Salvando las distancias (40 años después de los nombramientos episcopales de 1971)

El 3 de diciembre de 1971 se produjo un hecho insólito en la historia de los nombramientos episcopales en España: la Santa Sede designó siete obispos en un mismo día. Se cubrieron diócesis tan importantes como Barcelona, Madrid o Toledo así como, Pamplona, Bilbao, Córdoba y Santander . Además se llevó a cabo mediante el singular procedimiento de efectuar los relevos de forma simultanea. Jubany sustituyó a Don Marcelo, que pasó a Toledo, donde estaba Tarancón y éste a Madrid (en aquel entonces Madrid-Alcalá). Añoveros sustituyó a Cirarda que era administrador apostólico de Bilbao y obispo de Santander, que pasó a Córdoba, designándose a monseñor Del Val para la diócesis cántabra. En un mismo día se modificaron los titulares de las dos diócesis más importantes de España, el de la diócesis primada y el ordinario de la capital vizcaína. Nunca más sucedió.

Este proceso se había desencadenado a raíz del fallecimiento de Monseñor Casimiro Morcillo, obispo de Madrid-Alcalá, acaecido el día 30 de mayo de 1971. Con una rapidez inusitada, al día siguiente de su óbito se designó al cardenal Tarancón como administrador apostólico de la sede vacante. También con notable celeridad -poco más de seis meses- se designó al prelado de Burriana como obispo residencial y se desencadenó el vuelco en el episcopado español anteriormente relatado. A nadie se le escapa la trascendencia que tuvieron aquellos nombramientos -para bien y para mal- en la historia de España. El alejamiento de Don Marcelo de Barcelona, el protagonismo indiscutible del tándem Tarancón-Jubany en la transición hacia la democracia o la política de Añoveros en Bilbao, son fiel reflejo de una decisión perfectamente trabada desde Roma, cuyas consecuencias han quedado patentes como hechos cruciales en el pasado más inmediato. Téngase en cuenta, además, que la Santa Sede tuvo que sortear el histórico derecho de presentación regia, del que gozaba Franco y al que no renunció el actual monarca hasta Julio de 1976.

En tiempos ya próximos podríamos hallarnos ante una tesitura semejante. Monseñor Rouco cumple 75 años en Agosto de este año y el cardenal Martínez Sistach en abril siguiente. Salvando las distancias, es una excepcional ocasión para un nombramiento conjunto, que posibilite una línea clara, recognoscible e inequívoca en las dos principales diócesis españolas. No en vano, el actual Nuncio, Renzo Fratini, ha declarado que su mayor desafío es articular los relevos en Madrid y Barcelona. Se pueden discutir en muchos aspectos (en especial en política interna de las diócesis) las decisiones de Tarancón y Jubany, pero pocos pueden negar que formaron un dúo perfectamente engarzado y que ejecutaron, sobre todo en los años setenta, las directrices romanas con respecto a la transición española.

Decía que salvásemos las distancias. Han pasado cuarenta años. Han cambiado los objetivos: la secularización, el descreimiento, cuando no la aversión -explícita e implícita- a la religión católica han hecho mella en nuestro país. Es necesario un nuevo vuelco, como sucedió en 1971. Tarancón tenía 64 años y llevaba más de 25 de obispo, habiendo pasado por Solsona, Oviedo y Toledo. Jubany tenía 58 y más de 15 de obispo, habiendo sido auxiliar de Barcelona con el Doctor Modrego y residencial de Gerona. Ambos tenían tiempo suficiente por delante y eran gatos viejos en el episcopado.

¿Se puede hallar un dúo similar en el episcopado actual? No es tan difícil. Indudablemente se trata de una apuesta arriesgada, pero las designaciones no deberían ser soluciones de compromiso (como ha sido la de Sistach) o jubilaciones de oro (como podría ser la de Cañizares). Se necesitan pontificados largos, ambiciosos, atrevidos, que den la vuelta a situaciones diocesanas adormecidas y que representen un nuevo rumbo de la iglesia en España. Los nombramientos de Madrid y Barcelona tendrían un efecto reflejo en todo el mapa episcopal. ¿Se atreverá el Nuncio? ¿Por qué no? Que se fije en lo que pasó el 3 de diciembre de 1971. Hace casi cuarenta años. No será que las comunicaciones no han evolucionado.

Oriolt