El culto al Sagrado Corazón de Jesús

Los sectarios jansenistas creían que para perfeccionar al hombre había que arrancarle el corazón, es decir los afectos y sentimientos, causa principal de su caída y de sus males. Por ello, al ver que el Corazón del Hombre-Dios, símbolo y órgano de su Amor, recibía la adoración de la Cristiandad, se apresuraron a negar el corazón en el hombre para de esta manera negarlo en Cristo mismo. “El amor aleja al temor” (perfecta charitas foras mittit timorem 1ª Jn. 4,18) había afirmado el discípulo bien amado, aquel que en la última Cena había reposado su cabeza en el Corazón del Salvador; el culto al Sagrado Corazón de Jesús aleja del horrible destino (la monstruosa idea de la predestinación), ídolo implacable con que la secta jansenista había sustituido la dulce imagen de Aquel que ama todas las obras de sus manos y quiere que todos los hombres se salven…

Subrayar en primer lugar que la fiesta del Sagrado Corazón fue revelada a una humilde religiosa y que esta revelación permaneció en el secreto del claustro antes de que se convirtiese en la gran noticia para la asamblea de los fieles. El venerable Instituto de la Visitación, fundado por San Francisco de Sales, fue el que Dios se escogió para hacer conocer la obra de su dulce poder mediante la venerable Madre Margarita María de Alacoque, como glorificando de esta manera también y mediante ello, la doctrina del santo obispo de Ginebra, tan alejada del fariseísmo de la secta.

Registremos los principales hechos que señalaron el triunfal desarrollo del culto al Amor de Jesucristo por los hombres. Francia, principal escenario de las maniobras jansenistas, se convierte al mismo tiempo en el lugar de origen y en principal teatro del establecimiento de la nueva festividad, feliz presagio de las intenciones divinas que parecen haber hecho de ese reino la antesala de la derrota, a su debido tiempo, del virus impuro que se agita en su seno.

De esta manera pues, en 1688 Charles de Brienne, obispo de Coutances en la Baja Normandía, inaugura en su diócesis la fiesta del Sagrado Corazón. Seis años después, en 1694, el piadoso Antoine-Pierre de Gramont, arzobispo de Besançon, ordena que la misa propia de esta festividad sea inserida en el Misal de su metrópolis. En 1718, François de Villeroy, arzobispo de Lyon, prescribió la celebración en su insigne sede primacial. Esta fiesta, como no podía esperarse de otra manera, desapareció del Breviario de Montazet. Por otra parte, todo el mundo sabe en que circunstancias memorables, el obispo de Marsella Henri de Belzunce, inauguró en 1720 el culto al Sagrado Corazón de Jesús en medio de su ciudad desolada por la peste. La confianza del prelado fue recompensada con la disminución instantánea de la epidemia y al poco tiempo con la extinción definitiva del flagelo.

Sin embargo la Santa Sede tardaba en sancionar la erección de la nueva fiesta. Obstáculos inesperados en el seno de la Sagrada Congregación de Ritos se oponían a esta aprobación que había sido pedida en el año 1697.

En 1726 el obispo de Cracovia, dirigía a este efecto una súplica a Benedicto XIII a la cual se adhirió rápidamente el rey Federico Augusto de Polonia. Un rechazo solemne y famoso, notificado el 30 de julio de 1729 por la Congregación de Ritos, fue una sensible y dolorosa prueba para los adoradores del Sagrado Corazón de Jesús, y para los jansenistas el objeto de un inesperado triunfo.

El ardor de la controversia suscitada por esta materia, la novedad de esta devoción, la ausencia de un riguroso examen sobre las revelaciones que habían acompañado y producido su institución; todo ello era más de lo que se necesitaba para motivar la resolución de la Sagrada Congregación…

Pero el instrumento que la Providencia se había escogido para consumar su obra no tardaría en llegar. El piadoso cardenal Rezzonico fue llamado por el Espíritu Santo para sentarse en la cátedra de Pedro bajo el nombre de Clemente XIII.

El Santo Padre recibió nuevas instancias de parte de los obispos de Polonia, que pedían unánimemente fuese permitida a la Cristiandad la celebración pública del culto al Corazón del Redentor de los hombres.

Muchos obispos de Francia, es verdad, habían tomado la iniciativa estableciendo la fiesta. Pero en ello, a parte del hecho loable en sí mismo, la Iglesia católica aún debía seguir esperando el juicio que sólo de Roma debía venir.

Todo ello aconteció el 6 de febrero de 1765, y se subrayaba entre los motivos del decreto “que era notorio que el culto al Sagrado Corazón de Jesús se había ya extendido por todos los rincones del mundo católico, animado por un gran numero de obispos y enriquecido con indulgencias por miles de breves apostólicos en la erección de innumerables cofradías”.

La Sagrada Congregación con este decreto desistía de la resolución restrictiva tomada el 30 de julio de 1729 y juzgaba deber condescender con los ruegos de los susodichos obispos de Polonia y la archicofradía romana. Finalmente anunciaba la intención de ocuparse del Oficio y de la Misa, cosa necesaria para solemnizar la nueva fiesta.

Una y otra cosa no tardaron en aparecer (misa “Cogitationes”), y realmente fueron dignos de su sublime objetivo, que es, según los términos del decreto: “renovar simbólicamente la memoria de aquel Divino Amor, por el cual el Hijo Unigénito de Dios revistiéndose de la naturaleza humana y haciéndose obediente hasta la muerte, ha manifestado que entregaba a los hombres el ejemplo de ser “manso y humilde de corazón”.

Con el arraigo entre el pueblo cristiano de la devoción y el culto al Sagrado Corazón, el jansenismo tenía los días contados en Francia. La bula “Auctorem Fidei” de Pio VI en 1794 condenando el Sínodo de Pistoya, condenando sus actas y sus doctrinas hará el resto.

Pero de ello hablaremos en la próxima ocasión.

Dom Gregori Maria

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