25-V: El silencio de los buenos, cada vez más estridente


Parece ser que el primer 25-V de 2012, va señalando lo que pueden ser las coordenadas de todo el año, respecto a la defensa de la vida en Barcelona. Ha habido dos puntos de inflexión: como en América, se están uniendo los protestantes a la Marcha por la Vida. Y paradójicamente (o quizá no tanto) se están uniendo a los que llaman “ultracatólicos” quienes claman por el “aborto libre y gratuito” como corolario natural del “derecho de la mujer a decidir sobre su cuerpo”. Es que con quienes se entienden de maravilla es con los católicos normales: los moderados. Y, ¡nueva paradoja!, son dentro de la Iglesia los promotores del ecumenismo más abierto y del atrio de los gentiles, los que también llaman ultracatólicos a los que acogen hoy a los protestantes para defender juntos la causa de la vida. Llaman “ultras” a los únicos católicos que consideran un deber de conciencia salir a la calle a clamar contra las leyes inicuas que fomentan el aborto y lo promocionan y con frecuencia hasta lo imponen a través de las instituciones.

Tuvieron que venir los protestantes a recordarnos que el silencio de los buenos es el mayor estímulo para los malos; y que para ayudar al mal a prosperar, la mejor ayuda de los buenos es el silencio. Pecado de omisión lo llamamos los católicos. Si en el código de conducta del ciudadano la omisión de ayuda es un delito, ¿qué no ha de ser en la moral cristiana? No podemos asistir en silencio o mirando para otro lado, a la comisión de un delito continuado y cultivado de forma recalcitrante. Ni podemos ni debemos.

La contramanifestación (éste es el segundo punto de inflexión) subió considerablemente de tono y de volumen, iniciándose ya en las técnicas importadas de la “kale borroka”. El ruido mediático empieza a ser considerable. Los medios se mantienen distantes, guardan el silencio debido sobre algo tan políticamente incorrecto como es poner en tela de juicio la política abortista de los poderes públicos. Había en cambio bastantes cámaras de freelances, que vieron que ése es un excelente filón informativo, y que si no este mes, el próximo; y si no, el siguiente, conseguirán vender imágenes a los medios. ¿Por qué? Pues porque ya está perfectamente diseñado el pulso entre los “ultracatólicos” y los proabortistas; y esto ya sólo puede ir a más.

La realidad es que Barcelona se está convirtiendo en el referente no sólo para España, sino para toda Europa, de la lucha bravía por la vida. Barcelona es el campo de batalla en el que más visiblemente se desarrolla la confrontación entre los “ultracatólicos” y los forofos de la cultura de la muerte. Estos últimos por cierto están ayudando de forma extraordinaria a visibilizar el problema sociológico que representa el aborto (por supuesto que no es ésa su intención, puesto que para ellos el aborto no es el problema, sino la gran solución). Y están ayudando también los de la cultura de la muerte a crear y difundir la imagen de una Barcelona que se bate sin complejos en la defensa de la vida. Una Barcelona que, si se mantienen estas coordenadas, a lo largo de este 2012 se habrá convertido en la capital europea de la defensa de la vida. Tampoco está nada mal que se asocie esta imagen tan subida de colores con el icono de Barcelona, uno de cuyos atractivos es la audacia de su colorido: las dos imágenes, por lo demás tan próximas, se realzarán mutuamente.

¿Y qué hacen entretanto los católicos normales? Pues ¡qué van a hacer! Los católicos normales, los considerados buenos católicos por lo más anticatólico que se mueve por estas tierras, esos católicos guardan silencio. ¿Acaso no toman partido? Sí que lo toman, claro que sí; pero ¡oh casualidad!, resulta que lo toman contra los ultracatólicos. Dicen que el ruido no favorece a la causa: que es mejor trabajar en silencio. Quizá tengan razón; pero tienen la desventaja de que si no hacen ruido ni con la escoba, es imposible saber si trabajan o sestean. Sobre todo cuando se trata de trabajos que al no tener fecha de entrega, se eternizan.

Parece razonable que si los católicos (y mira por dónde, ahora también los protestantes) quieren poner freno al aborto, y sobre todo restaurar las conciencias al respecto, decidan empezar por apretar a la iglesia para que se plante en sus hospitales, dando la batalla frontal para que no se realicen abortos en ellos. Y si acaban perdiendo la batalla y tienen que retirarse de los hospitales, mala suerte. Ésa es una batalla que no pueden rehuir, porque como decía Méndez Núñez, más vale honra sin barcos, que barcos sin honra; y a la Iglesia le vale infinitamente más decencia y fidelidad a su doctrina sin hospitales, que hospitales consintiendo en ellos (¡siempre por omisión!) las mayores tropelías contra la moral cristiana: una moral en que coincidimos incluso con los protestantes.

Y ahí tenemos la gran paradoja: los máximos responsables católicos de esos hospitales, sudando tinta ante cada 25-V, porque su especial sistema táctico requiere larguísimos plazos, y sobre todo mucho silencio, muchísimo silencio para que no se tuerzan esas delicadísimas negociaciones con el poder civil que manda en sus hospitales: auténtico encaje de bolillos, fatídica tela de Penélope tejiéndose y deshilachándose desde tiempo inmemorial (y ni se sabe para cuándo). Resulta que no sólo los furibundos anticatólicos, sino también los buenos católicos, reniegan rabiosos unos y suspiran mohínos otros, por que se haga el silencio en torno al problema sangrante del aborto. Con todo eso resulta que los católicos moderados acaban convirtiéndose en moderadamente católicos. Al fin y al cabo, es lo que más se lleva.

La plataforma que organiza los 25-V, acogidos ahora a la denominación “Marcha por la Vida ”, envió una delegación a Washington, la madre de todas las Marchas por la Vida que se celebran en todo el mundo. Este año, el 23 de enero se celebraba la edición nº 39. Allí los cristianos (los católicos más los protestantes de gran diversidad de iglesias) y los judíos lo tienen sumamente claro: no van ni con medias tintas ni con paños calientes. Les preocupa mucho más la conciencia que la legislación. Aunque la Marcha acaba en el Capitolio y ante el Tribunal Supremo, no son esas las instituciones en que tienen puesta su esperanza para acabar con el aborto, sino en los púlpitos, que también allí callan. A lo que aspiran los organizadores de la Marcha por la Vida es a que todos los púlpitos se conviertan en un clamor por la vida. El día que eso suceda, se acabará el aborto en el país en que tal milagro se produzca. Todos los púlpitos clamando a una sola voz contra el aborto.

Va sonando extraño, muy extraño, que sean las ovejas las que se planten ante los pastores para pedirles que las pastoreen con rectitud. Y mucho más extraño suena, que la respuesta de los pastores, discretísima, sea el dedo índice sellando sus labios.

Cesáreo Marítimo