Los cuernos y el rabo de Albert Manent

Ese personaje, con cuernos y rabo, que quiere encarnar la quinta esencia de la catolicidad catalana, ha iniciado la campaña para mover ficha en el tablero de ajedrez de los nombramientos episcopales en Cataluña, tras la jubilación de nuestro n.s.b.a. Cardenal Sistach. Él apuesta por hombres cultos, sin fisuras raciales ni ideológicas en su catalanidad y dotados de aquel porte elegante que él mismo cree tener. La rabia manentina no tiene límites si, además, supone hasta llegar a dar por hecho, que se le puede escapar el control ideológico de los futuros pastores de su “Iglesia Catalana”. Para evitarlo, Manent vuelve a engrasar las baterías y los antiaéreos.

En estos menesteres Manent es ducho en la materia. A Max (Maximiliano, en realidad) Cahner i García, Consejero de Cultura en la Generalitat pujolista y del que Manent era uno de sus directores generales, le amargó la existencia con los más impensables chismes y, cuando eso no funcionó, con una lluvia de anónimos que el mismo Manent fabricaba casi cotidianamente. No cesó hasta que con todas sus intrigas y con los periódicos informes a Pujol, consiguió deshacerse del consejero. Pero, mal calculó la jugada la corta inteligencia (seguramente sólo herencia materna) del degenerativo hijo del poeta Marià Manent. Pujol no le designó a él como consejero substituto de Max Cahner, sino a su hombre de confianza Joan Guitart.

Con Guitart intentó la misma jugada, pero pintaron bastos y le costó la cabeza, es decir el pesebre. Mientras Convergencia estuvo en el poder, ese hombre que apareció en la vida pública con un cinturón de payés atado por debajo del esternón y que recibía sentado en el sofá y colocando a sus visitas en los butacones, no tuvo problemas de sobrevivencia. Maestro en intrigas se dedicó, por mandato de su señor y alimentador Jordi Pujol, intensamente a su pasión: el mundo eclesiástico. Cartas a la nunciatura, a Roma, a los arzobispos y obispos y a quien conviniera. Campañas en pro de la catalanidad de la Iglesia “nostrada”. Otras denigratorias de Carles y de todos sus sostenedores. Contactos discretos con el “nou patriarca de Catalunya”, es decir Joan Carrera Planas, y con algunos miembros del clero recomendados por él. Intrigas sin número para defender los bastiones de la patria catalana. Todo ello le entretenía, dejaba a los convergentes tranquilos y, ellos, a cambio, le daban de comer y una plataforma de semioficialidad. Su columna en La Vanguardia ayudaba a redondearle el presupuesto.

Pero los tiempos han cambiado. Los convergentes, sin poder y sin dinero, ya no le hacen caso. Y los que manejan el dinero, como Pujol y Guitart más bien lo evitan. Muerto el ‘patriarca’, en el mundo eclesiástico no tiene grandes valedores. Sistach desconfía de un reptil tan peligroso y habla con él mediante cura interpuesto. Los demás obispos de Cataluña, ¡oh dolor!, son de un signo muy opuesto al suyo, con excepción de Traserra que alguna vez le ha usado para sus intrigas particulares. Pero incluso éste, como Soler Perdigó, otro intrigante, están ya cantado los júbilos del Señor, preparándose a una buena muerte y quizás temiendo que el Supremo Juez les pida estricta cuenta de sus muchas tropelías.

La creatividad manentina ha debido imaginar una estrategia de reconversión. Ha vuelto, ahora su atención hacia la cantera. Hacia a los valores clérico-catalanistas que prometan. Ya durante el exilio posterior a su salida de la Consejería de Cultura se había dedicado intensamente a cultivar las jóvenes promesas. Ahora es el momento de asegurar a sus futuros protectores. En el campo político no le anda muy bien la cosa. En el clerical tiene algún adepto. Así él va preparando pausadamente su plan de supervivencia.

Pero ahora, ¡por Dios!, amenaza otra vez el peligro integrista y españolista. Y para más inri, hacen a los obispos cada vez “más raros e insólitos”. ¿Es qué vayan a promover a personas que él ha trabajado tanto por hundir y aniquilar? ¿Es qué hay peligro de que sus protegidos y sus pupilos vayan a encontrar obstáculos por ese lado? Pues, no señor: ¡aquí está el Albert Manent de siempre, almogávar invicto, con ganas de atravesar a quien convenga! Ahora, vestido de marinero y “amb barret de cop” (con gorra antichoque), se apresta a salvar el honor de “Catalunya y de la catalana Iglesia”, ese navegante de Internet. La contraseña es clara para este neocarlista como Sardá y Salvany: ¡El integrismo es pecado!

Severus Parvus