La marcha por la vida

Estamos en un mundo realmente desquiciado; y más vale que tengamos clara conciencia de que es el mundo el que está salido de sus goznes, porque así podremos afrontar la realidad con mejor conocimiento de causa. Ha sido tan intenso y tan eficaz el trabajo que han hecho desde todas sus plataformas los promotores de la muerte, que hoy ya lo “normal” es estar a favor del aborto y de la eutanasia; mientras que lo estrafalario, lo sospechoso y lo anormal es estar a favor de la vida. De ahí que sea lo más cómodo y lo que más gente hace, dejarse llevar por la corriente. Pero es pertinente que los católicos nos preguntemos cuántos de los que lleva esa corriente impetuosa, están a favor de ella, y cuántos simplemente se dejan arrastrar por no tener el valor suficiente para ir contra corriente.

Tenemos el mundo al revés. Hoy somos los católicos y los que mantenemos sin alteraciones ni camuflajes la moral del “No Matarás”, los que hemos de dar explicaciones a los partidarios de estas dos formas tan progresistas de asesinato: el aborto y la eutanasia. Ellos lo tienen todo tan claro, que lo ventilan con un par de eslóganes referidos al derecho de la mujer (también en cuanto a la eutanasia, claro, porque los enfermos y los viejos cargan sobre ella como el bebé que están gestando) y a la generosidad que derrochan despenando a los pobres enfermos y viejos. Somos nosotros los que hemos de explicar, y por fortuna lo hacemos cada vez más claro, que uno de los mayores avances de la humanidad fue el mandamiento “No Matarás”.

En este momento se ha convertido en cuestión vital darle imagen y figura pública a la posición a favor de la vida. En primer lugar para que la sociedad perciba con toda claridad que la ideología promotora de la muerte no es la única posible y real, ni está sola dominando el mundo en régimen de pensamiento único; sino que frente a ella está, y cada vez con mayor vitalidad y vistosidad, la ideología pro vida.

Por eso es obligación de los cristianos exhibir de forma valiente e inequívoca nuestra posición de defensa de la vida. Hemos de visualizar ante propios y extraños, amigos y enemigos que seamos los que seamos, no nos arrugamos. La cobardía suscita desprecio aunque se disfrace de prudencia y de talante conciliador. La valentía en cambio despierta admiración. Lo primero que conseguimos por tanto, es el respeto de los cristianos que se han mezclado con la corriente y hasta se han dejado arrastrar por ella, porque no les gusta hacerse ver. Pero como acto reflejo se produce que la actitud de nuestros rivales pase del desprecio al respeto, aunque éste sea airado. El segundo gran beneficio que conseguimos haciendo pública y solemne ostentación de nuestra moral y de la fe que la inspira, es ofrecerles a tantos y tantos católicos silenciosos confundidos en la corriente dominante, la posibilidad de dejarse arrastrar de nuevo por la corriente en la que navegaron toda su vida y que les reclama su conciencia. El testimonio arrastra.

Por eso nos llena el corazón de gozo asomarnos a la red y constatar en ella que la vida se abre camino incluso entre los abrojos de la muerte, y convoca a quienes mantienen en sus conciencias el fuego de la moral que aprendieron de sus padres. Es cierto que salvo excepciones como la de HO-DAV (Hazte Oír – Derecho a Vivir) que ha convocado y realizado manifestaciones multitudinarias en defensa de la vida, estos grupos de activistas pro vida y los actos que organizan, no se distinguen por ser masivos, sino por ser valientes y por tener un gran valor testimonial, en el sentido más noble del término.

Hay que incluir entre ellos la Marcha por la Vida, con destino a Roma, que se organizó por primera vez en mayo de 2011, y que repite este año: el 13 de mayo de 2012. Quizá lo más atractivo de esta marcha y de la página web que la sustenta, es la creación de ese clima pro vida que tanto necesitamos. Nos muestra mediante los respectivos enlaces que no están solos. Que hay una marcha por la vida en París, otra en Canadá, otra en Bruselas, otra en Washington y otras tantas en Berlín, Dublín, Palermo, Holanda, Bucarest. ¿Que son pocas para lo grande que es el mundo, y lo extendido que está el mal del aborto? Son un testimonio que no para de crecer. Venimos de muy cerca del cero; y las marchas y las manifestaciones por la vida van creciendo.

En esta misma página se promociona un artículo lleno de optimismo y esperanza, que se titula: “Una victoria tras otra, los Pro-Life americanos conquistan medio país”. Claro que se trata de una lectura muy optimista; pero el hecho es cierto: en todo el mundo (y en los Estados Unidos se visualiza mejor) la lucha por la vida avanza imparable. Se consigue reducir fondos públicos para el aborto; se fuerza el cierre de clínicas abortistas que ni siquiera ofrecen seguridad sanitaria a sus clientas (y por ahí se las cerca); se consigue que no se pueda realizar un aborto antes de las 72 horas de haberlo consultado o solicitado; se crean consultorios for-life en las clínicas y hospitales; se obliga a la clínica a mostrarle a la madre las ecografías del hijo; se consigue que cada vez más congresistas y senadores se posicionen claramente contra el aborto.

Son conquistas de muy pocos miles de personas frente a una potentísima maquinaria engrasada con dinero público y formada por centenares de miles de personas que se abrevan en el sistema y el presupuesto público. Pero los pocos miles de resistentes, con recursos muy limitados, pero con la determinación de quien busca el bien colectivo y con la asistencia de la fe, están dando la batalla de David contra Goliat. Un David con la mirada puesta bien arriba, frente a un Goliat encenagado de pies a cabeza.

Y por si faltaba alguna noticia bellísima en este orden, ahí tenemos el minúsculo estado de Liechtenstein, cuyo príncipe ha anunciado ya que él no va a firmar la ley del aborto, aunque ganase el referéndum que se ha convocado al efecto. Y en Inglaterra a dos enfermeras católicas les reconocen los tribunales el derecho a la objeción de conciencia en relación con el aborto.

¿Es eso poco? No, es muchísimo, porque venimos de la nada y porque el movimiento de resistencia a la política de la muerte y a sus leyes, va in crescendo. Ni el príncipe de Liechtenstein será el único príncipe de esta tierra que se atreva contra las leyes de la muerte, ni la objeción de conciencia frente al aborto será un privilegio personal de esas dos enfermeras inglesas. La batalla de la Vida contra la muerte, avanza. ¡Alabado sea Dios!

Cesáreo Marítimo