Un optimismo dramático

La Cuaresma es un tiempo especialmente propicio para revisar nuestro camino ante Dios y una Cuaresma más, vuelve a sorprender el optimismo que manifiesta el Cardenal Martínez Sistach. Dios se lo conserve, pero en la verdad. Aunque su activismo carente de sentido y valor en muchos casos, no nos permita albergar excesivas ilusiones.

Ya son varios los años que lleva de Pastor en esta diócesis y aunque no entró de nuevo, entonces se le podían dispensar sus primeros pasos, en cuanto a nombramientos y decisiones a todas luces erróneas. Desde el principio pareció seguir una línea pastoral marcada por la desviación progresista y por infiltración nacionalista, al rodearse de unos responsables de probada discrepancia con respecto a la catolicidad. No obstante, condenar prematuramente su apuesta pastoral, hubiera sido una falta de prudencia ya que como legítimo Pastor se merece un margen de confianza, y antes de la condena se debe enjuiciar de manera ponderada.

Pero ya han pasado varios años de pontificado y la calamitosa situación de la Archidiócesis se ha visto incrementada por su apuesta pastoral. Los desgraciados efectos de su pontificado se palpan y por ello su optimismo resulta preocupante si lo pareamos al del Sr. Rodríguez Zapatero.

No se puede entender como sostiene esas continuas muestras de simpatía hacia Roma, cuando mantiene en sus cargos a personajes de una disidencia católica tan conocida como la del Vicario Episcopal de la Zona 3 Mn. Salvador Bacardit, o la del delegado de la Pastoral familiar Mn. Manuel Claret. Por citar un par de ejemplos de los que componen la mayoría de la desconcertante Corte de confianza para todo un Príncipe de la Iglesia.

Pero de todos ellos, y de entre toda esta política del Cardenal, el caso más dramático y escandaloso por su peso diocesano es el de Mn. Josep Maria Turull.

A su entrada pontifical en Barcelona sorprendió el ascenso de este sacerdote que, ya desde su paso por el Seminario, no podía ser tenido por un buen compañero, especialmente por su falta de sinceridad evangélica.

De manera atemporal pasó por cargos de primer orden, para lo que es el mundo diocesano, que ante él parecían nada. Pasó por la prestigiosa parroquia de Sant Ramon de Penyafort en la Rambla de Cataluña. Pasó por el cargo de Vicario General. Aterrizando finalmente en el Seminario de Barcelona como Rector, que junto con una larga colección de otros cargos que prodigiosamente ha ido acumulando, parecen insuficientes para lucir la discutible valía de este sacerdote. Tanta ostentación de cargos, no sólo ningunea al resto del clero, buena parte del cual le supera en todos los mejores sentidos y aspectos, sino que reduce estos instrumentos pastorales, y con ellos todos los demás, a una vulgar catapulta en manos del Cardenal.

Mn. Turull es sin duda la gran apuesta del Cardenal, si no la única, con quien parece cogobernar la diócesis. Pasando incluso por encima del mismo obispo auxiliar Mons. Sebastián Taltavull. Al menos esa es la impresión que se da.

Y es precisamente esta única apuesta del Cardenal la que, al margen del desastre al que nos está abocando, con mayor claridad justifica un juicio negativo sobre su pontificado.

Centrándonos en Mn. Turull, Rector del Seminario, y dejando aparte el trato cosificador de que hace gala con respecto a algunos seminaristas, no se puede entender que en estos años al frente del Seminario, mantenga una orientación “pastoral” especialmente peligrosa dada su proximidad al cardenal. Dentro de su equipo mantiene como director espiritual a un hombre imbuido hasta la médula de catalanismo exacerbado y cuya capacidad para distinguir la mano derecha de la izquierda en diferentes materias, resulta algo más que discutible. Por mucho que sea el Cardenal quien esté detrás del cargo de Mn. Arenas el Rector del seminario ha tenido tiempo más que de sobra para constatar la influencia negativa que este sacerdote intenta ejercer sobre los seminaristas que pasan por sus manos.

Tampoco Mn. Turull parece hacerse notar en los demás centros educativos con sede en el Seminario, que tan mal servicio están dando. ¡Si de verdad intentara reconducir hacia la comunión romana esta lastimosa formación, tan embelesada de rancio progresismo y de lo políticamente correcto! Y por último, cómo no, la etapa pastoral y sus clases, penúltima fase “deformativa” del actual Seminario. Ha tenido tiempo más que de sobra para disponer a su gusto lo que allí se cuece, pero continúan en sus cargos unos sacerdotes que son cualquier cosa menos un modelo a seguir. Todo delata en Mn. Turull, que la fotografía en la que aparece con el micrófono en la mano arengando contra las decisiones vaticanas sigue tan vigente como amenazante.

A todo esto se suma el malestar que está creándose entre algunos sacerdotes ordenados en los últimos años, que asisten a los encuentros periódicos con el Cardenal, y que no acaban de encajar la injustificable presencia en ellos del rector del Seminario. Se desconoce si esto se debe a un nuevo nombramiento, pero lo cierto es que si su persona ya resulta incomoda de por sí, la sensación de que estos encuentros pretendan ser una prolongación del seminario que no los acaba de incubar, parece más que justificada.

Esta sensación se suma a la percepción de la poca confianza que parte de ese clero inspira al Cardenal, así como buena parte del clero más maduro, que ni comulga con la progresía ni con la militancia política más allá de cuestiones, de fe y costumbres, que tan candente compromiso necesita de ellos en nuestros días.

Pero lo que sucede con el clero no es más que un reflejo de lo que también sucede con el laicado: E-cristians, Neocatecumenales, Opus Dei,… movimientos fieles a Roma, parecen existir para el Cardenal solamente a la hora de requerirles para sus personales intereses…

En una diócesis en la que la ortodoxia molesta y resulta sospechosa, y en la que la pastoral ha quedado bloqueada en manos de un clero progre o en un clero impedido por la vejez, esperemos que esta prueba por la que les están haciendo pasar no nos pase una factura que empeore todavía más la lamentable situación de Barcelona.

Félix Laetus