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17.06.08

El agente doble Juliana

Enric Juliana fue corresponsal de La Vanguardia en Roma del año 1.997 al 2.000. Como nos ha pasado a muchos, vino subyugado por su experiencia italiana. Ya decía Billy Wilder, en su película Avanti, que Italia no es un país, es una emoción. Es lógica y comprensible su fascinación. Pero, como suele pasar muchas veces, de lo sublime a lo ridículo hay solo un paso. Con solo tres años de corresponsal italiano, Juliana pretende ser el vaticanista español por excelencia. El título le viene grande. Sin embargo, le ha servido para tener las puertas bien abiertas en el Palacio episcopal de Barcelona. Sistach ha encontrado en el periodista a su mejor agente. Agente doble, en este caso. Sirve a La Vanguardia y a Sistach. Agente en Madrid y en Barcelona. Incluso en Roma. ¡Menudo es Juliana! Pareja del año son él y nuestro Cardenal. “Patacot i Mandinga”, por no decir otra expresión catalana más escatológica.

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Obras son amores y no buenas razones: por la paridad ideológica

Ha llegado la hora de que nuestro n.s.b.a. Cardenal Arzobispo de Barcelona Monseñor Martínez Sistach demuestre que es poseedor de ese “talante tendente al diálogo y al consenso” con el que al parecer nacemos revestidos en Cataluña. Ahora Su Eminencia, en la planificación de la llamada “misión de Barcelona” debe demostrar que para planear las directrices cuenta con todos. No unos, los pocos de siempre y de su estrecha confianza, para llevar las riendas y otros para acarrear los fardos, es decir llenarle el aforo.

De entrada no podemos desdeñar el intento, caso de que este sea sincero, de emprender una acción misionera para evangelizar en nuestra diócesis de Barcelona y especialmente a los jóvenes. Y aunque entre nosotros hay algunos que creen, y es posible que no se equivoquen, que esta Misión es un señuelo para entretener al personal, no podemos obviar la posibilidad de que constituya un sincero intento por parte de nuestro Cardenal de remover a nuestra diócesis del letargo que impera y comprometernos en una tarea digna de todo empeño.

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15.06.08

No estamos orgullosos del C.P.L.

Y la celebración de su 50º aniversario está ensombrecida por la constatación de la triste realidad presente que envuelve a esa institución. Nacido como un calco del Centre de Pastoral Liturgique de Paris (1943) nuestro C.P.L veía la luz gracias a la tenacidad del entonces joven sacerdote Pedro Tena Garriga (hoy obispo auxiliar emérito de Barcelona) que en el Seminario había formado parte junto con otros de los llamados “seminaristas de la corda” (de la cuerda) justamente por su afición a hacer ostensión de sus “fiadores” (cuerdecillas de colores diversos con pasadores para estrechar los ojales de la sobrepelliz y por lógica, el cuello de esas prendas litúrgicas). No querían “lacitos” en sobrepellices con cuellos fruncidos y finas puntillas: deseaban sobrepellices bordadas al estilo monástico belga y vistosos fiadores con el color litúrgico de cada ocasión. Eran unos arqueologistas: vindicaban el uso del solideo negro con borla para los tonsurados (a la manera del P. Mañanet) y del bonete catalán (una especie de gorrito negro con el frontal repunteado parecido al de los contables ingleses, como el de Mister Scrooge en la famosa película que versionó el “Cuento de Navidad” de Dickens) y con el que algunas fotos mostraban paseando al cardenal Vidal Barraquer en su “destierro” suizo. Era su manera de distinguirse “de los españoles”, de ser diferentes, de ser nacionalistas. Ellos formaban parte de un linaje escogido, culto y selecto, no eran como los demás: no eran ni becados, ni huérfanos, ni fámulos de ningún de ningún ayo ni superior.

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13.06.08

“Sin nuestros lemas y nuestra divisa no somos nadie”

Hoy soy yo, aquel que habéis conocido hasta el presente con el nombre de Prudentius de Bárcino, el que desea explicarse. Hasta ahora son muchos los que me han pedido explicaciones. Unos, los más, porque me reprochaban “mi porte canalla” y me amenazaban con callarme por la fuerza. Me descubrirían, me identificarían, conseguirían encontrar mi punto débil y usar cualquier cosa contra mí hasta obligarme a callar. Otros, los menos, pero creyéndose los más juiciosos, en el inicio de Germinans deseaban saber del proyecto, de sus objetivos, de sus medios, de sus componentes, de sus dificultades: deseaban seguridades.

Yo únicamente contaba con un nombre que había consolidado en una tenaz y simpática batalla, la del “De Bello Pallico”: Prudentius de Bárcino. Nunca expliqué porqué escogí ese pseudónimo, el de Prudentius, asociado al nombre de mi querida Barcelona, a decir verdad, la ciudad que a lo largo de mi vida y en todos los lugares que he recorrido, he tenido por mi única y autentica cuna. Allí donde he ido siempre he dicho: soy de Barcelona. No hacía falta más. Para mí “ser de Barcelona” es mi manera de ser. Tanto la amo, tanto la llevo en mis venas.

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12.06.08

Pío XII y Barcelona

Hoy vamos a tratar sobre Pío XII y Barcelona, tema al cual nos da pie la invitación que acabamos de recibir para participar en los actos que se están organizando en conmemoración del cincuentenario de la muerte del gran Papa Pacelli, que se cumplirá este próximo 9 de octubre. En próxima ocasión nos referiremos más ampliamente a esta importante efeméride y a la Peregrinación Internacional a Roma convocada por el SODALITIVM PASTOR ANGELICVS.

Cuando Pío XII (1939-1958) fue elegido al Santo Solio nadie se llamó a sorpresa dado que había sido concienzudamente preparado por Pío XI para sucederle en él. Es quizás un caso único en la Historia moderna de la Iglesia: el de un Romano Pontífice que prácticamente designa a su delfín. Eugenio Pacelli era desde 1929 Cardenal y desde 1930 Secretario de Estado, habiendo sucedido a Pietro Gasparri, el artífice de la Conciliazione entre la Santa Sede y el Reino de Italia. Pío XI conocía bien a su nuevo “primer ministro”, que correspondía al afecto y confianza que había depositado en él. Pacelli sabía conducirse ante Achille Ratti, cuya visión de las cosas compartía. Existía, pues, una clara sintonía del Secretario de Estado con el Papa, uno de cuyos frutos fue la encíclica Mit brennender Sorge contra el nazismo, que fue redactada por el cardenal Michael von Faulhaber de Munich y revisada cuidadosamente por Pacelli, que la anotó y corrigió y a quien Pío XI atribuía el mérito de su publicación. Era patente la satisfacción del Papa por el trabajo de su Secretario de Estado, pero quiso darle un conocimiento más amplio e inmediato de la realidad de la Iglesia universal, para lo cual le hizo viajar.

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