La ardua marcha por la Vida

Sigue la Marcha por la Vida en Barcelona. El recorrido es corto: desde el Hospital de San Pablo, a la Sagrada Familia, bajando por la Avda. Gaudí. Es corto, pero hemos de hacerlo una y otra vez, un mes tras otro, hasta que aprendamos a andar este camino, que no es nada fácil. Nuestra marcha quiere ser una alegoría de la que ha de emprender la sociedad: alejarse de la muerte que nos trae el aborto (Hospital de San Pablo) para dirigir sus pasos hacia la vida que triunfa en la natividad (fachada de la Natividad de la Sagrada Familia). Pero se nos hace muy cuesta arriba: ahora estamos recorriendo un camino muy difícil porque en esta lucha por la vida nos hemos dormido en la indolencia y hemos perdido una batalla tras otra sin soltar ni un ay.

Pero ahí nos mantenemos en el frente, resistiendo los ataques cada vez más furibundos de los promotores (por la edad, es más justo considerarlos víctimas) de la cultura de la muerte. “ Nuestro objetivo -dicen en sus octavillas- es disuadirlos de hacer más concentraciones, y por eso hemos de ser muchas. Ellos forman parte de los poderes político-institucionales, mediáticos, económicos, de la Iglesia… ¡pero las calles son nuestras! ” Y concluyendo la octavilla en letra más gruesa: “ Iglesia, estado y mercado: ¡fuera de nuestras vidas ”. Es su tarjeta de presentación: totalmente antisistema, y por supuesto proclamando que la calle es suya, como corresponde al más puro totalitarismo. “¡Hagámonos fuertes! -dice el pie del panfleto y en mayúsculas- ¡No dejemos que visibilicen su miseria integrista ultracatólica, antiabortista, homófoba y fascista! Eso es lo que tenemos enfrente cada día 25. El vídeo da una idea aproximada de cómo son las cosas.


Por fortuna tenemos a la policía protegiéndonos de esa furibunda barbarie, que busca la manera de acercarse a nosotros para agredirnos (ya lo han hecho cuando han podido). Esta vez, al ser prácticamente infranqueable el dispositivo policial, hicieron volar tres sillas de las terrazas de la Avenida Gaudí en la retaguardia de la marcha. Sin consecuencias, gracias a Dios. Aunque a los antisistema y antivida les escandalice terriblemente este despliegue policial para defender nuestro derecho ciudadano a manifestar en la calle nuestras convicciones y para evitar que se nos agreda, entendemos que con nuestro valor en afrontar este reto cada día 25, le estamos haciendo un servicio a la sociedad, y por ende también a nuestros agresores, porque no podemos dejarles el dominio de la calle. Ni podemos dejar tampoco que campe a sus anchas y sin la menor oposición el pensamiento único, por más respaldos oficiales que tenga. ¿Lo entenderán los vecinos del barrio en que esto ocurre y todos los que a través de los medios tienen conocimiento de estos hechos? Esperemos que sí. Esperemos que si por moral no se ponen de nuestra parte (ésa es una batalla que tenemos perdida), lo hagan al menos desde el civismo.

Hemos perdido la batalla de las conciencias. Hace tan sólo 30 años, la inmensa mayoría de nuestra sociedad consideraba el aborto algo moralmente reprobable. En cambio hoy esa inmensa mayoría ha pasado a considerarlo moralmente neutro (sin relación alguna con la moralidad); y una parte de esa mayoría lo consideran una gran conquista para la mujer y por tanto un bien moral y social. Tan bueno lo consideran, que hasta luchan por que el derecho al aborto sea incluido entre los derechos humanos. Y precisamente por haber perdido la batalla de las conciencias, los más radicales de esa mayoría se sienten insultados y agredidos porque nos atrevemos a salir en público a proclamar sin el menor complejo, que nuestra conciencia respecto al aborto es la misma de nuestros padres, la de nuestros abuelos y tatarabuelos, y así infinidad de generaciones hacia atrás: que en esto nos hemos negado a subirnos al carro del progreso.

Y tanto más difícil es nuestra Marcha por la Vida (a pesar de ser tan corta), cuanto que la laxitud de conciencia ha calado incluso en la Iglesia: no son sólo el cura que paga abortos y la monja que los promociona (con el tacet , cuando no con el placet de nuestro cardenal); son también la mayoría de los fieles, que al no oír de sus pastores el discurso de la moral cristiana; al ver que éstos no se escandalizan por la promoción del aborto en las leyes, en la escuela, en los medios y en las instituciones; al no escuchar la doctrina de la Iglesia más que de tarde en tarde y sin poner demasiado énfasis; y sobre todo al ver que en los hospitales copatrocinados por la Iglesia se están practicando abortos sin que los obispos responsables se rasguen las vestiduras; esa mayoría de fieles acaban creyendo con todo eso, que lo del aborto tampoco es para tanto.

Y hemos de ser los laicos, una vez más, los que nos alarmemos y nos escandalicemos y nos ruboricemos (si nos permiten los monseñores que lo hagamos por ellos) de que el Hospital de San Pablo, de cuyo patronato forma parte el arzobispado, sea recomendado en la web de la Generalidad para que las mujeres embarazadas acudan a él a abortar.

¿Y cuál es la solución que adopta el cardenal? ¿Montar en cólera porque se realicen tales prácticas en su hospital y exigir a las autoridades políticas y sanitarias que se paralicen de inmediato? No padre. La reacción es acudir a ellas para que borren esas referencias y no dejen rastro de esas prácticas que ponen en entredicho la rectitud del pastor de la diócesis. Quien quiera, puede seguir esta historia al pie de la letra. Es tanto lo que hemos perdido por callar, lo que ha perdido la Iglesia por mantenerse en silencio, que esta vez no amainará el clamor de los fieles ante el horror del aborto ni musitaremos en la fría soledad de nuestras iglesias la oración por los niños que no llegaron a ver la luz; sino que saldremos a proclamarla en medio del fragor de la vía pública: sin dejarnos acallar por los comunicados engañosos del hospital de San Pablo; sin caer en la trampa de creernos ingenuamente que el borrado por parte de la Generalidad en su web oficial, de los abortos que se realizan en San Pablo, sea la prueba de que efectivamente han dejado de practicarse.

Transcribo, para acabar esta crónica, dos pasajes del parlamento que dio Mn. Custodio Ballester antes de iniciar la marcha, en representación del movimiento Priests for life: “ No hay debate cerrado cuando se conculca  el derecho de tantos a nacer. Hago mías las palabras del beato Juan Pablo II cuando afirmaba que, en virtud del misterio del Verbo encarnado, todo ser humano ha sido confiado a la solicitud materna de la Iglesia. Por tanto, cualquier atentado a la dignidad o a la vida del ser humano es un ataque al corazón mismo de la Iglesia, al núcleo de su fe en la encarnación redentora del Hijo de Dios. Eso debe mover a toda la Iglesia a anunciar el Evangelio de la Vida a todo el mundo y a toda criatura”. Y concluyó: La Iglesia presente en medio del mundo, dando testimonio de la Verdad, crucificada y resistiendo los ataques de sus enemigos, es la Iglesia Santa que atrae y por la que vale la pena consagrarse. Debemos estar orgullosos de esta Iglesia que caminará hoy por las calles de Barcelona anunciando el Evangelio de la Vida.

Cesáreo Marítimo