El factor Cañizares

Los papistas conversos que han surgido en los últimos meses en Cataluña suelen soslayar el papel determinante del cardenal Cañizares en la buena línea con Roma que ha logrado el arzobispo de Barcelona. Todos los que están hablando estos días de un polo catalán liderado por Sistach o de una estrategia vaticana que pasa inexorablemente por la ciudad condal, demuestran un absoluto desconocimiento de la pugna de poder que se está produciendo entre Cañizares y Rouco, de la que Sistach no es más que un peón en manos del purpurado valenciano.

Hagamos un poco de memoria: hasta hace poco más de un año, Rouco y Cañizares representaban, para los neo-papistas catalanes, lo peor de la iglesia española. ¿Quien no recuerda lo que se les dijo, después de participar personalmente, en Junio de 2005, en la manifestación contra los matrimonios homosexuales? ¿O tras los discursos de la celebración de la familia en la Plaza Colón de Madrid? Sin embargo, todo viró a raíz del affaire Losantos. Cuando en Mayo de 2008, el arzobispo de Madrid logró, por la puerta trasera, la renovación del presentador de la Cope, cuentan que Cañizares llegó a calificar la misma de "lamentable decisión". A partir de entonces quebró aquel supuesto bloque granítico de la iglesia española. La renovación del comunicador turolense pasó a ser un "casus belli" entre los dos prelados españoles. Pero para conseguir la expulsión del polémico periodista, hubo que esperar a que Cañizares fuese designado Prefecto de la congregación para el culto divino. Desde aquel momento la influencia todopoderosa que tenía en Roma el cardenal Rouco, se vio eclipsada por la del nuevo curial. Se decantó la balanza y, obviamente, Losantos cayó como fruta madura.

Como buen estratega, Cañizares necesitaba aliados y halló en Sistach uno de sus más valiosos. Curiosamente, desde que fue destinado a Roma, se han multiplicado las visitas de Cañizares a Barcelona. Y en todas ellas ha sido recibido de forma obsequiosa por nuestro arzobispo. Y más obsequiosamente ha sido acogido por los papistas conversos: ya nadie se acuerda de cuando Cañizares llamaba a rezar por la unidad de España o de cuando consideraba que la misma era un bien moral. Desde aquel preciso momento, ya no hubo críticas hacia el cardenal valenciano y se limitaron todas a Rouco.

Se atribuye a Winston Churchill la reflexión consistente en que la política hace extraños compañeros de cama. No se me malinterprete - con la que está cayendo - pero la frase del premier inglés viene como anillo al dedo a la política vaticana. No solo Cañizares y Sistach se han asociado, sino que la comandita alcanza al progresismo clerical catalán. Nos hemos sonrojado estos últimos días con las expresiones de fidelidad romana que hemos podido contemplar desde Llisterri a López Camps, pasando por la insigne foníatra o por la Tribuna Catalana del ínclito Sellarés. Esperemos que las mantengan cuando comprueben que el flanco en que se sitúa el obispo barcelonés alberga a futuros cargos vaticanos tan conservadores como Pell o Burke. Suerte que alguno, como Alex Masllorens (PSC, sector confesional), se niega a hacer el ridículo y los ha calificado de "papistas y papanatistas".

Bienvenida sea esta nueva fidelidad vaticana - especialmente ante la próxima visita del Papa (en la que Barcelona homenajea al Santo Padre y no al revés)-, aunque mucho se me antoja que la misma no esconde otra finalidad que seguir conservando las prerrogativas de poder e influencia obtenidas por aquella camarilla durante el mandato de Martínez Sistach. Todo vale, incluido olvidarse de aquel Cañizares que rezaba por la unidad de España. Curiosa que es su vara de medir.

Oriolt