo XI se cubría primero con el la cabeza y al terminar de revestirse el celebrante lo recogía sobre el cuello, como aún se hace en el rito ambrosiano y algunos liturgistas de corte arqueologista recuperaron en la década de los años 50, adornando la franja superior con ricos bordados que al caer por encima de la casulla deja ver un cuello vistoso parecido a los collarines o sobrecuellos que usaban (y aún usan en algunos lugares) en España los diáconos y subdiáconos en sus dalmáticas y tunicelas.

El amito monástico tiene la forma de una capucha y de esa manera cubre perfectamente la capucha de su hábito monacal al endosarlo y así lo deja hasta llegar al altar que es cuando lo deja caer sobre la casulla, como si se tratara de un bonete.

En los últimos decenios se ha tomado la costumbre de confeccionar albas anchas con corte de cogullas monásticas unidas a amitos monacales prescindiendo del amito y también del cíngulo. Más modernamente los cuellos de esas “albas-cogullas” se han convertido en amplios cuellos de pico para replegar sobre la casulla. A mi entender resulta una moda de gusto dudoso que debería ser arrinconada.

Místicamente el amito simboliza el casco de salvación del guerrero -galea salutis- y al ponérselo el celebrante dice: “Impón, ¡oh Señor! en mi cabeza el casco de la salvación para defenderme de los asaltos diabólicos.” Significa también el cuidado que se ha de tener en el hablar, porque es señal de sabiduría y prudencia saber hablar y saber callar.

Alba

Es la túnica romana o el “chitón” griego, es decir el vestido corriente. Los griegos actualmente la llaman “póderis”, que significa “pié” porque llega hasta los pies. En el siglo IX aparecieron albas adornadas que se hicieron habituales a partir del XII, llenas de aplicaciones y bordados por delante y por detrás, en el cuello y en las mangas. En el siglo XVII eran corrientes las adornadas con puntillas primorosas, costumbre que ha pervivido hasta nuestros días. En Italia y con la intención de resaltar aún más esos trabajos de encaje, además de los obispos, también los diversos prelados curiales y los párrocos tienen el privilegio de colocar un paño de seda roja como trasfondo que la hace más vistosa.

Cíngulo

Es un ceñidor del alba para que esta no arrastre y así deje libres los movimientos del que la lleva, sin peligro de tropezar. La usaban los senadores romanos para ceñir la túnica “lacticlavia”. La forma usual es la de un cordón, pero también hubo y hay aún en forma de fajín o cinturón. La materia corriente es el lino, los hay también de seda, lana y algodón. Ordinariamente es de color blanco, pero se pueden usar del color litúrgico del día. Los había con hebillas, para sujetarlos como ceñidores, y muchos acaban hoy con hermosas borlas de flecos con hilos de plata y oro. Las hubo con piedras y perlas engarzadas. El cíngulo denota la prontitud que deben tener los ministros de la Iglesia para cumplir sus deberes. Cristo dijo a sus discípulos: “Ceñid vuestros lomos” con lo cual dio a entender esa virtud de estar siempre dispuestos a esperar a su Señor para cumplir ordenes y servirlo. Es símbolo de penitencia y mortificación, de fe y justicia, de castidad y de humildad, de vigilancia y de fortaleza.

Manípulo

Aunque la Ordenación general del Misal Romano de 1969 al hablar en el capítulo VI de los Requisitos para la Celebración de la Misa y muy concretamente en el epígrafe IV dedicado a las Vestiduras Sagradas (nn. 297-310) omite el uso del manípulo, por el hecho de haber entrado en vigor en el año 2007 el Motu Proprio de Benedicto XVI “Summorum Pontificum Cura” que regula la celebración de la llamada forma extraordinaria del Rito Romano y el uso del Misal Romano publicado en 1961 por Juan XXIII, debemos hablar de él, pues su uso es prescrito.

Algunos creen que su denominación procede de “mappa” y su diminutivo “mappula” (pequeña servilleta o toalla). Servía pues tanto como para servir en los banquetes como para limpiar el sudor y las manos. Después fue una prenda de ceremonia que por ejemplo el emperador se ponía al inaugurar los juegos del circo. En Roma fue al principio distintivo de los diáconos, después ya también de los presbíteros. Fuera de Roma no se encontró entre los ornamentos litúrgicos hasta después del siglo IX. En la Edad Media se agrandó en demasía, pero poco a poco se fue reduciendo de nuevo. En su primitivo uso era de lino, aunque los de los diáconos romanos eran de seda preciosa. Hoy en día es parte de un todo homogéneo junto con la casulla y la estola y se lleva en el antebrazo izquierdo durante la celebración de la Misa. De su antiguo uso para limpiarse el sudor algunos vieron en el manípulo el símbolo del trabajo, porque el sustento se ha de ganar con el sudor de la frente. Y esto parece significar el nombre de manípulo o gavilla (haz o manojo de espigas). Cuando el celebrante se lo pone dice “Señor, merezca yo llevar el manipulo del llanto y del dolor, para recibir después con alegría el premio de mi trabajo”. El que se lleve en el brazo izquierdo, que es el más inferior, designa esta vida mísera y mortal, en contraste con el brazo derecho, que es símbolo de vida eterna.

Próximo capítulo: Estola y estolón, tunicela, dalmática, casulla, pluvial, humeral, gremial, mitra, quirotecas, sandalias, anillo, báculo, pectoral y palio.

Dom Gregori Maria

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