Capítulo 23: El altar con relicario adosado y retablo (II)
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Cuando en el apogeo del gótico el altar se adosó al ábside y el retablo abrió el camino a las primeras “supraestructuras” dispuestas en torno a la mensa (trípticos), los posteriores artistas del renacimiento y del barroco se encargaron de desarrollarlo al máximo. Los retablos policromados de los siglos XIV-XV poco a poco fueron tendiendo a aumentar sus proporciones. Olvidan las estructuras arquitectónicas que los albergan y comienzan a expandirse: a partir de una tabla única empiezan a desarrollarse cúspides y compartimientos en diversos órdenes o bien paneles pintados sobrepuestos, insertando figuras esculpidas en madera (tallas). Es especialmente en el arte hispano (incluyendo en éste al germánico, unido por razones políticas) donde se puso en boga, llegando a rodear, recluir e incluso ahogar la parte trasera del altar y la estructura arquitectónica del ábside.
En el Renacimiento el retablo crece sin mesura, se desarrolla en torno a un vasto encuadre en mármol o estuco, con columnas, marcos, estatuas, grupos de ángeles que en sus enormes proporciones los convierten en auténticos monumentos.

Altar Mayor de Blaubeuren en Baden-Württemberg


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Han pasado casi cuatro meses desde el fallecimiento de mosén Jordi Moya Ródenas (en la fotografía), vicario de la parroquia del Roser, a la tempranísima edad de 32 años. Como no podía ser de otra manera, el mazazo fue terrible. Un sacerdote joven, ordenado hacía solo dos años, con un porvenir extraordinario, dinámico hasta la extenuación, dignísimo en la forma de celebrar, incansable en su presencia en el confesionario, bondadoso en su carácter, abierto, simpático y hasta un punto irónico en el trato personal. Solo estuvo dos años en la parroquia (sus dos únicos años sacerdotales), pero fue un sensacional colaborador del párroco, mosén Joan Costa Bou, y aunque en el devenir del tiempo podrá parecer que su paso fue fugaz, dejó una huella imborrable en la comunidad parroquial. Dios se lo llevó en la flor de la vida, por esos designios que a los simples mortales nos parecen inescrutables, pero el recuerdo indeleble de su celo pastoral y su categoría humana será difícil de borrar. Especialmente para el grupo de jóvenes, a los que el golpe de su muerte afectó de una forma muy especial. ¡Estaba tan unido a ellos! Qué curioso que un cura ensotanado, recién ordenado, congregase más jóvenes que aquellos que quieren parecerse -y vestirse- como ellos. ¡Cómo han cambiado los tiempos! Antes, cuando veías a un cura con sotana era un cura anciano. Hoy los sacerdotes con traje talar o clergyman son los curas jóvenes. 




