¡No tengáis miedo! (Beato Juan Pablo II)

Ayer la Iglesia hizo un magnífico despliegue de Fe en sí misma. Hacia el interior y hacia el exterior. En el interior de la Iglesia ha vuelto a resonar con fuerza y con total oportunidad su leit motiv: “No tengáis miedo”. No tengáis miedo de ser cristianos, de vivir como tales, de exhibiros como cristianos, nos ha recordado Benedicto XVI en su homilía. A tiempo nos llega su mensaje aquí en España, donde el laicismo es tan agresivo y tan hostil. “No tengáis miedo”. Nos hemos dedicado tantos decenios a tener vergüenza de ser cristianos, tanto tiempo a disimular que lo somos, que inexorablemente hemos llegado a la fase del miedo. Pero ahí tenemos a Juan Pablo II diciéndonos, ahora también desde el cielo, “No tengáis miedo”.

El gesto de Fe en sí misma que hace la Iglesia beatificando a Juan Pablo II ante un millón de fieles y ante las cámaras de televisión de todo el mundo, tiene una honda significación humana, válida también para los no cristianos. Entre los grandes valores de la Iglesia católica, está el de cuidar con especial amor su “canon” de hombres y mujeres ejemplares desde la perspectiva de los valores del Evangelio. Ayer la Iglesia dió el paso previo a la canonización de Juan Pablo II, que es su beatificación. El Papa ya beatificado ha sido un personaje ejemplar no sólo para la Iglesia, sino también para el mundo. Y era importante que su reconocimiento solemne ante todo el mundo, no se dilatase excesivamente en el tiempo, para que no llegase cuando está ya diluida su memoria. Aún está vivísima la memoria de este gran hombre para el mundo y gran Papa para los cristianos. Gracias a su fe, a su vivísima intuición y a su valor, el mundo hoy es distinto, y sin duda mejor.

El otro gran valor que ayer fue elevado a los altares, es la enorme fuerza de arrastre de la fe de Juan Pablo II. Él vivió en la Verdad de Cristo, y transmitió esa fe y esa convicción también a los no cristianos, que por eso le tributaron un gran respeto. Ejemplo eximio para tantos hombres de iglesia, que dejan que los fieles se alejen de Cristo porque su fe no es precisamente de las que arrastran. ¿Cómo podía dudar de la Verdad que predicaba Juan Pablo II quien escuchase sus palabras y contemplase su vida?

Ayer la Iglesia hizo un gran acto de afirmación de sí misma ante la mirada de los católicos, los más necesitados de esta afirmación, y también ante los ojos del mundo. Después del período de infamia de la Iglesia al que ha tenido que hacer frente Benedicto XVI con tan ejemplar humildad y con tan gran temeridad a los ojos de los que dejaron crecer esa llaga en la Iglesia; después de esa enorme tormenta, la Santa Sede ha querido inaugurar un período de resurrección presidido por el gran Papa Juan Pablo II e iniciado con su solemnísima beatificación. “Cómo se mueve la Iglesia ”, me decía a este propósito un agnóstico.

Estamos convencidos de que la solemne beatificación de Juan Pablo II traerá a la Iglesia cuantiosos frutos de santidad, que es de lo que más necesitada anda. Y lo estamos, porque es otro gran Papa, Benedicto XVI, el que está poniendo en las manos taumatúrgicas de su antecesor, el período de renovación de la Iglesia que inaugura con la elevación de Juan Pablo II a los altares. Aunque es bien cierto que no forma parte del nuevo empeño de la Nueva Evangelización, porque tiene entidad propia, estamos seguros de la decisiva contribución de este magno acto a tan vital objetivo. E igual de seguros estamos que si contamos para ello con el excelso patrocinio del nuevo beato, la Iglesia entrará con buen pie en la Resurrección.

Quasi modo géniti infantes. Como niños recién nacidos, recién nacidos a la Gracia. Ésa era la atmósfera que se respiraba ayer en la plaza del Vaticano, desbordada por una multitud de un millón de fieles. Como niños con zapatos nuevos. Es evidente que en la Iglesia se deseaba ardientemente la glorificación de la figura de Juan Pablo II el Grande.

El Directorio de Mayo Floreal
de Germinans Germinabit