Señor Nuncio: ¡Un Munilla o un Léonard para Cataluña, please!

Don Renzo, Excelencia Reverendísima, aunque usted no nos ve a los de a pie y sólo se ha entrevistado con los prelados de nuestra tierra, permita que le escriba esta carta un presbítero catalán, nacido en Cataluña, que habla y escribe en catalán, que celebra en catalán,  que ama profundamente a su tierra y que le importa un cuerno que Cataluña sea o no un estado libre e independiente o España una unidad de destino en lo universal.  Lo que a mí realmente siempre me ha importado, sin embargo, es la Iglesia, Una Santa Católica y Apostólica (los catalanes añadimos en el Credo también lo de “Romana”).

Después de la hecatombe postconciliar un predecesor suyo, Mons. Riberi, concibió instigado por el Venerable Pablo VI, un plan genial: encontrar y entronizar en la sede de Barcelona un prelado ortodoxo, fiel al Concilio Vaticano II, preparado intelectualmente, con suficiente experiencia pastoral y fiel a la Santa Sede. Lo halló en Marcelo González Martín, Obispo de Astorga que, por cierto, había encontrado no pocas dificultades en llegar a aquella sede por parte del gobierno franquista que lo tenía catalogado como “socialista” por su labor en Valladolid con la “clase obrera”: había promovido una encomiable campaña para proporcionar viviendas a los trabajadores. “ Volem Bisbes catalans ” fue la divisa de una campaña xenófoba y racista que el nuevo arzobispo de Barcelona, mal aconsejado por su querida hermana y sus dos secretarios, no supo aguantar.

Ello dio lugar, por parte de uno de sus más discutibles antecesores, Mons. Dadaglio, a que el fracasado obispo de Gerona, Narcís Jubany i Arnau, se apoderara de la sede de San Paciano. Fueron 19 años de amarga penitencia y de deforestación casi absoluta del panorama clerical y eclesial de Barcelona.

Otro de sus antecesores, Mons. Tagliaferri, obedeciendo a las directrices de otro Venerable, Juan Pablo II, concibió, después de la dimisión bastante rápidamente aceptada de Jubany, otro plan grandioso en la misma línea de Riberi, obviando, sin embargo, los inconvenientes de que el titular de la sede de Barcelona no fuera de los “Països Catalans”. El valenciano don Ricardo (a partir de su estancia en Barcelona Ricard María) Carles Gordó, obispo exitoso de Tortosa, pareció la solución óptima. Pero Carles ni tenía un bagaje académico como Léonard ni era una persona valiente como lo es Munilla. Carles pactó con el demonio y amargó, durante sus más de 14 años, la vida de los verdaderos católicos. Su preparación intelectual y su ética no estuvieron pues a la altura de las circunstancias. Promovió como auxiliares a Carrera y a Soler Perdigó. Al primero se le exigió que se diera de baja de su militancia política y se le amonestó para que actuara eclesialmente. El segundo, compañero de estudios durante el único año que aguantó en Lovaina e íntimo amigo de Uriarte, con quien compartía todos sus planteamientos nacionalistas, parecía ser el hombre óptimo dadas sus desgraciadas relaciones con el staff de Jubany al pretender apoderarse, él y su acólito y beneficiado Arenas (por él promovido a una canonjía), del Seminario Conciliar de Barcelona. Su pontificado en Gerona fue la transposición catalana de lo que en San Sebastián hizo Uriarte. Los dos fueron la clara constatación de que el problema no estaba en el origen étnico, sino en el posicionamiento eclesiológico. Los otros tres auxiliares fueron tres goles mayúsculos que la falta de altura de miras y el típico trapicheo valenciano de Carles coló al nuncio Taglaferri.

El endémico miedo que el cardenal Giovanni Re, discípulo de Benelli, tiene a las reacciones catalanistas hizo, durante la nunciatura de su predecesor Monteiro de Castro, hace más de cinco años, que se optara, después del triste pontificado de Carles, por la solución Sistach y por la creación de la, desde mucho tiempo proyectada, provincia eclesiástica de Barcelona. Proceso en el cual los intereses de los diversos grupos, el interés por contentar a todos, el desprecio absoluto a la normativa canónica y el nombramiento de tres personas de talante absolutamente dispar, fueron motivo de indignación de casi todos y de desencanto de los que suspirábamos por la regeneración católica de Cataluña.

Señor Nuncio, el problema de Cataluña, como el del País Vasco (las manifestaciones y proclamas contra Munilla y las intervenciones desgraciadas de Uriarte lo han demostrado), no es étnico, político o cultural: es de raíz eclesiológica. Es una falsa eclesiología, que quiere pasar como la del Vaticano II, la que lucha por su supervivencia, como también sucede en Bélgica o en tantos otros lugares. Si usted sigue las pautas en Cataluña de su inmediato predecesor estamos perdidos. La norma para la elección del futuro obispo de Solsona, del de Lérida, o del arzobispo de Barcelona en su momento, no ha de ser su capacidad de ser aceptado o digerido por el progresismo clerical catalán sino la fidelidad del candidato a la doctrina católica y a la Santa Sede, su piedad, su celo pastoral, su capacidad de gestión, su amor al clero, su proximidad a los fieles y su competencia humana e intelectual. No acepte ninguno de los candidatos que le propone un episcopado catalán, enfermo y contaminado, atento a sólo a sus intereses y a su perpetuación. Que no sean los criterios humanos (catalanismo, progresismo, aceptación por los mass media , bendición de los obispos, presiones de los eclesiásticos) sino el bien de la Iglesia lo que a usted le mueva como representante del Papa. Mándenos al Munilla catalán, si es posible con “savoir faire”, valiente y coherente, que no tenga miedo, que no quiera hacer carrera, que haya demostrado su amor a la Iglesia. Mándenos al Léonard que anhelamos en Barcelona, bien capacitado intelectualmente y con un sentido ético integérrimo, que ame profundamente nuestra Diócesis, que levante un Seminario floreciente, que nos haga gozar con la Liturgia, que motive y entusiasme a todos, laicado y clero, sacándonos del desánimo: los catalanes necesitamos una regeneración eclesial que casi ninguno de nuestros obispos le propondrá.

¿Dónde encontrar los candidatos? No dudo que usted será capaz de preguntar a quien convenga y de elegir a quien, ante Dios, le parezca el más idóneo para regenerar el catolicismo en nuestra tierra.

Samsonis-Iosephus Beatus