El Cardenal Martínez, hijo adoptivo de Bañalbufar


Coincidiendo con sus fiestas patronales de septiembre el municipio de Banyalbufar situado en la zona costera de la mallorquina Sierra de Tramontana concede el título de hijo adoptivo de la villa a nuestro n.s.b.a. Cardenal Arzobispo. El evento es anunciado en la web de nuestro Arzobispado. El motivo de tal distinción no es otro que recordar los veraneos de la familia Martínez Sistach en la “Isla de la Calma”. Eran los años de posguerra, media España se rascaba los piojos de la miseria y hacia lo posible para no morirse de hambre haciendo cola en las tiendas con la cartilla de racionamiento o a las puertas del Auxilio Social. Pero aquel comerciante de “vetes i fils” (cintas e hilos) que fue el augusto padre de nuestro Cardenal se trasladaba con su familia en barco a Mallorca donde arrendaba una casita para su familia y poder así concederles un merecido tiempo de descanso y asueto. El joven Lluiset acababa sus cursos en los Maristas del Colegio de la Inmaculada de la calle Valencia con holgado aprovechamiento y esperaba con ilusión el advenimiento del periodo vacacional. En Banyalbufar pudo gustar por vez primera las delicias de la cocina payesa mallorquina: las ensaimadas y las empanadas de carne, las cocas de “trempó” y “amb pinxes” (sardinas) y las sobrasadas de matanza, y como no, los aromas del “frit” mallorquín aunque parece ser prefería los refinados “escaldums” de pavo, por no ser mucho de su gusto ni las asaduras de cordero ni cualquier otro tipo de despojos.

¡Qué inolvidables puestas de sol desde los acantilados de la Torre del Verger! ¡Qué dulces paseos con el “papa i la mama” y también con algunos compañeritos de infancia! Por cierto, ¿llegó a invitar a su “amiguet” Matabosch a sus veraneos baleares?

Sabemos que sí lo hizo años más tarde, cuando ya sacerdote y juez del Tribunal Eclesiástico, este cerraba por vacaciones iniciando el largo periodo estivo. Mientras muchos compañeros sacerdotes se rompían “les banyes” (cuernos) haciendo bodas y bautizos y cubriendo misas de aquí y de allá, él iniciaba su estación balnearia

Posteriormente en aquellas mismas aguas conocería al que más tarde sería su primer secretario personal como Arzobispo de Barcelona, y con quien entabló una estrecha amistad: el insigne Robert Baró (Bobby) que aún seminarista , ¡oh caprichos del destino!, también pasaba sus veraneos en la pequeña población balear.

Es muy necesario, queridos lectores y para concluir esta crónica que no confundamos la etimología de la toponimia del hermoso municipio. Su nombre deriva del árabe “bani-al-bahar” y que significa “construido cerca del mar” y nada tiene que ver con el malintencionado “Banya al bufar” (“Cuerno al soplar”) que algunos quieren atribuirle, pues nada sabemos ni de cuernos (banyes) ni de soplido alguno a no ser el que algunos le meten al “palo”, popular licor mallorquin a base de algarroba.

Hoy contemplamos una vez más la imagen de nuestro n.s.b.a. Cardenal como la del “perfecto eclesiástico” que a lo largo de toda su vida únicamente ha puesto sus horizontes en sólo una cosa: en sí mismo y en su propia carrera. Testigo de esa absoluta centralidad de su persona es su agenda personal detallada en la susodicha web del Arzobispado y que, como si de la agenda del mismísimo Emperador Francisco José se tratase, nos hace elenco de todos y cada uno de los rincones que Su Eminencia pisa durante el estío con su graciosísimo pie.

Desde aquí le deseamos a nuestro Cardenal una feliz recepción de la nueva distinción que hoy recibe de manos del Ayuntamiento balear en su salón de actos. Un no menos solemne almuerzo en su honor ofrecido por las autoridades, tal vez en el “Restaurante Pegasón y el pajarito enmascarado” o en cualquier otro establecimiento del lugar. Y un buen espectáculo de “boleros y fandangos baleares” como suele ser típico en los agasajos que los isleños ofrecen a sus huéspedes e hijos adoptivos.

A partir de hoy, me comprometo a añadir de vez en cuando, a sus muy merecidos títulos y distinciones, el de “hijo adoptivo de Banyalbufar”.

Ad multos annos!

Prudentius de Barcino

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