Capítulo 7 º: El Gesto del Saludo y de la Fraternidad: El Beso Litúrgico

San Pablo es el primero que habla de este gesto, hasta entonces extraño al culto, como gesto de saludo y de espiritual fraternidad : Salutate fratres omnes in ósculo sancto (1) No podemos precisar si el Apóstol se refería con estas palabras a un rito litúrgico; pero esto es sumamente probable, porque San Justino, a mitad del siglo II, lo recuerda expresamente como tal.

Nada impide creer que en esta época el beso se diese sobre los labios, como era costumbre en la vida civil, y sin distinción de sexo; tal promiscuidad estaba en vigor todavía en África en tiempo de Tertuliano, el cual no disimula la dificultad para un marido pagano de permitir a la mujer cristiana alicui fratrum ad osculum convenire (2). Pero es fácil comprender que cuando la simplicidad y la pureza de las costumbres primitivas comenzaron a disminuir, un gesto tal podía dar lugar a abusos, los cuales se trató de remediar con varios medios. El principal fue el de limitar el beso a cada uno de los sexos, hombres con hombres, mujeres con mujeres, como prescribe la Traditio. La carta del Pseudo-Clemente (siglos II-III) no sólo atestigua que los hombres se cambiaban solamente entre ellos el beso, viri viris (3), sino que añade el particular curioso de que las mujeres besaban la mano derecha de los hombres, envuelta por ellos en el pliegue del vestido.

El abrazo y el beso fraterno entre los fieles fue un rito siempre admitido en la sinaxis eucarística por todas las iglesias de Oriente y de Occidente, si bien en momentos diversos. Para eso el diácono invitaba a los presentes con una fórmula concreta, como está en uso en Jerusalén: Complectámini et osculámini vos ínvicem (4), o como esta otra de la Iglesia ambrosiana: Offerte vobis pacem (5) (asumida por el Misal Romano en la reforma litúrgica de 1969). En la liturgia galicana e hispano-mozárabe era enfatizada por una oración, la collectio ad pacem (6).

El beso de paz se mantuvo en el uso litúrgico tanto en Roma como en todo el Occidente, hasta el siglo XIII, y no sólo entre el clero sino también entre los fieles. Inocencio III (+1216) hace notar en torno a este particular: Sacerdos praebet osculum oris ministro…; pacis osculum per universos fideles diffunditur in ecclesia. Fue hacia este periodo que por iniciativa de los franciscanos, el beso entre acólitos fue sustituido por un abrazo, y a los fieles el celebrante empezó a transmitir la paz dando a besar, en un primer tiempo, la patena o un libro litúrgico (el evangeliario normalmente) y posteriormente un instrumento llamado osculatorium (portapaz), o lapis pacis o tabula pacis (8) según que estuviese compuesto de piedra o madera.

Al final de la Edad Media, viniendo a menos la tradicional separación de sexos en la iglesia, la circulación del portapaz entre los fieles, se convirtió frecuentemente en causa de desórdenes y frivolidades. Por ello en algunas iglesias fue suprimido sin más; en otras fue colocado en un lugar fijo, donde pudiera besarlo quien quisiera. Pero ni siquiera fue suficiente todo esto, y al final el beso de la paz quedó prácticamente reservado a los clérigos en la Misa Solemne. Los porta-paces, esculpidos en plata o metal, a menudo con representaciones de la Crucifixión, sirvieron únicamente para llevar la paz a los dignatarios eclesiásticos presentes, o según la costumbre de muchos lugares, a los nuevos esposos en la Misa Nupcial. En España se mantuvo hasta la reforma litúrgica conciliar en la Misa Mayor cantada del domingo en todas las parroquias, y era llevado por uno de los monaguillos hasta los primeros fieles de cada banco de la nave.

El beso de paz que como expresión de fraterna concordia se intercambiaba entre los miembros de la gran familia cristiana, era dado a todo aquel que entraba a formar parte de ella, como señal de aquel vínculo de paz que de ahora en adelante le ligaba a la comunidad. Es éste el significado que asume el beso impreso sobre la frente del neófito por parte de todos los fieles, del que nos habló San Justino, y el intercambiado en otras circunstancias litúrgicas análogas, como en las ordenaciones entre obispos consagrantes y consagrado, entre el neosacerdote y sus condiscípulos, entre el monje y la comunidad, en la reconciliación de los penitentes entre éstos y el obispo, en el matrimonio entre los esposos, según una antiquísima costumbre recordada por Tertuliano (por mucho tiempo desaparecida hasta su reintroducción en la reforma litúrgica posconciliar) y siempre vigente en la Iglesia griega.

El beso litúrgico es un gesto de veneración y respeto entre personas y cosas sagradas. Entre las cosas merecen el primer lugar el altar y el evangeliario, ambos símbolos de Cristo. En el modo extraordinario del rito romano son siete las veces en las que el sacerdote besa el altar, dos únicamente (al principio y al final de la celebración) en el modo ordinario. Así mismo en las misas cantadas y solemnes, el obispo o el sacerdote besan el evangeliario llevado por el diácono tras la lectura de la perícopa evangélica. Son besos dirigidos a Cristo, como indirectamente los que los portantes dan a las crismeras de los óleos en su consagración el Jueves Santo, la del sacerdote a la patena en la Misa, los que se dan a los indumentos litúrgicos y los que los acólitos y ministros dan a los objetos que procuran al sacerdote (vinajeras, cucharilla de naveta e incensario, etc.)

Por lo que respecta al beso entre personas sagradas, especial mención merece el que se da a la mano de los obispos y sacerdotes. Es antiquísimo y Paulino, biógrafo de San Ambrosio, cuenta que éste, cuando era niño, se hacía besar la mano por sus hermanas, fingiendo ser obispo. Se besaba la mano del sacerdote en el acto de dar la comunión; Geroncio lo atestigua al final del siglo V para Melania, la cual al final de su vida, habiendo recibido del obispo Juvenal el Santo Viático, le besó la mano y exhaló su espíritu. También después del 1000, en el norte de Francia se mantenía todavía el uso de besar la mano al sacerdote mientras daba la comunión.

El Pontifical de la Curia del siglo XIII prescribe que el abad recién bendecido, bese al obispo en la boca después de haber recibido de él la comunión.

A los obispos de la Iglesia antigua se les besaba también los pies en señal de mayor veneración, como refiere San Jerónimo, y tal práctica quedó en vigor durante mucho tiempo en la Iglesia. Sin embargo desde el siglo XI aparece como un privilegio reservado al Romano Pontífice. Cuatro son las circunstancias en que se besaban los pies al Pontífice: inmediatamente después de su elevación y coronación, en la recepción solemne después de una triple genuflexión, así como en la coronación de los reyes; también en la celebración de la Misa Solemne, de parte del diácono, antes de cantar el Evangelio, y en la consagración de los obispos hecha por él.

NOTAS

  1. Saludad a todos los hermanos con el ósculo santo.
  2. Acercarse a alguno de los hermanos para saludarle con el beso.
  3. Los hombres a los hombres.
  4. Abrazaos y besaos mutuamente.
  5. Ofreceos la paz.
  6. Oración para la paz.
  7. El sacerdote ofrece el beso de la paz al diácono…; el beso de la paz se difunde por todos los fieles en la iglesia.
  8. Piedra de la paz o tabla de la paz.

    Dom Gregori Maria