El nacionalismo eclesial cotiza a la baja

El entierro del obispo Deig en la catedral de Solsona

Los últimos nombramientos de obispos en las diócesis vascas han evidenciado que la Santa Sede ya no apuesta por la carta nacionalista en aquel territorio. El cambio se inició pausadamente con la designación de Monseñor Blázquez, pero se ha desencadenado de forma fulgurante con las promociones de los obispos Munilla e Iceta. Se trata de una modificación radical del poder eclesial vasco. Roma otea el horizonte, luego inicia un proceso de "decantazione" (a veces excesivamente lento y moroso) pero cuando decide inclinar la balanza lo efectúa de modo inexorable. Tengo la impresión que a ello ha influido notablemente el declive de la banda terrorista ETA. Mientras se hallaba pujante -es triste reconocerlo- ninguna voz episcopal se le enfrentó directamente. Al revés, hubo colaboración desde algunas sacristías y una actitud absolutamente farisaica en muchos púlpitos. Tampoco hubo una beligerante actitud desde el Vaticano. Los nombramientos de Setién, Larrea, Larrauri o Uriarte fueron siempre gratos al entorno abertzale y tampoco cabe olvidar que todo un cardenal de la Curia , el vasco-francés Roger Etxegaray, se ofreció en más de una ocasión como mediador. Por suerte, este triste episodio eclesial ya es historia. Sea por una causa o por otra, la Santa Sede ya no apuesta por el nacionalismo en el País Vasco.

Cataluña ha tenido la inmensa fortuna de no padecer (salvo algunas excepciones) un fenómeno terrorista similar. Pero el nacionalismo también ha influido notablemente en la órbita eclesial. Al menos, durante los últimos cuarenta años. Sin embargo, se puede afirmar que, hoy en día, contamos con el episcopado menos nacionalista de este período de tiempo. El cardenal Martínez Sistach puede ser objeto de muchas calificaciones, pero el nacionalismo no entra en ninguna de ellas. Todavía recuerdo cuando el ABC tituló la noticia de su preconización como sucesor de Monseñor Torrella como: "Roma designa un obispo no nacionalista para Tarragona". Tampoco cojean de este pie los otros obispos catalanes. Tan solo se podría colocar a Vives en esta línea, si bien se cuida mucho de tenerla bien amortiguada. No en vano, su sueño se centra en suceder a Sistach y sabe que, actualmente, el nacionalismo eclesial cotiza a la baja.

Hace pocos años habrían sido impensables unas declaraciones como las del obispo Novell, afirmando que ni cree en una iglesia catalana ni se considera catalanista. También habría sorprendido la muy tibia conmemoración del veinticinco aniversario del documento "Arrels cristianes de Catalunya", marginada en un solo acto en Montserrat, con la única presencia episcopal de Monseñor Vives, más como secretario de la conferencia episcopal tarraconense, que como obispo de Urgel. Inimaginable habría resultado también que los prelados catalanes suscribiesen un documento de apoyo al obispo de Barbastro, en el litigio por las obras de arte con la diócesis de Lérida.

La última escenificación del arrumbo del nacionalismo ha sido la desautorización expresa de la celebración de consultas independentistas en locales parroquiales de Barcelona, que nos contó en su último artículo Antoninus Pius. Esta decisión ha desatado la ira del nacionalismo eclesial catalán. Una de las respuestas más destempladas se recoge en un artículo de Salvador Cardús, titulado "Bisbes amb el melic arronsat" (literalmente: "Obispos con el ombligo encogido"). Cardús es uno de los máximos adalides del nacionalismo eclesial. Fue él personalmente quien cubrió el féretro del obispo Deig con la bandera catalana, cual se observa en la foto que encabeza este artículo. Pero las cajas destempladas de Cardús no son nuevas: hace quince años decía cosas similares. Y hace tan solo tres años acusaba a los obispos catalanes de "botiflers" . Lo que sorprende es que un ingenuo Cardús se haga el ofendido porque esta actitud antinacionalista se haya manifestado concretamente en la diócesis de Barcelona. ¡Parece mentira que no conozca a Sistach! Que Germinans discrepe radicalmente de su política pastoral no tiene porque hacerle nacionalista. Ni lo es ni le conviene serlo en estos momentos. Al igual que a sus compañeros en el episcopado.

En Roma el nacionalismo eclesial cotiza a la baja. También sorprende que un iluso Cardús se entere ahora que uno de los redactores del texto "Arrels cristianes de Catalunya" (el obispo Carrera) fue arrinconado en vida. ¡Como que ese fue uno de los motivos principales del nacimiento de Germinans! La renuncia postergada de Carrera, por el empecinamiento de Sistach en el nombramiento de Turull como sucesor. Tan postergada que no pudo ni jubilarse, muriendo en activo, cuando ya hacía tres años que podía haberse jubilado. ¡Uno de los episodios más tristes de esta archidiócesis! Ahora bien, el Cardús de hace quince años, al igual que Casimir Martí o Totosaus, no se cansaron de criticar y ridiculizar al obispo Carrera que colaboraba con el cardenal Carles. Le llegaron a llamar "caragirat"; tanto a él, como a sus colaboradores Enric Puig, Marcel.li Joan o Núria Gispert. Y es que la hemeroteca es muy rica. Incluida la de El Triangle, donde todos estos personajes vomitaban su bilis contra el anterior arzobispo barcelonés. Con los magros resultados que son de ver.

Oriolt